Carlos Barbarito: <i>Un fuego bajo un cielo que huye</i> (Baile del Sol, 2009)

Carlos Barbarito: Un fuego bajo un cielo que huye (Baile del Sol, 2009)

    AUTOR
Carlos Barbarito

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Pergamino (Argentina), 1955

    BREVE CURRICULUM
Lleva publicados dieciocho libros de poesía y dos relacionados con las artes plásticas. Bibliotecario, apasionado lector de atlas geográficos y de alquimia, cuando niño quiso ser muchas cosas y lo fue gracias a la poesía. Tal vez dos de los momentos más importantes de su vida fueron cuando su abuelo le obsequió un viejo tratado de Física y cuando leyó por primera vez el relato del Diluvio en el Génesis. Viajó pero, como Verne, más en sueños. Sostiene que ser poeta es “oír voces”




Creación/Creación
Carlos Barbarito: Un fuego bajo un cielo que huye (Baile del Sol, 2009)
Por Carlos Barbarito, martes, 5 de enero de 2010
PRÓLOGO

Cuando Andreas Vesalius, el célebre anatomista flamenco, autor del libro Sobre la estructura del cuerpo humano que revolucionó el conocimiento de la anatomía humana basándose —al contrario de la costumbre medieval que privilegiaba los libros de texto y los escritos de Galeno— en la observación directa que le proporcionaban las disecciones de cadáveres de condenados a muerte, ignoraba que casi medio milenio después, un poeta argentino habitando un país que en aquel tiempo aún no existía, escribiría: Corta materia inmóvil/inútil eco de antiguo, ardoroso amor/entre raíces. Corta/como quien siente piedad/por un animal enfermo,/por una hoja que cae/como caen un astro, la inocencia. Así son los intríngulis de los laberintos epistemológicos que recorren los lugares y las edades. En poesía —si hay un campo del saber alejado de las autopsias para fines educativos que realizaba Vesalius, éste es y ningún otro— no sólo hay imaginación, no sólo creación, sino también la invocación de un vasto acervo de conocimientos, tanto objetivos como fantasiosos, que atraviesan el tiempo y ligan a todos los seres pensantes en una vasta comunidad intangible. Sin embargo, al contrario de numerosas manifestaciones del saber, la poesía se permite e incluso alienta, más que cualquier otro campo, la duda: un poema es una mancha de ácido sobre la pantalla perfecta de la retórica y este poemario, Un fuego bajo un cielo que huye, es una más que honrosa contribución a esa virtud de la poesía que consiste en cultivar la duda. Todos sus versos lo confiesan abiertamente mediante una lograda estructura oximorónica: Ya no sé si traigo vértigo o estrella fija. [...], efímero rastro de lo incierto en la brutal certidumbre del tiempo [...], sí, solo y desconocido el cielo, pero más sola y desconocida la tierra. [...] Quién irá [...] a la casa donde llueve aunque tenga techo, bajo la mirada de un dios siempre singular, tan virgen como hambriento. Al preguntarse si una piedra puede florecer o en qué nos transfigurará el tiempo, el autor no nos da el bálsamo de la certeza sino que nos envuelve en telarañas léxicas que nos pierden tan delicadamente en senderos líricos.
Más podría decirse de esta bitácora de seres animados e inanimados, oriundos del mundo humano, vegetal, animal y mineral, pues no obstante su alta estirpe, Vesalius no es el único personaje de tiempos pretéritos que surge en los versos de Barbarito: personajes tan disímiles como Leonardo Da Vinci, Albrecht Dürer, Francis Bacon, las suicidas Virginia Woolf y Anne Sexton intentan ahí efímeras apariciones que rozan la epifanía, compartiendo el lecho de papel con figuras menos densas —muertos, alquimistas, amadas apenas insinuadas, hitos de la geografía terrestre que casi se vuelven seres vivos—y bajo la pluma sensible del autor, lo hacen tan bien que el lector queda acorralado entre el sí y el no, entre enumeraciones que le brindan un ritmo extraordinario al texto, una musicalidad de percusión: No entiende ni lo uno ni lo otro. Ni la respiración, lo que la corriente deja en la orilla. Ni la zarpa, la sequedad, la tisis, la persecución, el pozo. [...] Empalizada, guarida, trompeta, palafrén, adolescencia, librero y librería, júbilo, Eritrea, hechicero, Proust, bosque, interior, invisible, oración, despeñadero, voluntad, apego carbón, ámbar, camino, espejo, viento que se respira, libro, azucena,[...] esbozo de amada o serpiente, ¿estrellas, nardos?, perfil y pulso, orilla nebulosa, relámpago, [...] la duda, la precisión, lo baladí y lo bello, los teatros en llamas, el peso del aire, la hierba, los frutos, la leña atada, un cincel, el idioma. Un cortejo de sílabas que se acomodan perfectamente, como en una comitiva lingüística que supiera combinar, lo más estéticamente posible, los colores y las formas, las texturas y los tamaños, los distintos grados de luz. Hasta las ciudades ahí se vuelven a su vez joyas sonoras: Amberes, Mazatlán, Abidjan, Chennai. Barbarito nunca olvida que la poesía no sólo es un hábil juego de ideas sino un experimento con los sonidos: Abies pectinata es el simple nombre científico de un árbol, pero ¡cuán elegante suena en latín! Entre preguntas sin respuestas y el tamborileo de las palabras, este libro se va desplegando como una alfombra roja. Pese al tono reiteradamente interrogativo del texto, el autor no renuncia a que la búsqueda emprendida brinde frutos: [...] Jamás rechazar, negarse, erigir un muro de piedra sobre piedra ante lo que, invisible y obstinado, se multiplica en voces y exige para cada una recepción y aposento. Este enunciado podría ser la médula de sus páginas, si éstas tuvieran, igual que los cuerpos abiertos de Vesalius, una columna vertebral, órganos adentro. Y entonces no quedará nada capaz de contenernos vivos, ambos en extremos opuestos (el sí y el no, la duda y la afirmación), [...] pero de un mismo y prolongado hilo (que se antoja la larga cadena de los descubridores, ya sean poetas o anatomistas). Un fuego bajo un cielo que huye, como todo poemario que se respeta y cumple cabalmente con su cometido de conmover —en su sentido etimológico de agitar o mover violentamente— es uno de pocas certidumbres, pero cuando afirma, lo hace de manera contundente: Los padres mueren. De una muerte de peste de fruto, envueltos en las mismas sábanas en las que nacieron. Y el poemario se vuelve sin duda, para retomar las propias palabras de su creador, en la seda y en la luz, una parábola.

Françoise Roy
 

***


Todo comienza cuando no hay perdón...

Todo comienza cuando no hay perdón,
ni salida hacia una claridad
al final del pasillo, con una mano débil
que apenas puede aferrarse al pasamanos,
cuando es tarde y nadie riega
el jardín olvidado por la lluvia,
las palabras arden sin humo
en los invernaderos vacíos,
todo se desata cuando el porvenir
se disipa, el presente se disipa,
las caras, aún las más amadas, se esfuman,
la exploración acaba en el desierto,
todo se inicia cuando no queda follaje,
ni vuelo de ave, ni panes,
en el más crudo invierno,
en la más cerrada castidad,
en las ruedas hundidas en el barro,
en el desmayo de la invención,
en el fracaso del cálculo,
en la ceguera, en el exilio,
cuando sólo nos miran los animales, las estrellas.


¿En qué nos transfigurará el tiempo?

¿En qué nos transfigurará el tiempo?
¿En frágiles ramas a las que el viento
no demora en romper, en dos ciegos
con la manos contraídas, en peregrinos
hacia ninguna tierra prometida?
Alrededor, mueren de cien muertes,
todas definitivas, y nacen hacia una única
frágil y transitoria vida; se celebran
fugaces bodas con el aserrín
y el frío, y de nada parecen servir la experiencia,
porque ya no hay pasado,
el rito que promete algún modo
de la felicidad, del consuelo.
Te vi, alta y desnuda, antes de la tormenta.
Me viste, desnudo, después del trueno.
¿Qué seremos mañana,
dentro de un rato? ¿Qué somos,
si es que algo somos,
madera o papel, restos de hojas y flores,
cenizas de un fuego antiguo
y anónimo, rostros que
no logran definirse del todo
y se esfuman cada atardecer
como en la noche se esfuman
los reflejos, las ropas, las respuestas?


Los padres mueren. De una muerte...

Los padres mueren. De una muerte
de peste de fruto, envueltos
en las mismas sábanas en las que nacieron.
Dentro del último sueño, polo
abierto y marca en el nudo del viento.
Así se adensa el mundo.
Así se cumplen en frío mapas y estrellas.
Mueren mientras, en Delft,
gotas de sangre, hez de vino,
polvo de diamante, esperma humana
y de ratón, ojos de mosquitos,
telarañas, branquias de tritón
siguen revelando su mínima, infinita vida
a un micrógrafo que ya no tiene ojos.
¿Despertarán en otra parte?
¿Adquirirán nuevos rostros y sentidos
más allá de estas arenas,
se abrirán ante ellos
las piedras, la espuma?
Se sumergen desnudos en seca belleza.
Se llenan de cansancio, de bromo.


Mujer con violonchelo

Desde el cuarto contiguo,
madera y metal vibran,
como vibra al unísono su carne.
Sin desnudarse, de todo lo superfluo
se despoja. Armonía
que la hace a quien la crea
una entre todas las cosas
y convierte al resto en un espejo
que con distorsión
la refleja. Ahora
es un final de exilio
sobre cuerdas que regresan
al día anterior a las cenizas;
al oír puedo decir yo soy
en lugar de yo fui
y encontrar presencia
donde reinaba la privación, la falta.



Nota de la Redacción: esta selección de textos pertenece al poemario de Carlos BarbaritoUn fuego bajo un cielo que huye (Baile del Sol, 2009). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento a Ediciones Baile del Sol por facilitar la publicación en Ojos de Papel.