Abel Hernández: <i>Suárez y el Rey</i> (Espasa, 2009)

Abel Hernández: Suárez y el Rey (Espasa, 2009)

    TÍTULO
Suárez y el Rey

    AUTOR
Abel Hernández

    EDITORIAL
Espasa

    PREMIOS
Ensayo Espasa 2009

    OTROS DATOS
Madrid, 2009. 282 páginas. 19,90 €



Cubierta del libro en su primera edición

Cubierta del libro en su primera edición

Patricia Gascó Escudero es Licenciada en Historia. Se especializa en el estudio de las élites políticas en la Transición democrática española (caineta@homail.com)

Patricia Gascó Escudero es Licenciada en Historia. Se especializa en el estudio de las élites políticas en la Transición democrática española (caineta@homail.com)


Reseñas de libros/No ficción
Abel Hernández: Suárez y el Rey (Espasa, 2009)
Por Patricia Gascó Escudero, martes, 4 de enero de 2011
La “crónica sentimental” que el escritor y periodista Abel Hernández nos traslada en su último libro, Suárez y el Rey, comienza en la misma cubierta, que reproduce la fotografía que Adolfo Suárez Illana tomó a su padre en la compañía de D. Juan Carlos en julio de 2008. La instantánea, que obtuvo el premio Ortega y Gasset, nos sirve como epílogo de un viaje por la España de los últimos cincuenta años, analizando la trascendencia del vínculo entre dos de los principales protagonistas de la Transición. Pero, al mismo tiempo, pergeña el peso de los acontecimientos sobre el encuentro y desencuentro entre Adolfo Suárez y D. Juan Carlos, trazando paralelismos entre ambos entre los que destaca la fe en el proyecto de una democracia bajo la forma de una Monarquía parlamentaria.
No es la primera vez que Abel Hernández se ocupa del complejo periodo que llevó a la democracia ni de sus gestores políticos, pues al mismo autor pertenece Fue posible la concordia (Madrid, Espasa Calpe, 1996) en la que se sistematizaban las principales alocuciones de Suárez en relación a su Presidencia del Gobierno, contextualizándolas a partir de un constructo formado de informaciones conocidas y anécdotas personales. En esta nueva obra, Suárez y el Rey, se mantiene el riguroso análisis de estos discursos, así como el uso de fuentes cercanas a la acción política, y por tanto privilegiadas, a las que se une el propio testimonio del autor. Todo ello a través de una magnífica prosa, más literaria que en obras anteriores, que sin duda contribuyó a que en el libro recayera el premio Espasa Ensayo de 2009 y que la hace destacar entre el incesante goteo de libros sobre la Transición.

Sin embargo, en esta ocasión el análisis va más allá y se embarca en una crónica que descubre mucho más de la relación entre ambos porque, entre otras cosas, cubre una cronología más amplia: arranca en el momento previo a que unos jovencísimos Adolfo Suárez y Juan Carlos de Borbón se conocieran y finaliza en la actualidad. En efecto, este drama, esta casi “tragedia griega de tres actos”, por seguir una expresión del autor, no es un ensayo biográfico de uno y otro, sino la narración de una de las amistades políticas que más peso han tenido en la reciente historia española.

Al mismo tiempo que Suárez acentúa su fulgurante ascenso, utiliza sus recursos para afianzar la imagen del futuro Rey de España, quien, a su vez, potencia la carrera de Suárez

Siguiendo el camino que se nos propone, la época del encuentro se inicia cuando las motivaciones de Adolfo Suárez se orientaron hacia la política –ya con el apoyo de Herrero Tejedor- y reconsideró sus planteamientos republicanos hacia posiciones claramente monárquicas en un giro en el que las conversaciones en torno a 1959 con Hermenegildo Altozano cobraron gran importancia. Abel Hernández recoge las palabras de Suárez al respecto de este viraje aparentemente contradictorio: “Cuando me llama Fernando Herrero Tejedor para ser secretario suyo, empiezo a conocer el sistema por dentro: las Leyes Fundamentales, las previsiones sucesorias… Pronto conozco al Príncipe y empiezo a pensar que puede que no ser conveniente plantearse el hecho de la forma de Estado de la manera que yo lo entendía. Porque la forma monárquica está ahí y es la más lógica. Conozco al Príncipe, que era muy joven, y nos hacemos amigos” (p. 32). A partir de aquí, estos primeros contactos –favorecidos por la proximidad de Suárez al grupo de los tecnócratas- se convierten con el tiempo en una floreciente amistad, basada en la confianza mutua y en la compatibilidad de sus proyectos políticos, pues, al mismo tiempo que Suárez acentúa su fulgurante ascenso, utiliza sus recursos para afianzar la imagen del futuro Rey de España, quien, a su vez, potencia la carrera de Suárez.

La paralela consolidación de la figura de D. Juan Carlos y de la carrera política de Adolfo Suárez cobró toda la importancia para el devenir posterior, de manera que en 1968 Suárez consiguió su nombramiento como gobernador civil de Segovia y es en este periodo cuando, según diversos testimonios, el futuro presidente del Gobierno entregó a D. Juan Carlos unas notas en las que trazaba una “hoja de ruta” que había de servir como eje para implantar un sistema plenamente democrático a la muerte de Franco. Pues, según destaca Hernández, a pesar de la sensación de ejecución imprecisa que perdura en los análisis hechos sobre la Transición, “no hubo improvisación en el método ni en el objetivo final; sí se fueron improvisando sobre la marcha muchos de los instrumentos para lograr lo que se pretendía” (p. 91). Un año después, las Cortes franquistas nombraron a D. Juan Carlos como sucesor de Franco y pronto Suárez alcanzaba la Dirección General de RTVE, puesto clave para consolidar los afectos hacia el Príncipe; sin duda, la acción de Carrero Blanco fue fundamental en el proceso.

Tras el fallecimiento de Franco esos apoyos hacia la Monarquía se materializaron y por fin D. Juan Carlos disponía de la oportunidad de controlar su destino. El objetivo inicial estaba cumplido, pero faltaba un largo recorrido para lograr la democracia que el pueblo reclamaba. Siguiendo con el símil teatral, podríamos citar a Séneca al decir que "la vida es una obra teatral que no importa cuánto haya durado, sino cuánto bien haya sido representada", y en el primer acto de esta obra el telón cae justo tras el nombramiento de Suárez como elección del Rey en la terna de la que debía salir el nuevo Presidente del Gobierno tras la forzada dimisión de Arias Navarro. El sentimiento de satisfacción era máximo.

Trasladado a palabras sencillas, la Política, que los había unido, acabaría por separarlos, especialmente tras el empeño del ya Duque de Suárez de permanecer en el ruedo con el CDS

A partir de aquí, la relación estaría de algún modo abocada al desencuentro, pues “es difícil la amistad con el Rey. Son planos diferentes y la amistad es normalmente entre iguales (…). El Rey tiene la dura obligación de permanecer en soledad, sacrificando los afectos personales en aras de la institución que representa” (pp. 152-153). Dicho de otro modo, a pesar de que había habido cierto distanciamiento entre Suárez y el Rey fruto de la delimitación de las funciones de cada uno, el “drama”, es decir, la ruptura entre ambos se va fraguando a lo largo de 1979 y, sobre todo, de 1980. De nuevo, el contexto político fue determinante y hubo claros elementos de fricción entre ambos, como la política exterior de UCD y la relación con los mandos militares, especialmente con el general Armada. Pero no fue por eso por lo que el Rey se desunió, sino por lealtad a la institución que representa, como dice Hernández, atendiendo a la posibilidad de que la imagen de Suárez como político en crisis afecte a la Corona. Trasladado a palabras sencillas, la Política, que los había unido, acabaría por separarlos, especialmente tras el empeño del ya Duque de Suárez de permanecer en el ruedo con el CDS.

En este retrato que se nos dibuja hay evidentemente otros sujetos: el propio Carrero Blanco, Torcuato Fernández Miranda, Carmen Díez de Rivera…, si bien hay un personaje al que hasta ahora no se ha dado excesiva importancia en el análisis político pero que a juicio del autor jugó un papel clave: la enfermedad de Suárez. Desde 2004 es oficial su grave deterioro, la pérdida de sus facultades mentales, aunque quizá habría que plantearse hasta qué punto muchas de las decisiones que tomó con evidente desacierto estuvieron ya influidas por una melancolía personal, cuando no por fuertes brotes depresivos. Abierta esta posibilidad, con claros tintes hipotéticos, ¿hubiera sido posible reconducir la crisis de UCD y de su principal activo?

Todo esto nos lleva de nuevo a la fotografía con la que comienza Suárez y el Rey, pues, desaparecido el problema político, permanecen el cariño y la amistad. Irónicamente, cuando la fotografía que sirve de emblema para definir el nexo de unión entre ambos fue tomada, Suárez ya no era el ex presidente del Gobierno, sino el ser humano aquejado de una memoria deshilvanada de la que conserva escasos retazos, y Su Majestad paseaba con él por el jardín no en representación de una Institución, sino como el amigo que ha quedado sólo ante los recuerdos que debían ser compartidos.