José Cereijo: <i>Antología personal</i> (Polibea, 2011)

José Cereijo: Antología personal (Polibea, 2011)

    TÍTULO
Antología personal

    AUTOR
José Cereijo

    EDITORIAL
Ediciones Polibea

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-86701-40-6. 68 páginas. 10 €



José Cereijo

José Cereijo


Reseñas de libros/Ficción
Los ojos del tiempo: José Cereijo, Antología personal (Polibea, 2011)
Por Marta López Vilar, miércoles, 7 de noviembre de 2012
Todo acto de escritura poética está precedido de una observación del mundo. Mirar lo que rodea, mirar lo que somos –si somos capaces- es lo que provoca la llamada de la escritura. Somos aquello que puede sobrevivir en la escritura. La poesía de José Cereijo sabe mucho de observación, es muy consciente de ella.

La editorial Polibea ha publicado esta Antología personal del poeta gallego José Cereijo (Pontevedra, 1957). Es un libro necesario. Y es necesario porque la obra de Cereijo debe entenderse como un viaje de observación del mundo. En este libro se reúnen poemas de sus libros Límites (1994), Las trampas del tiempo (1999), La amistad silenciosa de la luna (2003), Apariencias –libro en prosa, pero que mantiene el tono poético- (2005) y Música para sueños (2007).

 

Es la poesía de Cereijo el ejemplo más claro de la hondura, pero no de una hondura oscura, irrespirable. Su mirada es tan diáfana que atraviesa la existencia de las cosas para nombrarlas poéticamente. Esa misma hondura, casi quirúrgica, hace que su palabra sea precisa, exacta. De hecho, el mismo acto de leer la poesía de Cereijo ya es un ejercicio de marcado ritmo, de golpeo incesante que nunca está sin compás, que tanto me recuerda a mi primera lectura en latín de los Tristia de Ovidio. Recuerdo ese golpe al pronunciar su “Cum subit tristissima noctis imago…”. Parece que la poesía se convirtiera, de esta forma, en hija directa del tiempo. A cada palabra dicha, un tiempo marcado, comenzado. El poema “Ese día” se inicia:

 

Hoy pienso en ese día, que será como tantos

-voraz, suplementario, azul, indiferente-,

y en el que una vez más, pero ya no habrá otra,

mis ojos, mis oídos, recobrarán el mundo.

La poesía de Cereijo es un eterno encuentro con el mundo, que es una manera de encontrar el tiempo, la existencia. Y dentro de ese encuentro –encuentro lejano de lo epifánico y muy cercano a la naturaleza callada de las cosas- se encuentra uno de sus temas centrales: el amor. Puedo decir que la poesía de José Cereijo es amorosa, pero este amor aparece como los dioses –esa es su religiosidad, la panteística, por cierto- de la antigüedad: metamorfoseándose. Cereijo cambia el cuerpo de ese amor de manera constante. Encontramos, por ejemplo, ese amor construido en ausencia, con verso firme, reconocido frente a sí mismo. No puedo dejar de mencionar uno de los poemas que más me sobrecogieron desde la primera lectura –hace ya algunos años-: “Nunca”, de su libro Las trampas del tiempo:

Esa ausencia es, lo sé bien, una mutilación irremediable;

es un triste muñón, que llevaré conmigo hasta la muerte.

También es, a su modo, forma y prueba de amor, de lúcido y
                                                                                  [humillado amor,

de devastado y verdadero amor, que ofrezco a tu recuerdo.

Ese “nunca” tan devastador que borra para dejar un rastro en forma de memoria –la memoria es el rastro más doloroso, también el más fiel- es, paradójicamente, lo que reconstruye ese amor que no aconteció. El amor ensoñado, pero igual de real, se abre paso entre las páginas de la obra de Cereijo. Así aparece en su hermoso libro de haikus La amistad silenciosa de la luna:

 

Soñarte hermosa,

feliz, y en otros brazos.

Pero soñarte.

Es, sin duda, la poesía de Cereijo una poesía de la reconstrucción desde el vacío. Pero cuando hablo de reconstrucción no hablo de un directo o indirecto idealismo romántico de sentimentalismo fácil –algunos ejemplos tenemos en nuestra rica poesía española-. Poco hay de eso en la obra del poeta gallego. La emoción es acallada, tranquila, contemplativa y contemplada. Hay cierta exactitud en el diálogo emocional de la poesía de Cereijo. Nada sobrepasa, nada falta. Está todo ahí, como engendrado por un minucioso trabajo de evocación humana y necesaria. El poeta está allá donde haya estado un solo pedazo de su vida. Recuerdo el poema “Pájaro muerto”, de su libro Música para sueños:

 

Velado por la muerte,

tu pequeño ojo oscuro me mira todavía,

con algo que no sé si es pregunta o respuesta

o está ya más allá de todo eso.

Has sido entre nosotros

un fugaz visitante:

tan leve que no hacías temblar una rama ligera,

tan leve que es difícil decir, una vez muerto, si has llegado a vivir.

Pero también tus ojos recogieron, no obstante, toda la luz del cielo;

también tu cuerpo breve se estremeció al placer, luchó con el dolor;

en tu pequeña mente floreció, océano de hondura ilimitada,

la gloria incomparable de estar vivo.

El diálogo con lo leve, con lo frágil, es otra constante en la poesía de Cereijo. Y es que su verso es delicado, exacto y está en continua comunicación con un espacio que no puede definirse. No hay espacios físicos, pero sí muy emocionales. Es emocional porque no hay referentes que la solidifiquen, tan sólo están las palabras, desposeídas, alejadas de su referente para existir de otra manera. Sólo así, si nos damos cuenta, acontece el tiempo: sin saber cómo es, si saber cómo opera en nosotros si no es por la memoria o el olvido. Todo eso aparece en este libro. El poema “Lo sabe” de su libro Música para sueños dice:

 

Fuiste verdad. El tiempo

podrá borrarlo todo.

El secreto dulcísimo

de tu piel, de tus labios.

Podrá negar incluso

las certezas más hondas:

confundirlas con sueño,

con vanidad inútil.

No este frío en los huesos,

ni este hueco en los brazos.

No la oscura evidencia

del dolor. Él lo sabe.


El tiempo es el lugar de la palabra para José Cereijo, un tiempo leve pero implacable con el mundo que, sin embargo, no deja lugar al lamento ni la queja. El dolor, la ausencia, el hueco de las cosas son meditaciones, hermosas maneras de reconstruir un mundo que necesita ser mirado. Acaso eso es el hombre: un fragmento del tiempo, su propia meditación. La poesía de José Cereijo lo sabe.