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Larry Brown: <i>Amor malo y feroz</i> (Bartleby, 2011)

Larry Brown: Amor malo y feroz (Bartleby, 2011)

    TÍTULO
Amor malo y feroz

    AUTOR
Larry Brown

    EDITORIAL
Bartleby

    TRADUCCCIÓN Y PRESENTACIÓN
Luis Ingelmo

    FICHA TÉCNICA
ISBN 9788492799183. Madrid, 2010. 288 páginas. 18 €




Reseñas de libros/Ficción
Larry Brown: Amor malo y feroz (Bartleby, 2010)
Por José Cruz Cabrerizo, martes, 4 de octubre de 2011
The Washington Post dijo en su día a propósito de Amor malo y feroz que “Larry Brown es un escritor genuinamente estadounidense”. El pollo frito es genuinamente estadounidense, las mazorcas asadas con maíz y mantequilla son genuinamente estadounidenses, Ronald Reagan era genuinamente estadounidense, la palabra Washington es genuinamente estadounidense porque hasta el corrector de este editor de texto antediluviano sabía que estaba mal escrita.
Larry Brown es un escritor genuinamente estadounidense es la frase que podría soltar cualquier redactor a su sobrecargado ayudante. El redactor no quiere que lo molesten con temas de segunda o tercera, porque en ese momento atiende al teléfono asuntos verdaderamente importantes: la promoción en sus páginas de un autor que tiene que llegar a ser millonario en ventas porque así lo quieren desde arriba. Además, se acerca la hora de recoger a sus hijos de manos de su ex esposa y tiene que cruzar en coche hasta el otro extremo de la ciudad megalítica. “Pon lo que te dé, por ejemplo que Larry Brown es genuinamente estadounidense”.

Si Larry Brown fuera un autor genuinamente estadounidense, su escritura obedecería a unos estándares que incluyen las palabras “jodidamente” y “fracasado”, y en menor medida “perdedor”. Además, sus renglones se ajustarían a unos patrones seguros, de los que venden, que tienen sus seguidores. Y aunque en nuestro país la industria editorial no es genuinamente estadounidense (por aquello de que los beneficios no son los de una corporación industrial), si Larry Brown fuera un escritor genuinamente estadounidense alguien habría trincado la traducción de Luis Ingelmo en el primer momento y la habría puesto negro sobre blanco, sin esa larga lista de noes que se apuntó hasta llegar a Bartleby (la editorial, no el personaje cuya historia confieso que todavía no he tenido oportunidad de leer y bien que lo siento).

La verdad es que no tengo criterio suficiente para saber cuando un escritor es o no genuinamente estadounidense. También dudo sobre si era el tabaco Winston el que se publicitaba bajo la etiqueta de “genuinamente americano” (es que los norteamericanos antes eran así, decían “América” para referirse a los E.U.A). Solo sé que Larry Brown tiene algo diferente. Esa es una frase vacía y completamente prescindible, como la del redactor de The Washington Post, o esta misma: “Seguro que si seguía bebiendo durante el tiempo necesario, acabaría pasando algo”, página 99.

Brown es el escritor de lo tremebundo narrado desde la ironía autocomplaciente, o lo que es lo mismo, la ironía que empieza en no tomarse demasiado en serio a uno mismo y termina en no considerarse el ombligo del mundo

Seguro que si continúo escribiendo durante el tiempo necesario, acabo haciendo algo que parezca una reseña. Bueno, diré que en esta compilación al menos tres relatos abarcan el universo literario. Que una de las cosas que nos vienen a sugerir entre líneas es la idea de que a Larry Brown bien podría afectarle la “filia”, la necesidad patológica de escribir y ver algo suyo publicado (no como proyecto de éxito, sino como objetivo cumplido en la vida), igual que la “sufre” su personaje Leon Barlow. Y que quizá esa pulsión bien le pudo llevar a sistematizarse, a mecanizarse en la tarea creativa como le ocurre a la escritora en ciernes protagonista de “La aprendiza”, o a probar constantemente diferentes registros como el propio Leon Barlow de “92 días” que lo deja todo por la escritura. Aunque quizá no se caractericen por su ahínco o por su buena suerte los escritores convictos de “Disciplina” (el mas transgresor de todo el volumen por su estructura en forma de diálogo de película de abogados y un guiño, quizá, a El proceso kafkiano). En resumidas cuentas, que quizá este libro, que uno puede atreverse a calificar como de “autoficción tangencial”, es una muestra de cómo el trabajo duro y la variabilidad dieron fruto en Larry Brown, un escritor con muchos registros, a veces dentro incluso de un mismo relato.

Brown es el tío ocurrente de la frase brillantísima, esa que es la leche: “Lo necesitaba, pues todo indicaba que por el momento ya no iba a bombear mi cálida leche hacedora de niños en mi útero favorito”, página 106, “Esperar a las señoras”, el relato que se lee con la sonrisa en los labios y la envidia en las tripas.

Brown es el escritor de lo tremebundo narrado desde la ironía autocomplaciente, o lo que es lo mismo, la ironía que empieza en no tomarse demasiado en serio a uno mismo y termina en no considerarse el ombligo del mundo. “Todo indicaba que Mildred se había ido con un hombre que tenía un pene enorme. La realidad me despejó un poco la cabeza, así que fui a la camioneta, cogí otra cerveza y me dirigí hacia mi perro. Aún estaba allí, seguía muerto, aunque para entonces ya había empezado a endurecerse a causa del rigor mortis. Sabía que tenía que coger una pala y enterrarlo, pero decidí que podía esperar a que amaneciera”, página 84, “Amor malo y feroz”.

Su escritura está llena de sorpresas agradables, porque tan pronto muestra su lado más contundente en el uso del lenguaje (...) o lo mismo resulta soez con su catálogo de casquería escatológica

Brown es el creador, no de personajes arquetipo de borrachuzo broncas y pedorro cuyo único mérito consiste en quejarse de lo mal que le ha tratado la vida y patatín patatán. Eso parece haberlo librado de esa admiración rendida que desde chupatintas a mecánicos pasando por camareras, brindan a otros autores más trillados a los que cualquier novel alguna vez quiso/quise parecerse/parecerme. Brown es el dios escritor que vela por el chapuzas, del manitas provinciano que bebe más cerveza de la cuenta y que se arrepiente del daño que le hace a sus hijos al “abandonarlos” en pos de una quimera como la de ser escritor, y que es capaz de transmitir la dulzura, la emoción que este experimenta al rozar sus cuerpecillos: “Por la noche en la tienda la abracé contra mi pecho y sentí su corazón que latía bajo su piel, sentí su cabello sedoso que me rozaba la cara. Te mereces mejores padres que nosotros, chiquilla, pensé. Intentaba hablar pero no le salían las palabras. Debí de decirle “papi” quinientas veces durante aquel fin de semana para que lo repitiera. Pero no lo hizo. Aunque sí sabía quien era papi. Eso era lo principal. Puede que no tuviera la palabra en la cabeza, pero sabía quién era papi”.

Puede que, puede que… Puede que Brown no sea un tío muy variado en los temas de sus historias, con tres relatos en los que levita la escritura como tema central en un total de diez, con poco menos de la mitad de sus páginas dedicadas a esos relatos en este libro... La cosa es así. Pero vuelvo a decir que su escritura está llena de sorpresas agradables, porque tan pronto muestra su lado más contundente en el uso del lenguaje como dedica casi una página completa a la lista de lo que ha comprado en el supermercado, o lo mismo resulta soez con su catálogo de casquería escatológica (“…estaba llena de bultos y costras, marcas de estiramientos y celulitis, y callos en los pies, además de que cuando iba al baño dejaba una peste insoportable. Supuse que aquella cosita tan delicada ni siquiera tendría que cagar, sino que sólo se tiraría unos pedetes fragantes llegado el momento. No quería ni pensar lo que una buena polla podría hacerle. Quizá matarla.”), y luego de pronto se llena de escrúpulos y elude transcribir los tacos que alguien dice (“La estancia se iba llenando con sus tacos, que apestaban a suciedad y vulgaridad. Casi me estaban haciendo sentir vergüenza a mí mismo.”). En todos los casos habla el mismo Leon Barlow.

Y qué decir de ese Larry Brown del esplendor poético, el que hace sentir el frío o la tibieza de un lecho en el que los sueños (los que se sueñan, y el acto físico) siempre son interrumpidos por la locura de alguien que el destino puso a nuestro lado, el de la tristeza limpia y destilada, el del dolor sin ira. Pues basta con decir el título de dos relatos con una contención hercúlea, de una efectividad emocional plena, de un amor por el personaje como pocas veces se ha podido ver, de edad y soledades sometidas a un examen anatómico naïf: “Viejos soldados” y “Sueño”.

Malo y feroz son dos calificativos que pondríamos lejos de “amor”. Tan alejados como lo están de este libro, donde las cosas no van nunca demasiado bien, pero tampoco demasiado mal, y donde el dolor es apenas un zumbido molesto, crónico, un estado natural del que no se puede escapar, pero del que nadie tiene la culpa… Bueno, si por casualidad no me expliqué bien, agarre el libro, levante su mano derecha y repita conmigo: “Larry Brown es un escritor genuinamente estadounidense”.
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