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Ensayos civiles de Joan Fuster

Ensayos civiles de Joan Fuster

    AUTOR
Joan Fuster

    GÉNERO
Ensayo

    TÍTULO
Nuevos ensayos civiles

    OTROS DATOS
Edición y traducción de Justo Serna y Encarna García Monerris. Madrid, 2004. 320 páginas. 19,5 €.

    EDITORIAL
Espasa-Calpe




Reseñas de libros/No ficción
Joan Fuster: el compromiso civil
Por Anaclet Pons, martes, 6 de abril de 2004
En tiempos turbulentos, de confusión y apresuramiento, aparece esta nueva edición de uno de los pensadores más desconocidos para lectores en castellano. La magnífica introducción y la atinada selección de textos permitirá a muchos descubrir un ensayista de primer orden y un ciudadano comprometido con su pueblo.

El orden alfabético no es sino una variante del orden público
Joan Fuster, Diccionario para ociosos


Con la venia de los lectores sosegados, me apresuraré a señalar que éste es un libro estupendo. Para quienes habitualmente sacien sus necesidades con solapas y paratextos de otro orden, este acelerado juicio puede ser suficiente aperitivo. Para unos y para otros, no obstante, el volumen ofrece numerosos atractivos, tantos como para distraer unas cuantas horas en su atenta lectura. De entrada, como quiera que Joan Fuster escribió preferentemente en catalán, Encarna García Monerris y Justo Serna nos disponen una traducción (de forma muy cuidada) y una recopilación que tienen el aliciente de acercar a los lectores castellanos un escritor poco conocido. No se trata, en todo caso, de hallar para este autor un confortable hueco dentro de las letras hispanas, en donde su acomodo ha sido marginal, ni siquiera en las catalanas, en donde goza de una consideración reconocida. Pero en el primer caso, sin duda contribuirá a normalizar su presencia en ese ámbito cultural. Y en el segundo, no creo exagerar si afirmo que, sin pretender un lugar dentro de los estudios fusterianos, a muchos les habrá de parecer un análisis innovador.

En realidad, Joan Fuster fue un escritor (un ensayista, un historiador, un poeta o un trovador, como dirían otros) que para su desgracia ha perdurado demasiado tiempo prisionero de sus lectores, de los de uno u otro signo. La celda, pues, fue cimentada entre todos, aunque unos se esforzaran más que otros, y los materiales que se utilizaron son de sobra conocidos: el nacionalismo. O más bien debería decirse que la argamasa (y la excelente introducción que acompaña el volumen, un ensayo en sí mismo, da suficientes pistas en este sentido) está en el problema de la identidad, en singular y en plural. Sea como fuere, Justo Serna y Encarna García defienden con razón y atinados argumentos que existe otro Fuster (que es como siempre el mismo) y que ese otro es tan importante que no puede sino entenderse como medular. Esa defensa del Fuster literato, del maître à penser, más allá de los usos habituales, es quizá lo que primero destaca y es al tiempo lo que determina qué tipo de antología se confecciona. Y esa elección no puede dejar indiferentes a quienes conozcan la obra de Fuster, excepto quizá al lector barcelonés o catalán, en donde su complejidad ha sido mejor apreciada. Entre los que sólo se complazcan con lo publicado en castellano, el libro constituirá una sorpresa y el finísimo índice una invitación irrecusable. Otra cosa es hablar de sus destinatarios habituales, los valencianos.
Escoger el título de “Ensayos civiles” ha sido uno de los principales aciertos de Encarna García Monerris y Justo Serna

Entre estos últimos, entre nosotros los valencianos, Fuster parece condenado a ser simplemente un autor a ensalzar o a denigrar, y con tales extremos nadie puede gozar de una recepción adecuada. Unos han enfatizado emotivamente, y hasta casi la sacralización, la dimensión ideológica, política o, si se quiere, cívica de Joan Fuster, olvidando demasiado a menudo que antes que cualquier otra cosa fue un escritor, un literato. Así, en demasiadas ocasiones se empobrecía su discurso y se le comprendía de forma insuficiente. Otros ni siquiera han llegado a leerlo, adoptando siempre la incivilidad como respuesta, haciendo de su figura una suerte de hechicero demoníaco, alguien que debía ser quemado o aniquilado. De ahí que en uno y otro sentido, para destinatarios de ambos signos, escoger el título de “Ensayos civiles” ha sido uno de los principales aciertos de Encarna García Monerris y Justo Serna. No sólo porque el propio Fuster tuviera un proyecto de país “civilizado”, frente a quienes se aferraban a la barbarie y la incultura, sino por el sentido que los autores dan al término, distinguiendo de forma atinada, aunque polémica, entre "cívico" y "civil" . Tildar su producción de cívica supondría reducir su pensamiento a una única mirada, por importante que esta sea. Por eso, sus ensayos serían, nos dicen, “propiamente cívicos, obras que aspiran a cambiar las formas de civismo, de conciencia y convivencia”, textos que se apasionan en ensanchar y fundamentar el proceso de civilización . De ese modo, la glorificación o el vilipendio dejan paso ahora a la interpretación y, lo que es más importante, a la crítica. Pues, y he aquí una sencilla paradoja, un buen fusteriano ha de ser necesariamente crítico.
Se señala que su trabajo de literato no se puede disociar de su voluntad polémica, de su conciencia de ofrecer una forma discursiva de acción social, de su papel de agitador

Ahora bien, esa presentación puede que a algunos les parezca una suerte de operación cosmética, una manera de reacomodar a Fuster, de normalizarlo, en unos tiempos en los que la noción “nacionalismo” es condenada sin paliativos, en unos momentos en los que esa palabra se asocia interesada y exclusivamente con lo étnico y lo tribal. ¿Es eso así, se trata de maquillar la obra fusteriana? En absoluto. El buen lector apreciará en la introducción no la negación de esa idea nacionalista, sino su inclusión dentro de un conjunto más complejo. De hecho, presentarlo como ensayista, subrayar su dimensión cívica, es recordar a algunos de quienes Fuster consideró sus maestros, como Montaigne o Voltaire. De ese modo, se señala que su trabajo de literato no se puede disociar de su voluntad polémica, de su conciencia de ofrecer una forma discursiva de acción social, de su papel de agitador.

Nacido en la localidad valenciana de Sueca en 1922 y fallecido setenta años después en ese mismo lugar, Joan Fuster siempre fue consciente de esa condición y en todo momento supo que sus obras, ya fueran estudios académicos o simplemente literatura, resonaban en la realidad social del País valenciano. De modo que esa pasión nacional, como se ha dicho, fue una constante: lo fue en su decidida apuesta por el catalán como lengua literaria y en su voluntad de crear un público lector en esa lengua; lo fue en su intención de agitar los círculos literarios e intelectuales; lo fue en sus estudios eruditos y académicos; y lo fue en su difusión de la llamada “cuestión nacional”. Y la estela de su obra en ese sentido está fuera de toda duda, pues buena parte de la efervescencia intelectual valenciana se debe a su empuje. Lo que ocurre es que Justo Serna y Encarna García leen esa trayectoria de modo diverso, proponiendo que aquello que Fuster deseaba era elaborar un proyecto de país civilizado. De ahí, por ejemplo, la tensión en la que se instaló, de ahí el cansancio final, la desazón, y la pérdida de confianza en la clase política. Sin olvidar que ese desánimo estaba enraizado en sus reflexiones sobre la identidad, en la incomodidad que le generaba la dualidad, y a veces oposición, entre su condición de ensayista (individualista) y el nosotros (nacionalista).

No hay, pues, un Fuster al margen de la cuestión nacional, pues la cuestión de la identidad fue un elemento medular en sus escritos. Habría, pues, un Fuster nacionalista por ser civil, porque estaría obligado a ello frente a otros, por el desastre lingüístico y social del país en el que habitaba. Conviene no dejar pasar este último asunto, porque a muchos, desde la veneración o desde la zafia descalificación, les resultará controvertida. Y, sin embargo, las propias palabras de Fuster fueron inequívocas. Fue nacionalista porque los otros no le permitieron ser otra cosa, ni a él ni a sus conciudadanos, pues la alternativa era dejarse llevar, solazarse en el oprobio o en la sumisión. De ahí, pues, la desazón e incluso la irritación, la que mostraron sus textos y la que experimentaba por no poder hacer uso extenso y culto de su lengua materna, así como la que acabaría sintiendo por verse obligado a ser un nacionalista y no un ciudadano nacional, cansado de ejercer una autoridad moral involuntaria. Por eso mismo, señalan los introductores, Fuster no quiso agotarse en la tarea cívica y se propuso no dejar de ser el escritor civil que era.

Evidentemente, como toda selección o como cualquier interpretación, ésta tiene sus reparos. Los propios introductores ya nos advierten de que presentar a Joan Fuster par lui même es irrealizable, que es imposible resumir sus miles de páginas y considerar con atención la literatura secundaria. Por eso, la antología se detiene en la producción intelectual de los años que consideran de esplendor, las décadas de los cincuenta y sesenta, antes de aquella desazón final. Por eso mismo, la excelente introducción de Justo Serna y Encarna García ha de sacrificar necesariamente una parte de lo que sea Joan Fuster, pues precisamente es eso, una introducción, una magnífica invitación a su lectura. Así pues, el lector no hallará un recorrido por su obra ni por su biografía, y esta omisión quizá sea una rémora para quienes lo desconozcan completamente. Otros, en cambio, quienes lo hayan leído, quizá echen el falta su aportación como crítico, historiador o filólogo, o un análisis más atento de su recepción. Como compensación para todos, no obstante, las sugerencias son tantas y en tan breves páginas que cualquiera que se acerque al volumen se sentirá colmado. En fin, los compiladores habrán acertado si consiguen que el lector entienda a Fuster como el enciclopedista o humanista que le hubiese gustado ser, pero sobre todo si su minucioso trabajo les convence para prestar atención a la parte sustancial del libro, la que contiene los escritos de un autor demasiado desconocido.
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