miércoles, 26 de septiembre de 2007
La pintura metafísica de José Luis Mazarío
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Artes en Blog personal por Artes
La reciente exposición retrospectiva del pintor José Luis Mazarío, lo reafirma como uno de los grandes pintores metafísicos del actual panorama español

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Juan Antonio González Fuentes

José Luis Mazarío (Castel de Cabra, Teruel, 1963). Pintor español. Licenciado por la Facultad de Bellas Artes del País Vasco (1982-87). Comenzó su andadura en la pintura con paisajes de corte romántico, de tonalidades oscuras y brumosas y de gruesos empastes. A estos inicios le sucede una etapa abstracta, de colores vivos, formas rotundas de referencia orgánica, con dominancia de barnices y manchas azarosas, para finalmente decantarse por un universo privado de interiores y paisajes con figuras, con claras alusiones al inicio de las vanguardias: las figuras de Matisse, los bodegones de Morandi y De Pisis y o los exteriores metafísicos de De Chirico. Dentro de sus exposiciones individuales más significativas puede señalarse “Dudas y pasiones”, en la galería Estampa, Madrid (2000) o “Figura en el paisaje”, en la galería Siboney, Santander (1995). Ha participado repetidas veces en la feria Arco en representación de la galería Siboney. Actualmente vive y trabaja en Santander.


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Muy recientemente, Mazarío ha expuesto una retrospectiva con el título “Despacio” en el espacio expositivo de Caja Cantabria. En ella se pudo ver más de una década de creación pictórica con obras de muy diversa condición que expresan la pluralidad de sendas emprendidas por un artista en permanente aprendizaje.

El escritor e historiador Juan Manuel Bonet, ex director de museos como el Reina Sofía, se encargó de plasmar en el catálogo las reflexiones sugeridas por el artista, su radiografía de diversas etapas, el universo de figuras femeninas y paisajes, la inquietante recreación del hombre en su ser y estar en la naturaleza o, desde el punto de vista puramente estilístico, la evolución suave y lenta de una abstracción lírica y un hondo romanticismo hacia una pintura etiquetada de metafísica. Bonet, tras visitar a Mazarío en su estudio santanderino, describió la geografía física, artística y emocional de la pintura del artista de la que destaca su ”sensación de verdad, de asentamiento en un paisaje, de acuerdo sustancial con la vida en torno”. Estampas intimistas, autobiográficas, profundas, dan paso en muchas ocasiones a la recreación de su vida más cercana y a sus paisajes más reconocibles, entre querencias permanentes por artistas como Cezanne, Matisse y Magrite.


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La contemplación de la pintura de este callado y magnífico artista me ha inspirado el texto que sigue:

PAISAJE Y UTOPÍA EN MAZARÍO: Dónde comenzar a trazar el perfil de la utopía, sus colores, ventanas y paisajes. Enfrentado a la cuestión se sitúa el pulso sediento de uno mismo, y en soliloquio las posibilidades dibujan unas formas, una marisma envuelta en frondosa niebla, el verde perfume de una montaña, una casa ausente de caminos y perdida junto a un lago con olor a mar, o tal vez, un lugar hermoso del que sólo se precisan los escombros. Pero interpretar lo transparente, desabrochando el peculiar flujo de la limitación, no es óbice para asentir cuando el paisaje muestra su paciencia, su presencia de vida.

A través de un ejercicio de insólito aprendizaje, el paisaje se materializa, ejercicio en el que la mirada no actúa bajo el férreo mandato del escepticismo, y donde las cosas acaban observándose de dentro hacia fuera, proyección de un estado sin voz que el afecto recubre de intimidad, de certidumbre sin raíces. Pero, de qué sirve apelar a la nostalgia, aplicarse en océanos que guardan los tesoros de un paraíso perdido y olvidado, ruinas cuya calma paraliza, a pesar de sus ramas y rosales. Son las nuevas emociones, alimentadas con la dulce fatiga de los descubrimientos y con la placidez que proporciona el expresarse, quienes recogen el desafío y descubren los espacios que exigen la nueva luz de un mundo propio que con intensidad se cobija en la épica de los otros, de nosotros.

Todos los paisajes quedan fuera de su formato porque despejan fronteras y crecen, crecen sin detenerse en geometrías y demás distancias, y de su crecer brota la singular medida de cada universo, como un escondite abierto todo a la emoción en juegos y plumajes, a la anchura de los regresos y las comprobaciones, extravío que siempre será gozosamente voluntario. Pero es ahora, al contemplar el atento marchar de los años, cuando sabemos que sólo abandonando se crece, y así cada paisaje es un bulto del que alguien se desprende, un síntoma de inventario que nos ve pasar y marca el ritmo de nuestros pasos, como un dios hecho de líneas y reclamos, que siempre en condiciones un camino que, hace tiempo, soñábamos para nosotros despejado.

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.