En un libro meticuloso y documentado,
Domínguez
muestra como el territorio Americano representó –y representa- algo más que un
refugio para los etarras, suponiendo un área esencial en la actividad de la
banda. Desde los años setenta, los activistas etarras han tejido una red de
relaciones e intereses con los “revolucionarios” locales, dedicándose a
secuestros, entrenamientos o combates; apoyando a los servicios secretos
locales; buscando financiación y protección; ejercitándose en la fabricación de
material explosivo y la confección de bombas. En el suelo americano ETA
desarrolla actividades de intercambio de experiencias terroristas y de
adiestramiento mutuo, estableciendo contactos con el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) chileno, los tupamaros, los zapatistas del Chiapas, las
guerrillas salvadoreñas, los sandinistas, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC). Asimismo, el libro explica la política permisiva e incluso
protectora aplicada en ciertos periodos por algunos gobiernos latinoamericanos.
El libro revela la maraña de lazos clandestinos tejidos a ambos lados
del Atlántico, analizando estas redes país por país. Los terroristas llevaban a
cabo una atenta y minuciosa vigilancia y control de los empresarios más ricos de
toda Latinoamérica, recopilando un gran número de datos exhaustivos hasta el
punto de incluir los nombres de los caballos propiedad de uno de los
industriales amenazados o llegar a describir, en sus cuadernos, todos los
movimientos y horarios de los empleados domésticos del empresario mexicano
Carlos Slim. Entre estas conexiones, destaca la presencia de etarras en
Nicaragua cuando el país era el foco de atracción de los revolucionarios de todo
el mundo por la revolución sandinista, la segunda –después de la cubana- en
haber llegado al poder a través de la lucha armada. En la década de los 80,
Nicaragua representó algo muy importante para ETA, contribuyendo a la
radicalización de muchos jóvenes vasco. Para ellos, la revolución sandinista fue
la antesala de su ingreso en ETA.
Más que coincidencias políticas o el
espíritu revolucionario, ETA instauraba y estrechaba relaciones con aquellos
grupos que utilizaban la violencia para perseguir sus
objetivos
En la lectura del libro, se muestra
que la base de las relaciones entre la organización terrorista española y los
grupos armados al otro lado del Atlántico es la violencia. Las armas como factor
esencial para establecer contactos, para construir relaciones de complicidad y
camaradería, para una conexión interesada: más que coincidencias políticas o el
espíritu revolucionario, ETA instauraba y estrechaba relaciones con aquellos
grupos que utilizaban la violencia para perseguir sus objetivos. De hecho, una
vez que esas organizaciones habían abandonado las armas, los contactos y las
ayudas decaían o los enlaces se rompían. Para ETA, emprender una vía distinta a
la de la violencia, significa el fin de las relaciones. Por eso, la decisión de
los grupos revolucionarios de América Central de participar en procesos
institucionales democráticos hizo que el interés etarra por la zona disminuyera
y, consecuentemente, que buscarán un cambio de estrategia. Entonces, la mirada
de ETA giró hacia al sur, intensificando los lazos con aquellos grupos que
seguían practicando la guerra y el terrorismo.
La violencia parece
representar el criterio único y esencial para determinar la intensidad de las
relaciones entre ETA y sus socios latinoamericanos: máxima colaboración durante
las etapas de mayor violencia y debilitación de los lazos cuando estos grupos
han optado por una incorporación a la política pacífica e institucional.
De la lectura, se deduce que los contactos que ETA ha establecido en el
continente americano le han servido para buscar su “justificación extranjera”.
Es probable que además de una concreta función práctica, el establecimiento de
estos contactos le haya servido a la organización terrorista española para
legitimarse a sí misma y buscar una justificación a su terrorismo: por lo tanto,
la fascinación y la necesidad de ETA de recurrir a la violencia dependería de su
absoluta incapacidad para plantearse el abandono de las armas y su consecuente
“resignación” a la política convencional. No hay que olvidar que ETA representa
una organización terrorista que no conoce otra estrategia que la lucha armada y
que por eso aboga por la violencia como única solución, manifestando así sus
límites, su anacronismo y su debilidad.
Debido a la actualidad, de
particular interés resultan las informaciones sobre la presencia de etarras en
Venezuela, menos numerosa que en México pero de mayor relevancia social. Al país
suramericano se le considera el “paraíso” de los
etarras
La conclusión del autor es que ETA
siempre soñó con ser una guerrilla
, “tener un territorio liberado y
controlar un espacio geográfico, poder salir uniformados y no tener que hacer
terrorismo urbano en un país lleno de casas, de carreteras y de polígonos
industriales; esa es una nostalgia de ETA: le hubiera gustado ser como las
FARC”. Sin embargo, debido a las condiciones del País Vasco, ETA no pudo
representar una guerrilla rural sino un grupo terrorista urbano, que actúa en la
urbe, en un contexto extremamente diferente.
Finalizada la lectura del
libro, al lector le quedarán dos percepciones, complementarias y consecuentes la
una de la otra: en primer lugar la impresión de que conocemos de ETA y de sus
actividades en Latinoamérica sólo una parte, la punta del iceberg, debajo de la
cual se oculta un gran sistema perfectamente diseñado. La dificultad para
recomponer los pasos dados por la organización, el secretismo de su entramado,
el ocultismo obligado que impide conocer a fondo su acción aunque en trágicas
ocasiones sus efectos resulten manifiestos. En segundo lugar, el libro
proporciona también la sensación de que esas conexiones entre los etarras y los
guerrilleros americanos son más estrechas de lo que nos pudiera parecer, de lo
que imaginamos.
Debido a la actualidad, de particular interés
resultan las informaciones sobre la presencia de etarras en Venezuela, menos
numerosa que en México pero de mayor relevancia social. Al país suramericano se
le considera el “paraíso” de los etarras. Sin embargo, en el capítulo sobre este
tema,
Domínguez
aclara que la presencia in situ es anterior a Hugo Chávez y que la relación es
operativa ya a principios de los 90: la tolerancia hacia ETA ha sido una
prerrogativa de todos los gobiernos venezolanos, debido a la presión de la
comunidad nacionalista vasca - formada por nacionalistas que habían huido tras
la guerra civil-, muy influyente por su capacidad económica y empresarial, con
acceso a las élites del poder. Frecuentemente, las
euskal etxeas o casas
vascas han representado un punto de apoyo para muchos etarras que llegan a
Venezuela. A diferencia de Cuba –donde hay numerus clausus-, los diversos
gobiernos venezolanos han permitido a los miembros de la banda terrorista estar
en el país, moverse sin dificultad y ofrecer redes de apoyo a nuevos etarras.
Finalmente, se ha escrito mucho acerca de los posibles contactos de ETA
con otros grupos terroristas, pero este libro representa el primer intento
orgánico de describir las relaciones intensas y continuadas entre la
organización española y la guerrilla de diferente países de Latinoamérica.
América Latina sigue siendo un referente para la militancia etarra: por eso, el
conocer sus tramas e intereses en la zona resulta de gran importancia y
necesario para combatir a la organización terrorista y terminar de una vez con
una plaga que afecta a España.