Galardonado
sobre todo por su obra de ficción, sus artículos en periódicos y sus ensayos no
desmerecen a sus novelas o dramas. Su labor periodística, su docencia y sus
múltiples apariciones en público se articulan con una extensa obra y le dan
fuerza. Ya en 1958, con veintidós años, aparece Bases para una interpretación de Rubén
Darío. En 1971 publica García
Márquez: historia de un deicidio, libro derivado de la tesis doctoral
presentada en la Universidad Complutense -universidad que le acogió en 1958 como
becario. En 2001 sale a las librerías El
lenguaje de la pasión, volumen que algún crítico considera un precedente de
La civilización del espectáculo. El
conjunto de su monumental obra pasará a la historia como un ejemplo de
dedicación difícil de igualar.
En esta
entrega, la primera tras la obtención del Nobel, Vargas Llosa reordena una vieja
inquietud. Formatea y da consistencia a algo que ha preocupado a todo pensador a
través del cambio generacional: el mundo cambia y el orden se trastoca. Sigmund
Freud (1930) con El malestar en la
cultura o José Ortega y Gasset (1930) con La rebelión de las masas son dos
ejemplos de una lista que podría ser interminable.
Vargas Llosa
arma La civilización del espectáculo
sobre un primer capítulo en el que transita desde el T. S. Elliot de 1948 al
Frédéric Martel de 2010. Entre uno y otro “la cultura atraviesa una crisis
profunda y ha entrado en decadencia”. El Elliot que lee Vargas Llosa está en la
“alta cultura”, concebida como el
producto de una élite que la transmite a través de la familia y del cristianismo
que han construido Europa a lo largo de la historia. El texto de Martel, Cultura Mainstream (Taurus, 2011), es un
formidable trabajo sobre la masificada y vulgar producción cultural actual. Su
conclusión deja poco resquicio a la concepción “clásica” de cultura: “Todo se
acelera y nada será como antes”, “Estamos en medio de una revolución cuyo final
no conocemos”.
Entre Elliot y
Martel, Vargas Llosa sitúa en el libro de Guy Debord (1967), que interpreta el
mundo como espectáculo, el inicio de una deriva que “implica un empobrecimiento
de lo humano” que el Mayo de 1968 no hará sino acentuar en un tránsito en el
que, como señalan Gilles Lipovetsky y Jean Serroy
(Anagrama, 2010), la imagen y el sonido a través de las múltiples
pantallas que pueblan la vida cotidiana actual, se hacen
el soporte casi universal
de la cultura.
Concebir la
cultura como espectáculo implica su banalización. Supone entronizar la idea de
entretenimiento en su concepción más frívola. Añadamos masificación y tendremos
a la cocina, a la
moda o al fútbol ocupando el espacio público y la
inteligencia privada que debería corresponder a la literatura, al pensamiento y
a la presencia de unos intelectuales desplazados a la periferia
social.
Con el agua
que se lleva la alta cultura y la crítica desaparece también el erotismo, y se
hace imposible convertir el acto sexual en arte. Banalizado también el
sexo, reconducido a lo “puramente instintivo y animal”, lo
genuinamente humano se disuelve. Sólo así es posible que se den ciertos
disparates. La Junta de Extremadura, en 2009, con el apoyo de la Junta de
Andalucía, organiza dentro de su plan de educación sexual, “unos talleres de
masturbación para niños y niñas a partir de los catorce
años”.
Diseñadas las
grandes líneas de lo que Vargas Llosa entiende como el gran desastre cultural de
nuestro tiempo, el lector se encuentra con la agradable sorpresa de una serie de
textos recogidos por el autor desde 1996 y que se entreveran muy bien con el
hilo narrativo del libro. Hilo que cose distintas situaciones, experiencias y
reflexiones por las que ha ido pasando Vargas Llosa. Política, poder, educación,
medios de comunicación, nuevas tecnologías y religión pasan un escrutinio que en
ocasiones es de extrema dureza.
La situación
actual del arte, de la crítica y de los expertos que han contribuido a crear una
burbuja que en su artificiosidad y malicia tiene muchos puntos en común con la
de la construcción, le proporciona a nuestro autor un amplio arsenal. La Bienal
de Venecia y sus disparates “artísticos” le ofrece munición abundante para
disparar contra la artificiosidad de muchos de los creadores
contemporáneos.
Podría pensarse en un Vargas Llosa que sobreactúa desde el torreón
de su fama y su vida. Hay quien le ha llamado panfletario. Tal vez, pero las
voces de alarma ante la transformación de la cultura y la civilización
occidental no hacen sino subir de tono. Un escritor de talla y de sensibilidad
artística como Manuel Vicent contempla la escena cultural actual invadida por la
ligereza y la
visualización. La cultura parece hoy demasiado comestible,
demasiado digital, demasiado inane y con una carga de erotismo superflua en
demasiadas ocasiones. Tanto da el festival de Salzburgo o de Bayreuth como el
último concierto de Beyoncé o Lady Gaga. La energía individual y colectiva está
cambiando y se siente el ulular de las sirenas.