Inongo-vi-Makomé: <i>Historias de una selva africana para Muna</i> (Ediciones Carena, 2011)

Inongo-vi-Makomé: Historias de una selva africana para Muna (Ediciones Carena, 2011)

    AUTOR
Inongo vi-Makomé

    LUGAR DE NACIMIENTO
De la etnia Batanga, nació en Lobé (Kribi), a las orillas del Átlántico en el sur de Camerún

    DATOS BIOGRÁFICOS
Cursó los estudios en Kribi, Ebolowa, Santa Isabel (Guinea Ecuatorial). Terminó el bachillerato en Valencia, después ingresó en la facultad de Medicina, estudios que continuaría en la Universidad de Barcelona.

    LIBROS
Entre sus publicaciones destacan Benama, Akono y Belinga y Los Reyes de Zookala (cuentos), Rebeldía (novela), España y Los negros africanos y La emigración negroafricana. Tragedia y esperanza (ensayo)



Inongo-vi-Makomé

Inongo-vi-Makomé


Creación/Creación
Inongo-vi-Makomé: Historias de una selva africana para Muna
Por Inongo vi-Makomé, miércoles, 1 de junio de 2011
Historias de una selva africana para Muna es una colección de cuentos de la creación del propio autor, ubicados todos ellos en una selva africana, que corresponde a la de su Camerún natal. Una selva llena de grandes árboles y animales, que limita con el mar y con los ríos, habitados éstos por los dioses y los espíritus de ambas aguas. Esa selva envuelve y cubre también a pueblos y poblados de los hombres… Ambos forman un conjunto donde el amor y el desamor, la justicia y la injusticia, la generosidad y el egoísmo, el bien y el mal, el perdón y el castigo, la rebeldía y la sumisión… afluyen en todo momento. El autor, Inongo-vi-Makomé, que es también actor y parte de este conjunto, se vale de simbolismos y metáforas, emulando la tradición oral de sus antepasados, para presentar a los niños y a los mayores ciertas realidades sociales del pasado, del presente y un poquito del futuro no lejano. En este primer tomo, tenemos: “Los Reyes de Zookala”, “La princesa de las Cataratas” y “Sueño de Emeno”. Tres historias o relatos que resumen todo lo dicho anteriormente.

LOS REYES DE ZOOKALA

Akuta era el rey de un gran pueblo llamado Zookala, situa­do en algún lugar del centro de África.

El rey tenía dos hijas, Ekola e Issoka, fruto de su matrimo­nio con su esposa, Meleka. Akuta quería tener un hijo varón que pudiera heredar su trono, pero Meleka no pudo dárselo nunca. Esta imposibilidad de su mujer obligó al rey a tomar en matrimonio a otras esposas. El resultado fue el mismo. Las sucesivas mujeres con quienes se casó no sólo no le dieron ningún hijo varón, sino que tampoco le dieron otras hijas.

Cuando Ekola e Issoka llegaron a la edad de casarse, una noche el rey Akuta tuvo un sueño. En este sueño se le apa­reció el espíritu de su difunto padre, quien le dijo: “Akuta, hijo mío, no te atormentes más. Nunca tendrás el hijo varón que añoras. Lo que tienes que hacer es dividir tu reino en dos, y que gobiernen cada parte los hombres que se casen con tus hijas”.

A la mañana siguiente, Akuta reunió al consejo de ancianos sabios y les reveló el mensaje que había recibido en el sueño.

-Protesté mucho -siguió explicando el rey-, pero mi padre me hizo saber que la decisión la había tomado el consejo de espíritus.

La solución no gustó a los ancianos, pero no podían con­trariar la decisión de los espíritus. Sabían que el sueño era el único medio con el que se comunicaban los espíritus con el rey. Y era solamente al rey al que los espíritus se dirigían la mayoría de las veces. El rey era también el único capacitado para comunicarse con los muertos.

-Estamos de acuerdo, rey Akuta -terminó aceptando el por­tavoz del consejo-. Pero nos gustaría que Zookala continuase siendo un solo pueblo, aunque lo gobiernen dos reyes.

-¡Que así sea! -sentenció Akuta.

La noticia se anunció en todo el reino. Poco después el ta­mtan la propagó por los demás reinos y poblados de África. Las dos princesas, Ekola e Issoka, se pusieron muy contentas tras saber que no se separarían después de casarse. Pero tam­bién les alegró el hecho de que fueran ellas mismas las que eligieran a sus futuros maridos. Su padre no les puso ninguna condición al respecto.

A los pocos días empezaron a llegar al pueblo jóvenes pre­tendientes provenientes de todas partes. Pero ninguno era del agrado de la princesa Ekola, que era la que tenía que elegir novio en primer lugar, por ser la mayor. A todos les encon­traba algún que otro defecto.

Pasó una luna, luego otra y, al cumplirse la tercera, apareció por fin el hombre que gustó a Ekola. El chico era fuerte y de estatura media. Se cubría con tres pieles de leones a los que él mismo había dado muerte. Los rabos que adornaban su lanza así lo indicaban.

El desconocido entró en el pueblo con paso firme. Pero tan pronto como llegó, ocurrió algo curioso. De pronto apareció una espesa nube negra en el cielo, y el sol se apre­suró a ocultarse inmediatamente debajo de ella.

El joven, ajeno a esta circunstancia, caminaba muy seguro de sí, mirando al frente, sin desviar la mirada de su ruta en ningún momento. Los vecinos tampoco se percataron de ese extraño fenómeno. Iban saliendo de sus casas para admirar al joven extranjero y su firme andar. Algunas chicas atrevidas suspiraban con frases como: “¡Qué guapo es!”. El extranjero no se daba por aludido.

El joven aspirante se fue directamente a la casa del rey. La casa del rey no tenía pérdida. Era la más grande y se veía desde la entrada, porque se encontraba al otro extremo y dominaba tanto la entrada como la salida principal del pueblo. El extran­jero entró. El monarca estaba sentado en el salón de su gran casa de bambú, cuya puerta principal daba a un ancho patio, que se podía considerar como la avenida principal del pueblo.

-Rey Akuta, mi nombre es Nsula. He venido a pedirte la mano de tu hija mayor, Ekola. Seré un buen esposo para ella, y un gran rey para este pueblo -dijo el recién llegado en son de saludo y presentación. Habló con mucha firmeza.

El rey Akuta se tomó algún tiempo antes de contestar.

-Me halagan tus palabras, joven Nsula -dijo por fin-, pero no puedo darte ninguna respuesta hoy. Vuelve mañana cuan­do el sol se encuentre en el mismo sitio en el cielo.

Nsula no dijo nada. Salió de la casa del rey, y también del pueblo, siempre bajo la atenta mirada de los vecinos. Akuta se quedó mirando fijamente la puerta por donde había salido el extranjero. Al rato entró Ekola.

-Padre, ¿por qué has rechazado a ese pretendiente sin con­sultarme antes, como siempre lo has hecho? -preguntó a su padre.

-No lo he rechazado, le he dicho que vuelva mañana -expli­có Akuta-. Necesitaba meditar y hablar contigo.

-Padre, no hay nada de qué hablar, ni meditar -dijo Eko­la-. Ese hombre es con quien quiero casarme, le quiero y le acepto como esposo. No hay otro como él, es fuerte, alto, guapo... -suspiró.

-Para ser rey y esposo, se necesitan más cualidades que ésas -le corrigió su padre-. No quiero que te cases con ese mucha­cho, no es buena persona.

-¿Cómo puedes decir eso, padre? ¡Apenas le conoces!

Meleka, la primera mujer de Akuta y madre de Ekola, entró en ese momento. Ella también había venido a enterarse de por qué habían despedido al joven pretendiente.

-He dicho a ese joven que vuelva mañana -explicó a su mu­jer-, y le estaba diciendo a nuestra hija que ese muchacho no es buena persona.

-No le conoces para juzgarle, padre... -volvió a protestar la muchacha.

-Es verdad, no le conoces... Yo opino que será un buen esposo para nuestra hija -dijo la madre.

-Tenéis razón cuando decís que no conozco a ese mucha­cho -les explicó Akuta con voz calmada-, pero el mensaje que acaban de transmitirme los espíritus es muy clarificador. Cuando entró en el pueblo, el sol se retiró, y el día se oscu­reció. Y cuando ha salido, como podéis ver ahora, el sol ha vuelto, y el día ha recobrado su alegría.

-Eso no significa nada, padre -exclamó Ekola-. Fue, segura­mente, una nube pasajera que tapó el sol.

-Eso significa mucho, hija mía -reconoció el rey-. Fue una señal de alerta. Los antepasados nos han dejado un dicho que aconseja que hay que cerrar la puerta de tu casa al extranjero que hace llorar al día cuando entra a tu pueblo.

-Esas cosas son muy antiguas, padre. Son historias del pasa­do que no se pueden creer en nuestro tiempo -replicó Ekola.

-Estoy de acuerdo con nuestra hija -se solidarizó la madre-, no debemos seguir haciendo caso de esas cosas.

El rey no perdió la calma. Volvió a explicarles tranquila­mente:

-No existe ningún pasado que esté lo suficientemente lejos de nosotros. Todos los hombres somos un trozo del pasado, un trozo del presente y un trozo del futuro. Ese chico llenó el día de dolor cuando entró en nuestro pueblo. No puedo consentir que se case contigo y que sea rey de una parte de Zookala.

-Lo siento, padre, pero no puedo obedecerte -dijo Ekola, decidida-. Me casaré con Nsula, es el hombre que quiero y que he elegido. No nos pusiste ninguna condición sobre los hombres que tenían que casarse con nosotras. Si no me permites casarme con el hombre del que me he enamorado, todo el reino sabrá que has faltado a tu palabra.

-Así es -corroboró Meleka-, si no das tu consentimiento, nadie volverá a creer en tu palabra.

Akuta se sintió acorralado. Miró incrédulo a su esposa y a su hija.

-Haré lo que queráis -dijo abatido-. Ahora iros, dejadme solo.

Madre e hija salieron de la estancia. Akuta se quedó triste, con la sensación de haber caído en una trampa. Se levantó del banco en el que estaba sentado y empezó a pasear por la sala.

Estaba seguro de que no se equivocaba respecto a Nsula.


Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones Carena en la persona de su director, José Membrive, la gentileza por permitir la publicación de este fragmento del libro de Inongo vi-Makome, Historias de una selva africana para Muna (Carena, 2011), en Ojos de Papel.