Licenciado en Ciencias Físicas, Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) 
escribió con 31 años su primer libro, éste que hoy comentamos, aunque no fue el 
primero que publicó. De eso hace más de 11 años, aunque su vuelta al mercado, la 
segunda edición, se hizo oficial el pasado 13 de marzo. Estamos ante un rareza 
literaria, o si prefiere, una 
raritie, que queda más posmoderno. El 
propio autor reconoce que nadie lo habría publicado en su día, de no haber sido 
galardonado con el I Premio Cafè Món. Probablemente, nadie lo habría reeditado 
tampoco de no ser por el fenómeno literario que ha generado el peculiar proyecto 
literario englobado bajo el término Nocilla, y que tiene en la postpoética el 
sustrato básico de una literatura que quiere, ante todo, ser nueva. 
Se 
ha etiquetado a 
Creta... como una suerte de diario de viajes, lo cual es 
mucho decir. Es cierto que hay un trasunto de viaje, pero que nadie busque aquí 
detalles sobre la isla meditarránea, ni nada que se le parezca. Se presenta un 
viaje invertido, una experiencia en movimiento, una cuenta atrás, pero no hay 
viaje en el sentido más llano y tradicional de la palabra. Que la vida es viaje, 
de acuerdo, pero nadie escribe un diario íntimo y lo llama 'diario de viaje', 
aunque como idea ingeniosilla pueda tener su público. Estamos, pues, ante una 
rareza que el autor, aunque siente debilidad por su obra primogénita, reconoce 
que es “abstracta”. Y la abstracción resulta interesante, según gustos, en la 
pintura de Kandinsky, que busca, a través, del color, crear una especie de 
música pictórica. En la música, los experimentos abstractos no han conquistado 
al gran público, toda esa música dodecafónica, por ejemplo, no deja de ser un 
producto alambicado para paladares más bien exóticos. En literatura, pues, la 
abstracción no tiene mucho hueco donde asentarse.
¿Tiene valor 
Creta 
lateral travelling, de Agustín Fernandez Mallo? Yo diría que sí, quizá no un 
valor en sí mismo, sino un valor que le trasciende, un 
metavalor, 
digamos, que hace que la obra se salve en el donoso escrutinio, lo que no 
significa que su lectura sea fácil o placentera. Puede resultar más bien 
aburrida, indiferente y confusa, si bien es cierto que de vez en cuando asoman 
imágenes estimulantes, hallazgos de un tipo poético insólito, que reconcilian al 
lector con el libro, que acaba 'perdonando' al autor.
Lo 
cierto es que es en esta obra, que forma un todo con los dos ensayos que la 
cierra, donde mejor se apunta el tema de la postpoética que nos propone este 
escritor de ciencias. Sólo por eso, el libro es interesante, distinto, y se 
puede entender como obra de arte en el sentido más puro y llano de la 
palabra
Así como un guión de cine apenas tiene valor en sí mismo, 
pues es una herramienta, quizá el valor de 
Creta... resida en que ha 
servido de herramienta para las posteriores obras de Fdez. Mallo. Dicho esto, 
sería lógico que alguien impugnara la publicación de un libro como éste, mera 
trastienda literaria de los títulos que luego vinieron. Lo cierto es que es en 
esta obra, que forma un todo con los dos ensayos que la cierra, donde mejor se 
apunta el tema de la postpoética que nos propone este escritor de ciencias. Sólo 
por eso, el libro es interesante, distinto, y se puede entender como obra de 
arte en el sentido más puro y llano de la palabra. Es una obra que nos invita a 
acercarnos a la literatura con otra actitud, como nos invitaban los 
vanguardistas, esos viejos vanguardistas que hace cien años seguían a pies 
juntillas los dictados del Manifiesto futurista de Marinetti, redactado 
entonces. 
Es curioso que todo ese intento de renovar, de ser moderno, de 
avanzar hacia nuevas dimensiones, se diera ya hace cien años, y que se 'venda' a 
estos autores como el paradigma de la 'modernez'. Lo sorprendente, es que quizá 
lo sea, esto es, que a lo mejor resulta que Agustín Fernández Mallo es 
verdaderamente moderno. Porque los modernos lo que han hecho es, sencillamente, 
tratar de ser hombres de su tiempo. No 'inventa' nada el autor, paradójicamente 
se enmarca en una tradición y, precisamente al hacerlo, es cuando aporta savia 
nueva. O al menos invita a reflexionar sobre el hecho literario y poético, sobre 
su porvenir y sobre su contacto con el público, que no es poco. Lo hace, además, 
con honestidad y con un amor que parece puro sobre el hecho creativo y las 
posibilidades de ese arte milenario que es la poesía. 
Así pues, sería 
recomendable iniciar la lectura de 
Creta... por el final, es decir, 
abordando los dos ensayos que incluye. Recordemos que uno de ellos, 
'Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma', acaba de resultar finalista del 
Premio Anagrama de Ensayo que se ha adjudicado Jesús Ferrero. Una vez se hayan 
asumido esos conceptos que se exponen en ambos trabajos, de un nivel académico 
excelente, por otra parte, se puede asumir el libro desde otra óptica. Hay casi 
una lectura experimental, entonces. En el segundo ensayo, que complementa al 
primero, 
Poesía postpoética, un diagnóstico, una apuesta, se da una 
aproximación al concepto de postpoética como un modo de hacer poesía, 
literatura, que integra ambientes como la ciencia, la arquitectura, la economía 
y la publicidad. Poco después se dice que “cualquier intento de una poesía 
diferente a la establecida es rápidamente arrinconada como una práctica 
'inculta', más propia de artes menores como la publicidad, el diseño, y en el 
peor de los casos, como residuos del cómic, el pop, o en general, el 
underground. (…) Y no hablamos de hacer un producto (perdón, una poesía), 
fácilmente digerible a causa de banalizar sus contenidos o hacer concesiones al 
mercado, no, sino de una puesta al día”.
La 
novedad o marca de la casa de Agustín Fernández Mallo sería fusionar ciencia y 
poesía, ciencia y literatura, para crear un género propio que pudiera conectar 
con un público amplio, preocupado por la ciencia, pero también con sensibilidad 
para el 
arte
Porque 
una de las preocupaciones del autor de 
Creta... y el proyecto Nocilla es 
la desafección del público hacia la poesía, y la inexistencia de una 'poesía 
contemporánea' que esté en boca de todos, como pasa en cierta manera con otras 
manifestaciones artísticas, otras ficciones, el cine sobre todo, y la pintura en 
bastante menor grado. 
Como ya he apuntado, estas propuestas corren el 
riesgo de, queriendo ser el colmo de la modernidad, resultar clónicas a las que 
los chicos de Marinetti o los fundadores del Ultraísmo, en España, quisieron 
llevar a cabo. Ellos también querían revolucionar el arte, iniciar nuevas eras y 
dotar al pueblo del arte definitivo y en comunión perpetua con sus anhelos. Y 
luego ahí quedaron, como mojones superados de la Historia del Arte, todos esos 
poemas a la velocidad de los tranvías, al sonido del teléfono de autores como 
Pedro Garfias. Aquello les impresionó, sí, y lo llevaron al poema, pero de tan 
accesorio o efímero no quedó más que como testimonio del boom industrial y 
tecnológico de la época. Apenas se recuerda hoy a Pedro Garfias. 
Habla 
Agustín Fdez. Mallo del extrarradio, de esas zonas “artificiales y que carecen 
de tradición” y se erige, sin solemnidades, ojo, pero lo hace, en representante 
o abanderado de esa poesía de, digamos, los no-lugares, aquellos que ya 
tipificó, en 1995, Marc Augé en su 
Non-Places: Introduction to an 
Anthropology or Supermodernity. Esa estética de los lugares de paso, de los 
que se ocupa también esa técnica fotográfica que enfatiza los encuadres raros y 
anodinos, casi con fallos, que recibe el nombre de lomografía. Pensemos también 
en el artista Ed Ruscha, famoso por sus cuadros de gasolineras, o en el pop art, 
y su mitificación de los objetos de consumo masivo, desde una tostada a una 
pastilla de jabón. La sacralización de lo que antes era considerado material o 
antitético a la belleza artísticas se practica ya con asiduidad. 
La 
novedad o marca de la casa de Agustín Fernández Mallo sería fusionar ciencia y 
poesía, ciencia y literatura, para crear un género propio que pudiera conectar 
con un público amplio, preocupado por la ciencia, pero también con sensibilidad 
para el arte. El tiempo dirá si el experimento le ha salido correcto, de momento 
tiene buenos indicadores. Al margen de los resultados, el intento ya es 
per 
se más que encomiable.