Martin Amis: La Casa de los Encuentros (Anagrama, 2008)

Martin Amis: La Casa de los Encuentros (Anagrama, 2008)

    TÍTULO
La Casa de los Encuentros

    AUTOR
Martin Amis

    EDITORIAL
Anagrama

    GÉNERO
Novela

    OTROS DATOS
Traducción de Jesús Zulaika. Barcelona, 2008. 264 páginas. 17 €



Martin Amis

Martin Amis


Reseñas de libros/Ficción
Martin Amis: La Casa de los Encuentros (Anagrama, 2008)
Por Juan Antonio González Fuentes, domingo, 2 de marzo de 2008
Al terminar de leer las últimas palabras de la última página de la hasta ahora última novela traducida al español del inglés Martin Amis, La Casa de los Encuentros, he tenido la certeza de haberle puesto fin a la lectura de un libro importante, probablemente el más logrado y trascendente de su autor hasta la fecha; un libro que seguro se ha hecho ya un hueco perdurable a empujones, a puros mordiscos, en el mundo de la narración europea de principios de este siglo; un libro alejado por completo de las debilidades evanescentes de la narración postmoderna dominante en las últimas décadas; una novela exigente, compleja, de una solidez aplastante, cuyas páginas parecen escritas por un narrador antiguo, de otros tiempos, émulo consciente y esforzado de autores como Joseph Conrad, Nabokov o Dostoievski, sólo por citar tres nombres de entre los varios que el propio Amis subraya en una página final con agradecimientos.

Largo párrafo este mío y sin un solo punto para apuntar una certeza que, en realidad, son varias, muchas, casi tantas por lo menos como las historias que encierra la historia de Amis, o mejor, dicho, tantas como las distintas caras que presenta al entendimiento la poliédrica historia contada por el maestro inglés.

La Casa de los Encuentros es una novela de amor, de amores. Uno lascivo e impotente, enfermo, obsesivo, incestuoso, demente, impuro, brutal, misógino…, pero constante y frustrado, eterno en el resquemor de su imposibilidad final. Otro inexperto, juvenil, ingenuo, paciente…, y también constante y frustrado, eterno en el resquemor. Y por último se nos cuenta una historia de amor filial, entre hermanos que, a pesar de las rivalidades, silencios e incógnitas que parecen propias de tales relaciones, acoge en su resultado, mediante su propio desarrollo y final, al menos dos de los adjetivos dejados más arriba: amor filial constante y frustrado.

Pero la novela de Amis es más cosas que un triángulo amoroso, cuenta más cosas, y al contarlas su naturaleza narrativa evoluciona, cambia, se transforma…, aunque ni por un momento deja de ser una y la misma novela. Los dos hermanos que coprotagonizan estas páginas, Lev, un ser frágil y pacífico, y el narrador, de quien no sabemos el nombre y que es un tipo violento y con algo perverso dentro de su interior paradójicamente reflexivo, son integrantes de una historia de amor, como ya se ha establecido, pero a la vez lo son de una obra de historia social, de una novela que tiene rasgos propios y determinantes de la “novela histórica”. Amis, en La Casa de los Encuentros, se aproxima, analiza y reflexiona con la genuina temperatura de la ficción las últimas seis o siete décadas de historia de Rusia, o dicho con otras palabras, la materialización en forma de experimento social e ideológico de una perturbadora y alienante pesadilla.

Esa pesada y pegajosa sensación de horror gratuito y enfermo es la que inunda las páginas de Amis desarrolladas en el gulag, es la que se transmite al lector con inusitado acierto literario la naturaleza grotesca, enferma y deshumanizada del régimen nacido tras la Revolución de Octubre

El escenario en el que Amis simboliza y materializa esa pesadilla, el decorado en el que el escritor británico “poetiza” en la ficción su análisis social e histórico es el campo de concentración, el gulag siberiano en el que los dos hermanos son confinados por motivos de pura raíz surrealista. La parte de la historia desarrollada en el campo de prisioneros es, a mi juicio, la más deudora en la sutil construcción de su atmósfera de Conrad, y más concretamente de El corazón de las tinieblas. ¡El horror, el horror!, exclama Kurtz, el famoso personaje conradiano, y poco más o menos eso es lo que siente el lector embarcado en la pequeña nave que en la obra de Conrad remonta despacio el río Congo con el espíritu desecho y oprimido por toneladas verdes de selva, de sinrazón insana y enloquecedora.

Pues esa pesada y pegajosa sensación de horror gratuito y enfermo es la que inunda las páginas de Amis desarrolladas en el gulag, es la que se transmite al lector con inusitado acierto literario la naturaleza grotesca, enferma y deshumanizada del régimen nacido tras la Revolución de Octubre y que en la podredumbre de sus raíces llega hasta el presente y se pierde en la noche de los tiempos, unos tiempos que para el Amis “historiador social”, definitivamente, se sitúan en terrenos ajenos a la tradición occidental.

El campo de concentración en el que los hermanos pasan los años decisivos de su vida es para Amis no sólo el símbolo, la metáfora más lograda y rotunda de la enfermedad física y moral de la extinta URSS, sino de las distintas formas que a lo largo del tiempo los rusos han podido serlo y han podido construir su propia “casa de los horrores”, su parque temático de la pesadilla más compleja y elaborada, la que más talento para su confección siempre ha exigido. En definitiva, la metáfora, la puesta en escena definitiva de una forma de ser, pensar y conducirse que ya ha sido perfectamente fijada y subrayada a sangre y fuego en sus obras por autores como Gógol, Chejov, Dostoievski o Tolstói: podrás vivir, pero no podrás amar, y tu espíritu y visión de la existencia sufrirán el castigo de las circunstancias y del peso de la herencia hasta que se deforme por medio del cinismo, la violencia, la degradación…

La Casa de los Encuentros es un nuevo y magistral positivado del alma rusa en un determinado periodo de su historia no muy lejana, y un estudio literario de las muchas posibilidades deterministas en las que puede expresarse su deformación encaminada a imposibilitar la capacidad real de amar. Estamos ante una novela polémica, pesimista, de una potencia nada usual, que revela en todo momento una maestría literaria sólo en posesión de los más grandes.