Pierre Etaix: <i>Le Grand Amour</i> (1969)

Pierre Etaix: Le Grand Amour (1969)















Pierre Etaix el 21 de febrero de 2011 (foto de Martin Griffault; fuente: wikipedia)

Pierre Etaix el 21 de febrero de 2011 (foto de Martin Griffault; fuente: wikipedia)


Magazine/Cine y otras artes
Hallazgos. El gran amor, o la rehabilitación de Pierre Etaix
Por Carlos Abascal Peiró, lunes, 4 de abril de 2011
Etaix, Pierre Etaix, es, fue, un clown de antología. Recuperado tras un ingrato olvido de matriz legal, pestilente, la Filmoteca Española ensaya una enmienda y proyecta enteramente su cine. Comparsa de Tati, heredero de la chanza de Keaton y los otros, la filmografía de Etaix impulsa un humor que conjuga la inocencia aparente con el sabor nostálgico de una Francia perdida. Terrenos para El gran amor (Le Grand Amour, 1969).


El cine holgazán. Días de feria

Que el cinematógrafo gateó en arrabales urbanos sabe a incontestable. El cine, antes de ser apadrinado por bulevares burgueses, maduró en plateas infernales, al (íntimo) calor de rumorosas barracas, hibridado con vodeviles, recreaciones burlesque, shows de variedades. Antes que de nadie, fue de bribones y pilluelos, perteneció a riadas obreras -las de la sortie de la usine-, las mismas que una vez (la primera por cierto) recogió aquel aturdido operador Lumière. El cine, además, alimentó la héjira europea hacia Norteamérica y, mediante la festiva eficacia del gag -al servicio de la imaginería muda, de la insolvencia lingüística del emigrado-, inoculó su bálsamo a centenares de mandíbulas minadas, reclutadas de entre los muelles de Rhode Island, babel infecto y soñador, vanguardia pionera en la configuración del espectador de masas.

Del evangelio de resbalones y cafradas que instauró la épica del slapstick, aupada por los extintos nickelodeon (de nickel, moneda en níquel de cincuenta centavos de dólar, y odeion, término griego que refiere un teatro entechado) y espléndidamente defendida por Keaton, Lloyd, Laurel & Hardy, otros genios, brotó cierta sociología fílmica a lo vitelloni, o aquellos holgazanes ‘fellinianos’ que vitorean al héroe y piropean plásticamente a la chica, para luego tantear la butaca contigua a la caza de un muslo ingenuo. Envuelta en fétidas oleadas de sudor, iconografías de barriada, genuinas, domésticas, nació una actitud despatarrada que vociferaba a la pantalla, mascaba goma de chicle y agitaba la gorra, un disfrutable modo de consumir imágenes teñido de nostalgia, la que despierta el cine de continuadores del pelaje de Jerry Lewis, de Tati. De Pierre Etaix.

‘Il etaix une foix’ (Había una vez). La vez de Pierre Etaix. El gran amor

Etaix es un superviviente. Rescatado de chiripa (ahora se trata de la Filmoteca Española), maltratado por tribunales, gestores de derechos y otros canallas de traje, Pierre Etaix aprendió a oficiar el jolgorio al uso de su maestro Tati, bajo el influjo de Charlot, Keaton, sin dejar nunca de revelar un trazo personalísimo, tan reivindicable como desdeñado. La filmografía de Etaix -recientemente reunida por vez primera en Francia- exige una recepción desvergonzada, sepultada con aquel cine gritón de los orígenes, necesaria para advertir el genio del realizador e intérprete de Le Grand Amour (1969). Extraña, atemporal, compuesta sobre la base escrita que firmó Jean-Claude Carrière, sellada por la alargada fisonomía de Etaix, El gran amor es una obra náufraga que atesora instantes superdotados, delirantes.

En la Francia de provincias, levantada sobre el ‘pain au chocolat’ y la ‘commère’ (la chismosa), los días se confunden entre sí. Aplastado por los toldos rayados de centenares de cafés idénticos, el tipo al que da vida Etaix regenta una fábrica anticuada, rédito del matrimonio con una próspera heredera, ser ordinario a cuya salud consagra una existencia programada, rancia, tan sólo sitiada por la repentina aparición de una ninfa con aspecto de secretaria. Parcheado por un surrealismo naïf memorable, cruzado con el rastro amargo del desengaño –el de un cine que se reconoce anacrónico, sentenciado por su carencia de subversión- el film, entre otros asuntos, adelanta maniobras narrativas de un Woody Allen que -vía entrevistas- acostumbra a reverenciar la pícara mueca de Etaix.

Desde el arranque del relato, asombra el talento narrativo del creador, hábil en la puesta en escena, brillante en la guasa. Camas que, a modo de autos, cubren un tramo regional de carreteras, se averían, renuevan el depósito y colisionan en el arcén. Etaix, sondeando un costumbrismo profundamente francés, recurre al onirismo como desarme, a secuencias de montaje subordinadas al titubeante narrador que rememora, da marcha atrás y recompone, para ser increpado por unos personajes confusos con su papel. Consumir su humor requiere un camuflaje de infancia. Luego, nada resulta áspero o empalagoso.

Paleontologías. Descubrir la imaginería Etaix nos traslada a una fotografía recurrente en las páginas de National Geographic, aquella del tipo de lanza y taparrabos que, admirado desde un claro entre secuoyas, dirige una mirada atónita al fotógrafo del helicóptero. Algo similar sucede cuando uno visiona Le Grand Amour, la impresión coincide en ambos casos. Tropezarse con un fósil intacto produce cierta turbación. El absurdo de la trinchera legal que placó a Etaix no ha permitido echar un vistazo conveniente a sus trabajos hasta hace unos años. Y estos, sometidos a un depurado proceso de restauración, parecen haber sido extraídos de una suerte de cápsula temporal, la de un humor (pre)Nouvelle Vague amplificado por la ternura que respiran sus historias, lo bufonesco (y consecuentemente humano) de sus criaturas, o el ligero barniz que supone una ingenuidad hoy deliciosa (por infrecuente), agazapada bajo la travesura del gag, destapada a cada treta visual.

Etaix, octogenario, sonríe hoy ante los flashes. Con la vista puesta en un horizonte de comedias azucaradas, cínicas, Etaix se sabe un marciano, un visitante. Uno se interroga acerca de la placidez que muestra el tipo, torturado en el ring de los royalties, en estrados y otros rincones. Tal vez, enterrado en la almohada -se admiten apuestas- siga imaginando peajes, estaciones de repostaje, al fin impresos en ese retrovisor extraño, paulatinamente borroso, que marca el cronos fílmico.



Pierre Etaix: Le Grand Amour, 1969 (vídeo colgado en YouTube por FondationGroupamaGan)