Sergio Girona (foto de Jesús Martínez)

Sergio Girona (foto de Jesús Martínez)

    AUTOR
Sergio Girona Jaen

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Barcelona (España), 1975

    BREVE CURRICULUM
Estudió Farmacia y Laboratorio, pero su verdadera pasión son las letras. En una edad muy temprana descubre que ellas solas pueden convertir a un hombre en cucaracha, o que una mujer puede tener verdes los ojos y violeta la voz. Allí empieza una fiebre que le acompañará hasta hoy, agravada por su vicio de plasmar sus propias ideas en papel. Es autor de la pieza teatral Luto por un divorcio




Opinión/Entrevista
Entrevista a Sergio Girona, autor de El hombre que habla y habla
Por Jesús Martínez, miércoles, 1 de febrero de 2012
Entre dos mujeres

“Me estaba divorciando, y estaba jodido. Ella se fue a Paraguay. Yo cogí un vuelo y me planté allí. Pero… una putada. Me acabé de hundir.” La vida de Sergio Girona Jaen (Barcelona, 1975), bien filmada, se podría proyectar en el cine Comedia, y seguramente su película robaría espectadores a la cinta de Cary Joji Fukunaga Jane Eyre. “Entonces estuve un año en Paraguay, sin hacer nada; bueno, sí, escribiendo”, prosigue. “Hasta que volví a Barcelona, para festejar el 2011, y me puse a escribir como un loco. Me encerré en casa, y, en 48 horas, en los cuadernos Gran Jefe, compuse los 22 primeros poemas de El hombre que habla y habla, tema amoroso que se dirige a una mujer idealizada (después de publicar, ya sólo me queda subir en globo). Además, en aquella época, todos mis amigos se divorciaban, caían como moscas. Por eso se me ocurrió también una pieza de teatro, que titulé Luto por un divorcio.
Sergio Girona, que trabaja como farmacéutico en Montgat (“alegrar a la clientela no es fácil, muchos son enfermos crónicos”), se podría deconstruir, físicamente, como un Lego: corpulento sin ser voluminoso (más bien “abundante de hombre”, en la visión del poeta Miguel Hernández), carnívoro con unos terrones de azúcar (indolente a su pesar), ofrece una imagen de boxeador que espera en el rincón de la lona el ring the bell (toque de campana) que dé inicio al asalto. Se recrea en las metáforas pugilísticas: “¿No fue Cortázar quien dijo que la novela gana por puntos y el cuento por k.o.?”. En El hombre que habla y habla (Ediciones Carena, 2011), Sergio se ha quitado de encima el polonio radiactivo de sus frustraciones, alejándose esta palabra del vocablo que mejor definiría su particular momento personal: “fiasco”, como si realmente él hubiera agonizado igual que el exagente del KGB Alexánder Litvinenko: “Vete de mí, tranquila, / porque voy a sobrevivirte / a golpes de amor y de furia”.

A los cinco días de desgañitarse en versos como Lorca se revelaba en “Preciosa del aire” (“el viento quiere violar a una niña y Lorca consigue que sea incluso bonito”), Sergio conoció a Celia López, mujer intuitiva, la del medio de seis hermanas, paraguaya residente en Barcelona desde el 2006. Es su representante, a quien reverencia, en un sentido más afectivo que los saludos del capitán Cobarde Francesco Schettino a los adeptos que le piden que no se rinda (“Comandante, non mollare”). La conoció en el “mercado de carne” de los chats, y, tras quedar, tras oírse mutuamente las voces y pasarse los teléfonos móviles, su dulzura se impuso.

Ahora, Sergio está trabajando en una novela sobre el abuelo de Celia, perillán que luchó en la Guerra del Chaco (1932-1935) y que murió a los 97 años de edad. “Voy por el capítulo cinco, y explicaré cómo se lió con una india para tener hijos con ella. También quiero poner el dedo en la llaga de Estados Unidos, responsable de la Operación Cóndor, que plagó de dictaduras Latinoamérica”, infiere Sergio, que pretende narrar la epopeya del anciano, de la misma forma que Theodore Dreiser glosó en El financiero el auge y la caída del millonario Frank A. Cowperwood, en Filadelfia.

El autor Sergio Girona también inició su carrera literaria entre dos mujeres: “Yo me crié con mi abuela Hortensia y con mi madre, Maite. De mi abuela aprendí a fabular, a chantajear con las palabras. Era muy lista, enfebrecida por la imaginación. Y de mi madre aprendí a leer. Me daba libros que no entendía, como La metamorfosis, de Kafka, y que yo leía como un cuento”, sugiere, amalgamando los recuerdos para futuras creaciones literarias. En el fondo, su vida de “inexperiencias” la han escrito las mujeres: su madre, su abuela, su exesposa y Celia, que sonríe y le apacienta: “Yo le leo todo, porque son cosas muy bellas”.