UN SER DESLUMBRANTE DE DESEO 
En la primavera 
de 2006, entregado a un debate que intentaba consolidar en el panorama de la 
poesía española una rehabilitación plena del lirismo –esa escritura en la que el 
sujeto se juega siempre su destino–, tuve la alegría de dar a conocer a los 
lectores españoles la labor investigadora de la gran poeta contemporánea 
francesa Martine Broda, al proponer y publicar finalmente con enormes 
dificultades mi traducción de su ensayo «El amor al nombre» (1), una lección 
magistral sobre la poesía y la lírica amorosa, de la que había quedado prendado 
tras su primera lectura. 
En aquellas páginas eruditas y repletas de 
pasión por la escritura, defendía Broda que «los poemas de amor no se dirigen 
casi nunca a un destinatario real, porque la cuestión que plantea el lirismo no 
es la del yo sino la del deseo, a través del cual accede el sujeto a su carencia 
de ser fundamental: «el deseo del hombre es el deseo del otro» (Lacan) (2). Así, 
casi desde los orígenes, lo esencial del corpus de la poesía lírica, está 
constituido por la poesía amorosa –el resto por la poesía mística, que es 
fundamentalmente lo mismo. Su auténtico problema es el tuteo, esa invocación en 
segunda persona que es enviada al otro, considerado como esencialmente ausente, 
aunque ese envío sea lo único que produce el sentido» (3). De tal 
planteamiento inicial nutría la autora un extenso repaso a una veintena de 
creadores a lo largo de la historia de la literatura, desde la antigüedad 
clásica pasando por la etapa del Amor Cortés hasta los poetas renacentistas, 
para terminar analizando la obra de Nerval, Scève, Aragon, Tsvetáieva, 
Baudelaire o Rilke y refutar, finalmente, la ya tan manida definición de la 
lírica como «expresión del yo», al tiempo que rehabilitaba el lirismo, el más 
duro núcleo de lo poético, mostrando todo aquello que verdaderamente representa 
en la tradición. 
Como colofón a su valiente alegato, Broda exhibió 
entonces una poética combativa, destinada a resultar inmediatamente impopular 
entre los acomodaticios y localistas poetas franceses –en actitudes similares a 
las de los siempre triunfantes, en cualquier tiempo, lugar y régimen político, 
casticistas «figurativos» españoles– contemporáneos, pero que contribuyó a la 
necesaria limpieza del aire enrarecido que respiraba la languideciente poesía 
francesa, tras la explosión de las vanguardias y el vacío dejado por la guerra, 
solamente ocupado por importantes individualidades sin continuidad alguna: 
«Lejos de toda insipidez sentimental, el lirismo sigue siendo en su más 
elevada exigencia, un modo de afrontar la condición humana, además del enigma 
mismo del deseo. Su muerte determinaría la de lo poético, y su reflujo ha 
llevado a la situación de crisis actual, lo cual testimonia elocuentemente el 
reciente cuestionario aparecido en una revista: La pregunta planteada a los 
poetas versaba sobre si la poesía va a desaparecer o debe hacerlo. Hoy en día, 
en Francia, la poesía, al perder contacto con su público a medida que renuncia a 
toda dimensión existencial, ética y de destino, deriva en una tendencia a 
agotarse en juegos paródicos, o incluso a quedarse exangüe, como esa aburrida 
«poesía blanca» que se mantiene desde hace un tiempo en el proscenio. La actual 
«modernidad negativa» no ha teorizado nunca su práctica, sólo se contenta con 
promulgar interdictos, ya que posee, sobre todo, tabúes, y uno de los más 
risibles es aquel que sospecha siempre de cualquier emoción, incluso la más 
sobria, aun cuando la poesía posea su propio pathos, que es el de la 
afasia. Con el pretexto de poner a prueba los límites de la lengua, también se 
imita la abstracción minimalista pictórica, movimiento repetido multitud de 
veces epigonalmente, sin tener en cuenta que la poesía no puede llegar tan lejos 
en su propio despojo como la pintura, en razón del vínculo del lenguaje con el 
sentido y el deseo, que no puede cortarse sino a riesgo de perderlo todo. ¿Hay 
que erradicar de la lengua todos los nombres del deseo? Mallarmé dijo un día que 
la destrucción fue mi Beatriz, y desde entonces un muro entero de la 
poesía actual aún no ha podido reedificarse. ¿Es un destino de lo sublime, por 
exceso de sublimación, el de devenir solamente negativo, o meramente sublime de 
lo impresentable? ¿Es un destino del deseo puro, a fuerza de quemar los objetos, 
el de terminar extinguiéndose en un deseo de nada, deseo de muerte?». 
Casi al mismo tiempo en que aparecían en castellano estas reflexiones, 
la editorial Flammarion de París publicaba «Éblouissements» –Deslumbramientos 
en nuestra presente edición en castellano–, la última entrega en verso por 
el momento de esta poeta, introductora y traductora pionera de Paul Celan a la 
lengua francesa, además de una de sus principales estudiosas al reconocerse ella 
misma plenamente en su poesía y sentirse también marcada en las carnes de su 
familia –al igual que el gran poeta judío rumano– por el hierro del odio, el gas 
y el fuego de la Shoah, el Holocausto. Ambas obras, de maestro a discípula, 
tuvieron que crecer en contradicción flagrante con la atroz consigna del 
fundador de la Escuela de Frankfurt, quien primeramente pretendió que después 
de Auschwitz no se debiera ya escribir poesía, viéndose obligado a 
rectificar cuando conoció la obra del mayor poeta contemporáneo del dolor de los 
judíos, quien dignificó heroicamente en su poesía la lengua de los verdugos 
nazis –hasta que puso fin a sus atormentados días entre las aguas del Sena–, 
tensándola hasta lo indecible al drenarla de sus significados más ocultos por 
las emociones y la historia, pero sin ocultarla jamás, ni siquiera en sus pausas 
verbales de conciencia en blanco y hondo aliento a contraluz, porque Celan 
sabía, y así lo pudo transmitir a Broda y a los demás poetas vivos que supieron 
escuchar, que el silencio en poesía sólo puede representar a la muerte. 
«Éblouissements» venía pues a completar la edición íntegra hasta la fecha de los 
poemas de Martine Broda, tras la publicación de la antología de sus primeros 
textos dada a conocer por la misma editorial parisina unos años antes con el 
título de «Poèmes d’été» (4). El volumen de 2003, abierto con los breves poemas 
de «Éblouissements» aquí presentes, comprendía también determinados libros 
fundamentales de Broda, como «Grand Jour» y la suite «Tholos», unificando así la 
dispersión cronológica de una obra publicada a trompicones a lo largo de la 
extensa y apasionada biografía de su autora, aunque latiendo siempre con un 
orden secreto. Este libro que palpita por tanto ahora en las manos del lector en 
español, condensa muy bien el punto y aparte de una obra poética de excepción 
que ha conseguido conjugar un lirismo intemporal –o impersonal, si preferimos–, 
con las vastas inflexiones formales de los últimos decenios. Trabajo de amor y 
ciencia como de carne y sangre, en el que se inscribe la memoria de un lenguaje 
portador de angustia de raíz mística, brotada en savia verbal de humanísima 
conciencia laica. 
Por todo ello no será ocioso ahora mismo, en agudo 
contrapunto a las palabras de Broda sobre el vínculo irrompible de poesía con 
lenguaje, citar las palabras del poeta español Antonio Colinas, quien en su 
trabajo de clarificación teórica de la poesía española de postguerra, se ha 
planteado drásticamente una cuestión que atañe de modo penetrante a los 
propósitos críticos y estéticos de nuestra poeta judía francesa. Se pregunta 
Colinas: «¿Poética del silencio o poética de la impotencia? ¿Pensamiento débil o 
pensamiento de la neoignorancia? ¿Arte pobre o pobre arte? Paradójicamente, 
todas estas tendencias engañosas que, como producto más de consumo, nos ofrece 
la «postmodernidad» sólo se dan, con toda su verdad y rigor, en los Padres del 
Desierto. Ellos sí que sabían dónde estaba el silencio, la debilidad y la 
pobreza auténticas. Y lo sabían por asumir una forma radical de vivir» (5). 
Veamos pues, al hilo de las palabras del poeta del crujido de la luz 
que conduce a la diritta via del deseable reino de la Epifanía, qué 
representa para Broda la experiencia de la escritura hacia ese mismo destino, 
intentando aproximarnos a tales vínculos que penetran en la verdad y rigor de la 
misma radicalidad de vida de los primitivos ascetas que fueron también poetas 
–al menos tanto como la unen a la correspondiente expresión formal de su propio 
tiempo de escritura: Broda siempre escribe poesía en un movimiento acelerado, 
presa de violenta emoción, confesando que en ella la experiencia poética 
consiste en una auténtica implosión del éxtasis, estallada formalmente en verso 
al encuentro con la palabra. En el ensayo El amor al nombre ya citado, 
describe claramente tal vivencia aludiendo a los conceptos de la iluminación 
profana (6) aportados por Benjamin a la ontología poética, la Epifanía 
rilkeana o el mundo en apoteosis baudelairiano. Sabemos que la 
poesía, como la gracia, raramente se presenta en la vida de los hombres, y son 
ellas mismas las que deciden si aparecer o no, en un tempo que es preciso 
aceptar sin discusión posible, puesto que en él se desgarra y arrebata la 
homogeneidad del propio tiempo. Dicha gracia, la inspiración baudelairiana en 
apoteosis o el deslumbramiento que sigue al delgadísimo hilo naciente desde el 
primer crujido de la luz, se alargaría para Broda en la escritura poética, por 
lo que sus poemas adoptan esa forma inmediata y definitiva, moldeada por el 
arrebato epifánico: no los trabaja apenas, no corrige nunca: toda la energía 
creadora ha sido ya empleada en el primer y explosivo impulso de escritura. 
En consecuencia, a la poeta le resultará imposible escribir bajo 
cualquier tipo de presión, por miedo a interferir, precisamente, las urgentes 
presiones del inconsciente. Mas debemos preguntarnos: ¿obedecería esta actitud 
creadora a un automatismo verbal, similar al ya superado por las vanguardias del 
pasado siglo, aunque siga practicándose epigonalmente por algunos poetas 
trasnochados? Todo lo contrario, puesto que también rechaza toda forma de poesía 
que no fuese primeramente experiencia, tal y como querría Rilke. Pero ¿se podría 
vivir provocando voluntariamente –como aconsejaba el «poeta-vidente» del Je 
est un autre–, ese estado de gracia sin morir de agotamiento, sin 
desfallecer en una poesía inane o espiritualmente endógena?: Será entonces, para 
llenar de modo creador esas lagunas entre las súbitas «irrupciones» –como 
auténticas riadas, avenidas portadoras de lodo creador– de inspiración, el 
motivo por el que Broda se entrega, inteligentemente, al comentario y al trabajo 
teórico, tareas en las que brilla desde hace años como directora de 
investigación del C.N.R.S. (7). Sin embargo, la escritura ensayística resultará 
para ella mucho más dolorosa que la poética, ya que en su práctica debe 
atravesar numerosas zonas de bloqueo al desear escribir sus ensayos como poemas, 
lo cual resulta evidentemente imposible y además produce la frustración 
correspondiente tras el ímprobo esfuerzo realizado. Para compensarlo, decidirá 
entregarse a la actividad traductora, que consiste siempre en prolongar el gesto 
de otro, en escribir en la lengua propia aquel poema que uno admira, pero 
también sabe que jamás sería capaz de escribir. Porque, siempre en términos 
«benjaminianos», se encontraría presa de aquel doble movimiento, aunque casi 
simultáneo, de escribir «sobre», al tiempo que se escribe «con», como ha 
resaltado la filósofa Danielle Cohen-Lévinas al referirse a la obra brodiana: el 
primero pertenecería a la categoría de la investigación y estudio inherente a la 
escritura del ensayo, mientras que escribir con resultaría ser para la 
poeta el lugar del absoluto habitus poético. Consecuentemente, el paso de 
un estado de escritura a otro ha constituido el nódulo permanente de su vida. 
Quizás porque piense –a raíz de tal praxis permanente y exasperante, pero 
obligada a asumirla, como ya hemos visto– que «siempre son las grandes obras del 
pasado las que nos hacen ser poeta: la poesía no se enseña en ninguna escuela 
con maestros, pero estos existen en sus obras, y contraemos siempre una deuda 
con ellos, inscribiéndose en tal relación una dimensión dialógica, y por lo 
tanto ética». Esta dimensión figura en la base de la actividad ensayística y 
hermenéutica de traductora de Martine Broda en su sentido más profundo. Y cree 
humildemente que fueron tales prácticas de inmersión en escrituras poderosas de 
antaño, las que la empujaron, profundizando en sus mecanismos mediante el 
estudio, a mejorar su escritura poética. 
Quizás deba confesar ahora por 
mi parte que muy bien tuvo que ser esa inusual honestidad primigenia de la 
poeta, tal dimensión ética y consecuente de su obra tanto como de su vida, 
aquello que me uniera personalmente a su actividad creadora como para 
«obligarme» en su día a desear introducirla en España. Su lirismo, de una 
apretada intensidad, se ve gobernado en todo momento –en coincidencia con mi 
propia práctica como poeta– por lo «innombrable» nacido de la fricción entre lo 
que «es» dicho y escrito, y lo que «no puede» ser dicho o escrito, como 
distinguiría el propio Adorno en la estela de Wittgenstein, pues la escritura de 
poesía estará siempre ligada a la función de lo inconsciente mas haciendo entrar 
en liza a la sintaxis al penetrar, acaso de forma bárbara, en territorios 
desconocidos hasta entonces. Que en ello exista lo «indecible» o «lo 
innombrable», o incluso algo de lo «imposible» en el sentido lacaniano de la 
palabra (lo real ) constituye para Broda una verdadera provocación hacia 
la escritura: «Se trata de rozar lo imposible, e incluso de transmutar en poesía 
todo el horror. Para mí, como para Paul Celan –cuya obra hizo cambiar de opinión 
a Adorno, ya que se sigue citando su famosa frase de Prismas ignorándose, 
quizás a propósito, que él mismo enmendó su criterio diez años después en su 
Dialéctica negativa (8)--, sí que es posible escribir poesía después de 
Auschwitz. Esta cuestión, que plantea la posibilidad de la propia poesía inmersa 
en el horror, incluso hasta más allá de los tiempos de miseria (9), es 
importante para mí ya que soy hija superviviente de la Shoah, recibida como 
legado en mi más tierna infancia bajo la forma de un terrible trauma, aunque 
este se tomó mucho tiempo para aflorar en mi escritura». En los Poèmes 
d’Été, podremos hallar, como ejemplo a contraluz, un poema sobre los campos 
de exterminio nazis en el que la palabra misma fue sustituida por un espacio en 
blanco que a veces abarca páginas enteras, ya que estos representan en la obra 
brodiana lo «innombrable», pero también la omnipresencia del propio Celan. En 
paralelo, deberemos también destacar que Broda profesa un hondo amor por la 
lengua alemana, tal como lo sintiera el propio Celan para quien fue siempre su 
lengua de trabajo, sin que la sombra siniestra de Hitler lograse desfigurarla en 
ningún momento, ya que es consciente de que, previamente al desastre, esta ya 
fue la gran lengua de expresión de la poesía y la filosofía: «Amo esa lengua 
–aclarará Broda por su parte– porque fue la lengua materna de mi propia madre y 
porque la aprendí en mi pre-adolescencia. El horror la atraviesa, sí, pero sólo 
porque las palabras están ahí aunque no queramos, y permanecen en la memoria 
aunque sea a distancia. Se trata de una elipsis de mi propia historia y mi 
vivencia». 
El encuentro de Martine Broda con la obra poética de Celan ha 
dado pues a la historia de la literatura no solamente las mejores traducciones 
al francés de la obra del poeta rumano, como «La rose de personne (10)» y un 
ensayo fundamental para comprender su poética –no «entenderla», que es algo muy 
distinto–, «Dans la main de personne (11)» sino que su propia obra se encuentra 
inserta en la raíz boscosa de los ritos de paso de una lengua a otra –esencia 
misma de la poesía, presencia de la historia en su contenido más irremediable– 
de donde nacerá el tronco vivo de su lenguaje poético personal. Broda habrá de 
reconocerlo así, aunque matizando que históricamente su primer poema –Route à 
trois voix– fue escrito antes de conocer la obra del maestro, y que aquello 
que la convirtió en poeta fue en primer lugar la lectura de Racine en voz alta 
en el Instituto, y ya a escondidas, las de Baudelaire y Rimbaud. Sin embargo, en 
su vida poética también existen vivos todavía dos grandes amores, aparte del 
estro mítico de Paul Celan. Estos son Pierre Jean Jouve, con quien mantuvo una 
intensa relación en su juventud y ocupa un lugar importante en sus ensayos –él, 
precisamente, que erige a la mujer muerta (12) como objeto amoroso de su deseo 
(Pays d’Élène), dando lugar a una desublimación brutal metaforizada de 
modo patente en su Materia celeste como fuente de vida– y el poeta 
argentino Roberto Juarroz, a quien deberá el regalo de considerar a la poesía 
fundamentalmente como celebración: «La poesía es siempre celebración, y lo es 
incluso en el corazón de las fiestas del abismo, de las fiestas de la nada», le 
confió Juarroz un día tras un encuentro inolvidable. Al morir el autor de 
Poesía vertical, Broda le dedicó el mejor homenaje que pueda hacer un 
poeta a otro poeta, un ensayo aún inédito en castellano y titulado «Pour Roberto 
Juarroz», otro deslumbramiento. 
Un buen colofón para estas breves y 
necesariamente incompletas palabras sobre una de las líricas que seguramente 
marcará el breve pero intenso canon contemporáneo de mujeres poetas 
comprometidas junto a los nombres de Nelly Sachs, Tsvetáieva o Julia de Burgos, 
entre otras, quizás consistiría en regresar al espíritu de la ética del poema, 
anteriormente apuntado, que marca hasta la sangre su forma de vivir la relación 
con lo otro y con El Otro. Y para ello, nada mejor en mi opinión que 
descender al nivel de la calle donde nace la poesía entre la vida corriente, 
aromas de mercado, juegos de niños, gritos, sudor, miedo y basura: «Se trataría, 
como me dijo hace unos años un sorprendente taxista mientras me llevaba una 
noche a casa, de vivir como poeta, sencillamente, sin contentarse tan 
sólo con escribir poemas… Creo que incluso sin la lección de Celan, sin la 
lección de Mandelstam en El interlocutor (13) yo estaría siempre abierta 
al encuentro con el otro. Nada ilumina tanto como el encuentro con el otro.» 
¿Será pues el otro el objeto perdido, como querría su adorado Lacan? ¿Aquel en 
cuyo brillo cegador reconocemos la relación con nuestra propia muerte?: Todo 
lírico –decía Baudelaire– opera fatalmente, en virtud de su 
naturaleza, un regreso al Edén perdido. Broda se sigue preguntando 
hoy en día (14) –y el lector tendrá buena prueba en los poemas que siguen, más 
los que vendrán pronto a buen seguro y a la luz del hilo tembloroso y 
fosforescente de su frágil salud–, qué es aquello que existe más allá de la 
melancolía que pudiera resultar de la introspección del objeto perdido hacia un 
supuesto e incierto Edén. Para concluir que quizás se trate de la santidad. 
Santidad profana, en cualquier caso, como reflejo de la iluminación que impetra 
en cada uno de sus versos escritos, ya que «el amor está llamado a durar tanto 
tiempo como el hombre, y durará tanto, que este será para siempre un ser 
deslumbrante de deseo.» 
Rosa de nadie, Martine Broda, extraviada en 
tierra hostil o adosada al deslumbrante blanco muro del hortus conclusus, 
entre el anhelo y el espanto que asedió a tantos otros místicos que hubieron de 
arder en las brasas fundamentalistasde las Shoah de su tiempo o de su 
propio corazón, sólo por proclamar que el amor –incluso quizás el propio dios– 
es la única medida posible de todas las cosas. 
NOTAS 
(1) Losada, Buenos aires, 2006. 
(2) En el seminario VII de «l’Étique 
de la psychanalyse» (Seuil, 1986) Lacan, comentando un texto de Freud, el 
Entwurf, introduce el concepto de das ding, la Cosa, como otro 
primordial del sujeto del que se desprenderá el objeto del deseo como objeto 
siempre recuperado, y que postula por tanto una pérdida originaria. el disfrute 
de la Cosa materna, y por tanto, la plenitud, están vedadas por la ley de la 
prohibición del incesto. 
(3) Las citas conteniendo opiniones de Martine 
Broda proceden de su ensayo El amor al nombre, conversaciones privadas y 
correo intercambiado entre la poeta y el autor de esta traducción, amen de las 
confidencias realizadas en el otoño de 2003 a la filósofa Danielle Cohen-Lévinas 
y publicadas en la revista le Nouveau Recueil. 
(4) Flammarion, 2000. 
(5) Colinas, Antonio, “Nuevo tratado de armonía”, Tusquets, 1999. 
(6) 
Benjamin, Walter, «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica» 
in «Discursos interrumpidos I», Madrid, Taurus ediciones, 1973, pp. 17-59. 
(7) «Centre National de la Recherche Scientifique», equivalente al español 
CSIC. 
(8) El lector español puede encontrar estas obras de Theodor W. Adorno 
en las ediciones de Ariel, Barcelona, 1962, que contiene la versión de “Prismas” 
de 1947 en castellano, realizada por George und Hofmannsthal o en la “Obra 
completa” publicada por Akal en 2005. 
(9)… «¿Y para qué poetas en 
tiempos de penuria?», pregunta la 248 elegía de Hölderlin “Pan y Vino”. Quizás 
resulte interesante para el lector estudiar la respuesta de Heidegger (cuya 
parcial reconciliación con Celan se produjo merced a su encuentro tras la guerra 
de la mano de René Char) en “Caminos de bosque”, Alianza, Madrid, 1996, pp. 
241-289. 
(10) Le nouveau Commerce, 1979, o la reedición revisada de José 
Corti en 2002. 
(11) Cerf, 1986 y 2002 (reedición aumentada). 
(12) En la 
vía lacaniana siempre transitada por Broda, la Muerta evoca una 
separación del otro materno que puede ser vivida como un homicidio necesario, 
condición de acceso al lenguaje. Los motivos del amor por la muerta y del objeto 
perdido están inscritos de modo visible en este mito que ha obtenido gran 
fortuna en la historia de la literatura, desde Orfeo a Petrarca, Nerval o Scève. 
(13) En 1914, Ossip Mandelstam publica ese ensayo aún inédito en castellano, 
en el que insiste en que la poesía siempre está dirigida a un interlocutor 
desconocido. 
(14) Estas líneas fueron escritas unos meses antes de su 
muerte, como recuerda la nota introductoria. 
BREVE ANTOLOGÍA BILINGÜE DE MARTINE BRODA 
Selección de Marta López 
Vilar 
I 
corps posé dans le champ 
aigu. yeux 
d’alarme. 
fermés dans le feu. blanchissant 
à l’envers. ouverts: 
inondés de blancheur 
cuerpo depuesto en el campo 
agudo. ojos 
alerta. 
cerrados a fuego. albeando 
al envés. abiertos: inundados 
de blancura 
II 
faut-il encore marcher ébloui 
laisser brûler la faim     sa longue 
supplication 
ou tomber dans le jour 
avec un gris sourire. 
hay que caminar deslumbrado todavía 
dejar que arda el 
hambre      su larga 
súplica 
o caer en el 
día 
con una gris sonrisa. 
III 
l’heure 
or     sa 
palêur 
(un flocon traverse le 
ciel) 
dans la gorge    herbe 
tiède 
ce qui 
mourra 
été 
el instante 
o bien     su 
blancor 
(un copo atraviesa el cielo) 
en los 
pechos      hierba 
tibia 
lo que morirá 
estío 
IV 
l’image avait 
changé     large et nue 
ella avait avalé la lie 
des 
jours 
tremble douleur gelée tremble 
venue des cheveux blancs 
avec toutes ses eaux mortes. 
la imagen había 
cambiado     ancha y desnuda 
había ingerido el poso 
de los días 
tiembla dolor congelado tiembla 
riada de los 
cabellos blancos 
con todas sus aguas muertas. 
V 
deuil deuil deuil      main de feuilles 
trouée par la pensée 
duelo duelo duelo      
pliego de hojas 
horadado por el pensamiento 
VI 
existence. 
toute petite 
décolorée 
presque sans poids 
l’épaule secouée de sanglots 
poupée morte au milieu des pensées 
la main retombe. 
éparpille des roses de cendre 
jusqu’où ligotée 
par l’espoir 
une machine à torturer le temps 
existencia. 
pequeñita 
descolorida 
apenas leve 
agitan tus hombros los 
sollozos 
muñeca muerta entre pensamientos 
recae la mano. 
esparce 
rosas de ceniza 
hasta dónde maniatada por la esperanza 
una máquina 
de torturar el tiempo 
VII 
d’un trop de sommeil 
englouties 
les villes de la mémoire 
à grand effort tu remontes l’eau 
la souffrance blême qu’ainsi tu désaltères 
tu n’aurais même pu 
l’imaginer 
vivre persiste et signe un vouloir faible et un 
en face 
des yeux gelés de l’avenir 
sumergidas las ciudades de la memoria 
por un exceso de sueño 
con gran esfuerzo remontas las aguas 
el 
pálido sufrimiento cuya sed así tú apagas 
jamás lo hubieses podido imaginar 
vivir persiste y anuncia una débil y desnuda 
voluntad cara a los 
ojos congelados del porvenir 
VIII 
n’est 
question. une main 
refendue de douleur. 
ça monté 
qui touche 
seulement. tu et cru. 
remue terre vivante 
no hay duda. una mano 
hendida de dolor. 
ya ha subido 
solamente hasta tocar. callado y 
aceptado. 
surco de tierra viva 
IX 
lorsque 
le corps vidé 
d’avoir pleuré le jour 
d’avoir pleuré la joie 
(gerbe d’angoisse) 
de chaume auréolé 
on croise 
le 
bleu regard qui fait jouir 
cuando el cuerpo ya vacío 
de 
haber llorado el día 
de haber llorado la dicha 
(gavilla de angustia) 
de rastrojo aureolado 
cruzamos 
la mirada azul que hace gozar 
X 
avec ce que tu n’as pas dit 
j’invente un 
jeu des larmes. 
con todo lo que no dijiste 
invento un juego de 
lágrimas. 
XI 
réveil-fracture 
avec ange 
saignant: 
dans la déception 
le corps gire 
ébloui     bouche cherchant le bleu 
l’affreuse 
douceur du possible 
despertar-fractura 
con angel sangrante: 
en la decepción 
el cuerpo gira deslumbrado     
boca en busca del azul 
de la horrible dulzura de lo posible 
Nota de la Redacción: el texto publicado corresponde a la 
Introducción del libro de 
Martine Broda, 
Deslumbramientos 
(Linteo, 2009). Agradecemos a la 
Ediciones 
Linteo su gentileza por permitir dicha publicación, así 
como los poemas seleccionados por la profesora, poeta y crítica literaria 
Marta 
López 
Vilar, 
a quien también deseamos expresar nuestra gratitud por su 
trabajo.