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José Luis Ruiz: <i>Ida y vuelta a Nueva York</i> (Ediciones Carena, 2009)

José Luis Ruiz: Ida y vuelta a Nueva York (Ediciones Carena, 2009)

    AUTOR
José Luis Ruiz

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Nació en Montefrío, comarca de los Montes Occidentales de Granada (España), en agosto de 1944

    BREVE CURRICULUM
En Montefrío pasó su infancia, aprendiendo las primeras letras hasta ir a Málaga a estudiar bachillerato, desde 1954 a 1960. Comenzó también algunos cursos de música. Se trasladó a Barcelona para iniciar estudios de Química, y una vez terminados ejerció profesionalmente en fábricas y laboratorios



José Luis Ruiz

José Luis Ruiz


Creación/Creación
José Luis Ruiz: Ida y vuelta a Nueva York (Ediciones Carena, 2009)
Por José Luis Ruiz, martes, 1 de septiembre de 2009
Mirando al cielo, a las nubes y enmudeciendo asombrado, muchas veces, por las terribles variaciones que han ido aconteciendo en él. Andando entre la memoria y el futuro y mirando a tientas la terrible y desordenada maquinación de la vida actual. Sintiendo la pasión, el miedo, el dolor de un mundo desmembrado. Bello, feo, reluciente, mítico, vulgar... y revelarlo en estos poemas para que se pueda entrever (aproximadamente como lo he visto yo). Sintiendo, con temor y cariño, el mundo que tenemos entre las manos. Nueva York entre el cielo y el infierno.


APENAS

ves el cielo
y el horizonte golpea el rostro,
ya aletean los brazos
y la respiración empieza a alzar los cabellos.

Cantan las hojas en la lluvia nueva
y el rostro de la tierra
entrega maravillas
de mariposas
a los espacios del alma
donde una raíz filial
pone frutos magnéticos dentro de los tinteros.

Tropezando, con los pies mojados,
me miro en el espejo de la tierra.

Alrededor comienzan los labios
en su larga superficie
y el tiempo se hace paseo de corazones
en la cita.
Comienza el viaje por el cristal de las simientes
apenas libertadas. Nacidas.



LA ESTATUA DE LA LIBERTAD,
vista desde lejos, bajo la bruma
y en lo alto del aire. Bajo las lentas olas del mar,
vista desde la sombra negra.
Oscurecido su alrededor, no tiene cielos ni cristal
en los portones y rejas
de las noches y plazas retorcidas.
Bajo el amor mordido por los tiburones,
la primera visita
tostaba la sorpresa temerosa
que caía de las terrazas.
No era la imagen de los sueños por las calles.
¡Era, era el alto brazo de la voz!,
para decir ese dolor de animal
que carcome los nervios de las navajas.
Las ventanas de la serenidad que flota
en los cariños.
Un poco para los buenos pobres.
¡Oh! Dura madera de la espalda en las canciones de los niños.
Las olas que fracasan y el mordisco del cielo.
¡La piedra, la piedra
que encadena los ojos!
Las plantas de los pies
enterradas
en el inmenso espacio de la tierra.
Inmóvil.



SON LOS DÍAS,
todavía el plácido tiempo golpea junto al mar
con la brisa de un pensar asediado.
Por los cauces de tiempo, que nos tocan,
pasa, de la mañana al correr de la tarde,
del amanecer suave de este otoño
al clamoroso tornasol de la puesta del sol.
Y piensas, agobiado por los ruidos,
por el empuje de los trabajos,
por la latente incomprensión de las caras y los gestos
que el vulgar alrededor, desconcertante y rígido,
rezuma ampliamente por la corteza resecada
de este mundo.

Vas caminando por el sereno paseo adornado
con las acacias palo rosa y las palmeras,
con baobabs palo ebrio,
junto al mar que sostiene el ocaso
coloreado y luminoso
que funde la altura solemne y la humilde pisada
sobre el agua.

Paseos por la ribera de este crepúsculo del mar nuestro,
todo quietud
(que dice Aleixandre) bajo las orientales brisas que recuerdan
el trasiego de hombres, tiempos
y paisajes impregnando el alma como una fundición
de piedras antiguas.
Paisajes modelados por el viento y la marina.
Esta ribera entre la arena en quiebra...
entre el fresco mirar tan quijotesco…
el puerto recosido de corsarios,
el lejano correr de los recuerdos.

Junto a este mar que acude siempre
al vuelo de la imaginación y el ansia.
Años de caída al torbellino.
Puente hacia la muerte.



RECUERDO INFANTIL

En la sala bailaban, todos los días,
incubando acuciantes deseos.
Las risas infantiles creaban atmósferas de pícaras caras.
Los pueriles zarpazos lloraban hacia
el golpe del rubor.
Es la clase.
Los niños se mezclan
Con la luz blanca del balcón.
(La gasa del recuerdo me rodea ahora.)
El recurso infantil, tan débil,
de aquellos emocionados días.
Rubor o irreal palabra
salida de los labios
para ocultar el instante
en que te desbordan las cosas.
Y la voz ronca del maestro:
¡Niños no hagáis picardías!



PASEO POR LA TARDE

Las personas que miran, el paisaje movido por el viento,
el entorno de los pasos y el de los pensamientos.
Años inmensos del mar, de este ardiente mar de la ciudad,
contemplado en las olas felices de la tarde.

Todos los sentidos desnudos yaciendo por la arena
que inunda acompasadamente el vuelo de la angustia.
Las manos pintan gaviotas de agua oscura en los pulmones.

El aire se suspende, tierra adentro, en un suspiro
del ocaso arropando el cuerpo
y saciando los deseos de la tarde serena.

La sed del paraíso deseado
que se contempla en un imposible mar sin horizontes.



RECUENTOS

Siempre la lejanía
oscilando en los trozos del espacio
que junta y revuelve los hilos del sentido.
El aire limpio que ha formado
capas de oscuridad. El aliento tembloroso
que rueda por los escalones
de los rayos de cristal de las estrellas.
De la vista. Traspié y largo camino.

Coloreada el alma retuerce los índices
y los pies doloridos empiezan cada vez el inicio.
La abrupta pendiente agota al cuerpo
en sus esfuerzos.
Mirar y remirar el recuerdo
como una retorcida antorcha
que a veces ilumina
profundos recovecos
en los abandonados túneles del latido.

El olor de la música que dicta las palabras
al corazón, sostiene las huellas
en la tierra
y abraza como una camisa de seda
el cuerpo.
Y hace huir los días del laberinto de la muerte.



RAÍCES
que horadan el agua de la vida.
De donde vienes y adonde vas en el bosque
intrincado de los días.
Al que preguntas, simplemente, el nombre de las cosas.
Raíces que persisten tras el viento
que crepita en los árboles. Que sacuden el amor de mis ensueños.

¡Que en cualquier huerto florezcan los delirios
y la solemne canción del viento, hable en la habitación
celeste de los secretos!

Yo sé que estoy hablando sin certeza del aire.
Que hay tijeras en la vida que cortan la lluvia
que cae en los corazones.

Pero solo la luz,
cuando lava el cordial temblor de las calles
y deshila fibra a fibra todas las ansias,
recoge los empujones solitarios.

Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones Carena en la persona de su director, José Membrive, la gentileza por permitir la publicación de esta selección de poemas del libro de José Luis Ruiz, Ida y vuelta a Nueva York (Ediciones Carena, 2009).
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