<i> Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo</i>

Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo

    TÍTULO
Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo

    AUTOR
Juan José Tamayo

    EDITORIAL
Herder

    OTROS DATOS
ISBN 987-84-254-2786-6. Barcelona. 2012. 416 páginas, 24,90 €



Juan José Tamayo Acosta (Palencia, España, 1946) (fuente de la foto: wikipedia)

Juan José Tamayo Acosta (Palencia, España, 1946) (fuente de la foto: wikipedia)

Rogelio Blanco es doctor en pedagogía, licenciado en antropología, en filosofía y letras y diplomado en sociología política (foto gentileza editorial Berenice)

Rogelio Blanco es doctor en pedagogía, licenciado en antropología, en filosofía y letras y diplomado en sociología política (foto gentileza editorial Berenice)


Reseñas de libros/No ficción
Otras mirada teológicas: Juan José Tamayo, Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo ( Herder, 2012)
Por Rogelio Blanco Martínez, miércoles, 7 de noviembre de 2012
El hombre necesita cultura, pues nace biológica y psicológicamente altamente necesitado. Además, prontamente el ser humano se sabe limitado y consciente de que con las solas fuerzas naturales no puede afrontar su caminar terráqueo. Precisa crear cultura; y ésta se concreta en una pluralidad de expresiones de acuerdo con los lugares y los colectivos humanos que les ocupan. Existe una cultura humana como fenómeno exclusivo de la especie y que confirma una unidad desde la diversidad y, a la vez, una diversidad de manifestaciones que acreditan la singularidad de sus mentores, los humanos.

De este modo nos hallamos ante una dispersión abundante en juicios y cambiante, ante un suceso antropológico poliédrico, polifónico, polimorfo y policromático con el que no se nace, sino que adquiere, se aprende y aprehende hasta conformarse como hábito, como segunda naturaleza y carácter identitario. Esta riqueza se recibe en un momento, ontogenia, pero sucede filogenéticamente en la especie humana.

 

La cultura, en rápida expresión y sin afán definitivo, es un conjunto de manifestaciones materiales e inmateriales que una vez creadas por el hombre, unas  creaciones ex - nihilo, atiende a las necesidades de éste.

 

Así pues, tales expresiones nacen, se desarrollan, se exportan o contagian, fenecen. Una manifestación singular y universal es la necesidad de transcenderse del hombre, de romper las fronteras materiales y enfrentarse al destino, a lo que valora como sagrado, a los habitantes inmateriales que comparten su hábitat.

 

Diversas corrientes filosóficas y sobre todo desde la crítica religiosa se ha ahondado en la negación de este suceso, pero la realidad se manifiesta tozuda y los pueblos se empeñan en dar reiterada presencia a sus respectivas divinidades. Así, en el deambular o historia del hombre se han sucedido de modo contumaz las manifestaciones religiosas en una pluralidad de expresiones y riqueza de variante, la gran mayoría desaparecidas, más todas aspiran a ser consideradas como verdaderas, únicas y reveladas. Su negación recibe la consideración de anatema.

 

Si atendemos a las estadísticas enmarcadas desde diversos aforismos sólo un veinte por ciento de la población se define como atea, agnóstica o independentista. El cristianismo, islamismo, hinduismo, judaísmo, etc., ocupan los porcentajes más significativos en un espacio, la tierra, que da calidad a todo un panteón o toda una serie de expresiones que abundado en el prefijo “poli-” bien podemos considerar que habitan un planeta politeísta y lleno de divinidades. Tampoco las religiones se someten a los mandatos de los genes, no se heredan, más bien responden a los memes, el sistema memético y no genético. Cada expresión religiosa en el pueblo que la practica se convierte en una herencia cultural que se ofrece equívocamente estanca. Sus normas y lagunas evolucionan. Todo el conjunto de creencias se ofrecen como valores integradores, salvíficos o salutíferos, trascendentes, patrióticos, memoriales, eternos, etc.

 

Luego las religiones se integran en el sistema cultural del hombre, y este comparte espacio con el genético, el ecosistemático, el neurocerebral (E. Morin) para arropar a los seres humanos y permitirle un mejor paseo vital por este pequeño planeta. De los cuatro sistemas, el cultural, y dentro de éste, la religión, ayuda a soportar la soledad, la orfandad humana, pues toda religión es compartida con congéneres que adoran seres inmateriales, divinos u otras santidades que necesariamente requieren un “nosotros”.

 

Tras estas reflexiones, personalmente ubicaría el libro del teólogo y filósofo Juan José Tamayo Acosta, Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo, si bien la referencia directa del libro, se encamina hacia la religión católica, la que ocupa principalmente nuestro hábitat.

 

El teólogo Tamayo, bien conocido por su compromiso y presencia mediática sitúa acertadamente el fenómeno religioso en los cauces del diálogo y el respeto, en el necesario enlace de saberes que evolucionan y se presencia, en el compromiso de respuesta que debe dar cualquier religión a las voces humanas, pues éstas, las voces, aprenden y necesitan decir su propia palabra. Así, pues, efectuando soldaduras epistemológicas, ajenas a espúreas hermenéuticas y recurrentes estancamientos historicistas, obviando las respuestas seguras que dan la abundancia dogmática, aceptando que las preguntas cambian y que cuando se dispone de respuesta ya se modificó la pregunta, el autor trata de ofrecernos una visión frente al debilitamiento de lo colectivo, y de la solidaridad, frente a la disolución de los valores que encierra la carta de los derechos humanos o la burocratización “de lo religioso”, frente a la desmoralización y la necesidad o los vacíos que acompañan al ser humano.

 

Asistimos pues a una teología que teológicamente se manifiesta en la búsqueda de valores universales. Atiende al “universalismo que reconoce la unidad de las diversidades humanas; de las diversidades de la unidad humana” (E. Morín), tras la consecuencia del destino, del desencantamiento y la devastación, de la finitud, etc. propone la solidaridad y la responsabilidad humanas. Y en este deambular el autor recupera valores teológicos primigenios: la compasión, la comprensión, la contemplación, el antropocentrismo, la teología dialógica y de liberación, la teología de las religiones y la feminista. Al mismo tiempo desatiende el autoritarismo y el dogmatismo, se trata de una apuesta por una teología cordial y sabedor, como señala el Antiguo Testamento, que en el corazón se hablan la inteligencia y la memoria, luego también es memorial.

 

Estas razones cordiales complementan y refuerzan a los puramente racionales y mecánicas. Somos razón y sentimiento. Con las solas fuerzas racionales difícilmente se pueden explicar los sentimientos religiosos y las creencias; sin ellas, los pasos a la superstición y al fanatismo son fáciles.

 

Ciertamente en nuestro ámbito cultural el cristianismo ha plasmado de múltiples formas su impronta, mas también el islamismo y el hinduismo. La convivencia entre religiones no siempre ha estado ajena a al violencia y en su grado máximo. En las religiones monoteístas, reveladas y únicas verdaderas, la violencia va inserta. Así lo constate la historia, si bien todas abogan por el diálogo, la tolerancia, el amor en sus fundamentos primigenios revelados; quizá la institucionalización una vez lograda promueve que surjan los insertos violentos que producen la exclusividad y el oficialismo.

 

Otra teología es posible es un vaivén rico de referencias que trata, tras reconocer los caminos recorridos, de lograr un punto de encuentro, el antropológico y que responde al zoon ecoumenicon y al sujeto de complejidades que es el hombre. La historia es rica y fecunda en numerosos ejemplos que conducen al diálogo y al encuentro. Los dogmas dificultan el encuentro, si bien, los sustanciales son coincidentes en las religiones monoteístas: las verdades reveladas por un dios único, creador y padre. El autor considera que existen unos mínimos razones altamente enriquecedoras para que la concordia y el diálogo conduzcan a dar respuestas esenciales al hombre.

 

Estamos pues ante una teología antropológica, dialógica, respetuosa con la diversidad y la interculturalidad, con la libertad de convicción y, a la vez, opuesta al narcisismo provocado por la exclusión o anclado en dogmatismos obsoletos, en contra de los fundamentalismos y su violencia, así como de la materialidad o puro crisolhedonismo. En este orden es una apuesta por la alianza entre culturas, por la consideración del hombre como resultado filogenético mestizo y mezclado, altamente “contaminado” por la multiplicidad de contagios sucesivos entre los pueblos. “El hombre perfecto es el hombre mezclado” (M. Montaigne), pues en cada hombre están todos los hombres. De este modo esta Otra teología…, es de esperanza y utopía, intercultural y caledoscópica, pues está atenta a todo el cromatismo humano, ajena a la hegemonización y ausente al encubrimiento de otros pueblos. En definitiva, el profesor Tamayo, nos ofrece un desafío para la reflexión que va más allá de las filias que nos acompañan ofreciéndonos un ensayo denso fruto de la experiencia y de la interancia propias. Esta riqueza personal le lleva a conjugar el prefijo inter con otras religiones, culturas y géneros, luego es una teología interreligiosa, intercultural e intergénero que, a su vez, nos lanza la provocación del dictum kantiano: ¡atrévete a pensar! (¡sapere aude!)