Jacinto Antón: Pilotos, caimanes y otras aventuras extraordinarias (RBA Libros, 2009)

Jacinto Antón: Pilotos, caimanes y otras aventuras extraordinarias (RBA Libros, 2009)

    AUTOR
Jacinto Antón

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Barcelona (España), 1957

    BREVE CURRICULUM
Licenciado en periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona y en Arte dramático por el Institut del Teatre. Ha desarrollado toda su carrera profesional en la sección de Cultura del diario El País, donde se ha especializado en temas como la arqueología, la egiptología, el teatro y la historia. Ha entrevistado a los más importantes escritores de viajes, un género literario del que, junto al de la aventura, es un gran divulgador




Tribuna/Tribuna libre
Pilotos, caimanes y otras aventuras extraordinarias
Por Jacinto Antón, miércoles, 1 de abril de 2009
Si existe en el periodismo español un cronista con una voz propia, con un imaginario particular y con fieles y devotos seguidores, ése es Jacinto Antón. De una curiosidad infinita, el autor nos ofrece en Pilotos, caimanes y otras aventuras extraordinarias (RBA Libros, 2009) relatos reales, que van desde lo cotidiano hasta lo heroico, desde lo local a lo imperial. Personajes peculiares, animales, militares o yacimientos arqueológicos son alguno de los mundos que Jacinto Antón disecciona en su personal indagación del mundo. Un erudito y experto cronista que convierte lo anecdótico en literatura.
El detective y Skorzeny
Cuando llegué a Casa Lucio para cenar con Philip Kerr, el escritor escocés iba ya por la segunda botella de vino (Matarromera) y estaba de lo más extravertido. Yo tenía muchas ganas de conocer personalmente al creador de ese magnífico personaje de la novela negra que es el Kommissar Bernie Gunther, un Philip Marlowe berlinés que trabaja en el enfangado ambiente de la Alemania de Hitler y se ve forzado a relacionarse con los monstruos del régimen nazi sin perder su profundo sentido ético de la vida, que ya es hazaña. Kerr, de 52 años, que cenaba con su editora (prudentemente algo a la zaga en las bebidas), me saludó con efusión y me llenó una copa, y luego otra; y algunas más. Así que dado que yo no cené, por hacerme el interesante, mi recuerdo del encuentro es un tanto vago y se me mezcla en la memoria con las investigaciones de Gunther en los cabarets de Berlín, incluida la escena en la que le cita en Eldorado el siniestro Rudolf Diels, fundador de la Gestapo, que está pasando la velada con tres desinhibidas y juguetonas chicas suecas desnudas (eso, pese a las copas, juraría que en nuestro encuentro, ay, no sucedió). Kerr lucía tirantes dignos del Kit Kat Club y físicamente tiene algunos puntos de contacto con su detective, además del sentido del humor, la ironía y, según me han dicho —¡afortunado mortal!—, el éxito con las mujeres.

Hablamos de sus novelas de Gunther, cinco, incluyendo la trilogía Berlin Noir, que es un hito del género policíaco, y me sorprendió no ya el profundo conocimiento que posee Kerr de la historia y los entresijos del nazismo (comparable al de Jonathan Littell, pero sin la petulancia del autor de Las benévolas), sino su absoluto dominio de la topografía y el ambiente de la época. Kerr es un tipo al que le crees cuando habla de la barra del bar del hotel Adlon, de la arcada (bautizada muy pertinentemente Paso Trasero) entre la Behrenestrasse y Unter der Linden en la que se concentraban los chaperos en las postrimerías de la República de Weimar o del cuarto de baño de Goebbels (foto de Hitler y tinte de Magda incluidos). Un cuarto de baño, por cierto, en el que Gunther se introduce subrepticiamente y del que se marcha, como protesta política, sin tirar de la cadena.

La nueva novela de la serie protagonizada por el detective, que publicará (como las anteriores) RBA el año que viene, es sensacional. Se titula A quiet flame y en ella encontramos a Gunther —que durante la guerra ha sido adscrito a la fuerza a las SS— llegando huido a Buenos Aires en 1950 en compañía nada menos que de Eichmann (hilarante la escena en que un descerebrado empleado de aduanas argentino saluda al que fuera personaje clave en la Solución Final y a la sazón tratandode pasar lógicamente inadvertido con un estrepitoso «Heil Hitler!»). En su nueva aventura, nuestro detective ha de resolver un caso de asesinato y secuestro de jovencitas de la colonia germana que hunde sus raíces en la Alemania de los años treinta y que sugiere que un psicópata al que Gunther no pudo dar caza entonces, cuando estaba en la Kripo, se ha trasplantado al Cono Sur mezclado en la parda riada de fugados asesinos de uniforme. Kerr se ha documentado concienzudamente, en especial con la estupenda La auténtica Odessa, de Uki Goñi (Paidós), y es una delicia ver aparecer en escena a Perón y a Evita (Gunther dice que no es su tipo: poco culo). También salen Mengele y, sobre todo, ¡Otto Skorzeny!

Tengo un interés especial, y así se lo dije a Kerr entre copa y copa, por el jefe de los comandos de las SS. No sólo por sus audaces misiones (como el rescate de Mussolini en el Gran Sasso, el secuestro del hijo de Horthy o el caos que montó en las Ardenas disfrazando a sus hombres con uniformes del enemigo) y porque practicaba la esgrima de sable —lucía en la cara las Schmisse, las cicatrices de las sociedades universitarias vienesas de duelistas—, sino porque mi padre lo conoció. «¿Tu padre?», dijo Kerr pensando si no habría bebido demasiado. Reflexioné que podría haber llevado a cenar a papá, que conoció al «hombre más peligroso de Europa» en Madrid en los años cincuenta (cosas de familia), para que le contase de primera mano al novelista cómo era Skorzeny y cómo aquel tipo gigantesco y patibulario, un pedazo de nazi, se remangaba la camisa para enseñar el grupo sanguíneo tatuado en el brazo, la marca de los SS. Pero el retrato que hace Kerr en su libro es magnífico: se le aparece Otto a Gunther (¡vaya encuentro!) al pie de la cama como una corpulenta pesadilla de Fuseli y le advierte de que no meta la nariz en sus asuntos argentinos. Kerr opina que mucho de lo que se ha contado de Skorzeny es pura leyenda. No cree que él y Evita fueran amantes. Discutimos de la relevancia de sus acciones militares y saqué a colación un libro reciente ¡Rescaten al Duce!, de Greg Annussek (Starbooks, 2006), que recuerda la ira de los paracaidistas alemanes, esos grandes profesionales, por el protagonismo a su modo de ver injusto que se arrogaron Skorzeny y las SS en el rescate de Mussolini.

Por más que me esfuerzo, no consigo recordar cómo acabamos la noche Kerr, Gunther, Skorzeny y yo (y la editora y las botellas de Matarromera). Quiero creer que no hicimos ninguna tontería, pero con esa compañía...

26 de junio de 2008

El hombre que vio llorar a Rommel
Normandía, verano de 1944. Me agaché y entre los altos campos de espigas observé boquiabierto avanzar a los panzer. Armando cogió un carro Tigre y me lo acercó. Pegué un respingo. La maqueta del campo de batalla era sensacional: casi cuatro metros por dos, caseríos, puentes, la vía férrea, la colina 112... tanques Churchill, Sherman, panzergrenadiers de la 12.ª SS Hitlerjugend emboscados. La que se iba a liar. Armando, que me había llevado al impresionante garito del club de wargames Alpha Ares (calle de Min Geribert, en Barcelona, junto a la plaza de Espanya) con la promesa de que a lo mejor vería a algún jugador caracterizado de oficial alemán, y Alfonso Cánovas, el legendario miniaturista, me explicaban los pormenores de la Operación Epson, la partida que preparaban. Pero yo ya había visto en la maqueta efectivos de la 21.ª Panzer y no podía sino pensar en la enorme, inmensa casualidad. Porque llevaba días enfrascado de nuevo en las sensacionales memorias de Von Luck (Panzer Commander, que ahora publica en castellano Tempus), el oficial que mandaba uno de los regimientos blindados de esa división y que es uno de los testigos más apasionantes de la II Guerra Mundial.

El barón Von Luck, con un toque de Jünger, pero sin su irritante superioridad (no esperen tampoco su prosa), es el hombre que pactó una pausa para el té con los ingleses de los Royal Dragoons, el 11.º de húsares y el Long Range Desert Group (LRDG) en las inmensidades de las dunas, el que pilotó una Cigüeña sobre el oasis de Siwa, el que bailó una vez mientras acompañaba al piano el mismísimo Rachmáninov y el que un día vio llorar al mariscal Rommel, que ya es trance.

Hans Ulrich Von Luck und Witten (1911-1997), Von Luck para los amigos, era miembro de una vieja familia de militares prusianos que marcaba el paso desde Federico el Grande. Un tipo inteligente, gran profesional de lo suyo, políglota (hablaba hasta ruso), culto y afable, al menos cuando no te atacaba con los panzers, Von Luck se apuntó a la caballería, pero le pasaron enseguida a la Panzerwaffe. Y es que con las tropas mecanizadas era un as. No es raro porque le había dado clases Rommel. Luchó desde el principio, en la invasión de Polonia, en la de Francia, en la de Rusia. Dondequiera que había fregado. En abril de 1942 fue transferido al Afrika Korps y comandó el selecto tercer batallón de reconocimiento de la 21.ª Panzer Division. En el ataque a las posiciones de Gazala sufrió una grave herida en un muslo, pero siguió combatiendo ¡cinco días! a fuerza de inyectarse morfina. Luego le encargaron proteger el flanco sur del Afrika Korps, pura arena, lo que hizo enfrentándose a otros duros guerreros como él, los beduinos motorizados del LRDG y los dragones y húsares mecanizados, con los que hizo el célebre pacto caballeroso de suspender hostilidades cada día a las 17 horas. Y es que el correoso Von Luck no era un desollador, sino como su patrón Rommel un partidario del fair play bélico y la Krieg ohne Hass, la «guerra sin odio» («hacíamos », dice, «una guerra despiadada pero decente» —curioso matiz—). Tras la contienda trabó amistad con muchos oficiales aliados a los que había combatido, y con el historiador de Band of brothers Stephen Ambrose (véase de éste su tan emocionante El puente Pegasus, Inédita, 2004, en el que sale Von Luck, que aparece también en Seis ejércitos en Normandía, de Keegan, que edita ahora mismo Ariel). Además, su novia era de origen judío y a su suegro putativo lo asesinaron los nazis en el campo de Sachenhausen. Cuando el Afrika Korps se marchitaba, le enviaron a la desesperada, en traje de faena y aún cubierto de arena, a ver a Hitler para convencerlo de que se mojara más en el teatro norteafricano.

Cuando Von Luck se despidió de Rommel en Túnez, al zorro del desierto (que le hacía confidencias bastante derrotistas) le saltaron las lágrimas, inesperadas como las de Ahab. Le encontramos luego librando batallas desesperadas con su Kampfgruppe en Francia, donde un francotirador le agujereó la gorra (¡la suerte de Luck!). Uno de sus episodios más aventureros fue cuando obligó a punta de pistola a una batería de antiaéreos de 88 mm a cañonear tanques para cerrar una brecha en Cagny —«elija: le mato o gana una medalla», le espetó al reticente oficial de la Luftwaffe a cargo—). Finalmente, sin dejar de luchar, en 1945 le capturaron los rusos y lo enviaron al Gulag. Regresó en 1950 y el amargo relato del reencuentro con su novia Dagmar tras tantos años de sostenerse en el infierno gracias a su recuerdo es extrañamente conmovedor para salir de la pluma de un soldado tan blindado: «Supe que todo se había acabado entre nosotros».

Cuenta Von Luck que en 1944, tras la sangrienta lucha por Kittershoffen, entró en la devastada iglesia, se sentó al órgano y, excelente intérprete, comenzó a tocar Bach mientras los habitantes del pueblo se arrodillaban a su alrededor y sus curtidos fusileros rompían a llorar. Una imagen extraordinaria, la del organista panzer, que traté de conjurar en la ancha maqueta del club de wargame, entre las pequeñas ruinas, alaridos minúsculos y ese miedo grande envuelto en acre olor que impregna, no importa su escala, cualquier campo de batalla.

3 de abril de 2008



Nota de la Redacción: Las crónicas “El detective y Skorzeny “ y “El hombre que vio llorar a Rommel" corresponden al libro del periodista Jacinto Antón, Pilotos, caimanes y otras aventuras extraordinarias (RBA Libros, 2009). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento a RBA Libros por su gentileza al facilitar la publicación de dichos textos en Ojos de Papel.