Juan Antonio González Fuentes: <i>La lengua ciega</i> (DVD, 2009)

Juan Antonio González Fuentes: La lengua ciega (DVD, 2009)

    TÍTULO
La lengua ciega

    AUTOR
Juan Antonio González Fuentes

    EDITORIAL
DVD

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 73 páginas. 8 €



Nuria Rodríguez Lázaro es Profesora de Literatura española de la Universidad de Burdeos (Francia)

Nuria Rodríguez Lázaro es Profesora de Literatura española de la Universidad de Burdeos (Francia)


Reseñas de libros/Ficción
Juan Antonio González Fuentes: La lengua ciega (DVD, 2009)
Por Nuria Rodríguez Lázaro, lunes, 2 de noviembre de 2009
Los versos de los grandes poetas son inmediatamente reconocibles con sólo abrir al azar cualquiera de sus poemarios. El lector asiduo reconoce rápidamente el juego de pronombres (tú y yo) de Salinas, la recurrencia del muro, de la ventana y de todo lo que aísla y separa al sujeto poético del mundo exterior en la obra de Cernuda, los ecos de mitos populares antiguos en los poemas de García Lorca, la obsesiva piedra y el eterno sol que literalmente invaden la obra de Octavio Paz. Son sólo algunos ejemplos de esos sellos, esas marcas inequívocas que hacen identificable a todo buen poeta.
Pues bien, precisamente un magnífico poeta, Juan Antonio González Fuentes, ya con voz indiscutiblemente personal e inmediatamente reconocible, publica su último poemario: La lengua ciega. Tal sintagma nominal viene a cristalizar definitiva e impecablemente en forma de título de poemario lo que el poeta viene ya anunciando y hasta reivindicando desde hace un tiempo. En efecto, Juan Antonio González Fuentes decía ya hace algunos años, en un texto escrito a modo de poética:

Soy poeta abstracto. Sí. No soy un poeta realista ni “figurativo”. No pinto ni describo paisajes, no retrato…, mi poesía se asemeja a la forma que tenía de pintar, por ejemplo, Jackson Pollock: se extiende el lienzo en el suelo y se dejan caer sobre él manchas, colores, formas que expresan desde su abstracción, desde su ausencia de formas definidas, al menos desde un punto de vista lógico, racional y tradicional.

Yo extiendo palabras sobre el folio y éstas se van adecuando, se van interrelacionando unas con otras hasta lograr, desde mi punto de vista, expresar precisamente esos territorios expresivos, estéticos, éticos, conceptuales que quedan siempre fuera, que no se iluminan mediante el uso del “lenguaje normalizado”. Yo busco torcer las palabras y sus significados, romperlas, darles la vuelta para usarlas de forma exploratoria en busca de aquellos espacios del pensamiento y el sentimiento que nunca son expresados por el uso normal de las palabras, por sus significados y equivalencias comunes.


Añadamos también que el crítico Luís García Jambrina decía ya acerca del anterior poemario de González Fuentes, La luz todavía: “el autor fuerza y retuerce la sintaxis hasta violentar los límites del sentido”.

En efecto, nuestro autor rompe la sintaxis, tuerce las palabras, manipula, trastoca, funde, subvierte y casi pervierte el papel de las categorías gramaticales tradicionales. Esa es precisamente la marca inconfundible a la que aludíamos al principio, ese es el sello que inevitablemente delata a González Fuentes, absolutamente suyo e impecablemente ejecutado. La lengua ciega constituye pues un hallazgo poético: pura abstracción y pleno significado al mismo tiempo. Estamos muy lejos del lenguaje normalizado puesto que en esta obra que ya empieza a ser extensa, la que comenzó con el poemario La rama ausente en 1995 y cuya plenitud representa ahora La lengua ciega, las palabras parecen tener capacidad de decisión y se diría que se han colocado donde ellas han elegido, sin seguir el hilo de la lógica sintáctica. Lengua ciega pues, lengua que avanza a tientas, sí, pero cuidado: nada en el poemario está dejado al azar, bien al contrario. Una lucidez poética sin par ha organizado los textos en torno a tres partes absolutamente simétricas dando lugar a una estructura de perfección trinitaria. Así, las tres secciones de las que consta este poemario, “Música de vendimia”, “Los bosques huidos” y “La misma nieve”, se componen de dieciséis prosas cada una. Los títulos constituyen igualmente la esencia poética de cada prosa, consiguiendo evitar lo difícilmente inevitable: resumir simplemente el contenido del texto, cuando no “aclarar” el sentido de un texto un tanto opaco para así ayudar al pobre lector. No. González Fuentes no cae en esas trampas sino que consigue, imaginamos que no sin gran esfuerzo, crear títulos que prolongan el enigma que constituye cada texto dando al mismo tiempo la clave esencial del mismo.

Pero volvamos a La lengua ciega y veamos lo que en este libro descubre el lector, el buen lector, el lector fiel que sigue la trayectoria de González Fuentes y que ya conoce su peculiar modo de escribir. Dicho lector estaba ya acostumbrado a la sinestesia, si se me permite la licencia, “in absentia”. En efecto en todos los poemarios de González Fuentes se percibe sin poder identificarla del todo una tendencia a la mezcla sensorial, una presencia poderosa de azules imposibles, de música, de pintura, de imágenes en definitiva donde todos los sentidos aparecían entrelazados. Ahora la sinestesia se hace presencia absoluta, desde el título: la lengua ciega. El gusto y la vista unidos en un sintagma para evocar en realidad, y definirlo con claridad, el lenguaje poético de González Fuentes.

La cubierta del librito no puede ser más acertada, ya que el ingenioso diseño consigue prolongar la esencia del título; en efecto cual si de una clase de sintaxis se tratara aparecen las diferentes categorías gramaticales de las palabras que componen el título, esto es, artículo, nombre, adjetivo. Pero bajo esa apariencia de repentino cartesianismo el lector descubre un inmenso hipérbaton: “ciega la lengua”. Ninguna de las palabras que forman el título del poemario responde a su auténtica naturaleza. Precediendo a los textos de González Fuentes descubrimos una breve pero densa presentación firmada por Álvaro Pombo que termina caracterizando a nuestro poeta como “poeta de lo oscuro”. Oscuridad que responde plenamente a los designios del poeta, tal y como queda claro en el texto inaugural que a modo de poética aparece titulado “Teoría de poeta”:

Se adensa el aliento del otoño con su escarcha de máscara oxidada. Y el final de la estación viaja en el aire que tutela el diálogo de las cosas, que en ellas engendra una grieta sensible y les narra con euforia la teoría del poeta: soy lo que me rodea.

Si el lector esperaba una explicación, tras la lectura de dicho texto, tal y como pretende el poeta, se queda sumergido en una inmensa frustración que le perseguirá a lo largo de todo el poemario, porque la poesía de González Fuentes no da explicaciones sino que plantea dudas, interroga, desasosiega. De ahí esa gran paradoja con la que termina el citado texto: “soy lo que me rodea”, si tenemos en cuenta que se trata de una escritura absolutamente desprendida de marco alguno, sea temporal o espacial, de datos anecdóticos, de paisaje. Sólo existe la palabra, el lenguaje reinventado, la pura invención poética, la lengua ciega, en suma, de este finísimo poeta que ya figura en los manuales franceses de literatura española (1), destinado a ser leído por todos los lectores amantes de la buena poesía en lengua española.



NOTAS:

(1) Ph. Merlo, Littératura espagnole contemporaine, PUF, Paris, 2009