Como recordarán nuestros lectores, en 2007 apareció en la prestigiosa
editorial francesa Seuil
La pantalla
global. La edición española fue publicada por
Anagrama, la excelente editorial de la casi totalidad de la obra de Lipovetsky,
en 2009. En dicho volumen, ambos autores analizaban el papel de la información,
el entretenimiento y la cultura. Todo ello formando parte del novedoso fenómeno
de
la
visualización del mundo, algo que se manifiesta en la
multitud de pantallas que forman parte, y condicionan, la percepción de la
realidad.
El cine, “el arte de la gran pantalla”, el gran arte
industrial del siglo XX, conformaba el hilo conductor del análisis de nuestros
autores. Conviene no olvidar que Jean Serroy, profesor de la Universidad de
Grenoble, es un reputado crítico cinematográfico cuya obra
1985-2005: Entre
deux siécles. 20 ans de cinéma contemporain (Ed. La Martinière), se
ha convertido en una referencia ineludible.
Aunque la extensa y atrevida
obra de Lipovetsky pueda levantar la sospecha de repetición o superficialidad,
lo cierto es que cada nueva entrega presenta rasgos novedosos y potentes en el
análisis de lo que desde
La era del vacío, a mediados de los ochenta, el
autor dio en
llamar
hipermodernidad para designar la sociedad “postmoderna” y
sus transformaciones individuales y colectivas.
La cultura en el siglo XXI es en
gran medida tecnocapitalismo global, industria cultural, consumismo, medios de
comunicación y redes informáticas
También en
Seuil en 2008, e igualmente traducida por Anagrama en 2010,
La
cultura-mundo es sobre todo una reflexión audaz, sin demasiados tecnicismos
y sin concesiones a la banalidad. Continúa la línea central de pensamiento de
Lipovetsky en el sentido de explorar y urbanizar lo que distintos autores
denominan postmodernidad. Junto a ese esfuerzo orientado a ampliar y profundizar
la línea de su discurso central, Lipovetsky, con el apoyo de Serroy, se propone
avanzar un paso más allá en el análisis del papel de la cultura en el mundo del
siglo XXI.
En esta entrega de Lipovetsky y Serroy el escenario analítico
ya no es únicamente la sala cinematográfica o la multitud de pantallas que
propagan una hipermodernidad desregularizada en la que la narrativa clásica daba
paso a lo multiforme, lo híbrido y lo plural. Ahora de lo que se trata es de
analizar la cultura tomada como ejemplo y representación planetaria.
El
término ‘cultura-mundo’ designa para ambos autores “la cultura extendida del
capitalismo, el individualismo y la tecnociencia, una cultura globalizada que
estructura de modo radicalmente nuevo la relación de la persona consigo misma y
con el mundo”.
Para hacer entender al lector el significado de
“cultura-mundo”, Lipovetsky y Serroy recurren a desgranar y mezclar, a lo largo
y ancho de su texto, recursos históricos, biográficos y económicos con los que
apoyar e ilustrar su descripción de un mundo caracterizado por el triunfo del
capitalismo, de la
tecnociencia,
del individualismo y del consumismo.
Esta desorientación, nueva y
excepcional, es precisamente una de las características centrales de la
cultura-mundo
En un mundo marcado por estas
cuatro características es evidente que la cultura ya no es lo que era en el
siglo XX. Ya no es lo que Althusser, Castoriadis o buena parte del marxismo
estructuralista francés consideraban “una superestructura de signos, perfume y
ornato del mundo real”. La cultura en el siglo XXI es en gran medida
tecnocapitalismo global, industria cultural, consumismo,
medios de
comunicación y redes informáticas.
Atrás queda la
época en la que la cultura era un sistema coherente que explicaba el mundo y que
diferenciaba entre cultura popular y cultura ilustrada. La cultura, como afirman
Lipovetsky y Serroy, inseparable ya de la industria comercial, tiene vocación
planetaria y se infiltra en todas las actividades de la vida cotidiana.
La globalización de la cultura no significa reprimir las idiosincrasias
nacionales, busca simplemente unificar el planeta a través del mercado.
Curiosamente, quizá de forma contradictoria, el siglo XXI pide la rehabilitación
del pasado, el culto a lo auténtico, la reactivación de la memoria religiosa e
identitaria, las reivindicaciones particularistas.
Por otro lado, tal
como afirman los autores, la dinámica hipermoderna no antagoniza la cultura. Al
contrario, la convierte en su principal rasgo, hasta el punto de que hoy se
podría hablar de un “capitalismo cultural”. De este modo, las industrias
culturales y el
universo
digital se convierten en piezas esenciales del hipercapitalismo
globalizado y de la cultura-mundo. Las marcas y el propio capitalismo construyen
a su vez una cultura conformada por un sistema de valores, metas y mitos
caracterizados por la hipertrofia de la oferta comercial y la sobreabundancia de
información e imágenes.
Los debates sobre la laicidad, el
islamismo, las reivindicaciones lingüísticas o el desgaste de la democracia
contribuyen a situar la cultura en espacios
contradictorios
La cultura-mundo está, sin
embargo, repleta de paradojas y de contradicciones. Lipovetsky y Serroy afirman
que “también desorganiza a mayor escala las conciencias, las formas de vida, la
existencia individual. El mundo hipermoderno está desorientado, inseguro,
desestabilizado, no de manera ocasional, sino cotidianamente, de forma
estructural y crónica. Y esto es nuevo.” Esta desorientación, nueva y
excepcional, es precisamente una de las características centrales de la
cultura-mundo.
Esta tremenda desorientación, individual y colectiva, no
deja de ser sorprendente porque pocas veces la humanidad ha dispuesto de los
recursos actuales. La eficacia de la medicina, la educación generalizada, el
nuevo papel de la mujer, la liberalización de las costumbres y, en definitiva,
una existencia enormemente facilitada por los adelantos de la ciencia y la
técnica. Sin embargo, vivimos en un mundo ansiógeno y depresivo,
generador de
inquietudes de todo tipo y que ve un futuro cada vez menos
prometedor.
Como escriben Lipovetsky y Serroy, bajo la presión de las
reivindicaciones particularistas y las dinámicas nacionalistas la cultura se ha
convertido en el centro polémico de numerosos conflictos. Los debates sobre la
laicidad, el islamismo, las reivindicaciones lingüísticas o el desgaste de la
democracia contribuyen a situar la cultura en espacios contradictorios. Vuelve
la cultura para dar a los individuos cierto dominio sobre su vida pese a sus
conflictos psicológicos y a la desestructuración de la personalidad.
Hipercapitalismo, hipertecnología, hiperindividualismo e hiperconsumo
son, subrayémoslo una vez más, los principios estructurantes del mundo de la
cultura-mundo siglo XXI. Un mundo en el que ha dejado de existir el
antagonismo entre economía y cultura a la vez que se producía la hipertrofia de
esta última y su absorción por el orden comercial y el universo ciberespacio.
Con la boca quizá un tanto pequeña
los autores recuerdan al lector que pese a todo la cultura del entretenimiento y
su estética fácil no impide la reflexividad o la innovación de los individuos
que buscan comprender o mejorar el mundo
En
el último tercio de estas páginas, Lipovetsky y Serroy muestran cómo el mercado
ha engullido el mundo del arte. La mutación sufrida por los museos de todo el
planeta les sirve para apoyar su visión de la expresión artística como una
actividad reestructurada por las lógicas del espectáculo y de las nuevas
estrategias de seducción.
El museo, antes lugar de reflexión, de goce
estético e incluso de recogimiento pasa a convertirse, por obra y gracia de los
arquitectos de renombre, en espacio urbano y en “joyero-seducción”. El arte ya
no se contempla con la veneración, el silencio y el recogimiento del pasado,
sino con la despreocupación de las muchedumbres de vacaciones que siempre
necesitan tener una cafetería o restaurante
cool en el entramado del
museo. Warhol derribó las fronteras entre el arte, la moda y la publicidad
cuando se definió como “un artista comercial”.
Ya en el cierre de
La
cultura-mundo, Lipovetsky y Serroy tratan de suavizar su visión pesimista y
repleta de ambivalencia del mundo de la cultura en el siglo XXI. Con la boca
quizá un tanto pequeña recuerdan al lector que pese a todo la cultura del
entretenimiento y su estética fácil no impide la reflexividad o la innovación de
los individuos que buscan comprender o mejorar el mundo. El individuo
hipermoderno no tiene por qué contentarse con los meros placeres consumistas,
también busca ser agente, expresarse, dar su opinión y participar en la vida
pública.
De este modo, Lipovetsky y Serroy buscan dar paso a la
esperanza de una cultura que, más allá del entretenimiento y del mercado,
impulse la formación artística a través de la educación de los jóvenes. Más allá
del consumo la cultura es, todavía hoy, esperanza.