El 
planeta de los simi-humanos (SH)
 
Lo que ha sido creído por todos 
siempre y en todas partes, tiene todas las posibilidades de ser 
falso. 
P. 
Valery
 
El mono 
interior
 
A 
media tarde salgo a gestionar mi baja en el Departament d’Ensenyament, que está a 
dos calles de donde vivo. El analgésico me produce una especie de animoso 
malestar, como aquel a quien su estómago le recrimina el exceso de alcohol que 
alegra su mente. Al bajar en el ascensor, percibo una luz amarilla, justo en el 
punto donde alguien me hurgó durante la siesta. Tal vez sea un efecto del 
fluorescente del techo.
 
Ando 
lento, grávido, en esta hora de calor intenso. De pronto, al pasar delante de 
una librería, creo ver en el escaparate un animal con aspecto goriláceo. Sonrío, 
¿hasta dónde nos puede llevar el afán de vender? Al acercarme, me desconcierto 
porque el primate no está en el interior, sino que se refracta, a modo de espejo 
y se agranda a medida que me aproximo, por lo que no tengo más remedio que 
admitir que el simio soy yo, o, mejor dicho, está dentro de mí. Lo veo a través 
del vidrio, sentado a la altura de mi estómago, visiblemente malhumorado, 
descargando patadas en el punto más sensible de mi lumbalgia, ahora me lo 
explico todo. Es sucio, pesado, viscoso y parece empeñado en causarme 
dolor.
 
-Necio, ¿qué haces? –le digo desde el otro lado del 
cristal.
 
El 
gorila da un salto de sorpresa. Primero trata de ocultarse, después, viéndose 
descubierto, adopta una postura agresiva.
 
-Apaga 
la luz que llevas en la frente, si no quieres morir  –la voz emerge ronca de mi propio 
interior.
 
-¿Quién eres tú? –le pregunto a mi okupa, muy 
enfadado.
 
-Soy 
tu Yo, el de antes de que te dejaras colonizar por ese grumo de basura 
sentimentaloide que corrompe tu cerebro -mi mono está indignado, echa espuma por 
la boca.
 
-No 
necesito que ninguna bestia me diga lo que tengo que hacer –advierto, con un 
punto de extraña osadía, mirando al reflejo de sus 
ojos.
 
-Sin 
mi protección no irás a ningún sitio, soy tu parte fuerte, la que te ha 
permitido superar a las demás especies.
 
-No 
preciso de tu fuerza. Eres tan musculoso como bobo –le respondo con rabia por el 
daño que me inflige.
 
-Oiga, 
señor, aléjese de mi vitrina, si no quiere que llame al manicomio –interviene el 
librero, que sale de la trastienda.
 
-No se 
preocupe, ya voy yo por mis propios medios –bromeo. Pero la sonrisa se me queda 
helada, al ver que él también está habitado por otro antropoide que ruge con 
fiereza al mío.
 
En el departament de 
“ensañament”
 
Al 
abandonar el establecimiento, con la agilidad que me proporciona la ingesta de 
otra pastilla, constato lo que ya me temía: la ciudad es un zoo y los 
ciudadanos, unas máscaras de carne edulcorada, tras las cuales, los primates 
implantan su civilización. Estamos habitados por monos, ellos son quienes 
manejan nuestro timón. Las aceras son pasarelas por donde desfilan, al ritmo que 
marca su simio interno, multitud de personas impecablemente ataviadas. La ciudad 
es una selva plagada de los simi-humanos (SH), una clase de homínidos muy 
avanzados, en cuyo entrecejo, no obstante, exhiben un área vedada a la 
colonización animal que en unos se muestra levemente iluminada y en otros 
completamente opaca. El color del pelaje es bastante variado, con predominio de 
las gamas foscas, entre la plebe, y de los cárdenos y rojizos entre los 
pudientes.
 
Hablando entre sí, doblan la esquina un sacerdote y un 
militar. El pavoneo con que se exhiben muestra el orgullo de sus respectivos 
monos, recubiertos de púrpura. Todo apunta a que este color sea un signo 
distintivo de poder. Tiemblo. La espalda vuelve a darme problemas, así que me 
siento en un banco público, cerca de un abuelo que musita imprecaciones. Su mico 
interior ya no está para trotes, se conforma con pasar 
desapercibido.
 
……………
 
Entonces, una mano se posa con suavidad sobre mi 
espalda. Alzo la cabeza y me percato de que estoy en la puerta del departamento 
de Enseñanza de la Generalitat, en la Vía “Angustias”. Hay gente a mi alrededor, 
algún rostro conocido me mira entre pasmado y 
divertido.
 
-Pepe, 
¿te ocurre algo? ¿Llamo a la asistencia médica?
 
Es mi 
amiga Mari Ángeles la que, con gesto compungido, tirando de mí, me conduce hasta 
su despacho. 
 
Al 
entrar, creo encontrarme en una gran jaula, por donde pulula toda una manada de 
humanoides enredados en un permanente y penoso rifirrafe de todos contra todos. 
Logro sentarme con dificultad. Estoy hecho una piltrafa, pero contento por mis 
nuevos descubrimientos. El mundo se me revela en dos dimensiones: por un lado 
veo a los trabajadores, más o menos aplicados, moviendo papeles sobre sus 
respectivas mesas y, por otro, contemplo a sus correspondientes simios, en 
actitud hostil, disputándose con ferocidad las pequeñas parcelas de 
poder.
 
En el 
rótulo alguien ha cambiado la “e” por la “a”. Ya no pone ensenyament, sino 
“ensanyament”. Me hallo en el centro de un vórtice de violencia silenciada, en 
el que cada persona intenta mitigar los efectos devastadores de la triple 
guerra: contra los de abajo, para abortar conjuras de quienes pretenden 
desbancarlos; contra los iguales, para disputarse las simpatías de los 
dirigentes y, contra éstos, para arrebatarles el puesto, aprovechando cualquier 
descuido. Carnicería entre gorilas mientras que, en la dimensión humana, unos se 
sonríen, otros se niegan la palabra y todos detestan, temen y envidian a quienes 
ocupan los despachos de la planta alta. En general, cuando un individuo se cruza 
con otro, sus respectivos cuadrúmanos se ponen en pie de guerra y, el que se 
considera más fuerte, se suele lanzar a la yugular del contrario, esgrimiendo 
unos colmillos de dimensiones proporcionales al poder que 
detenta.
 
Podemos decir que la civilización primate ha instalado 
su cuartel general en el inconsciente colectivo humano, y desde esta 
invisibilidad maneja el mundo a sus anchas.
 
“Toma de 
posesión”
 
En un 
momento dado todos hacen un alto y miran atemorizados cómo desciende por la 
escalinata, haciendo alarde de su condición, otro gran simio de proporciones 
colmillescas inusitadas, revestido de una deslumbrante aura purpúrea, ante la 
que todos se rinden. Aparece flanqueado por una cohorte de colaboradores, 
mientras los empleados se lanzan como posesos a ordenar sus escritorios y a 
maquillar sus sonrisas de sumisión. El partido ganador de las recientes 
elecciones ha nombrado al “Conseller” que, protegido por su séquito, avanza de 
mesa en mesa, instaurando el nuevo orden. Esgrime curvos caninos, una 
consistente capa de afeites para disimular antiguas dentelladas y una fálica 
vara de mando, al mismo tiempo que alardea ante los efluvios viscosos del miedo 
emanado de sus súbditos. Estoy asistiendo a la repetición, en versión humana, de 
la toma de posesión del documental.
 
Los 
acólitos del triunfador, disfrutan como monos de la efímera gloria, marcada por 
el capricho del gran colmilludo y la versátil voluntad de los votantes. Todo ha 
de hacerse deprisa, el vaciado de arcas, el premio a los aduladores, el abuso 
sobre las huestes de los vencidos… 
 
Los 
veo aproximarse con solemnidad hacia la oficina de mi amiga. Los cachorros 
derrotados en la batalla política están siendo aniquilados y sus líderes, 
después del disgusto, se acicalan para pactar y así seguir ocupando un cargo 
prominente, bajo los auspicios del reciente ganador. Es la ley del poder 
primate.
 
Mari 
Ángeles tiene más suerte, en su interior, una atractiva simi-hembra atrae la 
atención del victorioso que, con ojos arrobados, le comunica su ascenso. Él no 
sabe el porqué, pero su simio interno sí.
 
Lentamente se me aproxima un orangután, habitante del 
cuerpo de un antiguo director que no mostraba mucha simpatía hacia mí. Me ve 
descalabrado y el sabor de mi sangre excita sus glándulas salivares. No 
obstante, parece no querer ensuciarse y, mediante un gesto, ordena a uno de los 
suyos que se ocupe de mí, de modo que la secretaria del inspector médico 
improvisa una excusa para echarme.
 
La proliferación de 
jaulas
 
No me 
asusta el verme rodeado de SH, ni me preocupa que los monos se increpen entre sí 
y estén permanentemente obsesionados por el poder. Pero el asunto se complica 
porque, al salir del “Departament”, advierto que toda la ciudad está poblada de 
jaulas. En cada establecimiento constato la existencia de un colmilludo 
dominante, que, al modo de Yavé, ha puesto a sus trabajadores a “cultivar” su 
paraíso, mientras los vigila desde arriba con una triple obsesión: primera, 
hacer que permanezcan fieles, ya que depende del trabajo de estos; segunda, 
mantenerlos pobres para que necesiten imperiosamente de un salario y, en tercer 
lugar, propiciar su división para facilitar su 
control.
 
Nuestra “incivilización” se sostiene sobre celdas en 
cuyo interior se cultiva intacta la semilla de la sociedad primate. En efecto, 
la gran mayoría de empresas, entidades financieras, partidos políticos y núcleos 
de poder, responden al esquema organizativo emanado de la narración bíblica, tan 
vívidamente ilustrado por el documental.
  
Nota 
de la Redacción: agradecemos a Ediciones 
Carena su generosidad por autorizar la publicación de este 
extracto del libro de José Membrive, El 
Homo Transcendente (Carena, 2013), en 
Ojos de 
Papel.