Marías ha alcanzado gran celebridad. El que fuera
Joven Marías, en
palabras de Juan Benet, es ahora un novelista de fama mundial. En España y en
otros muchos países es reconocido y valorado como narrador, como creador
propiamente literario. El principal dominio de su escritura es precisamente el
de la ficción novelesca. El mecanismo es éste: inspirándose en hechos ocurridos,
en circunstancias acaecidas o en personas reales, Marías concibe narraciones en
las que imagina, inventa y finalmente fabula: añade lo que no está o no ha
ocurrido. Mezcla acontecimientos verificables con fantasías jamás sucedidas. Es
decir, se nutre de lo real para crear algo inexistente. Alguien, generalmente
una voz en primera persona, se expresa, relata o enjuicia el mundo, un mundo que
es interno, exactamente novelesco, aunque con evidentes correspondencias
externas.
Su condición de articulista viene después. Como tantos y
tantos otros escritores que tienen reconocimiento, que tienen prestigio
literario, se ha convertido en colaborador habitual de la prensa. En este caso,
Javier Marías atisba lo real, dejándose sorprender por algún motivo de
actualidad para así ponerse a escribir. No hace nada sustancialmente distinto de
lo que suelen hacer los articulistas o los columnistas. En efecto, a partir de
algo que le sorprende o le incomoda o le disgusta o le provoca, se expresa, se
expresa en público, creyendo que cierto planteamiento u opinión tienen algún
interés para los lectores. Algo pasa y eso que pasa es objeto de deliberación.
Javier Marías adopta una postura, crítica generalmente, una postura que le
obliga a reflexionar, tratando de convencer a sus destinatarios. Así puede
constatarse en
Los villanos de la nación. ¿Tiene esto algo que ver con la
escritura de novelas?
En Marías, la clave de su mirada y
de su escritura como articulista es una mezcla de ironía, de sarcasmo, de
enfado, de cansancio. No es sentencioso, ni enfático, pero sí
hiperbólico
En el estilo de Marías hay una
parte de desenfado, de erudición, de reflexión… De broma y de irritación. Lo
real lo vemos a través de los géneros literarios, a través de las formas de la
tradición: la tragedia, el drama, la comedia, etcétera. En Marías, la clave de
su mirada y de su escritura como articulista es una mezcla de ironía, de
sarcasmo, de enfado, de cansancio. No es sentencioso, ni enfático, pero sí
hiperbólico. Tampoco es innecesariamente grave: no suele perder el sentido, el
sentido común, y se vale de la zumba para arremeter. Creo que le da buenos
resultados: al menos en el sentido de que es extraño que un artículo de Javier
Marías nos deje indiferentes. En efecto, sería rarísimo que no nos diera motivos
para reflexionar, incluso desazonarnos.
Siempre parte de un motivo de
actualidad, que toma como el acicate de la expresión. No es, pues, el
articulista pesadamente literario, aburridamente erudito, esforzadamente culto
que, ajeno a la realidad, se dedica a especular sobre temas abstractos o
trascendentales. No es el suyo un columnismo ornamental. Él siempre parece tener
ese asunto que le incomoda, que le hace reaccionar. Las malas maneras, la
descortesía, la violencia, el vandalismo, la chulería, la ordinariez jactanciosa
e inculta, el matonismo. Desde el ruido ostentoso del presente hasta el maltrato
que los políticos nos infligen: desde los agujeros y socavones en el Madrid de
Alberto Ruiz-Gallardón hasta la invasión de la calle por los Pasos de Semana
Santa. En fin, todas esas cuestiones que le pueden provocar --ya digo--
incomodidad, le hacen reaccionar. Sobre ellas vuelve una y otra vez,
disculpándose por la insistencia y admitiendo su fracaso. Siguen el ruido y el
catolicismo callejero que en determinadas fechas todo lo anega. Siguen los malos
modos y la ufanía de quienes tienen poder y alardean. ¿Y quiénes son? ¿Quienes
disponen de cargos públicos para uso privado y arbitrario? No sólo. Marías
también incluye a las masas que irrumpen, que se adueñan del espacio público
avasallando con número, con sus festejos populares, con su bulla, con su
engreimiento.
El columnista Marías suele estar irritado, sí, pero aparte
del agravio hay creación y razonamiento. Para argumentar utiliza generalmente
citas explícitas e implícitas, alusiones fílmicas, analogías, metáforas:
recursos culturales que son anécdotas o perchas, las ilustraciones que le sirven
para aclarar o comparar.
Sus fuentes de erudición son literarias y
cinematográficas. Ese elemento culto es el referente a partir de cual él coteja,
contrasta; es el dominio de donde toma las imágenes, de donde toma sus
alusiones. Además, le sirve básicamente para mostrar sus experiencias y poder
contrastarlas con el hecho de actualidad que está tratando. La literatura y el
cine nos facilitan existencias alternativas o secundarias que vivimos de manera
vicaria. Es muy frecuente que en sus artículos cuente todo tipo de anécdotas de
escritores, de directores, de actores, de las películas que al él le han
impresionado –como en
Vidas escritas o como en
Donde todo ha
sucedido–; detalles y curiosidades de esos libros o de esos films que a él
de verdad le han maravillado y que le sirven precisamente para interpretar las
acciones humanas.
Con Javier Marías tendríamos al
ciudadano que reprocha, que eleva su protesta, al inconformista que
adopta posiciones críticas ante lo que considera
intolerable
En Marías, las novelas y las
películas funcionan exactamente así: le han proporcionado experiencias a partir
de las cuales él observa la realidad. Lo imaginado es la base que le sirve para
examinar y conjeturar. Hay que imaginar. ¿Y qué es la imaginación para el
articulista Marías? Reproduzcamos un párrafo de
Los villanos de la
nación. Es una atinada forma de describir los que él mismo hace.
“La imaginación permite ver lo que no existe aún o no
existió en el pasado o incluso no va a existir jamás. Es una facultad tan
retrospectiva como anticipatoria, y conviene cultivarla al máximo, porque
gracias a ella se evitan no sólo muchos crímenes que acaso cometeríamos sin su
concurso, sino muchos errores. Yo puedo odiar a alguien y desear matarlo en un
momento dado, con frialdad o pasión, pero imaginar el hecho me ayuda a no
cometerlo precisamente porque cuando uno imagina de veras lo que se siente
tentado a hacer, alcanza a ver también el después”. Su
tono suele ser admonitorio, ya digo. Javier Marías ejerce de novelista pero
sobre todo es un observador que tiene la posibilidad de poder expresarse, que
tiene numerosos seguidores y lectores. Es alguien que se sabe capaz de poder
intervenir en la realidad, de poder ejercer algún tipo de influencia,
principalmente motivado por algo que le incomoda o le disgusta como individuo. Y
precisamente él ejerce de eso: de individuo. Con Javier Marías tendríamos al
ciudadano que reprocha, que eleva su protesta, al
inconformista que
adopta posiciones críticas ante lo que considera intolerable. De ahí que él
mismo sea consciente de que hay una serie de temas recurrentes en sus artículos,
asuntos que trata una y otra vez y que tienen que ver en general con la
descortesía, con la incultura, con la estulticia, con los malos hábitos y
–digamos- con el comportamiento político o público desconsiderado. Adopta
posiciones de ciudadano consciente y crítico y de paso se burla del poco efecto
de sus denuncias.
En los artículos o en las ficciones
de Javier Marías siempre aparece la misma cuestión, un motivo central de su
escritura: la realidad como algo sorprendente, inaudito, insólito, que debemos
dilucidar
Pero quizá haya otras cosas más
relevantes; quizá lo más interesante del articulista sea el hecho mismo de
observar. En el Marías novelista tenemos una figura frecuente: la del espía. Es
real y es metafórica. Tanto en sus ficciones como en sus artículos de opinión,
alguien mira, alguien se deja sorprender por la realidad, alguien necesita
expresarse. La vida nos da sorpresas y para obrar tratamos de dar algún
significado a las cosas que acaecen. Necesitamos una serie de datos que son los
que nos ayudarán a dar explicaciones razonables y racionales de lo que ocurre.
En el mejor de los casos actuamos como espías, atentos observadores que
vislumbran lo que la mirada perezosa no ve, pues no siempre contamos con esos
datos. Muy frecuentemente tenemos que dar sentido con cuatro referencias, sin
tener asideros firmes. El espía es aquel que se atreve a dar el paso, aquel que
husmea, atisba, aquel que ofrece una explicación y aventura una hipótesis que
relaciona hechos: hechos que, en principio, nada tienen que ver entre sí. El
espía conjetura basándose en poquitas informaciones. La vida funciona un poco
así: por desgracia no siempre tenemos los datos precisos para tomar decisiones;
no siempre los tenemos cuando nosotros queremos.
El espía es quien se
adelanta a lo que otros no ven aún. Por eso, la figura del espía está tan
presente en las novelas de Marías. La hallamos también en sus artículos, ya que
el yo que se expresa en la prensa se ha dejado sorprender por la realidad. Por
eso se aventura y conjetura. En pocas palabras: se anticipa. En los artículos o
en las ficciones de Javier Marías siempre aparece la misma cuestión, un motivo
central de su escritura: la realidad como algo sorprendente, inaudito, insólito,
que debemos dilucidar. En Marías, escribir es buscar, un conocimiento siempre y
en parte inevitablemente frustrado. Esa conciencia del conocimiento –esa
conciencia de la realidad– como un acto en parte malogrado y necesario a la vez
es algo relevante.
Alcanzar a ver el después es lo que hacía
Jabobo Deza, el protagonista de
Tu rostro
mañana. Y es lo que en parte intenta hacer
María Dolz, la narradora de
Los
enamoramientos. Pero, al final, el proceso de búsqueda, de
crítica, de anticipación se frustra: en los personajes de ficción o en el autor
convertido en novelista. Lamentablemente ni la observación ni la imaginación nos
son suficientes y por eso en Javier Marías reaparece la irritación o el
incomodo. El mundo sigue su marcha, la muerte nos amenaza y muchas gentes se
desenvuelven con actitudes descorteses o maleducadas. Vuelta a empezar, pues. El
ciudadano Marías se indigna, escribe y argumenta. Menos mal que le quedan el
humor, la agudeza y la andanada ácida, irónica. Menos mal que le queda la
guasa.