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Eduardo Laporte: Postales del náufrago digital (Prames, 2008)

Eduardo Laporte: Postales del náufrago digital (Prames, 2008)

    NOMBRE
Eduardo Laporte

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Pamplona (España), 1979

    BREVE CURRICULUM
Licenciado en Comunicación Audiovisual y Máster en Periodismo Multimedia. En 2004, logró el Premio del Público en el Certamen de Jóvenes Artistas de Navarra con El detective Ninguno y los enfants terribles y dos años después el Primer Premio con Luz de noviembre, por la tarde, una crónica personal sobre la experiencia de la muerte cercana. Es también autor de la novela inédita El náufrago cosmopolita y de más de 300 postales en el blog El náufrago digital




Creación/Creación
Eduardo Laporte: Postales del náufrago digital
Por Eduardo Laporte, martes, 6 de enero de 2009
La escritura en formato blog tiende, por lo general, a ganar la batalla a la inmediatez, a ser la sombra de la actualidad, a descuidar la forma en beneficio del fondo, del mensaje. Son textos para leer rápido, de una sola vez y cuyo interés se agota conforme pasan las horas. Eduardo Laporte se enfrenta a esta corriente y realiza un ejercicio completamente opuesto. Las postales del náufrago digital exigen del lector una lectura pausada, acorde con una prosa cuidada poco común en el universo on-line, que demuestran que la literatura de calidad también es posible en Internet. Este volumen recoge los textos más representativos del estilo de este joven autor que se sirve de su oficio de periodista y de su vocación de observador para hablar de todo menos de las noticias, haciendo bueno aquel verso que decía que es poesía todo lo que no está en el poema.

Kit Kat existencial

Ayer me encontré con Ortega y Gasset en un döner kebap. Bueno, en realidad, con una frase suya, que extraje de El Cultural de El Mundo y que chulimangé en una mínima servilleta porteadora de máximas volanderas. No esperaba que tuvieran suplementos culturales en esos metros cuadrados turcos de Carabanchel, a esas horas de la noche de busca barojiana por donde los turistas no asoman el pico. Me conformaba con cualquier cosa, algo para entretener el ojo en esa solitariedad (ojo al palabro) de jueves de febrero en a tomar por culo. Ese Madrid de ultrarríos (Manzanares, a saber), donde uno se encuentra con cadáveres de bar con triste epitafio: Se alquila. Donde van apareciendo esos ocho millones de españoles que viven en el umbral de la pobreza, caracoles con cajas a cuestas y mantas arrumacadas entre las cavidades de esas zapaterías sin Manolos Blahniks.

“La realidad genuina de la vida humana incluye el deber de un retiro frecuente a la solitaria profundidad de uno mismo”. Combinar las sentencias orteguianas con la salsa libanesa por entre las comisuras de los labios, y ese hablar como especiado de los Apus del susodicho badulaque tiene su aquel, creedme. La máxima no es que sea una de esas para apuntar entre los pliegues de nuestras carpetas de semimadurez, tampoco de esas que sirven para epatar a los culturetas de videoclub, ni para arrobar a las lectoras de Mario Benedetti. Pero no sé, algo me empujó a llevármela de aquel tabernáculo moruno, y apuntármela en la frente mientras bajaba por el Paseo de Extremadura, con un frío esta vez acorde a la estación.

Lo dice un filósofo, de los más grandes, además. La necesidad de parar, de tomar una pausa de horas o años, una siesta en la vida para ordenar el tetris de nuestra existencia. Algo así pedía hace poco Rodríguez Ibarra: “Que se pare todo un poco”. Se refería a la cuestión catalana, pero sí, amigos, el mundo iría mejor si hiciéramos caso a los filósofos, que no sólo pedalean en el limbo de conceptos como contingente u ontológico. Los simples son más complejos de lo que se creen, y muchos presuntos complejos son más simples que la receta del huevo frito con tomate apis. Debería existir un derecho constitucional al retiro, a la héjira personalizada, al apartamiento monacal, al escapismo houdinil hasta el tope de nuestros ombligos, que son pozos con fondo (y alguna pelusilla azulada).

Parar y volver a mirar el mapa, reorganizar la ruta, repensar a dónde íbamos, ver si seremos capaces de llegar, si queremos llegar, si el camino nos resulta agradable. Todos lo necesitamos, yo y tú, si tú, que me lees, desde Extremadura, el este de Venezuela o el mismo centro de esa ciudad del norte que se levanta tantos días nublada.

No se me ocurre mejor inversión.
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