Ani Khachatryan: <i>Antología de la literatura armenia</i> (Ediciones Carena, 2010)

Ani Khachatryan: Antología de la literatura armenia (Ediciones Carena, 2010)

    AUTORA
Ani Khachatryan

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Gyumri (República de Armenia), 1986

    BREVE CURRICULUM
En Armenia estudió hasta segundo de ESO y cursó cinco años de piano y solfeo en una de las escuelas de música de su ciudad. A los 14 años se trasladó a Barcelona. Actualmente estudia Derecho en la Universidad de Barcelona y trabaja en una gestoría supervisando los trámites de extranjería. Miembro de la Asociación Amigos de Armenia, colabora con la Asociación Ararat




Creación/Creación
Ani Khachatryan: Antología de la literatura armenia (Ediciones Carena, 2010)
Por Ani Khachatryan, sábado, 1 de mayo de 2010
La Antología de la literatura armenia (Ediciones Carena, 2010), traducida por Ani Khachatryan, nos ofrece la historia de Armenia desde los inicios hasta la situación actual. Se trata de un recorrido por las letras armenias desde sus primeros momentos hasta los autores más leídos del siglo XX. En esta antología encontrará la prosa de los cuatro grandes relatos que corresponden a los autores más apreciados de este país: Nar-Dos, Hovhannes Tumanyan, Derenik Demirchyan y Avetiq Isahakyan
Yo

(Autor: Nar-Dos)

Yo la quería.

Cada vez que observaba sus chispeantes ojos, cada vez que oía su risa, cada vez que la abrazaba y sentía los latidos de su corazón, dominaba en mí un extraño sentimiento, bajo cuyos efectos era capaz de convertirme en el mejor de los bienhechores o, por el contrario, en el peor de los delincuentes.

Si me quería o no ahora mismo no lo sé, pero en aquellos tiempos confiaba en ella ciegamente cuando me aseguraba que me quería y cuando me juraba que ni la muerte conseguiría separarnos.

Era mi último año en la facultad de Derecho. Muy seguro de mí mismo, tenía por delante una vida llena de ilusión y esperanzas. Lleno de amor, ilusionado y optimista por ese futuro que me deparaba la vida, preparaba incansablemente la disertación de final de curso, lo que más tarde sería la base de mi éxito y grandeza.

Pero...

Ay, ese pero...

Ahora que todo está perdido, definitivamente perdido, recuerdo aquellos momentos y revivo aquel terrible dolor.

A pesar de todo, continuaré la historia.

Una vez, en el lejano norte, encerrado en mi estudio, escribía los últimos capítulos de la disertación, cuando recibí una carta en la que ella, mi chica, me decía que sus demostraciones de amor simplemente habían sido fruto de una equivocación. También decía en la carta que la olvidara porque en poco tiempo se casaría con otro hombre. Al final de la carta, literalmente decía: “Sé que esto no te agradará mucho, pero bueno, casi todo lo que ocurre en esta vida es muy inesperado y todo puede suceder. Nada es imposible”.

Al principio no le di mucha importancia. Pensé que sólo se trataba de una broma por parte de mi niña y que quería jugar conmigo o, simplemente, lo hacía para probar mi amor. Primero, desconcertado; seguidamente, irritado y enfadado, y, por último, desilusionado, esperaba las respuestas de las cartas y telegramas que le he iba mandando después de aquella “bromita”. No recibí ninguna respuesta. Seguí escribiéndole. Un telegrama rompió aquel terrorífico silencio que sólo decía: “Me casé”. Me y casé, ni una palabra más. Seguramente, me ha mandado este telegrama para que dejara de aburrirle con nuevas cartas.

Al principio, ese telegrama no me afectó demasiado y reaccioné con cierta indiferencia y apatía. Pero más tarde, y sobre todo por las noches en las que no conseguía dormir, mi cerebro se envolvía en una amargura enfermiza y creía que me volvía loco. Antes, cuando confiaba en su amor, simplemente sabía que era mía y mía sería siempre, inseparable y eternamente, me parecía que no la quería tanto como ahora, cuando ha dejado de ser fiel a mi amor y la he perdido para siempre. Eso ocurre siempre cuando quieres a alguien, te das cuenta que el amor que sientes por esa persona es mucho mayor después de perderle.

Ya no entendía que me pasaba. Me sentía vacío por dentro y por fuera. Era como si alguien hubiese extraído mi cerebro de la cabeza y me hubiera arrojado al desierto para que vagabundeara en la terrible soledad sin ningún destino, sin sueños, sin logros y sin ninguna esperanza de salvación. Notaba que mi corazón se llenaba gota a gota por una necesidad de venganza. Ella no sólo dejó de lado mis sentimientos más puros sino también a mí mismo como ser humano, y rompió con absoluta frialdad mis esperanzas, mi futuro. Antes de que me dejara, yo era un águila que volaba en lo más alto, donde muy pocos hombres llegan. Ahora me he convertido en un ser miserable que apenas se despega del suelo. ¿Podría algún día perdonárselo? Decidí ser cruel e injusto hacia ella para tratarla de igual modo y darle su merecido.

“Yo ya no existo..., que ella tampoco exista”, dije un día. Dejé la universidad, la disertación, todo lo que era mi vida hasta entonces para poner en práctica mi decisión. Me llevé un gran disgusto con el que ni siquiera contaba. La traidora se había ido de viaje con su esposo millonario, de origen burgués.

La desesperación de nuevo vino a mí, ahora con más intensidad y dureza.

Mi venganza se había quedado sin cumplir. Esa idea simplemente me trastornaba la mente. Hubo un momento en que el suicidio me pareció el camino más fácil para poner fin a esa tortura psicológica. Después me di cuenta que eso, aun siendo el camino más fácil para poner fin a todo, es de cobardes y, aparte, todavía tenía la esperanza de encontrarme con ella para proporcionarle la contrapartida por lo que me hizo.
A este estado de ánimo le sucedió de nuevo la indiferencia y no sentir nada hacia todo lo que me rodeaba. Necesitaba que una fuerte agitación me sacara de ese estado de despreocupación. Al fin, lo encontré junto a amigos alcohólicos y prostitutas. La mala vida me absorbía poco a poco y yo no me daba cuenta. Cuando me di cuenta, ya era un hombre perdido.

Aquel estudiante de Derecho que tenía un brillante porvenir, con tantas ofertas de trabajo de varios despachos prestigiosos, ahora se había convertido en el hombre que se emborrachaba en los bares cercanos a los juzgados. También se había convertido en el defensor de unos asuntos muy oscuros y, como si fuera poco, siempre estaba ebrio. Definirme con los conceptos más negativos que se le puede atribuir a un desgraciado alcohólico es quedarse muy corto. Mi tragedia se resumía y se basaba en que yo me daba cuenta perfectamente de mi triste consumación pero era incapaz de salir de ese charco lleno de toda clase de basura. Resucitar, volver a nacer y ser el mismo de antes era lo que más deseaba pero me sentía muy débil y estaba agotado. Ya era tarde...

Así pasé cinco años.

Dejé de buscarla.

Una mañana, por casualidad, me encontré con ella cara a cara. Ese encuentro fue tan inesperado para mí que por un momento me quedé paralizado, inmóvil frente a ella, y por un impulso empecé a aplaudir como un poseído. Me di cuenta de que ella se asustó, y como pude comprobar, al principio ni me reconoció. No le culpo. Ella conocía a un joven estudiante muy guapo de entre 22-23 años, excesivamente elegante, siempre bien vestido, de buenos modales... Y ahora estaba ante un hombre abandonado en el descuido con la nariz roja como un alcohólico profesional, la cara cubierta de barba y con un aliento que olía a vino barato, tabaco y ajo. Llevaba un abrigo que brillaba por la suciedad...

Sin embargo, ella había cambiado para mejor. La que hacía un tiempo era mi niña delgada y muy traviesa, ahora era una dama distinguida. Al verla, no podías pasar indiferente.

Estaba totalmente confundido. Sentí una admiración hacia su triunfal belleza. Nunca me había sentido tan poquita cosa, tan miserable y repelente como en ese momento. Quise buscar en lo profundo de mi alma aquellas ganas de revancha que hace un tiempo me devoraban, bajo cuyos efectos me sentía muy noble y lleno de orgullo, pero no encontré absolutamente nada. Mi alma se había convertido en un desierto abandonado.

Cuando intenté recordarle quién era yo, noté que quedó muy extrañada. Me dejó con la palabra en la boca, subió a su carruaje y ordenó al conductor alejarse a toda prisa de ese lugar. Supuse que lo hizo por miedo a que la persiguiera.

Las siguientes 12 horas las pasé en la bodega tomando vino, de donde consiguieron sacarme dos hombres cogiéndome de los brazos.

Después de ese encuentro, en las pocas horas que conseguía no estar ebrio y en las que podía permitirme pensar, me preguntaba sin cesar cuál fue la razón de mi caída. La causa, desde luego, no fue ella, ya que lo máximo que puede hacer uno, si pierde a su amor, es estar un tiempo deprimido y triste pero nunca llegar a estos extremos. Tenía que buscar la causa en otro sitio. Y empecé a buscarla fuera de la infidelidad de ella, dentro de mí mismo, ya que sería imposible caer de esta manera sin llevar las semillas del fracaso dentro. Pero ¿cuáles eran esas semillas?, ¿cómo han llegado a mí? Estos pensamientos, durante mucho tiempo, me perturbaban la mente, pero no llegué a ninguna conclusión hasta que, por fin, totalmente por casualidad, encontré no las semillas, sino, directamente, la raíz en un relato italiano que iluminó mi mundo interior, hasta entonces oscuro. Dicho relato se titula La venganza. Aquí, con una traducción literal, presento esa historia de amor, cambiando sólo el título. Lo titulo Él, para contrastar al protagonista conmigo.



Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones Carena en la persona de su director, José Membrive, la gentileza por permitir la publicación de este fragmento del libro de Ani Khachatryan: Antología de la literatura armenia (Ediciones Carena, 2010).