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James Owen: Nuremberg. El mayor juicio de la historia (Crítica, 2007)

James Owen: Nuremberg. El mayor juicio de la historia (Crítica, 2007)

    AUTOR
James Owen

    GÉNERO
Historia

    TÍTULO
Nuremberg. El mayor juicio de la historia

    OTROS DATOS
Traducción de Encarna Belmonte y Ferran Esteve. Barcelona, 2007. 418 páginas. 29,90 €

    EDITORIAL
Crítica




Reseñas de libros/No ficción
James Owen: Nuremberg. El mayor juicio de la historia (Crítica, 2007)
Por Rogelio López Blanco, lunes, 1 de octubre de 2007
El juicio de Nuremberg, como se ha reiterado en numerosas ocasiones por expertos juristas e historiadores, fue organizado y condicionado por los vencedores de la guerra mundial, las cuatro potencias, URSS, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, país que llevaba la iniciativa en el asunto. Es cierto que las limitaciones de la defensa fueron considerables frente a los privilegios de la acusación y así lo pone de manifiesto el autor del libro, lo mismo que cuestiona la consistencia de las acusaciones, por su carácter novedoso y el problema que planteaban de aplicación retroactiva de penas por crímenes nunca antes tipificados. No obstante, el encausamiento de la cúpula nazi, primero de la serie de juicios contra los criminales, fue un precedente que sentó doctrina y que ha permitido poner en el banquillo de los acusados a otros genocidas posteriores, como es el caso de los implicados en las atrocidades en el proceso de desmembración de Yugolavia o las matanzas de Ruanda. En definitiva, el juicio contribuyó al avance del Derecho Internacional y a la tipificación del delito de genocidio
Se buscaba un castigo ejemplar por las múltiples y variadas atrocidades producto de la expansión alemana: los bombardeos sobre población civil, las matanzas indiscriminadas, la explotación de la mano de obra esclava, la muerte por hambre y desatención de prisioneros de guerra, la destrucción de las infraestructuras productivas, etcétera . Los norteamericanos en particular estaban empeñados en castigar a los principales culpables, los elementos más representativos de cada rama de la urdimbre político-administrativa que perpetró la hecatombe mundial: la Wehrmacht, la Luftwaffe, la Marina, las SS y SD (servicio de seguridad e inteligencia del partido nazi), la Gestapo, el Gabinete del Reich, la diplomacia, la malla financiera, el aparato de propaganda, la maquinaria armamentista, los empresarios, la red de gobernadores de los países ocupados, aquellos que gestionaron los campos de trabajo y exterminio... Para ese castigo ejemplarizante se buscó a un representante significado de cada rama u organización con el consiguiente problema de encontrar gentes con el perfil adecuado en un momento en que muchos se habían suicidado, estaban desaparecidos o muertos.

En general, el planteamiento norteamericano, que pretendía enfrentar los valores de las democracias frente al despotismo fascista y personificar la condena global de todo un aparato de Estado y de la nación que le daba sustento, aparte del espinoso asunto de la culpa colectiva, era bien intencionado pero poco práctico. Ante un tribunal ad hoc, compuesto por ocho jueces de las potencias aliadas, sin ninguna intervención alemana, y con un componente dominante de carácter anglosajón, la cuestión de las pruebas era crucial y el tema ideológico estaba de más. Pese a eso, los fiscales americanos, encabezados por el juez Jackson se empecinaron en la línea más débil, demostrar la acusación con más endeble base jurídica y probatoria, la de conspiración o conjura.

El libro de James Owen, Nuremberg, constituye una primera lectura muy provechosa para todos aquellos que no han querido o podido aproximarse a la cuestión del primer juicio por su complejidad e implicaciones polémicas. El autor no pretende simplificar el fondo de las cosas, pero las muestra de forma dosificada y amena

Todas estas objeciones, y muchas otras, son meridianas y están bien fundadas, pero también es cierto, como señala James Owen, que ante la evidencia de los terribles crímenes cometidos y la magnitud de la matanza desatada por la agresión alemana, a nadie se le pasaba por la cabeza que no respondieran por sus crímenes. Las alternativas, como el fusilamiento de las cúpulas política, militar, etc., de la que inicialmente eran partidarios los soviéticos y Chuchill, aunque éste a menor escala, hasta incluso los propios alemanes hartos de la duración del proceso y de la humillación de lo que estaba saliendo a la luz, encerraban una arbitrariedad y similitud con el comportamiento nazi que vedaba esta salida.

La alternativa más lógica, pues, era un juicio, un consejo de guerra, en realidad, y, dentro de este marco, los Estados Unidos impusieron el criterio, como se ha mencionado antes, de que debería ser juzgado el sistema nazi en su conjunto y que, por primera vez, personas físicas deberían de responder por los actos llevados a cabo por un Estado. Todo esto tenía implicaciones, según se ha mencionada más arriba, muy insatisfactorias y a su esclarecimiento está destinado el libro de James Owen. Nuremberg, constituye una primera lectura muy provechosa para todos aquellos que no han querido o podido aproximarse a la cuestión del primer juicio por su complejidad e implicaciones polémicas. El autor no pretende simplificar el fondo de las cosas, pero las muestra de forma dosificada y amena. Proporciona un análisis inicial para dejar la casi totalidad del espacio del volumen, mediante la técnica de intervenciones cortas, salpicadas de comentarios orientativos, para ubicar a cada personaje, situación y antecedente, a los protagonistas y sus opiniones. Así, jueces, acusadores, abogados defensores, guardianes, testigos, acusados, periodistas, traductores, psicólogos... son los verdaderos protagonistas de esta narración histórica.

Con este método, va trazando un cuadro casi integral de lo que allí ocurrió. Expone la atmósfera de la sala, unas veces dramática y estremecedora por los conmocionantes testimonios de las víctimas supervivientes de los campos, las masacres, como la del gueto de Varsovia o la destrucción de ésta capital y su población en 1944, o los diabólicos experimentos médicos. No obstante, no sólo impactaron los detalles de quienes sufrieron y vieron las atrocidades, más espantosos si cabe fueron los testimonios de alguno de los verdugos. Sobresale el de Rufolf Hoess, a cuyo cargo estuvo el diseño y la dirección del campo de Auschwitz-Birkenau, quien detalló con orgullo profesional la concepción y funcionamiento del mismo. Sin embargo, la mayor parte de las sesiones se caracterizaron por el tedio, un oceánico e inacabable aburrimiento producto de la acumulación de pruebas, las reiteraciones, las lecturas de la enorme documentación compilada, las tácticas dilatorias y un sinnúmero de detalles que dilataban el proceso. No en vano duró diez meses, las sesiones comenzaron el 20 de noviembre de 1945 y las penas se leyeron a los acusados el 16 de octubre de 1946.

Las críticas al juicio de Nuremberg suelen adolecer del análisis de las penas y su justificación, ya que fueron muy desiguales. En esto destaca el libro, al poner en primer plano ante los lectores la labor de los jueces, en especial británicos y estadounidenses, sin menospreciar la labor de los franceses. Hubo absoluciones notorias (Von Papen), condenas a cadena perpetua y otras limitadas en años (de 10 a 20), frente a las 11 penas capitales

En la recreación a base de las intervenciones de los protagonistas y los fugaces comentarios del autor, también destaca el pugilato entre acusadores y acusados, los sentimientos y deseos que afectaban a unos y otros, en términos profesionales y de ambiciones los primeros, en temores, reacciones orgullosas y de asunción o no de culpas por parte de los segundos. Fragmentos de memorias y recuerdos, entrevistas y testimonios conforman el relato de esta pugna que luego continuaba en las rígidas condiciones de encarcelamiento que, con objeto de impedir suicidios (como el de Goering en el último momento, poco antes de proceder a su ejecución), experimentaban los dirigentes nazis en sus celdas, y en los ratos de esparcimiento de jueces y la parte de la acusación.

Hay un detalle de anacronismo que en parte desequilibra el libro, aunque es de rango menor. El autor hace demasiado hincapié en la cuestión de la Solución Final, en que abunda en testimonios sobre este asunto, cuando en realidad, como él mismo reconoce en el prefacio, no fue esa atrocidad sin parangón el centro del proceso, en tanto en cuanto lo demostraba el hecho de que el genocidio por orden de importancia era la cuarta y última imputación (crímenes contra la humanidad, que además abarcaba más capítulos que el genocidio).

Las críticas al juicio de Nuremberg suelen adolecer del análisis de las penas y su justificación, ya que fueron muy desiguales. En esto destaca el libro, al poner en primer plano ante los lectores la labor de los jueces, en especial británicos y estadounidenses, sin menospreciar el trabajo de los franceses. Hubo absoluciones notorias (Von Papen), condenas a cadena perpetua y otras limitadas en años (de 10 a 20), frente a las 11 penas capitales. Quiere esto decir que fueran cuales fuesen las intenciones de las potencias vencedoras y las cortapisas que pusieron a las defensas, los jueces, con excepción de los soviéticos, trataron de impartir justicia, de ceñirse a los hechos, llegando al caso de que el juez norteamericano Biddle se puso de parte de los franceses contra un evidentemente débil concepto de conspiración, el primer y fundamental cargo.

Este es el punto más destacado de la obra, hay que volver a subrayarlo, que pone de relieve que, pese a los enormes defectos de fondo y de forma del proceso, el juicio contribuyó a dar un salto de gigante en el avance del Derecho Internacional, en la tipificación del delito de genocidio. Gracias a la sombra de Nuremberg, son unos cuantos hasta hoy los asesinos de masa que no pueden dormir tranquilos o que ya han sido juzgados. No significa que no sigan ocurriendo atrocidades, sólo que les es y será muy difícil tener impunidad a quienes las perpetren.

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