AUTOR
José Luis Ferris

    GÉNERO
Biografía

    TÍTULO
Maruja Mallo. La gran transgresora del 27

    OTROS DATOS
Reseña de Rosalía de Frutos.
Madrid, 2004. 381 páginas. 22 €


    EDITORIAL
Temas de hoy



José Luis Ferris (Alicante, 1960)

José Luis Ferris (Alicante, 1960)

Maruja Mallo en 1928

Maruja Mallo en 1928

Maruja Mallo: "La mujer de la cabra" (1927)

Maruja Mallo: "La mujer de la cabra" (1927)

Maruja Mallo: "La verbena" (1927). Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Maruja Mallo: "La verbena" (1927). Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Maruja Mallo: "Verbena" (1927)

Maruja Mallo: "Verbena" (1927)





Maruja Mallo: "Kermesse" (1928). Centro Georges Pompidou

Maruja Mallo: "Kermesse" (1928). Centro Georges Pompidou

Maruja Mallo en Cercedilla (madrid, 1929). La foto es de su hermano, el escultor Cristino Mallo.

Maruja Mallo en Cercedilla (madrid, 1929). La foto es de su hermano, el escultor Cristino Mallo.

Maruja Mallo y la periodista Josefina Carabias con un cuadro de la serie "Cloacas y campanarios" (noviembre de 1931)

Maruja Mallo y la periodista Josefina Carabias con un cuadro de la serie "Cloacas y campanarios" (noviembre de 1931)

Maruja Mallo: "Sorpresa del trigo" (1936)

Maruja Mallo: "Sorpresa del trigo" (1936)

Arquitectura humana

Arquitectura humana

Maruja Mallo: "Cabeza de mujer" (1941)

Maruja Mallo: "Cabeza de mujer" (1941)

Maruja Mallo: "Naturaleza viva" (1942)

Maruja Mallo: "Naturaleza viva" (1942)

Maruja Mallo y Pablo Neruda en una playa de Chile (1945)

Maruja Mallo y Pablo Neruda en una playa de Chile (1945)

Maruja Mallo: "Oro. Retrato bidimensional" (1951). Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Maruja Mallo: "Oro. Retrato bidimensional" (1951). Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.


Reseñas de libros/No ficción
Genio y figura de Maruja Mallo
Por Rosalía de Frutos, martes, 4 de enero de 2005
Desde el otro lado del espejo, José Luis Ferris nos desvela la biografía de una mujer escasamente valorada dentro del panorama español del arte del siglo XX, siendo además, dentro del conjunto de pintores de su generación la más adelantada de su época. A tenor de lo leído, no cabe la menor duda de que Maruja Mallo, un personaje desbordante, es insuficientemente conocida por el gran público e incluso entre la gente del mundo artístico, que ignoran el gran papel que llegó a desempeñar en la década anterior a la guerra civil española.
Al espeso silencio y radical censura con que el franquismo cubrió el recuerdo de la Segunda República y de los intelectuales que la apoyaron, se sumó posiblemente el hecho de ser mujer e ir contracorriente, de emplear la transgresión en muchos aspectos. Todo este conjunto facilitó las claves para el silencio sobre todo a partir de 1937, tras su exilio. Quiso ser una más dentro de su grupo, la Generación del 27, pero inmerecidamente no recibió la misma estima que sus compañeros a pesar de ser una de las grandes vanguardistas europeas. Tras la guerra civil, la huella de aquellas modernas que habían perturbado el orden establecido fue borrada. Fiel a sus ideas y de un coraje ejemplar abrió muchas puertas tradicionalmente cerradas a las mujeres, siguiendo esa línea trazada por unas pocas a lo largo de la historia como Teresa de Jesús, Mary Wollstonecraff, Margart Fuller, Frida Kahlo o Tina Modotti. Lo que hay que destacar de ella es su pura genialidad, como en cualquier otro artista.

Nació en Vivero el 5 de enero de 1902. Cualquier paisaje o lugar imantaba su mirada inquieta: paisajes de mar y tierra, de pastizales y azules, playas y montes. Y es que como ella misma decía: “La infancia es trascendental para la vida de un hombre”. Los mercados tan pintorescos, las romerías tan alegres. Sin embargo, a pesar de fijar todos estos paisajes en su retina, nunca llegó a reconocer su origen gallego de forma categórica, prefería decir que era celta, dando así un carácter mas universal a sus orígenes. La familia, compuesta por catorce hermanos, además de los progenitores, estaba acostumbrada al cambio frecuente de residencia debido al trabajo de su padre, que era inspector de aduanas. Es en Avilés donde se formó como pintora.
En el tiempo en que Maruja Mallo inicia su carrera como pintora, el género femenino sigue siendo considerado una “raza sentada”. Sólo dos mujeres estudian en la Universidad de Madrid en aquella época y veintiuna en todo el país

Maruja Mallo, menuda, nerviosa, activa, universal de talante y avilesa de formación, se traslada a Madrid con su familia en 1922. Allí buscará su oportunidad junto a pintores, escritores e intelectuales que también se dan cita en la capital procedentes de diferentes puntos del país y que llegarán a ser piezas clave en la renovación artística de la época, sobre todo en Madrid, donde las nuevas corrientes comenzaban a imponerse con fuerza, como el ultraísmo, de gran influencia en la literatura. Un ambiente que permitía a los artistas todo tipo de experimentalismos. Aunque la pintura de vanguardia no tiene la repercusión que tuvo en Barcelona en la misma época.

En el tiempo en que Maruja Mallo inicia su carrera como pintora, el género femenino sigue siendo considerado una “raza sentada”. Sólo dos mujeres estudian en la Universidad de Madrid en aquella época y veintiuna en todo el país. Por aquel entonces, la mujer estaba relegada a ese papel natural de ama de casa y a ser muy femenina puesto que, desde el primer tercio del siglo XX, se enfrentaba a un misoginismo heredado por un lado de la cultura romana y judeo-cristiana y por otro de la filosofía de pensadores como Schopenhauer o Nietzche.

Tras la Primera Guerra Mundial, las modas habían experimentado una profunda transformación y una de sus consecuencias es la creación de otro modelo femenino. Las ropas diseñadas por Coco Chanel, dentro del estilo del Art Noveau, anteponían lo funcional a lo decorativo, lo que permitía liberar al cuerpo en el ejercicio de los deportes, conducir automóviles o ejercer un trabajo. A la difusión de esa imagen contribuían revistas como Blanco y Negro. La influencia de esta nueva imagen femenina ofrecía múltiples ventajas a las jóvenes que deseaban aproximarse a la cultura y a tomar cariz de rebeldía e independencia. De este modo, el viejo argumento de que la mujer debía ceñirse a su función de “ángel del hogar”, permaneciendo al cuidado de la casa y de los niños, pierde consistencia ante la irrupción a todo lo largo del siglo XIX de la mujer burguesa que disponía de personal de servicio. Así, el hogar pasa a ser para las mujeres de cierto estatus social un lugar para alternar con los amigos y celebrar fiestas.
Maruja era una moderna dispuesta a romper las reglas del juego, pasando a ser una integrante más del complejo conjunto formado por Buñuel, Lorca, Dalí

Maruja Mallo se sabe distinta de algunas alumnas que llegan acompañadas de una dama de compañía cuando entra cada día en las aulas de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y se desenvuelve sin pudor y sin complejos entre sus compañeros. En compañía de su hermano Cristino, dos años mayor que ella, también estudiante de Bellas Artes, acudirá a una tertulia literaria a la que se le permite asistir como oyente, y de la mano de Salvador Dalí, a quien le acaba uniendo una gran amistad, se introduce en la élite de esa joven generación artística y literaria que se empezaba a gestar en Madrid. También junto a Dalí, se vinculó al grupo de la Residencia de Estudiantes, donde se practicaba el modelo educativo universitario de los colleges ingleses y los amplios límites del liberalismo que allí se respiraba en un ambiente de austeridad y respeto heredado del espíritu de la Institución Libre de Ensañanza. En sus locales tuvieron lugar los acontecimientos culturales de mayor interés del momento. Y es que Maruja era una moderna dispuesta a romper las reglas del juego, pasando a ser una integrante más del complejo conjunto formado por Buñuel, Lorca, Dalí. Entre todos se generó una intensa colaboración intelectual y personal. Al tiempo, según José Luis Ferris, Mallo ejerció una gran influencia sobre ellos, y causó fuerte impresión por la sensibilidad vanguardista que pronto afloraría en su obra con una pintura transgresora y genial. Y es que tanto la pintora gallega como el grupo de artistas al que se vincula están al día de todo cuanto acontece en Europa. Así, a partir de 1925 se apuesta por el arte nuevo y por un cambio general en las artes plásticas, como queda reflejado en la Exposición de Artistas Ibéricos en el Palacio de Velázquez del Retiro.

Dos mujeres vendrán a sumarse a estos aires de cambio en esta época: Margarita Manso Robledo y Concha Méndez. Sin perder de vista la relación que mantuvo con otras compañeras de generación y de aventura como María Zambrano, Rosa Chacel o Remedios Varo. Con Margarita Manso compartió el escándalo del llamado sinsombrerismo, considerado en aquellos momentos una auténtica inmoralidad que consistía en despojarse del sombrero en señal de emancipación. En Concha Méndez también encontró un modelo de trasgresión, a pesar de que Luis Buñuel, novio suyo durante casi siete años, la mantuvo aislada de su mundo más personal, fuera de su círculo de amigos. Tras la marcha del cineasta a París, invitado por la Sociedad de Naciones en 1925, empieza realmente su vida, ya que es el periodo en que Maruja y Concha Méndez hicieron de la amistad un arma contra la intolerancia de género y un acto de rebeldía y de independencia. Las dos juntas dieron un paso fundamental para la construcción de su identidad como artistas de vanguardia: la conquista del espacio público urbano como ámbito de exploración y experiencia. Esta toma de la calle responde a la perspectiva del flâneur que Baudelaire encarnaba como artista moderno con su vida ambulante por las calles del París del siglo XIX. Mallo y Méndez tratan de hacerse a sí mismas actuando como flâneuses en un mundo que las excluía por el mero hecho de ser mujeres. Así, Maruja rastreó la ciudad en busca de inspiración y materia para su obra, acompañada de hombres o de compañeras que, como ella, harían del escándalo un vehículo de rebeldía y de afirmación estética.

En la inauguración de la Exposición de Artistas Ibéricos y tras el recital de Lorca, en el Retiro madrileño, conoce Maruja Mallo a Rafael Alberti. Ambos tenían en común su interés por el arte y juntos vivieron una relación pasional y turbulenta que duró varios años. Es un período de intensa actividad creadora en la que se produce un intercambio intelectual y artístico como lo demuestran los diseños escenográficos que Maruja realizó para algunas obras teatrales de Alberti, los dibujos que ilustraron algunos de sus poemas y fundamentalmente la coincidencia en temas y planteamientos de sus respectivas obras. Tras su traumática ruptura, poeta y pintora omitieron toda alusión a esta relación afectiva en sus evocaciones del pasado. En el caso de Alberti por voluntad y deseo expreso de María Teresa León, quién pasaría a ocupar protagonismo en su vida afectiva. Fue después del fallecimiento de María Teresa cuando Alberti rompió su silencio y pudo reparar ese falso olvido, dándole protagonismo en el tercer libro de La arboleda perdida.
Desde 1928 a 1931 Mallo explora el lado amargo de la existencia junto a un grupo de artistas de la llamada Escuela de Vallecas: Alberto Sánchez y Benjamín Palencia, con los que compartía largos paseos por las afueras de Madrid, sobre todo la periferia sur

Los actos de conmemoración del tricentenario de la muerte de Góngora por el grupo de poetas y pintores en 1927 fueron momentos para Maruja de gran progresión artística. Se advierte una indudable influencia del futurismo, pero su punto más álgido lo alcanzará en el viaje que realiza a Tenerife, donde llevará a su obra los primeros signos de transgresión. Y es que Canarias, tierra surrealista y de los surrealistas fue para ella toda una revelación. En Tenerife pinta La mujer de la cabra (1927), donde con un nuevo lenguaje pictórico proyecta la imagen femenina de “la nueva mujer”, dotándola de valores como la racionalidad y la espiritualidad que hasta entonces eran patrimonio del hombre. Es la imagen de un ser independiente que reúne cualidades diversas pero no incompatibles con la esencia de la feminidad. La mujer de Maruja Mallo es la mujer del equilibrio y de la disciplina, capaz de desempeñar su papel en una sociedad culta y moderna, un ser de aspecto saludable, fuerte y deportivo que avanza hacia delante, respetando el pasado, sabedora de que la nueva humanidad reclama su presencia. Se aleja así, de la imagen femenina del arte occidental, donde la mujer es un ser estático, sensual y paciente, sin apenas voluntad ni energía.

A su regreso a Madrid, emprende una intensa labor creativa. La imagen de la mujer dinámica, junto a los elementos del deporte y la vanguardia, van a ser los principales motivos de su obra. En este momento Concha Méndez, campeona de natación en los veranos de San Sebastián, automovilista en Madrid y poeta, le va a servir como modelo. Viene a representar las facetas de la mujer que ella refleja en sus dibujos y cuadros, a pesar de contar con la firme oposición de Luis Buñuel, quien nunca perdonó a Concha, su antigua novia, esa transformación en joven intelectual y emancipada. Así lo reflejan los lienzos: Figura de deporte, La ciclista, las estampas deportivas, estampas populares o verbenas. Además en esta serie de estampas, se perciben cuerpos truncados, cabezas y brazos mutilados, manos cortadas, imágenes que aluden a motivos recurrentes también en las obras de Dalí o Lorca

En esa época conoce a Ortega y Gasset, catedrático de Filosofía y director de la Revista de Occidente, órgano difusor del pensamiento español con el que el pretendía incorporar las corrientes intelectuales y científicas más avanzadas de la época, quien se interesó por su obra y le dio apoyo al percibir en ella un ejemplo del nnovador Arte Nuevo, en unos cuadros que incorporaban al arte español formas de la vanguardia europea. Pone a disposición de la pintora los salones de la Revista de Occidente. Este privilegio de introducirse en el círculo de Ortega sólo lo compartieron unas pocas mujeres más. Entre ellas, la filósofa María Zambrano y la prosista Rosa Chacel. Una de las obras mas celebradas de este momento es La verbena (Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid ), pieza que arranca del arte popular español. Se aprecia un deseo de vincular la modernidad de su tiempo con la tradición española. Esta obra de Mallo cumple el propósito de situar en primer plano la idea de una España nueva, libre de supersticiones y tiranías. Por otro lado, también se aprecia una estilización de las formas, una lectura poética del mundo popular de las verbenas desde una fingida ingenuidad infantil y un uso expresivo del color. El eje central de la composición lo constituyen los ángeles. Unos ángeles femeninos, con alas que irradian luz, energía y movimiento así como la connotación de la alegría de una nueva humanidad que camina hacia adelante. La temática del ángel también alimentará la poesía del que fue su compañero sentimental, Rafael Alberti.
Cuando Maruja Mallo llega a la capital argentina, el recibimiento que le dispensan está a la altura de una artista consagrada que despierta expectación e interés

Es precisamente en esta época, hacia finales de la década de los veinte, de apoteosis artística y de elogios por parte de la intelectualidad del momento, cuando comienza la crisis personal de la artista. Se rompe su relación sentimental con Rafael Alberti y surgen las envidias de los hasta entonces sus amigos, a modo de críticas tanto por parte de Lorca, quien utiliza un tono de burla citando a la pintora como un referente picante y provocador, como por parte de un Luis Buñuel que empleaba a la pintora como objeto de sus mofas. De hecho, nunca aceptó que Maruja fuera un personaje trasgresor que tuviera el mismo comportamiento escandaloso que ellos.

Desde 1928 a 1931 Mallo explora el lado amargo de la existencia junto a un grupo de artistas de la llamada Escuela de Vallecas: Alberto Sánchez y Benjamín Palencia, con los que compartía largos paseos por las afueras de Madrid, sobre todo la periferia sur. Juntos empezaron a buscar inspiración para sus obras en los áridos campos de los alrededores de Vallecas. Ese paisaje les incita sobre todo a la investigación de nuevos materiales, así como a una pintura matérica y al descubrimiento del submundo sombrío de estercolero, abriendo en Mallo una línea tremendista que explora en el horror y que la sitúa como uno de los más genuinos representantes en el arte de la interpretación de la España negra, capaz de pintar las ruinas humanas: Cloacas y campanarios será una obra representativa de esta época.

Maruja continua cosechando éxitos y viaja a París en 1932. Será un año provechoso y fecundo. La exposición es acogida con entusiasmo por los surrealistas franceses, que vieron en su obra ese superrealismo espontáneo que también descubrirá André Breton en Frida Kahlo. Poco después de su regreso a España, muere su padre, quien había apoyado a la artista desde niña en todo momento, proporcionándole medios y creyendo en su potencial creativo. Se presenta a oposiciones y gana la cátedra de dibujo. Su primer destino será el instituto de Arévalo, donde impartirá clases. En la localidad abulense y contraviniendo la imagen de seriedad y compostura de aquellas gentes, una mañana de domingo se dio un paseo por el interior de la iglesia del pueblo montada en bicicleta, interrumpiendo la celebración religiosa ante el asombro de los asistentes. Regresa a Madrid y comienza una vuelta al orden y a la armonía: su etapa geométrica, a la vez que se inclina hacia posturas de compromiso, tras la proclamación de la República. Se inicia en la cerámica a la que incorpora toda su idea de la geometría, reuniendo elementos como el caballo, el toro, el pan, el vino, etc. Símbolos y signos que tras el bombardeo en la guerra civil quedaron destruidos junto al edificio de la Escuela de Cerámica, situada en el Paseo de Rosales.

Son años de profundo compromiso social en los que la mayor parte de los compañeros de generación van adquiriendo gran conciencia política. Todos se reencuentran hacia 1934 en la casa de Pablo Neruda, la “casa de las flores” como él la denominaba, por los hermosos geranios que florecían en los balcones. Allí se celebran fiestas surrealistas, es decir de libertad, y allí coincide Maruja con Miguel Hernández, con el que inicia una relación que alcanzó resultados inmediatos desde el punto de vista artístico. Vuelcan sus ideas sobre un escenario poblado de retamas, arcillas y espigas, siguiendo la iconografía vallecana, a la que se incorpora también Hernández. De esta época es su Sorpresa del trigo (1936), que podría ser un soneto herdandiano, mientras que, por otro lado, descubrimos en El rayo que no cesa, libro editado por Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, que supuso la consagración literaria y el reconocimiento de la madurez poética de Hernández, una larga serie de poemas inspirados en Maruja Mallo.

Finalizada su aventura con Miguel Hernández, busca un nuevo idioma plástico en la pintura mural, en el escenario del teatro, le interesa la escenografía como creación. A la vez que se involucra en los actos de tinte izquierdista que se celebran, así como en su apoyo a la República. Acompañada del también gallego Fernández Mezquita, significado trotsquista con el que sostiene un sólido idilio. Pasan aquel verano en la ría de Pontevedra, donde Maruja se había encontrado de nuevo con el mar de su infancia. Se inspira ahora en el trabajo de los marineros, en las caracolas y en las algas. Tras el alzamiento del 18 de julio y el inicio de la guerra civil, Maruja se convierte en testigo y va tomando nota en su memoria de los hechos que poco después vertió en un escrito titulado Relato veraz de la realidad en Galicia que enviaría desde el exilio al diario La Vanguardia. Desde Galicia logra pasar la frontera, llega a Lisboa y desde allí a Argentina, invitada por la Asociación de Amigos del Arte, de Buenos Aires, hacia donde partió con el apoyo de la escritora Gabriela Mistral, responsable de la embajada de Chile en Portugal. Un solo cuadro en su reducido equipaje, Sorpresa del trigo, un compañero de viaje que parte con ella y que regresará también con ella.

Cuando Maruja Mallo llega a la capital argentina, el recibimiento que le dispensan está a la altura de una artista consagrada que despierta expectación e interés. Y se considera el último trabajo, Sorpresa del trigo, su obra máxima. La pintora se integra en la vida porteña y combina la vida social con su producción pictórica, que no descuida ni un momento. Y con motivo de una conferencia en la sede de Amigos del Arte sorprende al público con el nuevo cuadro Arquitectura humana, en el que se mezclan los recuerdos de Galicia con los de las playas argentinas y en el que una vez más la figura humana está a caballo entre lo femenino y lo masculino. También atiende un apasionante encargo que le confía Alfonso Reyes, la escenografía de su obra Cantata en la tumba de Federico García Lorca.

En su apartamento de Buenos Aires las espigas son elementos de decoración así como las conchas y caracolas del Pacífico. Los únicos collares que luce lo forman caracolas y conchas- perlas de Chile. Invitada por un grupo de intelectuales chilenos, viaja al país andino. También aprovecha para visitar las playas uruguayas, donde descubre las piedras de colores de las arenas, las palmeras mezcladas con los enormes geranios y las esféricas hortensias, elementos marinos, todos ellos, que pasarán al lienzo bajo el título Naturalezas vivas. Por otro lado, también es interesante destacar que a lo largo de estos años Mallo se rodea no sólo de compatriotas exiliados sino también de significativos representantes de la burguesía que reclaman su presencia para eventos más sociales que artísticos. Fiestas y actos públicos van a ocupar buena parte de su tiempo sin perder su conciencia de exiliada y su ideario de izquierdas. Pasa a sentirse un miembro más de los círculos elitistas y burgueses del país que la acoge. Como apunta José Luis Ferris en la biografía: “Mallo había sabido sobrevivir en América. Veraneaba en Punta del Este y esquiaba en Bariloche. Montaba en bicicleta y a caballo y hasta practicaba el submarinismo para no olvidar su vieja afición al deporte y a la modernidad”.

Bajo la era peronista las élites intelectuales adoptaron la postura del silencio y la supervivencia a la que también se unió la pintora quien por entonces recibe el encargo de la realización de tres murales en el hall del cine Los Ángeles en el centro de la capital bonaerense, viendo así realizado su sueño de seguir la tradición muralista iniciada por Rivera, Orozco o Siqueiros. A comienzos de los ochenta, la especulación urbanística acaba con estos trabajos plásticos. El éxito como muralista le abre camino a Brasil y poco después a Nueva York, donde tiene acceso a la refinada sociedad neoyorquina. También viajó a Bolivia y Perú, lo que le permitió agudizar su fascinación por lo exótico y misterioso, que ya había iniciado en un viaje anterior a la isla de Pascua. El éxito neoyorquino había atravesado fronteras y, a finales de los cuarenta, la librería Clau de Barcelona publicaba, dentro de su colección de monografías artísticas, el libro Arquitecturas, dedicado a Maruja Mallo.

En mayo del 1961, Maruja regresa a España en un barco que atracará en Valencia, en plenas Fallas. Un reencuentro con el aroma a verbena que no sentía desde hacía varias décadas. En su equipaje dos lienzos de los que nunca se desprendió y que son símbolo de su propia vida: Sorpresa del trigo y El canto de las espigas. También trae material para dar cuenta de sus años de exilio. En su primera entrevista, a su regreso, con el poeta José García Nieto dice: “ Soy clásica del siglo XX... soy ordenada, sobre todo.” Tras unos años de silencio, fue a raíz de la muerte de Franco en 1975 cuando Maruja retoma su papel de flâneuse transitando por los rincones de Madrid, a la vez que se embarca en una nueva etapa creativa inspirada fundamentalmente en la geología y la fauna sudamericana. Hasta hace unos años era muy difícil encontrar en los ambientes artístico-culturales del país alguien que conociera de Maruja Mallo algo más que su nombre. Aunque la “movida” de los ochenta en la capital la convirtió en un personaje emblemático de la vida social, lo que le permitió gozar de una época de libertades que ella pasó reviviendo los felices años treinta, sin embargo era su propia leyenda lo que pesaba sobre ella, por más que su talento artístico hubiese realizado cuadros inolvidables.

Maruja Mallo pasa los últimos años de su vida en total soledad, sólo tiene a Emilio, uno de sus hermanos que la visita semanalmente y muere en Madrid el 6 de febrero de 1995 en la residencia de ancianos Menéndez Pidal. Esa mujer fascinante y trasgresora que desbordó los márgenes de su tiempo y que incurrió, como decía su compañera María Zambrano y recoge Ferris en la biografía, en uno de los errores más destructivos e imperdonables: ser libre.

José Luis Ferris a lo largo de este apasionante paseo por la vida y la época de Maruja Mallo nos ha permitido acercarnos a esta figura excepcional mostrándonos el retrato de la nueva mujer que fue. También nos ha dado la oportunidad de adentrarnos en el impresionante mundo de los grandes genios del panorama cultural de una época tan fructífera, en primeras figuras, como fue la generación del 27. A lo largo de las casi trescientas páginas hemos ido rompiendo estereotipos y moldes de pintores, escritores e intelectuales de los más variados campos porque nos ha destapado lo más desconocido de ellos, su faceta humana. Narrado en un estilo creativo, personal y literario, el libro lo complementa un anexo de notas y una amplia bibliografía. Se echa de menos no poder visualizar muchos de los cuadros y trabajos de la autora, preferiblemente en color, así como un mayor soporte fotográfico.