Kim Thúy: <i>Ru</i>  (Alfaguara, 2010)

Kim Thúy: Ru (Alfaguara, 2010)

    TÍTULO
Ru

    NOMBRE
Kim Thúy

    EDITORIAL
Alfaguara

    TRADUCCCION
Manuel Serrat Crespo

    OTROS DATOS
Madrid, 2010. 145 páginas. 16 €




Reseñas de libros/Ficción
Kim Thúy: Ru (Alfaguara, 2010)
Por Eduardo Laporte, domingo, 3 de octubre de 2010
Relato autobiográfico de un exilio peculiar, que tiene mucho de aprendizaje, casi como de bildungsroman inconsciente, en el que la autora/protagonista juega con diversos niveles narrativos. Se sumerge en la infancia que vivió en su Vietnam natal, país que abandonó en 1978, en un precario bote a lo largo del Golfo de Siam, junto con decenas de refugiados como ella. Tenía entonces diez años y abandonaba para siempre un mundo del algodones, el de la alta sociedad de Saigón, que se desmoronaría con el recrudecimiento de la política comunista y con la entrada del ejército norteamericano. La llegada a Quebec, en Cánada, sume a los nuevos pobladores en la total desorientación. Esta asimilación del nuevo mundo, traumática al principio y dulce poco después, constituye otro espacio narrativo de Ru. La novela, o crisol de impresiones autobiográficas de un exilio, ha sido acogida con excelentes críticas y el aval de los premios, y no es mal estreno para la autora de origen vietnamita. El riesgo, quizá, es que se haya agotado el material en este primer trabajo, aunque eso es mucho especular. De momento, supone un pequeño y agradable acontecimiento literario.
Acercarse a otras miradas, miradas que escapan del molde occidental, suele ser garantía de satisfacción literaria, a poco que la obra elegida tenga una cierta calidad. No decepciona, en este sentido, la obra de Thúy, Ru, que significa, en vietnamita, 'canción de cuna', 'nana'. Como una voz que entra, imperceptiblemente, en la conciencia del lector, de un modo oblicuo, en absoluto altisonante, la autora nos cuenta su historia. Infancia feliz en la antigua Saigón, hoy Ho Chi Minh, hasta que un día los comunistas levantan un muro que divide la casa familiar en dos. Al principio, se acepta como cesión a los comunistas, recién entrados en la capital. Un año más tarde, las autoridades de la nueva administración comunista, no contentas con la división artificial y la 'ocupación' de media casa, se apropian de la otra media, tras un aséptico y humillante proceso en el que sellaron todas los objetos personales (“incluso el gran armario para sujetadores de mi abuela”).

La guerra les forzó a abandonar un país que ya no les pertenecía y los que pudieron, por su cuenta y riesgo, trataron de saltar hacia nuevos horizontes. Son de una belleza particularmente intensa las descripciones que la autora hace de ese proceso. No deja de ser fascinante que una adulta, asentada en su vida más o menos acomodada de ciudadana canadiense, retome ese material sensible, lo trabaje, le dé forma, y nos lo devuelva convertido en literatura. Lo cierto es que la literatura hecha a partir de recuerdos de la infancia, cuando se sabe huir del recuerdo insulso para el lector (el pintor Eduardo Arroyo reconocía su temor a caer en esa tentación, en su reciente libro de memorias), tiene algo de mágico. Se superponen dos miradas; la del niño que fue, y la del escritor que recrea y añade una nueva mirada, la literaria, para recomponer unas imágenes que, finalmente, conmueven al lector.

Esto sucede en páginas como la 107, cuando la autora rememora el momento en que la precaria embarcación que viajaban, boat people, huyendo de la guerra, se viene abajo. Son más de doscientas personas que han tenido la suerte de dar con una playa, desde la que observan el espectáculo, dantesco, de ver cómo se hunde lo único que les quedaba. El vehículo hacia la salvación es ahora un montón de tablas que “saltaban una tras otra en la cresta de las olas, como en un número de natación sincronizada”.

Es Ru una novela corta pero evocadora. No permite una lectura ágil sino que, como esos licores fuertes, se recomienda un consumo en pequeñas dosis y paladeando cada ingesta. Hay una contención del discurso, un exigente filtro narrativo, que exige al lector un cierto esfuerzo de concentración

Entrevisté a Thúy hace un par de semanas, para El Correo de Bilbao, y me contó el caso de su hijo autista. Un hijo autista que tiene presencia en el libro, con un seudónimo, y cuya figura tiene también un eco metafórico. El de la propia autora al llegar a Canadá, con diez años, un mundo tan nuevo como extraño, y la sensación de notarse sorda y muda, paralizada, ante todo ese universo en que gestos como estrecharse la mano no eran sino la punta del iceberg de una cultura distinta, desconocida, amenazante. Decía Thúy que el autismo de su hijo le ayudó a describir, en el libro, sus propias sensaciones al llegar a Quebec, desde Vietnam, tras el paso por un campo de refugiados, bastante insalubre, en Malasia. Contaba la vietnamita/canadiense que, a las pocas semanas de nacer su hijo, le sometieron a una serie de exámenes neurológicos con la intención de clasificar, en compartimentos estancos, el modo en que el niño percibía las distintas sensaciones: frío, calor, texturas, sabores, olores. Esa manera de percibir la realidad, intensa y como por partes, la adoptó Kim Thúy en Ru, para obtener esta una serie de fotografías del alma que componen este particular álbum de recuerdos. El resultado quizá pueda tener algo de áspero, de distante, de frío, pero también es cierto que es audaz, en términos literarios, y que crea limpieza, esa “claridad” que reivindicaban para sus obras los Dalí y Lorca de sus primeros años.

Es Ru una novela (y cuando decimos novela queremos decir obra literaria, obra de ficción, ficción autobiográfica, libro de memorias ficcionado, travestido de ficción) corta pero evocadora. No permite una lectura ágil sino que, como esos licores fuertes, se recomienda un consumo en pequeñas dosis y paladeando cada ingesta. Hay una contención del discurso, un exigente filtro narrativo, que exige al lector un cierto esfuerzo de concentración. La nana que pretende conseguir la autora no penetra en el lector, al menos en este lector, de un modo tan fluido como se podría esperar. Insisten mucho las actuales escuelas de creatividad literaria en la contención, en aquella máxima carveriana de si algo se puede decir en quince palabras, no conviene usar treinta. Puede que se gane en eficiencia informativa, pero también se consigue un estilo más seco, entrecortado, que puede resultar incómodo, distante. En ocasiones, el lector puede sentir esa aspereza y notar la triste sensación de que una novela corta se le hace larga.

No obstante, cuando hay una historia que contar, el estilo acaba siendo lo de menos. Eso lo sabe Thúy, y lo saben los miembros del jurado (libreros) de un premio de prestigio como el RTL-Lire 2010, francés, que eligieron su Ru. Particularmente interesante es esa mudanza de un mundo, el suyo de Saigón, en que era una princesita en una jaula de oro, al mundo de las oportundades que es Norteamerica. No hay asomo de arrepentimiento, de regret, que dicen los franceses, en la mirada de esta mujer que ha desempeñado un amplio abanico de oficios antes de despuntar en la literatura. Ese particular periplo, con todas las fases penosas que implicó, contando sin un atisbo de odio, encierra importantes lecciones. Una de ellas, que quedó patente en la citada entrevista, es la capacidad que tiene conocer el lado feo de la humanidad para descubrir, más tarde, la belleza. Muchos pasajes de Ru confirman este hecho.