En este final de octubre de 2010, Bryan Ferry ha declarado a los medios de
comunicación de todo el mundo: “Kate Moss es la mujer fatal del siglo XXI”.
Espléndido y elegante como en los tiempos de Roxy Music, Bryan Ferry eligió la
prestigiosa galería londinense Phillips de Pury para dar un concierto de
presentación de su nuevo CD
Olympia, el primero en ocho años con
canciones originales.
El lugar elegido, una galería de arte, era el
espacio adecuado para colocar las sugerentes y magnéticas fotografías que
ilustran su álbum:
Kate
Moss desde la portada hasta el final. Su musa evoca a la
exuberante y misteriosa mujer desnuda del cuadro
Olympia
del pintor francés Édouard Manet. El fotógrafo elegido por Bryan
Ferry para realizar la sesión fotográfica fue el cotizado Adam Whitehead,
discípulo aventajado de Mario Testino.
Precisamente en estas semanas se
puede ver en el Museo Thyssen-Bornemiza de Madrid la exposición de Mario Testino
“Todo o nada”. Cincuenta y cuatro fotografías entre la moda y el desnudo
(Guillermo Solana ha dejado sin colgar las fotos más duras). Entre los
excelentes retratos del peruano que componen la muestra, los
de
Kate Moss congregan al público por su desconcertante
potencia.
Kate Moss absorbe una época que
luego devuelve al público que la contempla en los medios y en las pantallas de
las nuevas tecnologías. Para muchos, una transmutación fascinante
La reputada editorial de arte Taschen editó
recientemente un volumen con retratos de Kate Moss fotografiada, en distintos
momentos, por Mario Testino. Pese a su precio, 500 euros, en Madrid ha dejado de
estar a la venta.
No puede extrañar al lector que, después del
éxito de
Storytelling, Christian
Salmon se sintiera fascinado por la figura de Kate Moss y quisiera seguir
desvelando el “nuevo orden narrativo”, tomando como referente a una modelo que
parece encarnar mejor que nadie el espíritu de una época.
En un mundo en
el que el discurso publicitario se ha impuesto como logos explicativo, en unos
años en los que el ciudadano se ha
trasmutado en
consumidor, Kate Moss absorbe una época que luego devuelve
al público que la contempla en los medios y
en las
pantallas de las
nuevas
tecnologías. Para muchos, una transmutación fascinante.
Kate Moss Machine comienza con un prólogo de Miguel Roig,
argentino, periodista, crítico cultural y desde 2005 Director Creativo Ejecutivo
de la agencia de publicidad Saatchi & Saatchi. En dicha introducción no
faltan típicos lugares comunes de esa pseudo izquierda latina que,
magníficamente instalada en el capitalismo de consumo especulativo, sazona sus
textos con algo de izquierdismo. En este caso unas gotas de Michel Foucault y
del manido Richard Sennett. Sin embargo Miguel Roig, cuando se quita las
anteojeras y mira sin prejuicios, ve rasgos interesantes.
Kate Moss es el exceso asumido, es
parte de un nuevo código que hace de la transgresión una norma social
aceptable
En estas pocas páginas
introductorias se percibe muy bien cómo en un mundo de hiperconsumo se hace
necesario disponer de un variado –cuanto más diverso mejor- conjunto de posibles
comportamientos. En su recientemente publicado libro
Belén
Esteban y la fábrica de porcelana, subtitulado
Las múltiples vidas de un personaje en la hiperrealidad, prologado
por Christian Salmon (Península, 2010), Miguel Roig profundiza sus tesis.
Tras la introducción de Miguel Roig, Salmon estructura su obra al hilo
de la interesante y poco común vida de Kate Moss. Nacida en 1974 en un barrio
londinense de clase media baja en el seno de una familia desestructurada, se
espabila en el colegio. Saca buenas notas y es excelente en deporte. Volviendo
de unas vacaciones en Bahamas en 1988, es descubierta por la dueña de una
agencia de modelos en el aeropuerto de Nueva York. Corinne Day, una atrevida e
imaginativa fotógrafa apenas unos años mayor que ella, fallecida este mismo año,
la
fotografía en blanco y negro y ya en 1990 comienza a ser
la super-antimodelo.
Con poco pecho y estatura bastante por debajo de lo
habitual en el universo de las grandes modelos, Kate Moss es la jovencita
grunge que sorprende por su atrevida naturalidad. Antes de llegar al año
2000 se transforma en la “Lolita” de John Galliano. Se mueve en un mundo de
lobos con sorprendente naturalidad, y nada parece hacerle daño. Por último,
accede al estatus de marca global capaz, como escribe Salmon, de presentar un
relato en cambio permanente.
Poco importa el coqueteo y el consumo de
drogas por parte de Kate Moss. Es la estrella de las grandes campañas de
publicidad. Siempre sabe dar lo que le piden, lo que se espera de ella. Cuando
posa para Adam Whitehead le dice: “Píntame los labios de rojo. Quiero ser una
chica Roxy”.
¿Es Kate Moss un personaje hueco, un
producto del marketing que ha sabido interpretar el momento? Para Salmon es la
cristalización en diosa del siglo XXI. Una mujer más allá del deseo, más
cautivadora que excitante
A lo largo de la
biografía de Kate Moss, Salmon va marcando las características del cambio de
siglo. La niña desamparada ya no tiene nada que ver con el mundo de la moda que
analizó Roland Barthes. El viejo glamour da paso a una chica que encaja con el
proyecto de Tony Blair de modernizar la imagen del Reino Unido. Atrás queda la
señora Thatcher.
Como señala Salmon, Kate Moss no es una desviada, no es
una deriva del sistema, lo curioso es que se transforma en su tipo ideal, el de
la rebelde integrada. Es el exceso asumido, es parte de un nuevo código que hace
de la transgresión una norma social aceptable. El eslogan de L’Oreal,
Porque
yo lo valgo, es la expresión de la nueva cultura de la
performance.
Tras haber sido fotografiada consumiendo cocaína y haber pasado por una
clínica de deshabituación, Kate Moss hubiera podido reinventarse como un rostro
de una ONG haciéndose fotos en África. Sin embargo, reaparece en la semana de la
moda de París bajo la forma de un holograma en medio de una corte de mariposas.
¿Es Kate Moss un personaje hueco, un producto del marketing que ha
sabido interpretar el momento? Para Salmon es la cristalización en diosa del
siglo XXI. Una mujer más allá del deseo, más cautivadora que excitante. Quizá
sea pronto para saberlo, en todo caso quien haya visto el retrato que Lucien
Freud quiso hacer de Kate Moss percibirá admiración y rechazo, como si se diese
cuenta de que no había podido captar enteramente al personaje. Quizá algo
parecido le haya sucedido a Salmon. En todo caso el análisis de fondo, el del
mundo actual que hace el autor al hilo de la biografía de Kate Moss está lleno
de brillo, de hallazgos.