En ambos casos asistimos al viaje
circular: salida desde un punto y nuevamente regresar a él. Es el viaje de
Ulises, si bien nunca se regresa como se parte; como señala Kavafis, la
experiencia del propio viaje se integra en el viajero, en el homo viator, que somos frente a este
viaje circular existe el lineal; se parte y quizá no se regrese. Tras esta
dicotomía se postulan otras modalidades: tales como el viaje por estudio o por
aventura, el pretendidamente ocioso (ociositas) o el de ocio enriquecedor (ocium). Los latinos distinguen la ociositas, como pura pasividad, frente a
ocium como creativo y exigencia de
actividad para el protagonista, y este caso, Botkin realiza un viaje circular,
de estudio y pleno de ocium.
El carácter de homo viator de la especie humana siempre
ha estado presente y con frecuencia expuesta en significadas obras literarias
gracias a estas expresiones, a veces a medio camino entre la investigación y la
aventura, disponen de información antropológica señera de pueblos ignotos, de
manifestaciones culturales diferentes, de realidades lejanas.
Las formas de exposición y los
motivos cambian secularmente y constituyen un género propio. De igual modo el
viajero-narrador, casi siempre perteneciente a grupos burgueses, aristócratas o
simple aventurero, da un sentido u otro al viaje según la época. De este modo, era práctica
“obligada” que los hijos de las clases altas del siglo XVIII, luego burgués o
aristócrata, realizara le grand tour.
Un modo de completar la formación y prueba o signo de madurez.
La literatura de viaje del siglo
XVIII suele estar cargada de datos fríos y enumerados, encaminados a la
formación del individuo, pedagógica y con la teleología de ejercer catarsis en
el sujeto. Por el contrario, los textos de viaje del XIX se cargan de
emotividad, pierden erudición. Procuran recorrer espacios diferentes, exóticos.
El viajero del XVIII recorría territorios culturales próximos; el del XIX los
informados como atractivos. En el primer caso se trata del viajero ilustrado, y,
en el segundo, el romántico. Vasili P. Botkin pertenece al grupo de viajeros
románticos.
La Península Ibérica no fue lugar
de destino en el XVIII, más sí en el XIX. España ya se anunciaba como diferente,
heterodoxa e insólita. Y en concreto Andalucía, que pasa a ser sinónimo de
España. Los tópicos se recrean y desarrollan: el clima, la variedad de paisajes,
el carácter apasionado y fanfarrón, las supersticiones o la alegría, sin olvidar
los prototipos culturales: D. Juan, Carmen, Don Quijote, La Celestina o El Cid.
El resultado: un calidoscopio deformante de la realidad y modelo de contraste;
frente a la Inglaterra puritana, se describe a la supersticiosa España,
dos enfoques religiosos y culturales antagónicos.
Vasili P.
Botkin no fue el único ruso que viajó a España. Disponía
de alguna información. De hecho conoció a Juan Varela en San Petesburgo. Si bien
el viaje del español fue cómodo y protocolario. El egrabrense cuenta que Botkin
conocía el español, pero desconocía la literatura española. Hecho que le resulta
insólito.
No obstante Botkin, así nos lo
cuenta en el estudio introductorio el profesor Encinas Moral, quien informa de
las referencias abundantes en Rusia,“España se puso de moda” (Mijail
Alexéyev, pág. 13).
Los mitos literarios (El Cid, Don
Quijote…) y, sobre todo, la derrota de Napoleón durante la Guerra de la
Independencia, un enemigo compartido con Rusia y en la
que La Grande Armée se hundió en los territorios
hispanos y rusos, era un motivo suficiente. El heroísmo del pueblo y el sistema
de lucha (guerrillas), un modo de organizarse frente al invasor al carecer de
Rey y de generales (Estado), la tradición, las referencias de Puskhin, el
impacto de la Constitución de 1812 en los decembristas, el general Riego y sus
avatares, la lucha por la libertad, etc. eran motivos lejanos para los liberales
rusos y ejemplarizantes contra el absolutismo que combatían.
La realidad les era próxima y los
ejemplos para el cambio provenían de la otra punta de Europa, sobre todo en el caso de
Lérmontov (pág. 28). De este modo los ispantsi (los españoles) eran motivo de
atención para Puskhin, Zhukouski, Katenin, etc.
Los primeros viajeros rusos,
según el profesor Encinas fueron I. Fiódorovich Faddéi, V. Bulgarin, N.
Turguéniev (hermano del novelista) , Piotr G. Redkin, Mijail I. Glinka y Vasili
P. Botkain.
Quizá, el compositor y divulgador
de la música española en Rusia, Glinka, y Botkin sean los viajeros rusos más
significados; si bien un hermano pintor de Botkin, Mijail, estuvo en España y en
la Fundación Lázaro
Galdeano existen piezas bizantinas que pertenecieron a su
colección. Vasili, comerciante de té, perteneció a una familia acomodada
económicamente integrada por varios hermanos, no obstante refiere que “de mi
infancia no guardo recuerdos agradables, una madre buena y sencilla que acabó
bebiendo hasta caer borracha y un padre bruto y severo (…), en el fondo, bueno.
Créame que mi memoria de mi primera
juventud me produce tanto asco y repugnancia que me repele recordarme a mi
mismo”.
Vasili P. Botkin es un fino
crítico literario y políglota. Gracias a un matrimonio rápidamente frustrado,
–duró un mes-, llegó a España tras recorrer Europa, le atrapó Italia, “quedé
enfermo de tanta belleza”, declara.
A España entra por Hendaya
cargado de prejuicios y de abundantes recomendaciones. Conoce la lengua y, tras
su texto, se adivina el pronto manejo de la jerga, que utiliza y traduce. El
viaje duró tres meses, desde el 11 de agosto al 30 de octubre de 1845. Lo relata
bajo la denominación de Cartas mas
son ensayos históricos-literarios, costumbristas que reflejan la realidad, a la
vez que procura analizar las causas históricas del statu quo.
Narra las impresiones sobre el
paisaje y los pueblos, -de Hendaya a Madrid-, descubre desierto y despoblación.
Se pregunta por qué Madrid se ubicó en tal lugar y describe su percepción de
fondas, cafés, la vida en la calle o el miserable cauce del Manzanares (pág.
69). El viaje continúa hacia Andalucía. Es severo, con lo encontrado en
La Mancha.
Reconoce que los Pirineos existen más que como accidente
geográfico (pág. 60)
Será Andalucía, - Córdoba,
Sevilla, Málaga y, sobre todo, Granada-, los espacios que le congracian con
España. Así, mientras descubre la vestimenta, -capa, mantilla, abanico, etc-;
las comidas, -el aceite le resulta desagradable-; las bebidas heladas u otros,
se detiene con los majos y manolas. Alaba sobremanera a la mujer (pág. 55 y
139), el carácter anarquista del alma española
(pág. 98), las dificultades para hallar un concepto definido de unidad nacional
(pág. 65), “las dos Españas” (pág. 98), las tertulias (pág 104), se prenda por
Murillo (pág. 178), los toros, la ociosidad (pág. 185), el bandolerismo (pág.
188), los pronunciamientos (pág. 94) Bostkin se adentra en el alma española y
concluye: “España,¡qué refugio para la gente a quién le aburre Europa!”. Destaca
la amabilidad, la valentía, el patriotismo, “el apego a la memoria de los héroes”, “ningún país es tan crítico y
al mismo tiempo orgulloso de su nacionalidad”.
De todos estos caracteres señala
el sentido del trabajo/ocio, las clases sociales si se “enriquecen es para
seguir siendo igual”. El trabajar para vivir lo valora como innata inteligencia
de almas libres, así declara: “Europa no tiene ni idea de la libertad que reina
aquí”, si bien es crítico con los gobiernos. Las últimas líneas del libro son
concluyentes y a la vera de la Alhambra: “¡Ah si toda la vida transcurriese
siempre con tal felicidad!” (pág. 374)
Bien se puede opinar que es un
gran libro de viajes, bien editado por Miraguano y muy bien traducido y anotado
por el profesor Encinas Moral. Es una mirada romántica, pero penetrante. Opino
que Cartas sobre España de Vasili P.
Botkin confirma la triada de viajeros extranjeros por España junto con Viaje por España de Teófilo Gautier y La biblia en España de George
Borrow.