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Manuel Jorge Marmelo: Oporto irrepetible (Alhena Media, 2008)

Manuel Jorge Marmelo: Oporto irrepetible (Alhena Media, 2008)

    AUTOR
Manuel Jorge Marmelo

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Oporto, 1971

    CURRICULUM
Ejerce como periodista desde 1989. Publica habitualmente textos y cuentos en diferentes antologías y publicaciones de Portugal, Brasil, México y Francia. En 1996 inició su periplo como escritor de ficción con la obra O homem que julgou morrer de amor. Sus útimas obras son Os fantasmas de Pessoa (2004), O silêncio de um homem só (2004, Grande Prémio do Conto Camilo Castelo Branco), Os olhos do homem que chorava no rio (2005) y O peixe Baltazar (2005)



Manuel Jorge Marmelo

Manuel Jorge Marmelo

Edificio en la avenida dos Aliados

Edificio en la avenida dos Aliados

El río Duero hace su entrada en Oporto

El río Duero hace su entrada en Oporto

Rua de Santa Catarina

Rua de Santa Catarina

Rua da Ribeira

Rua da Ribeira

Ribeira vista desde Gaia. En primer plano, barco "rabelo"

Ribeira vista desde Gaia. En primer plano, barco "rabelo"


Magazine/Nuestro Mundo
Oporto irrepetible
Por Manuel Jorge Marmelo, lunes, 5 de mayo de 2008
Este Oporto irrepetible (Alhena Media, 2008) de Manuel Jorge Marmelo es el retrato posible de una ciudad en proceso de cambio y el primer acercamiento tras la primera oleada de las numerosas obras efectuadas... El retrato de Oporto que surge de estas páginas es profundamente personal. Es la visión de alguien que nació en la ciudad y que la disfruta todos los días. Los cambios en los modos de viajar y la diversidad de viajeros que acuden a las ciudades exigen autores capaces de ofrecer una visión nueva, amplia y personal, más cercana a la realidad.
Aunque hay publicaciones sobre aspectos concretos de la ciudad y sobre su patrimonio, apenas existen guías de viaje dedicadas a Oporto —la verdad es que existen muy pocas—. De hecho, hace muy poco tiempo que la segunda mayor ciudad portuguesa comenzó a formar parte del circuito turístico internacional debido, especialmente, al reconocimiento de su casco antiguo como Patrimonio de la Humanidad, primero, y a su designación como Capital Europea de la Cultura en 2001, después.

Estos dos acontecimientos, a los que habría que sumar la construcción del metro, provocaron la alteración de la fisonomía de la ciudad como hacía tiempo que no se veía. En los últimos años, los principales espacios públicos han sido objeto de intervenciones urbanísticas que, para bien o para mal, modificaron sustancialmente su perfil. Si, entre los portuenses, las opiniones sobre los beneficios que estos cambios supusieron para la ciudad continúan divididas —se critica la desaparición de la memoria de ciertos lugares—, para los visitantes los cambios producidos han permitido rescatar algunos espacios que hacía tiempo exigían un tratamiento más adecuado a la riqueza patrimonial de la ciudad.

Este Oporto irrepetible es, por lo tanto, el retrato posible de una ciudad en proceso de cambio y el primer acercamiento tras la primera oleada de las numerosas obras efectuadas. Consciente del carácter algo voluble que presenta la ciudad, he procurado mostrar el Oporto que se resiste a las novedades, el de las piedras antiguas y gastadas, el que guarda las marcas del tiempo, además de dar cuenta de todo aquello que, aún siendo nuevo, ha sido perfectamente asimilado por la ciudad. Al final, Oporto tiene ahora nuevos iconos, como la Casa de Música diseñada por el arquitecto holandés Rem Koolhaas o elementos de movilidad que no dejarán de constituir un valor añadido para quienes visiten Oporto: la más moderna red europea de metro y un aeropuerto completamente nuevo, más cómodo, más confortable y con mayor número de enlaces internacionales, que se beneficia a su vez de su conexión por metro con el centro de la ciudad.

El retrato de Oporto que surge a partir de aquí es, en cualquier caso, profundamente personal. Es la visión de alguien que nació en la ciudad y que la disfruta todos los días. Durante este retrato he pretendido no olvidar ninguno de los elementos que hacen de Oporto un lugar que vale la pena descubrir (y que cada día es descubierto por un mayor número de turistas). El Oporto de esta guía —que es ante todo mi Oporto— es poco permeable a las modas pasajeras. Desde los reflejos de las casas en el río Duero al aire abierto del frente marítimo; desde la Torre dos Clérigos hasta el Museo de Serralves; del vino de Oporto a la francesinha, de la Ribeira a las calles de las galerías de arte, de las escaleras sinuosas y estrechas del casco antiguo al esplendor barroco de las iglesias; ésta es una ciudad perenne, a disposición de los turistas pero, especialmente de cada uno de los portuenses.

Cómo es Oporto

A pesar de no tener el atractivo de las grandes metrópolis turísticas del mundo, Oporto es una ciudad calurosa y de una belleza hecha de pequeños encantos. Rápidamente encandila a quien la visita y contamina todos sus sentidos.

Subiendo hacia el Duero, desde el sur, hasta su desembocadura, nos detenemos junto a la orilla y al mirar enfrente surge ante nosotros la ciudad de Oporto. Asomada al río, se extiende perezosa hasta donde alcanza la vista, mientras se desliza y salta de colina en colina llena de brío, equilibrada sobre las escarpas graníticas en una eterna precariedad. Rápidamente nos damos cuenta de que la segunda mayor ciudad portuguesa alberga una historia rica y un pasado lleno de contradicciones.

Sobresaliendo sobre los apiñados tejados y las pequeñas casas que conforman su núcleo más antiguo y pobre, la ciudad nos muestra sus colosos de granito, los antiguos palacios y las iglesias-fortaleza, los agrestes peñascos, las grandes edificaciones y las sólidas murallas que parecen sostener la ciudad, impidiendo que se precipite al río. Todo ello enmarcado por el emblemático puente de hierro con dos tableros, llamado puente Luís I, proyectado por Téophile Seyrig (discípulo de Eiffel), cuya espectacular imagen evocaremos tras el viaje.

Si el tiempo acompaña, podremos disfrutar de las vistas desde el muelle de Gaia. Para entonces, ya tendremos a nuestra espalda las bodegas del vino de Oporto y, más adelante, los típicos barcos rabelos colocados en línea a lo largo del río, que conservan la memoria de antaño, cuando los toneles del néctar que dio a conocer el nombre de la ciudad por todo el mundo eran transportados río Duero abajo en estos frágiles barcos que algunas veces eran tirados desde la orilla por hombres o por animales, la única forma, por aquel entonces, de vencer las dificultades, hoy en día superadas mediante la construcción de embalses, de un río indómito. Tiempos legendarios que nos conformaremos simplemente con evocar e imaginar, mientras nos preparamos para salir a descubrir una ciudad cargada de historias y vicisitudes.

Hay que dejar claro que Oporto no es París ni Barcelona, ni tampoco Nueva York o Venecia, ni Río de Janeiro o Praga, lo cual tiene, sin embargo, sus ventajas. Se puede conocer la ciudad con tranquilidad, sin tener que disputar cada rincón interesante con un nutrido grupo de turistas fascinados. Aunque no posea el refinamiento de las grandes mecas del turismo, Oporto puede ser considerada una ciudad de extraordinaria belleza si se la visita con detenimiento. No es el portuense quien lo afirma, sino el viajero que ya conoce algunas de las grandes capitales. Oporto puede ser romántica y divertida, melancólica y pintoresca, histórica y contemporánea, típica y cosmopolita, bella y fea, monumental y hecha de pequeños detalles que llaman nuestra atención. Todo dependerá del punto de vista desde el que se la mire y del estado de ánimo del visitante. Por ello, se puede afirmar que la ciudad es bella y acogedora y que ofrece motivos más que suficientes para que se enamoren de ella todos los que la visiten por primera vez.

Debo confesar, como tripeiro que soy, es decir, natural de Oporto, que muchas veces lamento no tener tiempo para pasear por mi ciudad como lo hacen los visitantes, ni para poder dormir en un hotel junto al río o frecuentar sin prisa sus bares más acogedores, recorrer las calles y observarlas con la mirada virgen de quienes la descubren por primera vez, y sentarme en sus terrazas para ver cómo va cambiando la luz en el cielo, cómo se acumulan las nubes, cómo se forma la neblina sobre el río y se disipa en una bruma diáfana, y cómo todo ello modifica el propio aspecto de la ciudad. Oporto muestra una imagen cuando la baña el sol —alegre, bulliciosa y llena de colores que se reflejan en el espejo del río, como si fuera una heroína de Balzac vanidosa y bien conservada— y otra muy diferente cuando le falta esa luminosidad y se impregna de una expresión melancólica y ausente, como «de milano herido en el ala», como tan bien la describe uno de sus mejores cantores, Carlos T, en «Porto Sentido », un himno a la ciudad que se ha hecho célebre en la voz del cantante Ruy Veloso:

Quien llega y cruza el río
junto a la sierra del Pilar
Ve un viejo grupo de casas
que se extiende hasta el mar

Quien te ve al cruzar el puente
como cascada sanjuanina
erigida sobre un monte
en medio de la neblina.

Por callejas y calzadas
de Ribeira a Foz
por piedras sucias y gastadas
y faroles tristes y solos

Con la expresión grave y seria
de un rostro de piedra
que nos oculta el misterio
de esa luz bella y sombría

Verte así abandonada
con aspecto ceniciento
y tu gesto tan mohíno
de quien muele un sentimiento.

Es siempre la primera vez
en cada regreso a casa
volver a ver tu altivez
de milano herido en el ala.

Oporto es, pues, una ciudad hecha de pequeñas cosas, de momentos raros, de pinceladas breves y gestos sutiles, como los que refleja esta canción. Si esto no es suficiente para encandilar al visitante, por lo menos dejará en la memoria de éste un recuerdo cálido y simpático, además del deseo de regresar a ella para dedicar más tiempo a cada una de sus calles y observar con detalle las tallas doradas de las iglesias barrocas y los diferentes tonos de luz de sus callejuelas, del musgo acumulado en el tronco de los árboles o de las hojas de los más recónditos parques y jardines.

Quien no haya visto jamás el río Duero desbordarse e inundar las calles de la zona baja de la ciudad sembrando la angustia y, al mismo tiempo, una extraña especie de poesía no podrá comprender Oporto. Con un emplazamiento privilegiado en la desembocadura del Duero, la ciudad se asoma al mar, a la vez que mantiene una estrecha vinculación con el río. Él ha sido, a través de los tiempos, la vía de entrada de la riqueza y de la miseria, del vino de Oporto y de las temibles inundaciones, de la peste, pero jamás del odio o de cualquier tipo de enemistad. Sólo respeto.

Un ejemplo de ello es que uno de los mayores héroes del Oporto contemporáneo es el ya fallecido «duque da Ribeira», un personaje muy popular que se lanzaba al río para salvar a todo aquel cuya vida peligrase, ya fuera por haberse caído o por intentar suicidarse, arrojándose desde lo alto del puente Luís I. Los niños y jóvenes del barrio de la Ribeira continúan tirándose, sin ningún temor, a estas aguas profundas y oscuras como si se tratara de una piscina, muestra de que la herencia del «duque » permanece en sus habitantes. Por último, si el viajero se halla en la ciudad durante las festividades de San Juan, se le recomienda asistir a una de las procesiones típicas de los santos populares, el de Miragaia, barrio que suele ser uno de los más afectados por la ira del río y que «parece más bello en los tristes días de crecida», asemejándose entonces a Venecia.

Esta curiosa mezcla de cosmopolitismo y de tradición es fruto de la historia de la ciudad y de la larga convivencia de ésta con los extranjeros que en ella se asentaron para explotar lo que es hoy todavía la principal enseña internacional, el vino de Oporto, a pesar de las conquistas más recientes del principal club de fútbol de la ciudad. Gracias a todo ello se ha creado una «pátina» de orgullo y, a la vez, de resentimiento con relación a la capital, de donde nunca ha venido, según la opinión de muchos portuenses, el estímulo necesario para que la ciudad superase sus problemas históricos. El calificativo de tripeiros referido a los habitantes de Oporto se debe a que los portuenses, en la época de las grandes gestas marítimas, consumían las vísceras o tripas de los animales que eran sacrificados para ser almacenados en los barcos, lo que dio lugar al plato más famoso de la gastronomía portuense, las tripas à moda do Porto.

A pesar de que en Oporto se halla una de las mayores universidades del país, a la que todos los años llegan miles de jóvenes, quienes esperen encontrar aquí una ciudad rejuvenecida y llena de vida quedarán bastante decepcionados. Sin duda hay un mayor dinamismo, aunque no será suficiente para los que alberguen demasiadas expectativas. Esta ciudad es una concentración ambigua de potencialidades y contradicciones. De conservadurismo y arrojo, tal como se puede comprobar en la universidad.

Centro de una región cuyo tejido económico se compone de pequeñas y medianas empresas textiles y de calzado, Oporto se ha afianzado como el principal centro creativo de la moda portuguesa, pues aquí ha surgido, gracias a la Associação Nacional de Jovens Empresários, el Portugal Fashion, evento al cual se debe la internacionalización de la moda nacional. Algunos de los principales centros de investigación científica del país tienen también aquí su sede, y una gran parte de la música que se escucha por la radio y televisión portuguesa procede de la ciudad. La facultad de Arquitectura es reconocida a escala internacional gracias a nombres como el de Álvaro Siza Vieira, Eduardo Souto Moura o Fernando Távora. Sin embargo, parece que nada de todo esto es suficiente para sacar a la ciudad de su estado de ánimo melancólico y deprimido, y conseguir que disfrute plenamente de todas sus capacidades. En este aspecto, quizá el viajero pueda hacerlo mejor que los portuenses.

Cómo son sus habitantes

Seguramente son los poetas quienes mejor han definido a los portuenses, como Sophia de Mello Breyner Andresen y su poema «Esta gente»:

Esta gente cuyo rostro
A veces luminoso
Y otras veces tosco

Unas veces me recuerda
[a los esclavos
Otras me recuerda a los reyes.

Se puede afirmar que los tripeiros, aunque no lo admitan, difícilmente podrían reflejar de modo más fiel la manera de ser de la propia ciudad, profundamente contradictoria y en muchas ocasiones más empeñada en señalar sus propios defectos que en solucionarlos. Los portuenses pueden pasarse todo el año protestando por cualquier cosa, quejándose incansablemente de los defectos de todo y de todos, pero, cuando reciben visitas, se muestran extremadamente acogedores y celosos defensores de su ciudad. Vestirán su mejor ropa, cubrirán la mesa con el mantel más delicado y ofrecerán los mejores manjares —aunque sea en su restaurante preferido — y, cuando enumeren las muchas virtudes que tiene la ciudad, se mostrarán completamente sinceros.

De hecho, aunque vivan en ella desde hace poco tiempo, los portuenses aman su ciudad profundamente y son sus mejores embajadores. Nadie la aprecia tanto como ellos quizá porque, aunque son capaces de ver los peores defectos del objeto de su devoción, no permiten que estas faltas estropeen la fascinación de una antigua pasión. En privado, los portuenses critican a la mínima oportunidad los socavones de la calle o la falta de limpieza de algunas fachadas. Sin embargo, ante extraños, les enseñan a ver cómo el socavón y la fachada sucia también pueden formar parte de un bello conjunto.

Dicho esto, el visitante debe saber que también entre los portuenses las asimetrías son enormes. Esta ciudad dejó hace mucho tiempo de ser la segunda más poblada de Portugal, pues ha ido empujando sin cesar a sus habitantes hacia las ciudades limítrofes. Durante el día, Oporto es aún un centro económico pujante y bullicioso, pues acoge en sus calles y edificios a más de un millón de personas. Por la noche, sin embargo, la ciudad queda algo despoblada, ya que sólo cuenta con unos trescientos mil residentes fijos.

La ciudad está casi exclusivamente habitada por personas con cierto poder adquisitivo, que pueden afrontar los altos precios de las casas, o bien por los más pobres, a quienes el ayuntamiento concede viviendas sociales. Por ello encontramos, casi pegados, urbanizaciones de lujo y barrios sociales despersonalizados, ejemplos arquitectónicos notables y edificios en avanzado estado de degradación.

Durante muchos años la concentración demográfica en el centro histórico llegó a límites humanamente insoportables. Aunque hoy en día los barrios antiguos ya estén más vacíos, aún presentan una densidad de habitantes por metro cuadrado muy superior a lo aconsejable e incluso aceptable, estando además tradicionalmente habitados por una población empobrecida y envejecida, poco escolarizada y sometida a fenómenos de exclusión social más o menos endémicos, que ninguno de los muchos programas de intervención llevados a cabo a lo largo de los últimos treinta años ha conseguido erradicar del todo.

A pesar de las dificultades, el portuense es, por lo general, afable y simpático, y se distingue por la facilidad y franqueza con las que, olvidando las reglas de etiqueta, recurre al lenguaje más popular, plagado de palabrotas. No hay que ver en ello, sin embargo, ningún tipo de agresividad, sino al contrario, pues los «tacos» forman parte del código social del tripeiro, es una señal amistosa y muy arraigada.

Todo esto forma parte de las muchas anécdotas que se suelen contar de los portuenses. Aunque siempre tienen algo de verdad, también es cierto que no todos los portuenses hablan de esa forma, al igual que no a todos les gusta el plato tradicional de tripas à moda do Porto —hay muchos que las detestan — y son seguidores del Benfica, el histórico rival del mayor club de fútbol de la ciudad, el FC Porto. También hay tripeiros antipáticos y otros que no sufren el síndrome de vivir en esta ciudad y que están francamente satisfechos con la vida que llevan.
 

 
Nota de la Redacción: agradecemos a Alhena Media la gentileza por permitir la publicación de este texto correspondiente al libro de Manuel Jorge Marmelo, Oporto irrepetible (Alhena Media, 2008) en Ojos de Papel.
 
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