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Fidel Castro

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Carlos Malamud es profesor Titular de Historia de América Latina de la UNED e investigador principal del Real Instituto Elcano

Carlos Malamud es profesor Titular de Historia de América Latina de la UNED e investigador principal del Real Instituto Elcano

Raúl Castro

Raúl Castro

José Ramón Machado Ventura

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Felipe Pérez Roque

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Ricardo Alarcón

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Carlos Lage

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Análisis/Política y sociedad latinoamericana
Cuba y su futuro
Por Carlos Malamud, domingo, 2 de marzo de 2008
El propósito de Fidel Castro de no presentarse como candidato a presidir el Consejo de Estado fue considerado por la prensa internacional como una renuncia en toda regla a sus puestos de gobierno y como el inicio de la transición en Cuba. Los hechos, una vez más los tozudos hechos, han venido a demostrar que mientras Castro siga ocupando un lugar destacado en la escena política cubana, aunque sea en un segundo plano, cualquier proceso en dirección a cualquier transición es totalmente impensable. Sin embargo, esto no obsta a que en el interior del régimen se estén fraguando algunos cambios, lentos y básicamente económicos, que en el día de mañana puedan ser la base de transformaciones mayores.

La renuncia de Fidel Castro se vivió en todo el orbe con una intensidad inusitada. El olor de funeral se olía en el ambiente y muchos periódicos rápidamente hicieron emerger parte del material que tenían preparado para el momento de su muerte. Inclusive circularon numerosas biografías del personaje, como si se tratara de notas necrológicas. Pero Castro no se había muerto. ¡No! Son muchos los que, alrededor del mundo, le tienen tantas ganas al longevo dictador que cualquier situación es buena para adelantar su sepelio. Como en un castillo de naipes, la situación creada por la no muerte de Castro dio lugar a numerosas especulaciones y a afirmaciones altisonantes del tipo: “Ha comenzado la transición en Cuba”, “Raúl Castro a la cabeza de los cambios” o “Los cambios comenzarán por la economía pero rápidamente se trasladarán a la política”.

Pronto fueron muchos los que se dieron cuenta que el domingo 24 de febrero era una fecha crucial, ya que entonces la Asamblea Nacional del Poder Popular cubana debía elegir a los componentes del Consejo de Estado y a otros altas instancias del complejo entramado gubernamental. Con anterioridad al trascendental momento, la gran duda era si Raúl Castro sería el presidente, o Carlos Lage o algún otro destacado militante, y mucho más joven, se haría cargo del puesto, aunque de un modo u otro todo el poder no recaería en los soviets sino en Raúl Castro. Al final, escasas sorpresas. Raúl Castro fue elegido presidente y a instancias suyas el parlamento aprobó una moción que señalaba que Fidel Castro sería consultado en todas "las decisiones trascendentales para el futuro del Estado, como la defensa, la política exterior y el desarrollo socioeconómico". De este modo, el líder máximo de la Revolución Cubana era ungido como una especie de reina madre revolucionaria, sin la cual sería imposible avanzar. Resulta curioso que los mismos que en su momento impulsaron el mito del hombre nuevo sean los mismos que en un acto de trepidante culto a la personalidad terminen afirmando el carácter único e irrepetible de un hombre sin parangón sobre la faz de la tierra, el líder máximo de la Revolución.

También logró incorporar a más generales al máximo órgano colegiado que gobierna el país, una clara señal de quienes son el sector con más peso para el futuro de la Isla

Un tema de fondo gira en torno a las motivaciones de Fidel Castro para no seguir al frente de su revolución. Es evidente que su salud deteriorada no termina de mejorar, a tal punto que ni siquiera pudo renunciar por televisión, frente a su amado pueblo. Pero esto no es todo ni explica la totalidad de las cosas. Lo más grave tiene que ver con la falta de legitimidad de un gobierno provisional y cualquiera fueran las metas que se hubiera propuesto un gobierno encabezado por su hermano Raúl, tanto da impulsar los cambios como defender a ultranza el status quo, un gobierno provisional tenía escasa legitimidad. De ahí la apuesta por la Constitución y la legalidad vigentes.

Fue en ese contexto que Raúl Castro armó un Consejo de Estado más acorde con sus intereses, comenzando por el vicepresidente primero, cargo que recayó en el médico José Ramón Machado Ventura, uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba y hombre de gran lealtad a los hermanos Castro. También logró incorporar a más generales al máximo órgano colegiado que gobierna el país, una clara señal de quienes son el sector con más peso para el futuro de la Isla. En sintonía con la necesidad de enviar algunos mensajes de renovación apoyó la designación de más dirigentes de color, así como mujeres representantes de algunos movimientos sociales.

La vocación reformista de la élite dirigente cubana brilla por su ausencia. Ésta sólo podrá emerger si aumenta el nivel de reclamaciones de los sectores populares

Si bien los sectores recalcitrantes han logrado conservar sus posiciones, como evidencia el hecho de que tanto el canciller Felipe Pérez Roque mantuviera su cargo en el Consejo de Estado o que la presidencia de la Asamblea volviera a recaer en Ricardo Alarcón. No había demasiadas posibilidades, en la actual coyuntura, de que las cosas fueran de otro modo. Por eso, todo indica que el futuro inmediato de Cuba va a estar marcado por algunas reformas económicas, la mayoría tímidas aunque se tomen algunas de gran calado económico, como aquellas relacionadas con el funcionamiento de los mercados agrarios. Poco más. El ritmo de las reformas seguirá acorde con los ritmos caribeños y poco podrá esperarse de una transformación de relieve. De momento la suerte de los dos hermanos Castro está firmemente unida y mientras esto siga ocurriendo poco de bueno podrá verse en Cuba, más allá de las recientes bendiciones vaticanas.

Se dice frecuentemente que el futuro de Cuba depende de los cubanos. Hoy más que nunca una afirmación de este tipo es cierta. La vocación reformista de la élite dirigente cubana brilla por su ausencia. Ésta sólo podrá emerger si aumenta el nivel de reclamaciones de los sectores populares. Mientras esto no ocurra la agenda reformista será muy escueta. Por eso, nunca como en la Cuba del siglo XXI, a mayor presión popular más vocación de transformación y cambio por parte del gobierno.


 

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