Jhumpa Lahiri: <i>Tierra desacostumbrada</i> (Salamandra, 2010)

Jhumpa Lahiri: Tierra desacostumbrada (Salamandra, 2010)

    TÍTULO
Tierra desacostumbrada

    AUTORA
Jhumpa Lahiri

    EDITORIAL
Salamandra

    TRADUCCCION
Eduardo Iriarte Goñi

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 352 páginas. 19 €




Reseñas de libros/Ficción
Jhumpa Lahiri: Tierra desacostumbrada (Salamandra, 2010)
Por Alejandro Lillo, sábado, 1 de mayo de 2010
A Francisco Hernandez Díaz

Jhumpa Lahiri, en Tierra desacostumbrada, ha escrito un emotivo libro de relatos. Utilizando como excusa la vida de los inmigrantes indios bengalíes residentes en los Estados Unidos, Lahiri trata de captar la ambigüedad de las relaciones que se establecen entre los seres humanos y transmitir la complejidad de los vínculos afectivos que entrelazan a padres e hijos, maridos y esposas, hermanos, amigos y novios. El resultado final es más que satisfactorio, pues la capacidad de la escritora para reflejar esa enmarañada realidad es asombrosa.
Ocho historias componen Tierra desacostumbrada. La mayoría son narraciones largas, de entre cuarenta y cincuenta páginas cada una. Las cinco primeras, de notable calidad, ocupan dos terceras partes de la obra. Las tres restantes aparecen agrupadas bajo un hilo conductor común: la relación y los encuentros que dos personas mantienen en diferentes momentos de sus vidas. Se trata, pues, de relatos de larga extensión, más parecidos a los capítulos de una novela que al tipo de narración corta al que quizá estemos acostumbrados. Y sin embargo, esa larga extensión no sólo está justificada, sino que resulta fundamental para la consecución del efecto buscado en cada una de las historias.

El objetivo que Jhumpa Lahiri persigue en Tierra desacostumbrada es verdaderamente complejo y difícil de lograr: explicar y transmitir sentimientos. Esa es una tarea que requiere un tiempo, un espacio y una atmósfera adecuada, más aún tratándose del tipo de emociones que busca expresar Lahiri. De ahí la longitud de los relatos, narraciones por otro lado tan variadas como la visita de un padre a su hija –ya casada y con hijos- tras el reciente fallecimiento de la madre; la vida de una mujer dedicada a su marido y a su casa y el tremendo dolor que esconde; el corto fin de semana que un matrimonio de mediana edad pasa en un hotel con motivo de la celebración de una boda a la que han sido invitados; la peculiar relación que a lo largo de los años mantienen dos hermanos unidos por el afecto, pero separados por algo más que la distancia o el vínculo que se establece entre dos compañeros de piso y el dilema moral al que uno de ellos tiene que hacer frente.

Jhumpa Lihori transmite con convicción y credibilidad esos sentimientos que constriñen y ahogan a sus personajes, logrando que los sintamos como propios. Aunque en realidad lo que consigue es que los reconozcamos

Estas historias, en las que se habla de situaciones más bien cotidianas, se desarrollan con sosiego, mostrando de forma natural las relaciones humanas, apasionadas y tensas, afectuosas y tirantes, repletas de sentimientos enfrentados y pasiones contenidas que en cualquier momento pueden estallar y que de hecho estallan. De repente, casi sin darnos cuenta, vamos leyendo y nuestro pulso se acelera. Intuimos que va a pasar algo, pero no sabemos qué. Es entonces cuando toda esa corriente subterránea de pasiones y odios, de rencores y afectos, sale a la superficie como un torrente, como el magma de una erupción volcánica: ya no hay marcha atrás. Para bien o para mal, las tensiones explotan y la relación ya no vuelve a ser la misma: el rencor se aplaca o se exacerba, el amor termina o se refuerza, la pérdida se supera, la confianza se pierde.

Jhumpa Lihori transmite con convicción y credibilidad esos sentimientos que constriñen y ahogan a sus personajes, logrando que los sintamos como propios. Aunque en realidad lo que consigue es que los reconozcamos. Que los recordemos, que los volvamos a experimentar. En este sentido quizá sea el primer relato, el que da nombre al libro, el que mejor condensa las virtudes y los motivos de la escritura de la autora a pesar de que éste texto sea el único en el que la situación no estalla, el único en el que las pasiones que atenazan a los personajes permanecen sumergidas, sin salir a la superficie. Aun así, todas las historias, aunque distintas, poseen aspectos en común, motivos que de una u otra forma se repiten en cada una de ellas y que van más allá del hecho de que sus protagonistas sean inmigrantes bengalíes asentados en los Estados Unidos.

Siempre hay algo en el otro que desconocemos y que nos puede sorprender, decepcionar o cautivar. Los relatos de Lahiri no sólo reproducen con inusitada habilidad el laberinto de las relaciones afectivas, sino que a la vez ponen de manifiesto la imposibilidad de comprender plenamente los motivos del otro: la confianza, el amor, la pasión o el odio suplen de algún modo esa falta de información. Es precisamente la conciencia de que nunca vamos a conocer plenamente a nuestro padre, a nuestra madre, a nuestro hermano o hermana, a nuestro marido o esposa; es esa idea la que, a la vez que nos turba, nos ilusiona, nos permite seguir viviendo, mantener la fascinación o el aprecio por la persona querida.

El abandono de las raíces, la marcha hacia tierra desacostumbrada, aparece en los relatos en forma de tensión entre padres e hijos, principalmente

La inmigración es asunto que abordan las páginas de Tierra desacostumbrada. El abandono de las raíces, la marcha hacia tierra desacostumbrada, aparece en los relatos en forma de tensión entre padres e hijos, principalmente. Se trata de un choque inevitable que hay que gestionar con inteligencia y prudencia, pues de otro modo el riesgo de desastre es muy elevado. Aunque los diferentes narradores casi siempre adopta el punto de vista de personas jóvenes o de mediana edad que prácticamente forman parte de esa segunda generación de inmigrantes bengalíes, todos ellos mantienen, de una u otra forma, una relación tensa con sus progenitores. Mientras éstos, de clase más bien alta y con estudios universitarios en la India, tuvieron casi que empezar de cero y trabajar duro una vez emigraron a los Estados Unidos, aquéllos, sus hijos, nacidos la mayoría en el nuevo continente, no sienten ese apego por la tierra de la que provienen sus padres y han abandonando sus tradiciones, sintiéndose más norteamericanos que bengalíes.

Son dos generaciones irremediablemente separadas, distanciadas por algo parecido a un abismo. Un abismo concretado en las enormes expectativas que los padres van a volcar en sus hijos. El elevado nivel de exigencia, el querer que los hijos cumplan los deseos de los padres y no los suyos propios, sólo conduce, en el mejor de los casos, a la decepción en los progenitores y a la culpa por no estar a la altura en los hijos, y lo único que se consigue es abrir más la brecha que separa a unos y a otros.

Aquellos que abandonan su país de nacimiento pretenden que sus descendientes, nacidos en otro lugar, mantengan sus tradiciones y costumbres cuando ellos mismos, de alguna manera, ya han renunciado a ellas. Los otros, por su lado, cargan con ese peso familiar que generalmente rechazan y no entienden, sencillamente porque no es su vida. Los unos intentando diferenciarse de sus progenitores, asfixiados por una presión que puede causar estragos; los otros, temerosos de que sus hijos o sus nietos, gozando de la comodidad y las facilidades que proporciona el mundo occidental, acaben pensando que a nadie deben nada.

Todos estos temores, que encuentran voz en las narraciones de Lahiri, son variaciones, al fin y al cabo, del tema central de los relatos, una corriente subterránea que los atraviesa a todos y que nos parte a nosotros mismos por la mitad, pues es un pesar inherente a la existencia humana. Se trata de encajar la pérdida y asumirla, de aceptarla como algo propio del destino humano. Hablo de la pérdida de la madre, del hermano, o del amor, pero también de la juventud, la confianza o la inocencia, del pasado, las raíces o las oportunidades. Son pérdidas que nos acompañan a lo largo de la vida, que nos trastocan y nos cambian, que nos marcan y de las que no nos vamos a poder desprender, pues nuestra existencia es un perpetuo vagar por tierras desacostumbradas.