Elizabeth Smart: <i>En Grand Central Station me senté y lloré</i> (Periférica, 2009)

Elizabeth Smart: En Grand Central Station me senté y lloré (Periférica, 2009)

    TÍTULO
En Grand Central Station me senté y lloré

    AUTOR
Elizabeth Smart

    EDITORIAL
Periférica

    TRADUCCCION
Laura Freixas

    OTROS DATOS
Cáceres, 2009. 160 páginas. 17,50 € 4



Elizabeth Smart

Elizabeth Smart

George Barker en 1942

George Barker en 1942


Reseñas de libros/Ficción
Elizabeth Smart: En Grand Central Station me senté y lloré (Periférica, 2009)
Por Juan Antonio González Fuentes, jueves, 1 de abril de 2010
En un reciente artículo confesaba Enrique Vila-Matas que cuando le preguntan si es fácil distinguir una buena novela de otra que no lo es, él explica que basta siempre con examinar la relación de la novela con las “altas ventanas” de la poesía. Las buenas novelas, en su opinión, están en sutil conexión con la alta poesía, aunque lo que hay que evitar a toda costa son las novelas construidas por poetas a base de prosa poética.
La estrecha relación novela (narración y épica) y poesía (lírica) creo que donde mejor se detecta es en la novelística anglosajona modernista, y sobre todo en autores como Joyce o Virginia Woolf, cuyas novelas presentan páginas y páginas directamente relacionadas con la alta poesía. A este respecto siempre he pensado, como ejemplo casi insuperable, en el comienzo de Las olas (1931) de Virgina Woolf, un texto casi híbrido, sin género, en el que la narración está recorrida de principio a fin por la poesía.

Pues bien, sin duda ninguna, a esta estirpe novelística heredera directa del mejor modernismo británico pertenece la novela que aquí y ahora recomendamos. Me refiero a En Grand Central Station me senté y lloré (1945) de Elizabeth Smart, publicada en español por la editorial cacereña Periférica a finales de 2009.

En Grand Central Station me senté y lloré es una autobiografía alejada por completo de los métodos del género, en la que Elizabeth Smart narra diversas fases de su relación con el poeta inglés George Barker

En Grand Central Station..., es una novela autobiográfica. O mejor dicho, deberíamos hablar mejor de una verdadera autobiografía novelada, una autobiografía alejada por completo de los métodos del género, en la que Elizabeth Smart narra diversas fases de su relación con el poeta inglés George Barker, desde que se enamora de él sin conocerlo físicamente hasta que queda embarazada. He empleado el verbo narrar y no es del todo correcto, al menos en el sentido más explícito y sobreentendido del término. Smart cuenta su vida (insisto, autobiografía), pero lo hace “desde” la poesía, o al menos desde el uso de una técnica narrativa por cuya sangre circula a velocidad de crucero el aliento poético, el aliento lírico. Soy sabedor de que cuando empleo aquí el término “aliento poético” me estoy yendo por las ramas, dada la imprecisión espantosa de la frase. Digamos que, en mi opinión, Elizabeth Smart, al plantearse la narración literaria de su relación amorosa con George Barker, se hace plenamente consciente de que el empleo de las técnicas narrativas tradicionales no le va a ser útil para expresar y plasmar el verdadero “estado de la cuestión”, y que va a necesitar de la capacidad expresiva de la alta poesía para lograr su empeño: “contar” su amor (su vida) pero plasmando poéticamente un “estado” interior y su evolución. El resultado, sinceramente, es una obra maestra del género (¿de qué género?), un libro que, como ha dicho Vila-Matas, es de una “bella intensidad, extrema y rara..., un perfecto ejemplo de novela en comunicación con el gran espectro poético”.

¿Pero quién fue Elizabeth Smart? Conocer la respuesta quizá no sea del todo esencial para acercarse con provecho a la lectura de En Grand Central Station..., pero es indudable que aporta muchos elementos que harán más fácil, intensa, comprensible e interesante la lectura. Recurro a la wikipedia, y les dejó aquí algunos apuntes acerca de nuestra autora.

Aparte de poco convencional, la relación de ambos fue tormentosa. Barker bebía mucho y contagió su adicción a Elizabeth. Tenían frecuentes y terribles peleas, en las que llegaban a las agresiones físicas

Elizabeth Smart (1913-1986) fue una poeta y novelista canadiense. Su obra más conocida, En Grand Central Station me senté y lloré, narra su relación amorosa con el poeta inglés George Barker (1913-1991). Elizabeth nació en el seno de una familia socialmente destacada de Ottawa; su padre, Russell Smart, fue un abogado de éxito. Su familia veraneaba puerta con puerta en Kingsmere Lake con el futuro Primer Ministro de Canadá, William Lyon Mackenzie King. Ella comenzó a escribir a edad temprana: publicó su primer poema a los diez años y reunió su primer libro de poemas a los quince. A los dieciocho años dejó su país para estudiar música en el King's College, de Londres. En 1937 comenzó a trabajar como secretaria de Margaret Watt, presidenta de Associated Country Women of the World. Elizabeth viajó por todo el mundo acompañando a Margaret en sus conferencias. Fue entonces cuando descubrió un libro de poesía de George Barker y se enamoró no sólo de los versos, sino de su mismo autor. Después de estos viajes volvería a Ottawa, donde pasó seis meses escribiendo notas de sociedad para The Ottawa Journal. Continuamente preguntaba en las fiestas por Barker, insitiendo en que quería conocerlo y casarse con él. No tardó demasiado en iniciar una relación epistolar con el poeta.

Ansiosa por iniciar su carrera de escritora, Elizabeth dejó el periódico y la ciudad de Ottawa. Visitó Nueva York, México y California, uniéndose a una colonia de escritores en el Gran Sur. Mientras tanto, pudo establecer contacto con Barker a través de Lawrence Durrell. Pagó el vuelo a Barker y a su esposa para que viajaran a EE.UU desde Japón, donde él trabajaba como profesor. Casi de inmediato iniciaron un apasionado romance que duraría casi lo que el resto de sus vidas. En 1941, después de quedar embarazada, ella volvió a Canadá, donde tuvo a su primera hija, Georgina. Barker intentó visitarla, pero la familia de Elizabeth utilizó sus influencias para que las autoridades canadienses impidiesen su entrada en el país por “conducta inmoral y deshonesta”.

Ella regresó a los EE.UU y comenzó a trabajar como administrativa para la embajada británica en Washington. Dos años después, en 1943, en plena II Guerra Mundial, se embarcó hacia Inglaterra, donde Barker se había establecido. Allí consiguió un empleo en el Ministerio de Defensa y tuvo a su segundo hijo. Fue en esos años en los que escribió su obra más conocida, En Grand Central Station me senté y lloré. Se publicaron dos mil ejemplares en 1945, pero el libro no tuvo realmente éxito hasta mucho tiempo después. Es una obra de ficción, pero con marcados tintes autobiográficos, en torno a su relación con Barker. La madre de Elizabeth, Louise, se disgustó enormemente al conocer la existencia del libro. Consiguió, usando otra vez sus influencias, que se prohibiera su publicación en Canadá, y destruyó todas las copias que pudo conseguir.

Elizabeth Smart se enamoró de forma demencial, patológica, de George Barker, y En Grand Central Station me senté y lloré relata el paisaje interior y personal de esa adicción a todas luces autodestructiva

Barker la visitaba con frecuencia en Londres. Ella volvió a quedar embarazada, y fue obligada a cesar en el Ministerio de Información. Todavía tendría otro hijo más con Barker. Él, que era católico, prometió dejar a su esposa para vivir con ella, pero eso nunca ocurriría. De hecho, tuvo un total de quince hijos con diversas mujeres. Aparte de poco convencional, la relación de ambos fue tormentosa. Barker bebía mucho y contagió su adicción a Elizabeth. Tenían frecuentes y terribles peleas, en las que llegaban a las agresiones físicas. A pesar de ello, o por causa de ello, el enfermizo amor de Elizabeth por Barker solo acabó cuando acabó su vida.

Para poder mantenerse a sí misma y a sus hijos, Elizabeth Smart trabajó durante trece años como redactora de anuncios. En 1963 ingresó en la plantilla de la revista Queen, de la que llegó a ser editora, incluso la redactora mejor pagada de Inglaterra. En este tiempo disminuyó su dependencia física de Barker y vivió una vida más libre y bohemia que incluyó varios amantes, hombres y mujeres.

En Grand Central Station me senté y lloré había circulado mientras tanto por Nueva York y Londres como libro de culto. Fue reeditado en 1966 con gran éxito de crítica. Ese año Elizabeth dejó la escritura comercial y se retiró a una casa de campo en Suffolk. Allí escribió casi toda su obra, la mayoría de la cual fue publicada póstumamente. Escribió mucho, como queriendo recuperar el tiempo perdido: poesía, prosa, incluso libros de jardinería. En 1977, después de 32 años de ausencia del mundo editorial, publicó dos nuevas obras, The Assumption of the Rogues & Rascals y una pequeña colección de poemas, A Bonus. Siguieron In the Meantime (1984), una antología de poesía y prosa, y sus dos volúmenes de diarios: Necessary Secrets: The Journals of Elizabeth Smart (1986). Smart regresó a Canada para una breve estancia, de 1982 a 1983, como escritora-residente en la Universidad de Alberta. Posteriormente pasaría un año becada en Toronto antes de regresar a Inglaterra, donde moriría en Londres de un ataque al corazón.

Wikipedia define bien la relación de Smart con Barker: adictiva. Barker acabó siendo una droga para Smart, quien estaba “enganchada” a Barker. En su novela Smart ofrece una crónica despiadada y paradójicamente lúcida de esa adicción, de sus síntomas, de sus consecuencias, de sus logros, de sus buenos mo mentos, de sus peores momentos. Elizabeth Smart se enamoró de forma demencial, patológica, de George Barker, y En Grand Central Station me senté y lloré relata el paisaje interior y personal de esa adicción a todas luces autodestructiva. Pocas veces una mujer ha plasmado por escrito de forma tan clara e intensa su pasión por un hombre. Una pasión erótica plasmada en párrafos de verdad inolvidables (una gato rabioso que araña mi sexo), una pasión amorosa alejada de la lucidez, casi surrealista, trágica, devastadora y sin salida, cuyo relato es sin duda una de las cumbres de la narrativa-lírica del siglo XX, y una de las crónicas de amor-pasión femenino más desgarradoras y lúcidas de la literatura de todos los tiempos.