Miguel Veyrat: <i>Razón del Mirlo</i> (Renacimiento, 2009)

Miguel Veyrat: Razón del Mirlo (Renacimiento, 2009)

    AUTOR
Miguel Veyrat

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Valencia (España), 1938

    BREVE CURRICULUM
Tras una vida entregada al periodismo activo y la literatura, Miguel Veyrat (Valencia, 1938) reside y trabaja actualmente en Andalucía donde se dedica exclusivamente a la escritura de poesía, traducción y ensayo

    OBRA
Miguel Veyrat prosigue la indagación poética iniciada en los años 90 con la publicación de El corazón del Glaciar (Málaga 1990) Elogio del Incendiario (Madrid, 1993) y Conocimiento de la Llama (Valencia, 1996), que marcaron una nueva etapa en su obra, consolidada más adelante con la publicación de La voz de los poetas (Palma, 2002), Babel bajo la luna (Palma, 2005) e Instrucciones para amanecer (Palma, 2007)




Creación/Creación
Miguel Veyrat: Razón del Mirlo
Por Miguel Veyrat, miércoles, 1 de julio de 2009
Alta como el vuelo del mirlo al que convoca y honda como su canto, la poesía de Miguel Veyrat da en Razón del mirlo un nuevo motivo para leerle y para oír su canto confundido con el del pájaro que cantaba en Trakl o en Cernuda. Sin más razón que el canto, y contra el fondo previsible de la noche, el tiempo y el laberinto, la palabra del poeta se levanta en vuelo y canto -alto y hondo, oscuro y luminoso- contra la muerte: un mirlo canta -sin miedo a la muerte, /su limitada transparencia (Santos Domínguez , Catedrático de Lengua y Literatura).


RENACER EN LA RAZÓN DEL MIRLO

Renacer a la Razón del Mirlo no es Ítaca ni retorno sino una aspiración a un encuentro favorable, un Kairós que haga que retomemos aliento para librarnos del peso de lo andado. La memoria daña si es sólo recuerdo en el tiempo por desvelar, olvidándose de ser revelación, celaje hilado por el alma.

La llamada del alma en la poesía de Miguel Veyrat es un intento para que brote de nuevo el canto de los orígenes del poema en voz de Gilgamesh, ya aliviados de todos los relatos iterativos.

Asociamos entonces el cuerpo humano a una proa que avanza sin temor a la muerte que se nos da no como enemiga sino como la única aliada segura y leal en nuestra vida.

Vicente Aleixandre en su obra Diálogos del conocimiento ya vislumbra él esa razón del mirlo veyratiana en forma de pantomima entre las sombras y las luces que aclaran o abruman las palabras poéticas; eso mismo que anteriormente nombró La sombra del paraíso o La destrucción o el amor, persiguiendo un deseo del saber y el conocer tras el impulso de ese salto acrobático que nos lleva del otro lado del espejo que sólo fulmina la palabra.

En ese deseo de conocimiento arranca la obra de Veyrat para cantar el fracaso de la razón ante la muerte que se vuelve entendimiento en el desgranar fluvial de las propias palabras en un acaso de la sazón ante la suerte de ser realidad de lenguaje vinculada a un pensamiento originario que brota del sentido natural de la palabra, de su fluir de sangre y confluir de agua que van dibujando Mapas y Pecios, deteniéndose en los estuarios de las gargantas humanas para perseguir un empeño: el de entender lo que se le niega al entendimiento, el paso al alba. No es un fin sino un hilar de serses en la sucesión del Canto que no es material ni losa ni fosa sino arte sin ser artificio con osadía del vuelo del mirlo.

He aquí pues los primeros impulsos de esa travesía, los cuatro primeros poemas que abren el nuevo libro de Miguel Veyrat, seguidos de un quinto que pretende cerrarlo en las razones del canto.

Por Françoise Morcillo (Catedrática de Poesía Española Contemporánea de la Universidad de Orléans)

***


MAPAS Y PECIOS


«¿Gilgamesh, por qué vagas
de un lado para otro?
La Vida que persigues
no la encontrarás nunca»

ANÓNIMO
Poema de Gilmaresh


CONOCIMIENTO

REFLEJO a reflejo res
catamos la luz –aquel
cristal que vibra
desde que anunció Lilith
la primera palabra
para disimular la noche.
Su materia de aliento
le valió el exilio –mas
regresa a cada instante
cuando amanecen
sus hijos los poetas,
y escriben –con sus dedos
transparentes, la andrógina
ventana empañada del vacío.


GEÓRGICA (I, 462)

¿PORQUE quién osaría llamar
embustero al sol? Y ¿quién
querría fiarse de la luz confusa
de la luna? Creímos
adivinar dónde se hallaba
el combate –mas no la poesía.
No nos sentimos capaces
de describir el sentido –sin
buscarlo en la inocencia
con que se dice a sí misma
la palabra, consciente de aquello
que la limita: La propia
herida que recibió Virgilio
vive callada en nuestro pecho
–pues aún reconocemos
al hundir los dedos en el barro
o el aliento, aquel vestigio
de la antigua llama. Mas un la
berinto siempre se aparece en
tre nosotros como patria definitiva
que se dibuja: Jamás Itaca.


ÍTACA

NUNCA hubo jardín. Tu nombre
es laberinto y la patria
perdida el hilo roto de tu hija
Adriana que el viento trae
y aleja, uncido al ritmo
entrecortado de lo vivo: Barre
las hojas de la especie
en tanto que tu pierna
herida de Rimbaud enhebra
de nuevo el camino
de regreso. Nunca hubo jardín
ni patria conocida. Tu nombre
es estela –y lo borran
constantes el viento y las mareas.


MAPAS Y PECIOS

Y si trazas el mapa de tu propio
cuerpo, sentirás cómo coincide
con el universo de tu palabra. Y también
que a las ínsulas se llega
solamente por los ríos de la sangre
que anega las selvas, las praderas
y los cielos. Proa siempre
hacia lo incierto que tú configuras
sin precisar de sextante ni instrumentos.
Pero no hay regreso, capitán. Atrás
quedan las estatuas que nunca
o pronto volverán a la arena
por las playas –en la medida
que progrese, extrañamente encendida,
la palabra sobre el cuerpo
en la luz de la razón que no naufraga.
Mas ¿quién podrá saberlo? Casi nadie ahora
junta pecios para después leerlos.


LANTANAS

A la escucha entre nada
y nada, llenas tú de vez en cuando
el espacio en blanco
con un grito disuelto en estela
ausente –hueles miedo
y frío cuando sopla un aliento
o ruge el viento de la presencia
humana. Y el grito se vuelve aullido –carne,
savia, tierra, cuando decides
dejar tu huella en una playa nueva
y extranjera: Tan sólo porque
la mar y el sol te amasen,
dándote conciencia de nuevo
para cocer en salitre y yodo
el verde plancton de tus desechos:
Placenta lunar, caverna olorosa
de Luna, morada de Lantanas: Aromas.


TESTES DE BUGANVILLA

¿CÓMO podrías regresar entonces?
¿Y a dónde? ¿Donde ya estuviste muerto
o pudiste vivir vidas ajenas
a la tuya? ¿Dónde recalar
si no hay regreso? ¿Ah, si pudieras
desflorar el gineceo
de la buganvilla y encontrar
la razón de la frágil nervadura
que restalla con la cal
frente al incendio del muro –ser llama
desde la nieve, albergarte
en una grieta del adobe y aguardar
allí el regreso del verano? Pero
aquello es imposible. Y esto mismo
descabellado y loco. Quieres quedarte
por aquí –como dijo aquel poeta,
para ser metáfora de nuevo. Es decir,
mentira o sola realidad posible
para un primate evolucionado –aquél
que adornaba su escroto
con blancas flores de retama
aguardando el mágico momento:
Adelfa blanca, que desciende desde el Sol
ya ensangrentada –y también abierta.


GOTA

OTRA playa no vislumbras
desde aquí –gota irisada que su final
presiente: ¿Todo ha sido un juego?
Aquellos luceros que encandilaron
tu infancia ya son polvo
sobre el mar. Fuiste luego lluvia
atravesando nubes –nieve tú
ya transmutada en glaciar, arroyo o río:
Te imaginaste inmortal al fundirte
con el océano, antes de volar
de nuevo: Sólo quedó partir al creciente
sin fin del universo –desde
ti mismo, a donde aguarda el Todo
o Nada burlón que jamás desaparece.
Y así muriendo de modo intermitente,
tu aliento se congelaba doloroso
en esta última agonía: Ahora mismo,
con los pies hundidos en el limo
de otras vidas que se caen
de la calima de la historia –limpia
ya de razón humana, lista
para seguir el camino trillado
de la especie: ¿Hasta cuándo seguirá
la sombra jugando a evaporarse por tu sangre?
¿Testimonio de qué delirio?
¿De tu palabra? Lluvia de signos: Voces
bajo la arena, buen poeta. Formas difusas.
Tiempo contado por un idiota.


MNEMÓSINA

CUANDO Mnemósina bebe
el tibio semen de las flores –o espuma
ardiente de mareas,
trazas tú los ritmos de la canción
sobre el laberinto
de tu templo altivo y solo –poema
irrepetible donde todo
deberá reunir al Todo y aplomar
sus altos muros. En
ese aroma tú decides el sentido
de la fiesta: Aquello
que habrá de quedar
y lo que debiera seguir –pues
suceden al unísono
tiempos futuros y tiempos
pasados, alentando –Oh sí,
al viento que te horada
ahora, libre y luminoso en el momento
preciso en que el sol te pintaba
sobre un muro: Furia
del límite, concentrada luz
que hacia adentro crece. Evohé.


LA LIBERTAD DEL MIRLO

AMOR mío: La música siempre será
la misma mientras dure –rumor
de estrellas acordándose
con los verdes de hoja nueva
o rugidos de glaciares
pariendo nuevas fuentes: Angustia
o silencio de huevos y placentas
so la furia brutal del sol. Lo nuevo
es el tono imperceptible
con que cada mirlo entona
de rama en rama su propia canción –acorde
con los golpes de los vientos,
de los tiros, los desgarros y los cebos
del aire envenenado. El ave
no tiene mente –su memoria no es la suya;
libre de toda razón humana
ignora la muerte que le aguarda
entre las sombras impasibles
de la extinción de su especie. Su canto
suena –sobre los limos pensantes,
igual que la inocencia primera
inserta en la ficción del tiempo: Lleno
de ruido y de furia, tan bello
como inmenso y carente de sentido.


Nota de la Redacción: Los poemas seleccionados pertenecen a Razón del Mirlo (Renacimiento, 2009), obra de Miguel Veyrat. Agradecemos al autor y la Editorial Renacimiento su publicación en Ojos de Papel.