Philip Roth: Los hechos. Autobiografía de un novelista (Seix Barral, 2008)

Philip Roth: Los hechos. Autobiografía de un novelista (Seix Barral, 2008)

    TÍTULO
Los hechos. Autobiografía de un novelista

    AUTOR
Philip Roth

    EDITORIAL
Seix Barral

    TRADUCCCION
Ramón Buenaventura

    OTROS DATOS
Barcelona, 2008. 256 páginas. 19,50 €



Philip Roth

Philip Roth


Reseñas de libros/No ficción
Philip Roth: Los hechos. Autobiografía de un novelista (Seix Barral, 2008)
Por Eduardo Laporte, lunes, 2 de febrero de 2009
Uno de los eternos candidatos al Nobel, Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933), vuelve al panorama editorial con Los hechos. Autobiografía de un novelista, una obra publicada originalmente en 1988 que recupera Seix Barral con traducción de Ramón Buenaventura. El amante de la literatura autobiográfica encontrará un texto sincero, en apariencia honesto, con invitaciones al fascinante mundo de los comienzos de un autor de éxito, pero escrito en clave demasiado personal. Es un libro trazado por y para Philip Roth en el que el autor se explica su vida a sí mismo, la desmadeja, con memoria admirable y una más que correcta reconstrucción de sus hechos. Pero olvida el autor que el interés que a él le suscita su propia vida no es tan fuerte ni intenso en el lector común. Desaprovecha Roth una biografía literaturizable con una excesiva carga psicológica que acaba diluyendo lo que en principio se nos prometía, es decir, los hechos.
“También la verdad se inventa”, dijo Machado. En esa premisa, se apoyan afanosos autores de diarios íntimos españoles, como Andrés Trapiello o José Luis García Martín, para desarrollar con talento el género. Que la vida sea la materia del ejercicio literario no implica que éste deba ser menos valioso, menos trabajado, o que pertenezca a un rango inferior. “La literatura es ficción”, se puede llegar a escuchar a más de un catedrático tan pomposo como estrecho de miras. Porque si excluimos la realidad, la vida, la verdad, del aparato literario, nos quedamos sin biografías, novelas autobiográficas, columnas periodísticas de la altura de Umbral o Ruano y, ya puestos, sin poesía. El género más puro de la literatura, el poético, no entiende de ficción o no ficción, está por encima de esas disquisiciones academicoides.

Philip Roth parece como si olvidara en Los hechos que toda obra literaria se dirige a un público, que implica un trabajo, un quitar y poner, un organizar. Una autobiografía no debe nacer para satisfacer al autor, no en exclusiva, y éste parece ser el móvil de Roth, con lo que el libro acusa este “egotismo” y el lector se siente un convidado de piedra ante una historia que le es del todo ajena.

The Facts: A Novelist's Autobiography , en su título original, se publicó por primera vez cuando el autor contaba cincuenta y cinco años y venía de pasarlas muy mal. Es importante tener en cuenta el contexto en que nace esta obra para ser más indulgentes con quien la firma. Lo explica al principio, en una carta con respuesta que 'envía' a su alter ego Nathan Zuckerman, narrador y/o protagonista en obras como Mi vida como hombre o Zuckerman encadenado. Se toma el modelo formal de carta para enviarle una misiva a ese Zuckerman rothiano que luego responde el propio Zuckerman, pero todo es una gran carta, una gran carta a Philip Roth. Y ya dijo Kafka, autor de la famosa Carta al padre, que toda epístola es una “comunicación con fantasmas”.

No es hasta bien entrada la autobiografía cuando Roth comienza a quitarse prendas de este gran strip tease del alma que es la buena literatura memorialística. Sus correrías femeninas en el pacato ambiente judío y los ingenios que debe inventar para saciar un torrencial deseo sexual, comienzan a espolvorear la pimienta que el lector demanda

Así, Roth dice salir de una fase anímica muy delicada y busca consuelo y fuerzas a través de la escritura de su vida. No oculta que venía de sufrir una honda depresión. “Llegué al convencimiento de que no iba a ser capaz de reconstruirme de nuevo”. “Me estaba desmoronando”. “Desamparo y confusión”. “La mesa del despacho se me había trocado un lugar ajeno y espantable”. Se entiende, pues, que este proyecto constituyó parte de esa reinserción en la vida y en la literatura, una reubicación, una parada para verificar el rumbo, una recapitulación necesaria. Un gran psicoanálisis, al fin y cabo. No estamos, por tanto, ante una obra memorialística redactada desde la calma o el retiro, que evoca hechos y los presenta de la manera más atractiva posible. Los hechos de Roth son sus hechos y la interpretación que de ellos hace para recuperar su fuerza interior.

No se debe olvidar el contexto de crisis personal en que fue escrito para entender, o perdonar, que hasta la página 100 no haya una sola anécdota, un capítulo divertido, un pequeño guiño al lector y que la primera confesión algo íntima llegue en la 112. Hasta entonces, el autor ha recompuesto su infancia y juventud en el universo judío de un barrio ramplón de Newark, ciudad industrial del Estado de Nueva Jersey, sin grandes exhibiciones literarias. Hay un mundo judío que al pagano, al gentil, al lector occidental ajeno a ese contexto, le puede, sin duda, seducir. Mas Roth realiza un ejercicio literario más de notaría que de aspirante al premio Nobel. Recuerda a Un pedigree de Patrick Modiano, obra desnuda, nítida, llena de hechos, datos y fechas, pero completamente fría, ajena.

Se sumerge en exceso el autor en los entresijos del barrio, en las actividades de tal o cual miembro de la familia, en alguno de esos “líos raciales”, que apenas se produjeron en dos ocasiones. No estamos ante una infancia novelesca, precisamente. Luego llega la etapa universitaria, y ese nervio americano del me admitirán o no o tal universidad. Y el otro nervio, que se entiende poco o nada en Europa, de las hermandades americanas, con su abanico de tradiciones y normas más rígidas que antiguas. La Sigma Alpha Mu, la Phi Lambda Theta o la Theta Chi. Grandes conflictos en la biografía de todo norteamericano de bien que al lector europeo le evocan poco menos que a batallitas de Harry Potter.

Quien se acerque a esta obra para conocer las peripecias de un escritor por construirse a sí mismo quedará decepcionado. Es el Roth hombre y no el Roth escritor quien se muestra en éstas páginas, ojo

Como digo, no es hasta bien entrada la autobiografía cuando Roth comienza a quitarse prendas de este gran strip tease del alma que es la buena literatura memorialística. Sus correrías femeninas en el pacato ambiente judío y los ingenios que debe inventar para saciar un torrencial deseo sexual, comienzan a espolvorear la pimienta que el lector demanda. Un abordaje de los capítulos críticos de su vida que remontan el interés del lector hasta niveles más que deseables con el relato del desastroso matrimonio con Josie. El lector mirón, porque quien accede a la obra memorialística es un voyeur literario, empieza entonces a recibir la dosis de vida verdadera que demanda, con sus conflictos, sus miserias, sus dramas. De las cinco partes de la obra (infancia, juventud, vida pasional, conflicto con la comunidad judía y el éxito literario), quizá sea la más conmovedora, la más sentida, la más traumática e intensa. No en vano esa tumultuosa relación afectiva alimentó después obras como Mi vida como hombre o El mal de Portnoy.

Y de las confidencias sentimentales, en las que Roth no esconde sus sentimientos más viscerales (Josie era chata de ingenio, peleona, imposible de satisfacer, envidiosa, resentida y desvergozadamente oportunista), se pasa a un kafkiano proceso con la comunidad judía. A raíz de la publicación un relato de Roth, El defensor de la fe, que ni a sus ortodoxos padres molestó, el escritor se ve envuelto en una peligrosa polémica sobre su adhesión judía. De nuevo, el autor cae en un exceso de 'explicacionismo' que puede resultar aburrido. Y el infierno de la literatura es el aburrimiento, dicen.

Desaprovecha la ocasión el autor para ofrecer una biografía ligera y no llega a desembarazarse de un corsé formal que puebla todas sus páginas. Datos jugosos, como que recibió un adelanto de 250.000 dólares por una novela que no se precisa con claridad, se cuentan con los dedos de una mano. Quien se acerque a esta obra para conocer las peripecias de un escritor por construirse a sí mismo quedará decepcionado. Es el Roth hombre y no el Roth escritor quien se muestra en éstas páginas, ojo.

Y Zuckerman, el alter ego, hace acuse de recibo con una 'carta' de 43 páginas en la que cuestiona los procedimientos de escritura autobiográfica de su padre y creador, el señor Roth. La "comunicación con fantasmas" alcanza aquí su cénit y se accede a nebulosa metabiográfica que aturde. Profusión de conceptos sobre el modo de acometer ese relato de los hechos que resulta excesiva y hasta inoportuna y que no es sino justificación. Porque esta autobiografía está planteada, y así lo apunta con acierto ese Roth travestido de Zuckerman, como un gran ejercicio de autodefensa. Consecuencia quizá de la cacareada moral judeo-cristiana, parece como si el bueno de Roth debiera justificarse o pedir perdón por haber vivido. Por eso titula tan gravemente Los hechos, como si se tratara de la reconstrucción de un crimen que nadie hubiera cometido, en lugar de una vida vivida desde la autenticidad y la libertad. Puede que sea esa sensación de culpabilidad la que corta alas a esta obra, con cuyos mimbres Roth podría haber logrado un texto eterno y no el hueco menor que ocupa en su importante y valiosa bibliografía.