Carlos Zanón (foto de Jesús Martínez)

Carlos Zanón (foto de Jesús Martínez)

    AUTOR
Carlos Zanón

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Barcelona (España), 1966

    BREVE CURRICULUM
Poemarios El sabor de tu boca borracha (1989), Ilusiones y sueños de 10.000 maletas (1996), En el parque de los osos (2000), Algunas maneras de olvidar a Gengis Khan (2004, Premio Ciudad de Valencia). Novelas: Nadie ama a un hombre bueno (2008) y Tarde, mal y nunca (2009). Incluido en la antología de Manuel Rico Por estar aquí. Antología de poetas catalanes en castellano (1980-2003). Colabora como crítico literario en el diario AVUI




Opinión/Entrevista
Entrevista a Carlos Zanón, autor de Tictac tictac
Por Jesús Martínez, lunes, 1 de noviembre de 2010
Las flores del mal

“El demonio se agita a mi lado sin cesar.” Con esta visión de Baudelaire, en Las flores del mal, empezó todo. El poeta Carlos Zanón (Barcelona, 1966) se echó al monte de la versificación, y allí abrió la cañada de sus composiciones, libros poéticos con los rasgos de los hunos y los caracteres latinos. Carlos ha publicado Tictac tictac, su quinto capazo de poemas (detrás de los libros El sabor de tu boca borracha, Ilusiones y sueños de 10.000 maletas, En el parque de los osos y Algunas maneras de olvidar a Gengis Khan, “la atracción por el lado oscuro de las personas, el concepto masoquista del amor”). : “Se trata de un homenaje a la niñez, a la que vuelvo a entrar, pero esta vez por la puerta de atrás. La infancia es el tiempo en el que no existe el tiempo, porque el tiempo no te devora”. De ahí las referencias a Alicia en el país de las maravillas (“me daba pánico ese conejo que corría que se las pelaba”) y a Peter Pan, su favorito. “De alguna manera, persisten estos personajes de Disney. Yo he salido de fiesta con chicas que beben para crecer… Los autores también hacen literatura de sus vidas.”
Para ello, Carlos Zanón ha tenido que bogar por los encrespados Mares de las Letras, esa Biblioteca de Babel de la que habla Borges el Heresiarca en uno de los cuentos de El jardín de senderos que se bifurcan. Zanón se encasquetó el calicó, se camufló con los colores caquis del Sahara y se lanzó a la aventura, como el último de los Lectores Exploradores, después de Henry Morton Stanley y su mítico En busca del doctor Livingstone. “Estamos hechos de libros”, cerciora el autor, un caníbal que lee 15 libros a la vez, por no decir de una tacada: “Intento visualizar mi mesita de noche. Ahora… Ahora estoy con Ave del paraíso, de Joyce Carol Oates; una biografía de John Lennon (‘a pesar de todo, los Beatles eran los más grandes’), y Tot el que tinc ho porto amb mi, de Herta Müller, la intrahistoria de los gulags…” (Si antes de 80 páginas, Carlos, abogado de turno de oficio, no encuentra divertimento o emoción o ambas cosas, lo manda al paredón, previa sentencia de muerte, como la que firmó contra Moby Dick, que no pudo acabar de leer.)

Todo empezó con Las flores del mal. “Caminaba Ramblas abajo, cuando en un kiosco me topé con este libro, cuyo título me atrapó. Aunque ese día no me lo compré, lo acabé buscando y di con él. Baudelaire me inspiró”, asume, sentado en una de las mesas que hacen de contrafuerte en la cervecería Viguin, resguardado del séptimo aguacero de fin de verano. Estamos en septiembre.

Por aquel entonces tocaba el bajo (“mal”) en un grupo “grunge ruidoso” que se llamaba Alicia golpea, simulacro del peor Nirvana (“se hizo aburrido cuando empezamos a hacernos mayores”). Escribía las letras de las canciones, arrumbado por la sofistería del disco de Lou Reed Berlin (1973), la tragedia de una pareja de drogadictos consumidos por su propia adicción. La noche, el suicidio, la calle… “La ciudad es tragedia y es diversión, y en la ciudad cabe la ironía, ‘la victoria del vencido’. La literatura está en esos matices, en las motivaciones. Escribir es contar historias. Todos los escritores son, de alguna manera, autobiográficos, aunque lo que te impulse sea dar voz a los submundos”, desflora, y ahuyenta los adjetivos más tibios, enfurecido por lo que dicen los monismos y las palabras. Escuchaba a Lou Reed, la revelación, y se imaginaba lo que esas frases transmitían, trasponiendo sus significados, por lo que se hizo inseparable del diccionario de inglés. Lou Reed configuró su universo, en parte, con los mismos señuelos que Leonard Cohen, quien, a menudo, recitaba a Federico García Lorca. Así que Carlos Zanón descubrió el Poeta en Nueva York, con los Poemas del lago Eden Mills. Y tras devorar Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba, como el caníbal maorí de la península de Whangaroa que siempre ha sido, le hincó el diente al resto de la Guarnición del 27, y desveló los secretos de Luis Cernuda, el depresivo de la Desolación de la quimera, y Cernuda le llevó de la mano a conocer a César Vallejo, que cabalgaba a lomos de su Trilce, educido por la esperanza.

Zanón, sin brújula, destapó la caja en la que reposaba José Hierro (“pensar que no había ni ayer ni mañana ni historia”), y él le presentó a Goytisolo, a los tres hermanos.

Carlos Zanón estudió Derecho porque le gustaba una chica de azul. Pero Luz no le hacía caso… Al final, en fin, se casó con ella. “Sabía que yo no quería hacer Filología; no quería diseccionar clásicos, ni que me dijeran qué obras tenía que leer. Tenía una idea peregrina de la literatura, por eso escribo como un juego y no sé adónde voy a ir a parar.”

En los ocho años que estudió en la Universidad de Barcelona (“pensaba que nunca acabaría la carrera”), se colocó en los más variados y “extrañísimos” puestos, incluido el taller en el que ilustraba las Biblias que se vendían en las comuniones y en Latinoamérica.

“Tengo mirada de poeta y manos de narrador”, ha dicho alguna vez de sí mismo. A sabiendas de que “construir” una novela es una obra titánica, no quiso desmerecer, y probó suerte con Nadie ama a un hombre bueno. “Tengo una novelita que nunca publiqué, cuyo título Puentes en llamas no sé si le hace justicia: se trata de una historia de enredos en la que un hombre engaña a su mujer, pero el detective contratado acaba vigilando a quien no debe. La infidelidad es la última hazaña de las ciudades. Y ahora estoy escribiendo otra novela, de la que sólo diré cómo se acabará llamando: No llames a casa. Escribo cada día, porque escribir es como hacer gimnasia, se ha de ejercitar”, refleja, y acaba volviendo a la poesía, arte que obedece, según él, a impulsos, y se entretiene, en la librería Bertrand de Rambla de Catalunya, con los dulces de Machado y de Spender, a quienes ha echado el ojo.

Por esos estantes perdidos del Sahara editorial andará la Balada de Spoon River, de Edgar Lee Master. El poeta Carlos Zanón ya leyó en el contenido de sus tumbas, y no le importaría volver a hacerlo, siendo como es el último de los Lectores Exploradores.

“Has leído y escuchado a Cobain,
a George Bush, a Salinger y a Palaukin;
has combinado agua bendita y alcohol”

“Estamos hechos de libros.”