Hay que reconocer, en su justa medida, la decidida y, en principio, 
responsable actuación de los agentes sociales, especialmente de los sindicatos, 
cuando, hace justo siete meses, escenificaron una huelga general ante la 
decepcionante reforma laboral que el gobierno de don José Luis Rodríguez 
Zapatero llevó al Congreso tras su famoso Real Decreto-Ley de 16 de junio. 
¿Qué ha cambiado en la sociedad a estas alturas para que patronal y 
sindicatos hayan decidido ir juntos de la mano? Obviamente, más de cinco 
millones de parados, miles de empresas desaparecidas o en vísperas de 
desaparición, millares de jóvenes sin porvenir profesional alguno, pensiones 
congeladas, miles de funcionarios que han visto recortados sus salarios e 
inmigrantes que han tenido que regresar a sus países de origen, y ello 
considerando que de allí escaparon de salarios de miseria. 
En fin, se 
entiende que el panorama no estaba como para no llegar a un acuerdo. Sin 
embargo, la cuestión central es si este acuerdo, que tanto se celebra, responde 
a las perentorias necesidades de este país o, por el contrario, no es más que 
otra cortina de humo ante las exigencias de la opinión pública. Por descontado, 
si es así, sólo de ello debe responsabilizarse a los agentes sociales en tanto 
el Gobierno no promulgue una nueva reforma laboral. De su calado cabrá entonces 
entender si el Ejecutivo también participa de una maniobra que pretende distraer 
a mercados y ciudadanos. 
Es evidente que en materia de 
flexibilidad, teletrabajo, formación y descuelgue no se han hecho progresos 
importantes
El 
acuerdo 
firmado entre los agentes sociales trata sobre 
flexibilidad interna, empleo, formación, descuelgue de condiciones de trabajo e 
incrementos salariales. Por primera vez los sindicatos han abierto una 
alternativa de negociación en materia salarial que se desvincula de los 
automatismos que hasta la fecha estaban referenciados directamente al IPC. 
Sin embargo, de su efectividad comienzan a abrigarse serias dudas. Así, 
se ha abierto una sutil brecha en materia de salarios variables, de forma tal 
que, lo que hasta el momento constituía un recurso de las empresas para premiar 
la productividad de sus trabajadores en función a su mayor esfuerzo, corre el 
riesgo de consolidarse como una carga retributiva más que deberán soportar sin 
remedio, sean cuales sean sus necesidades productivas, la evolución de sus 
ingresos, márgenes comerciales, su posición competitiva o el verdadero desempeño 
de sus trabajadores. 
Pero esto no es todo. Es evidente que en materia de 
flexibilidad, teletrabajo, formación y descuelgue no se han hecho progresos 
importantes. La reforma de junio del pasado año permitió que los sindicatos 
tomaran mayores cotas de participación, en concreto en materia de negociación en 
procesos de modificaciones sustanciales implantadas por las empresas sin 
representación sindical. Por lo tanto, el panorama, en lo sustancial y 
sustantivo, prácticamente no ha variado y sigue manteniéndose un límite 
temporal, esto es, la duración de la modificación no podrá superar el período de 
vigencia del convenio inaplicado ni, en todo caso, tres años. ¿Cómo es posible 
que pueda plantearse un límite temporal a una medida que pretende mantener la 
actividad productiva de las empresas? ¿Son acaso los agentes sociales que hoy 
han pactado el acuerdo quienes están en condiciones de calibrar que los 
problemas productivos de nuestro tejido empresarial tienen una vigencia máxima 
de tres años? 
La crisis no espera de medidas a 
aplicar en 2014 o en años venideros, sencillamente requiere de una respuesta 
efectiva e inmediata
Por lo que respecta a la 
negociación colectiva, tampoco se ha avanzado mucho, salvo en la declaración 
programática de abrir mayores cotas de libertad a las empresas en el seno de la 
negociación de sus propios convenios colectivos. Sin embargo, en la práctica, se 
sigue apostando por la preeminencia de los convenios sectoriales, con las 
salvedades anteriormente indicadas, y se refuerza el papel de los convenios 
provinciales (leáse también, autonómicos). Y esto es una falta de 
responsabilidad sólo achacable al intento sindical de seguir manteniendo sus 
cotas de poder y al empresarial de continuar liderando sectores productivos 
mediante organizaciones cada vez más alejadas de los reales intereses de nuestro 
tejido productivo, prevaleciendo en sus posiciones negociadoras los intereses de 
las grandes entidades empresariales del país. 
¿Y qué decir sobre los 
acuerdos en materia salarial, en concreto, la tan aireada contención de los 
incrementos salariales en los términos temporales del acuerdo, esto es, 2012 a 
2014? Ciertamente, se ha producido un avance en cuanto a las variables que deben 
ser tenidas en cuenta para los incrementos salariales y su revisión. Sin 
embargo, todo el esfuerzo realizado puede quedar reducido a una pura 
manifestación de buenas intenciones. ¿Por qué? Pues, sencillamente, porque el 
acuerdo no contempla una obligación de las partes negociadoras de proceder a una 
traslación real de los límites de crecimiento salarial a los convenios vigentes 
en la actualidad. Esto se traduce, como fácilmente puede comprenderse, en que 
serán los interlocutores sectoriales, autonómicos, provinciales o de empresa los 
que, a su criterio, decidirán realmente la aplicación de los límites de 
incremento salarial que contempla el acuerdo. Y, en este sentido, no podemos 
olvidar que los sindicatos juegan un papel de extrema importancia. Si sus bases 
no están dispuestas a aplicar los límites que el acuerdo recoge para este 
próximo trienio, ello significará el más rotundo fracaso de esta negociación. La 
crisis no espera de medidas a aplicar en 2014 o en años venideros, sencillamente 
requiere de una respuesta efectiva e inmediata. 
Por tanto, todo parece 
indicar que el acuerdo es fruto de una puesta en escena bien calculada en la que 
ambas partes, con supuesto ánimo conciliador, han hecho aparente (que no 
decidida) dejación de sus tópicas y anquilosadas posiciones en aras de nuestra 
maltrecha economía, conscientes de que su falta de voluntad para abordar, como 
era su obligación, un nuevo marco legal de las relaciones laborales en nuestro 
país, obliga al Ejecutivo a asumir el protagonismo en la promulgación de una 
reforma laboral. A partir de aquí, veremos cómo se comportan los agentes 
sociales, especialmente los sindicatos, dado que tienen la llave de la 
conflictividad laboral. Ante esta situación, 
no 
queda más que confiar en la reforma laboral del Gobierno. 
Y esperamos que ésta sea la definitiva. Las empresas de este país, que las 
integran también, no lo olvidemos, los trabajadores, no pueden esperar más 
tiempo ni soportar más decepciones.