En 2009, un año después de que el telón cayese sobre la quinta y última
temporada de la serie, el profesor en la Universidad de Harvard William J.
Wilson, una de las estrellas de la sociología afroamericana, impartió un curso
sobre
The Wire. Harvard, la mejor universidad del mundo, no ha sido la
primera institución académica en convertir el visionado de la serie en
obligación escolar. Desde hace años, en la Universidad de California, Berkeley,
los estudiantes tienen a
The Wire entre sus asignaturas. En España los
elogios no han escaseado. Sobre todo a partir de que Warner Bros comercializara
en 2009 los DVDs con sus cinco temporadas. En los suplementos culturales de los
grandes diarios pudieron leerse titulares como éste: “Probablemente la mejor
teleserie” (los críticos siempre tan cautos, por si acaso).
El sello
Errata naturae publicó en 2009
Los Soprano forever que, como su
título indica, es un texto dedicado a la mítica serie televisiva
Los Soprano.
A la vista del éxito -van ya por la tercera edición- han tenido la feliz
ocurrencia de repetir la fórmula e, incluso, de mejorarla con un tipo de letra
un poco mayor y un aumento en número y calidad de las colaboraciones, diez en
total, que desde distintos ángulos analizan
The Wire.
El atractivo visual de The
Wire proviene –virtuosismos técnicos aparte-del hecho de que las escenas no
muestran lo que está pasando desde fuera, sino que lo visual narra tanto como
las palabras
Lo normal es que el lector abra
este volumen ya con imágenes, en la memoria, de la serie. Sin embargo, no es
imprescindible, porque su creador David Simon, en una larga y expresiva
introducción, deja todo muy claro. Por si quedaran dudas, el escritor inglés
Nick Hornby le somete, desde la admiración, a una entrevista extensa y
minuciosa. En páginas sucesivas Rodrigo Fresán, Jorge Carrión, Margaret Talbot,
Sophie Fuggle, Marc Caellas, Marc Pastor, Iván de los Ríos y George Pelecanos
van mostrando las mil y una caras de la serie.
The Wire es una
serie producida por Home Box Office (HBO), una red de cable con sede en Nueva
York, propiedad de Time Warner, que entró en funcionamiento en 1972. Los
servicios de pago de HBO son interminables, pero baste recordar que sólo con
Los Soprano recibieron ciento once nominaciones Emmy. Emitir por cable le
ha supuesto a HBO una cuota de audiencia menor que si hubiera hecho en abierto,
pero al mismo tiempo le ha permitido una capacidad expresiva y temática que la
censura norteamericana no hubiera tolerado en abierto.
Sobre esta mayor
capacidad expresiva de HBO aterriza David Simon, un periodista con ganas de
montar broncas siete días a la semana. Nacido en 1960 y prematuramente calvo,
trabajó doce años para un periódico local de Baltimore mientras veía en primera
fila cómo la ciudad se iba degradando en todos sus aspectos. Con mucha suerte y
audacia convenció a los ejecutivos de HBO para producir una serie dramática que,
si bien a primera vista parecía una más de policías y narcotraficantes, la
realidad del proyecto desbordaba el género.
En The Wire lo visual forma
parte integral de lo narrativo, y su atractivo para el espectador está en que
vemos lo que allí realmente ocurre
Policías,
jueces, narcotraficantes, gobernantes ineficaces cuando no corruptos. Elementos
que aparecen en otras muchas series de televisión pero que en
The Wire
son “utilizados” no tanto para darle al espectador un cuadro cerrado sobre el
bien y el mal, sino para mostrar, con espíritu de documentalista, las múltiples
interacciones de la sórdida realidad de Baltimore. Simon se siente el Sthendal
del siglo XXI y en lugar de definir la novela como un espejo que se pasea a lo
largo del camino, presenta a
The Wire como una “novela visual”. Pero a
Simon no le interesa la ficción, y por ello se ha empeñado en escribir una
novela realista visualmente muy hermosa y adaptada al lector del siglo XXI que,
de hecho, es un lector que
cada vez más lee en
pantalla y en cierto modo cumple el papel de espectador.
El
atractivo visual de
The Wire proviene –virtuosismos técnicos aparte-del
hecho de que las escenas no muestran lo que está pasando desde fuera, sino que
lo visual narra tanto como las palabras. Algo que se aprecia en la elección de
los planos: general –los traficantes de drogas vistos “desde el otro lado de la
calle”-, medio –esas escenas tan brillantes en los despachos- y los
claustrofóbicos planos cortos en los automóviles. El marco en el que se
encuadran algunos retratos de personajes: como dice el propio Simon en la
Introducción, “D’Angelo, humillado, aparece debajo de un segundo letrero:
CHICKEN”. Lde los planos -amplio,brasesde dentro.muestran lo que est, en
“marco a música nunca es música ambiente sino sonido que sale de un reproductor
in situ. La composición de las escenas, como cuando McNulty, que cree
poder cambiar las cosas pero que quiere ser inocente, dice en el primer capítulo
de la tercera temporada: “Pero ¿qué he hecho?”, mientras el resto de personajes
va abandonando la escena y dejándole solo. En
The Wire lo visual forma
parte integral de lo narrativo, y su atractivo para el espectador está en que
vemos lo que allí realmente ocurre.
La primera temporada comenzó a
emitirse en junio de 2002. El primer episodio muestra ya los dos grandes grupos
de personajes: el departamento de policía de Baltimore y la familia Barksdale,
cuyo negocio y modo de vida es el tráfico de drogas.
The Wire se abre con
los planos de un juicio en el que el “prota”, el detective Jimmy McNulty, le
explica en privado al juez Daniel Phelan que allí ha habido tongo. El testigo
principal del asesinato que se juzga se desdice –bajo juramento- y el juez tiene
que declarar inocente al asesino D’Angelo Barksdale, sobrino del jefe de los
narcotraficantes. McNulty se va de la lengua y le confiesa al juez que buena
parte de los asesinatos están relacionados con el tráfico de drogas.
David Simon ha buscado sumergir al
espectador en una narrativa visual en la que buenos y malos no están dibujados
con claridad pero en la que el mal está siempre
presente
La segunda temporada ahonda más en
el análisis de Baltimore, y sobre todo en los muelles del puerto. Una ciudad
desmoralizada por el declive de los sindicatos y los excesos de un capitalismo
consumista. En la tercera temporada se reflexiona sobre una oligarquía política
local incapaz de frenar sus ambiciones. En la cuarta se analiza el fracaso del
sistema educativo y su manipulación por las autoridades educativas locales. La
quinta y última temporada finaliza en marzo del 2008 y en ella David Simon
despliega su profundo conocimiento de los
medios de
comunicación y refleja el declive de
una
profesión en manos de unas empresas ávidas de beneficios.
Como leemos en estas páginas, el éxito de
The Wire comienza por
un excelente
casting en el que los afroamericanos son mayoría, algo que
en realidad refleja la composición demográfica real de Baltimore y que no sucede
en otras series. Su realismo la acerca a los documentales de ficción. Eso fue un
permanente motivo de molestia para las autoridades. La música cuenta mucho. El
tema de apertura está escrito por Tom Waits, y el de cierre de la serie es
The Fall, compuesto por Blake Leyh. En buena parte de las escenas, la
música surge de algún aparato situado en la toma, bien sea la radio de un coche
o un
jukebox. A lo largo de estas páginas queda claro que
The
Wire se ha convertido en un clásico de la televisión. No tanto por sus
índices de audiencia sino porque trata de que el espectador vea la televisión de
un modo distinto. David Simon ha buscado sumergir al espectador en una narrativa
visual en la que buenos y malos no están dibujados con claridad pero en la que
el mal está siempre presente. La América relegada aparece retratada en una
novela visual que tiene la misma fuerza que el famoso retrato que en los años
cincuenta realizase Robert Frank en su
serie
fotográfica The Americans.
Los penetrantes diez textos aquí recopilados iluminan con fuerza el
fenómeno
The Wire. Pero se echa de menos un estudio siquiera somero de
cómo el público ha visto la serie. Es necesario entender la fenomenología de la
práctica doméstica de
ver la
televisión. Tras leer este volumen, todo parece indicar
que
The Wire no se ha visto como
Cuéntame. Su tensión, su crítica
social está relacionada con el espectador o la espectadora que en su soledad ve
la serie en el ordenador. Por desgracia, algunos de los textos pedidos de
encargo por la editorial resultan demasiado profesorales. Sin embargo, el
conjunto es sobresaliente.