viernes, 11 de mayo de 2007
Poussin y Anthony Powell: Una danza para la música del tiempo
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
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Una danza para la música del tiempo, la monumental novela de Anthony Powell, es un título sin parangón en la narrativa de las últimas décadas

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Juan Antonio González Fuentes

Hay una enigmática pintura de Nicolas Poussin no muy conocida ni especialmente apreciada por los aficionados, cuyo título es Una danza para la música del tiempo. En el centro del cuadro cuatro figuras humanas danzan casi entrelazadas pero curiosamente dándose mutuamente la espalda. Danzan siguiendo el sonido de la música que interpretan un ángel anciano tañendo una lira y un niño muy pequeño que toca un pequeño instrumento de viento. La escena, que se desarrolla en una especie de terraza abierta a un paisaje de naturaleza sosegada, la completa otro niño pequeño que en su mano tiene un reloj de arena, y un grupo de ángeles alados que en el cielo acompañan a un extraño carruaje tirado por caballos que se abren paso entre un cúmulo de espesas nubes grises a través de las que una luz casi cegadora emerge simbólica.

Al parecer, la obra fue un encargo del cardenal Rospigliosi, y según los eruditos al menos encierra entre sus colores dos posibles narraciones o historias, dos juegos de símbolos que explican la razón de ser del cuadro y su título. Una de las explicaciones del cuadro es que representa a la riqueza, la pobreza, el trabajo y la lujuria dándose la espalda y danzando eternamente al ritmo de una música que marcan los símbolos del tiempo: un niño y un anciano. Otra de las explicaciones es esencialmente la misma, sólo que quienes danzan son las estaciones: la primavera, el verano, el otoño y el invierno. Los danzantes, si nos fijamos bien, no forman un círculo cerrado a pesar de la apariencia, pues dos de los personajes tienen tendidas las manos que sin embargo no se agarran. No estaríamos pues ante un círculo, sino ante una línea continua que quiere pero no puede cerrarse.


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Nicolas Poussin: Una danza para la música del tiempo


Convertir en una novela esa simbólica danza para el paso tiempo, y hacerlo a través de las peripecias de un amplísimo grupo de personajes que viven en un tiempo y unos escenarios históricos, ha sido sin duda la intención del escritor inglés Anthony Powell (1905-2000) en la que sin duda es su obra cumbre, esforzado homenaje a la vez al cuadro de Poussin, y una de las mayores aventuras literarias de la literatura inglesa de la segunda mitad del siglo XX: Una danza para la música del tiempo (Anagrama).

Una danza para la música del tiempo, saga escrita entre 1951 y 1975, consta de 12 novelas que se han agrupado en cuatro volúmenes, cada uno de ellos subtitulado con el nombre de una de las estaciones del año. En español, la editorial Anagrama ha publicado ya todos los volúmenes: primavera, invierno, otoño y verano.

Anthony Powell, un prototipo casi perfecto del inglés auspiciado por la época postvictoriana, estudiante en Eton y Oxford, editor en Duckworth, guionista para la productora Warner Brothers, editor literario de la veteranísima revista satírica Punch, y colaborador habitual de prestigiosos diarios británicos como The Spectador y el Daily Telegraph, hizo de su obra maestra un fresco de estructuras y hechuras grandiosas, de tintes proustianos, en los que, como ya se ha dicho, se novela la música del tiempo y su danza a través de los vaivenes vitales de un protagonista-narrador, Nicholas Jenkins, a quien conocemos a principios de los años 1920 en el volumen Primavera.

Jenkins, y los personajes que a lo largo de los centenares de páginas escritas le van saliendo al paso y lo contextualizan, le sirven a Anthony Powell para establecer y delinear con sutileza y riqueza literaria multitud de cruces de destinos a los largo de un amplio espacio temporal e histórico, creando así con pinceladas de humor, melancolía, amargura, tragicomedia..., un universo poblado por bohemios, políticos, aristócratas y militares que danzan y danzan el tiempo de su vida, dándose la espalda y ofreciéndose las manos, aunque sin cerrar nunca, jamás, un círculo vital, sino una línea que simboliza la marcha, el devenir, la danza absurda que se baila al son de la música que brota de los instrumentos que toca el tiempo, que toca la vida con su principio (el niño) y su final (el viejo y su lira).

Un título ciertamente sin fácil parangón en la novelística presente, aunque si aún no han leído En busca del tiempo perdido del señor Marcel Proust, pues que voy a decirles: no sigan malgastando su precioso tiempo e inicien de una vez la danza, la danza proustiana.

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.