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Anna Caballé e Israel Rolón:  <I>Carmen Laforet. Una mujer en fuga</i>  (RBA, 2010)

Anna Caballé e Israel Rolón: Carmen Laforet. Una mujer en fuga (RBA, 2010)

    TÍTULO
Carmen Laforet. Una mujer en fuga

    AUTORES
Anna Caballé e Israel Rolón

    EDITORIAL
RBA

    PREMIOS
Premio Gaziel 2009 de iografías y Memorias

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 515 páginas. 32 €



Anna Caballé

Anna Caballé

Israel Rolón (fuente: lecturalia.com)

Israel Rolón (fuente: lecturalia.com)


Reseñas de libros/No ficción
Anna Caballé e Israel Rolón: Carmen Laforet. Una mujer en fuga (RBA, 2010)
Por Justo Serna, martes, 1 de junio de 2010
Las biografías se escriben con documentos, con testimonios, con fuentes materiales e inmateriales. Los investigadores interrogan, visitan archivos, consultan papeles y fotografías, objetos y escritos. Los datos obtenidos, finalmente recopilados, son sólo un amasijo de referencias, un cúmulo de informaciones: vastas o escasas noticias de una existencia a la que hay que dar relato y estructura. Precisamente, las biografías ponen en orden lo que por principio carece de ello: la vida. Las investigaciones exhuman restos de una trayectoria personal que sólo es pasado, una vicisitud que ya está desaparecida y de la que no siempre hay fuentes. Por eso, las biografías únicamente pueden ser inquisiciones parciales, tentativas, siempre insuficientes. Han de perfilar una existencia compleja y múltiple, como es la de todo ser humano: una vida con claroscuros, con hechos evidentes y con acontecimientos indescifrables, con sucesos destacados y con avatares ordinarios, con cosas que se saben y con vicisitudes que se ignoran. En ocasiones, los biógrafos dan con el tono exacto de la recreación: conforme redactan consultan, confirmando lo que les falta por completar o lo que jamás podrán hallar. Si la pesquisa es venturosa, la reconstrucción atina: el autor administra hábilmente las pruebas, escribe una prosa persuasiva y examina convincentemente los actos humanos documentándose hasta donde puede. ¿Ejemplos? Ése es el caso de la obra que publican Anna Caballé e Israel Rolón: Carmen Laforet. Una mujer en fuga.
Dicho volumen tiene más quinientas páginas de letra apretada y de expresión cautivadora, de perspicacia analítica y de interpretación prudente. Capítulos y capítulos en los que se detallan circunstancias privadas y actos públicos de Carmen Laforet (1921-2004), incidencias particulares de la escritora y contextos colectivos de autores de otro tiempo, obstinaciones de la novelista y represiones políticas que padecieron los españoles. Veintitrés apartados, un epílogo, notas, fuentes: en términos de papel impreso, quinientas páginas es una cifra respetable. Con dicho número, podemos tener la impresión de que sí, de que esa obra capta lo principal de la biografiada. Si además está escrita con prosa elegante, sin novelerías, entonces el lector se rinde: tal es la calidad de esta investigación, de lo verificado. No extrañará, por tanto, que se le haya concedido el Premio Gaziel 2009 de biografías y memorias. De las investigaciones de Anna Caballé conocíamos su calidad experimentada: en la biografía extensa o en la miniatura. De Israel Rolón verificamos su tenacidad documental, su capacidad erudita. Por tanto no nos extraña el galardón.

Pero de una vida no todo puede saberse, pues de lo que hacemos o pensamos no siempre dejamos huella. Una parte esencial de nuestra existencia se consuma y se consume sin vestigio o sin testimonio, oculta a la mirada o a la inspección de los otros, e incluso ajena a nuestra vigilia consciente. ¿Por qué razón? Primero, porque esa parte es espectral, fantasías que alumbra nuestra psique y que luego no se plasman; segundo, porque muchos momentos de nuestra vida se desarrollan en silencio, momentos en los que conversamos con nuestros objetos internos, con nuestras sombras, con seres inanimados y con criaturas impalpables. ¿Cómo se puede averiguar todo eso, la parte fantasmagórica de la vida, los diálogos interiores que jamás quedaron grabados? ¿Cómo podemos acceder a aquello de lo que no hay archivo ni registro? Los documentos que generamos son un número exiguo de lo que hacemos y pensamos, y de ellos sólo unos pocos quedan, se conservan. Por tanto, la tarea del biógrafo es erudita y conjetural. Por un lado cuenta con vestigios y por otro lado se asoma a un vacío para luego encontrar otra vez una referencia, la huella de algo que se realizó o se expresó.

Por lo que sabemos, la existencia de Laforet es una continua lucha: contra el éxito que la sorprendió tan joven, contra los fantasmas que ella alimentaba o contra los retos que otros le planteaban. El libro de Anna Caballé e Israel Rolón narra esa vida de terquedad y punición

Presencia, ausencia, presencia, ausencia… La labor del biógrafo se parece a la del arqueólogo. Tiene múltiples fragmentos esparcidos, que son piezas rotas. Debe postular entre ellas una relación o una continuidad que no ve de entrada. Debe rellenar un hueco dibujando un entero. O de otro modo: ha de conjeturar lo que el todo pudo ser reconstruyéndolo a partir de esos vestigios dispersos. En primer lugar, ha de imaginar el contexto del documento, siempre parcial, siempre sesgado, siempre limitado. Y el contexto de un documento obliga a interpretar la acción que queda registrada en conjunto o en parte. En segundo lugar, debe aventurar hechos para los que no hay fuentes, actos humanos que el biógrafo no puede inventar, pero sí figurárselos.

El libro de Anna Caballé e Israel Rolón reúne numerosos documentos y testimonios, base empírica a partir de la cual el trazado o el dibujo del personaje es convincente. Sin fuentes, una biografía es cháchara o cotilleo, o es pura fabulación. En Carmen Laforet. Una mujer en fuga no hay nada de eso. No sobra ni un capítulo; los autores no se permiten ni un chismorreo; y el personaje es mostrado sin fantasías. No hay caprichos ni quimeras, sino una paciente búsqueda archivística y una exhaustiva recopilación testimonial. Pero hay también un caudal inagotable de preguntas sin respuesta segura o firme. A falta de fuentes y a partir de algunos indicios, los autores se interrogan por el sentido de las acciones, por actos que pueden parecer incomprensibles o de difícil significado. Formulan la cuestión. Una noticia obtenida es una información aclaratoria aunque es al mismo tiempo un enigma para el que siempre faltan datos. Lejos de contentarse con lo que pueden afirmar, los biógrafos se preguntan una y otra vez por hechos o por el sentido de hechos que no pueden responder, pero sobre los que, sensatamente, no pueden dejar de interrogarse.

¿Es preciso conocer la biografía de una novelista para captar su obra de ficción? ¿Es necesario saber la vida de un escritor para comprender sus novelas? ¿Es preciso leer Carmen Laforet. Una mujer en fuga (2010), de Anna Caballé e Israel Rolón, para entender mejor Nada (1945)? Vida y ficción son ámbitos separados, dos mundos distintos. Mientras en un caso, la existencia son los hechos reales, cosas que le pasan a una persona; en el otro, la vida es una sucesión de acontecimientos inventados que le ocurren a un personaje imaginado. ¿Qué paralelismos pueden haber entre ambos dominios? Al fin y al cabo, el novelista es un soberano (eso se nos dice) o un Dios. “El autor, en su obra, debe estar como Dios en el universo”, señalaba Gustave Flaubert en una carta mil veces citada, una misiva dirigida a Louise Colet el 9 de diciembre de 1852. ¿Y cómo está Dios en el universo? “Presente en todos los sitios y visible en ninguno”.

Es una biografía perspicaz que leemos con el ánimo sobrecogido, esperando una redención que tal vez no llegue. Es una indagación psicológica, literaria e histórica, pero es también un análisis del yo y de sus demonios, esas obsesiones

Es un buen lema, sin duda. El escritor gobierna cada uno de los detalles, pero no aparece como persona del drama o como tirano de la trama. Así, las cosas parecen suceder sin intervención directa, sin que la sombra de nadie se refleje en el fondo de los hechos. “El efecto, para el espectador, tiene que ser una especie de estupefacción. ¿Cómo se ha hecho todo esto? Ha de decirse, sintiéndose anonadado sin saber por qué”, concluye Flaubert. Podemos admitírselo, pero que el autor mueva los hilos no significa que no puedan detectarse las huellas de su presencia. Al fin y al cabo, muchos escritores hacen de su vida la fuente de sus propias imaginaciones. O en otros términos: muchos novelistas toman del mundo real, de las cosas que les ocurren o de los deseos y fantasías que alimentan, el material con el que inventar una fábula. Si sabemos qué les pasa no aclararemos la virtud creadora, cómo narran con esa fuerza o esa convicción. Pero advertiremos la fuente de sus proyecciones, el origen de un mundo que la habilidad narradora convierte en ficción.

Pongamos un ejemplo. Una joven provinciana, una muchacha de dieciocho años, llega a la gran ciudad: a la Barcelona mundana, moderna y adelantada que sus deseos han levantado. ¿Mundana, moderna y adelantada? Estamos a comienzos de los años cuarenta, en la posguerra española, y las miserias y las necesidades son la pesadumbre cotidiana. Los ánimos están envenenados. La muchacha reside en casa de su abuela materna y allí conviven o malviven esa anciana ya despistada y otros familiares avenados, además de una criada odiosa. Y allí se estancan el tiempo y las historias tristes y miserables de sus ocupantes, vidas rotas o arruinadas que ya no tienen porvenir. La joven ve lo que ocurre. Registra lo que sucede o lo que cree que sucede y tiempo después nos lo contará con habilidad y detalle, de manera lacónica y precisa: todo ello a un tiempo, con una lucidez y una decepción que se harán evidentes conforme avancemos en la lectura, conforme ella misma nos lo narre. ¿De quién estamos hablando? De Andrea, la protagonista de Nada. Premio Nadal de 1944, esta novela fue la tempranísima consagración de Carmen Laforet.

Desde que apareciera en 1945, Nada es un éxito de ventas. Desde entonces, en efecto, generaciones y generaciones de lectores han quedado conmovidos por esta obra. Concebida y escrita cuando Carmen Laforet únicamente es una jovencísima autora, una escritora que se inicia con sólo veintitantos años. Nada ha tenido una enorme difusión y es sin duda un suceso editorial. Destino aún la sigue reimprimiendo. Será un exponente de la historia literaria española, una nueva forma de narrar con autenticidad y crudeza las relaciones desabridas, mezquinas, de una familia, pero también la desilusión, la frustración de las expectativas, la ingratitud y el egoísmo. Andrea nos presenta a sus parientes como personas de gran sordidez y violencia: en el mejor de los casos, gentes extraviadas, de chifladura incorregible, seres incapaces de generosidad, individuos para los que es difícil cualquier expresión de afecto o de ternura. La novela será vista como un relato alegórico del régimen franquista, como la crítica furibunda, tremenda, de una España mezquina, la de aquella posguerra inacabable. Todo ello --ambiente y lenguaje-- es perfectamente creíble: corresponde a una muchacha que ve derrumbarse su inmediato futuro, ese sueño barcelonés y universitario, esa expectativa familiar.

Anna Caballé e Israel Rolón presentan a su personaje con compromiso y distancia, de manera compasiva y realista: sin ocultar las penas del personaje y sin aceptarle el escarmiento a que constantemente se somete

Cuando la escribe, Carmen Laforet también es joven, ya digo, y comparte con Andrea muchos vínculos biográficos. Es decir, comparte vivencias y experiencias. Ese hecho banal, aparentemente banal, será una durísima prueba para ella, para la autora. Por lo que sabemos, la existencia de Laforet es una continua lucha: contra el éxito que la sorprendió tan joven, contra los fantasmas que ella alimentaba o contra los retos que otros le planteaban. El libro de Anna Caballé e Israel Rolón, Carmen Laforet. Una mujer en fuga narra esa vida de terquedad y punición. Es una biografía perspicaz que leemos con el ánimo sobrecogido, esperando una redención que tal vez no llegue. Es una indagación psicológica, literaria e histórica, pero es también un análisis del yo y de sus demonios, esas obsesiones. ¿Podrá redimirse?, nos preguntamos una y otra vez, conforme avanzamos en la lectura de una obra que es desconsolada y conmovedora.

Los autores han tenido el acierto de combinar los hechos y las fantasías de Laforet, esas quimeras de las que ella misma dejó huella en sus novelas y en su abundante correspondencia. Es una pesquisa basada en numerosos testimonios, en abundantísimas fuentes, pero es sobre todo un relato aventurero, de fugas personales, una narración que nos desasosiega. Los biógrafos han debido ordenar toda esa información; han debido disponer los datos, admitiendo las lagunas que no podrán ser colmadas. Pero han debido escribir con prudencia, de manera elegante y de modo cauteloso, sin fabular, sin perdonar la vida a la biografiada. Es ése un riesgo que siempre corre el biógrafo: el de saber cómo van a acabar las cosas, el de atreverse a enjuiciar con suficiencia. Si la vida de la biografiada tuvo sus contratiempos, sus desgarros y hasta sus tremendos fracasos, el investigador puede incurrir en una errónea superioridad. La existencia siempre es algo incierto de lo que nos reponemos torpemente: con fracasos más o menos repetidos. No moralicemos, pues. No salvemos o condenemos retrospectivamente. Anna Caballé e Israel Rolón presentan a su personaje con compromiso y distancia, de manera compasiva y realista: sin ocultar las penas del personaje y sin aceptarle el escarmiento a que constantemente se somete.

La identidad es siempre mudable, un residuo vacilante con el que hay que cargar, algo que carece de significado estable y único. Anna Caballé e Israel Rolón combinan el análisis del yo y el relato generacional, el tiempo del individuo y el contexto de una colectividad. Han sabido fijar levemente lo inestable y han sabido rastrear lo que queda, los vestigios de la identidad: los escritos, los recuerdos de otros. Y lo han hecho sin ajustes de cuentas, comprendiendo lo que el personaje padece o consigue.

Se vio forzada a definirse como mujer de éxito, como escritora, sin disponer de espejos en los que reconocerse, dudando de sus logros, sometiéndose a una auténtica penitencia. Anna Caballé e Israel Rolón nos muestran esa peripecia, diagnosticando con limpidez y cordura los males de una grafofobia, la que Carmen Laforet llegó a padecer

Carmen Laforet cargó durante toda su vida con los efectos de una infancia triste y carente, aunque sin estrecheces materiales: de buena familia, con un padre refinado y distante, dinámico y atlético; y con una madre apenada, indispuesta, deprimida, una madre que pronto fallece siendo sustituida por otra mujer. Por lo que se sabe, la madrastra hostigará a Carmen Laforet y a sus hermanos. Ahí empieza la primera de sus fugas, de sus fugas literales. De las Islas Canarias a la Península. El resto de su vida quedará condicionada por esa vicisitud: por el mal arraigo y por la mala conciencia de la huida. Ni Barcelona será el paraíso soñado de sus ancestros, ni Madrid será la urbe cosmopolita que se le abre a Andrea en Nada: sólo una ciudad raquítica y también provinciana, de la que siempre estará huyendo.

¿Podemos ver su obra como la sustitución del mundo real? No es tan sencillo: por un lado, la escritora proyecta su experiencia personal en las narraciones que inventa; por otro, la autora niega obstinadamente el fermento y el origen autobiográficos de su imaginación novelesca. Escribirá, romperá, rehará, exigiéndose tal vez más de lo debido y soñando con dedicarse a los suyos, a su familia. O soñando con desaparecer. Carmen Laforet se alzó contra el destino de un suceso temprano y se levantó contra la expectativa. Pero no se rebeló: sólo emprendió sucesivas fugas, con fatiga y con miedos. “Yo no soy luchadora”, admitió y así lo revelaba a Ramón J. Sender en una carta remitida en mayo de 1966. ¿Hemos de creerla?

Se vio forzada a definirse como mujer de éxito, como escritora, sin disponer de espejos en los que reconocerse, dudando de sus logros, sometiéndose a una auténtica penitencia. Anna Caballé e Israel Rolón nos muestran esa peripecia, diagnosticando con limpidez y cordura los males de una grafofobia, la que Carmen Laforet llegó a padecer. ¿Fracasó al triunfar? La vida es una urdimbre confusa, una composición enmarañada que no se desanuda, que no se reduce a un solo acto o a una temprana derrota. En la existencia no alcanzamos un sentido global; tampoco hallamos una congruencia general que todo lo aclare. Al menos hoy en día, las biografías han de descartar esa ficción: no hay una coherencia consumada y no hay un significado completo que relacione cada acto.

“Quien se convierte en biógrafo se compromete a mentir, a enmascarar, a ser un hipócrita, a verlo todo color de rosa e incluso a disimular la propia ignorancia, ya que la verdad biográfica es totalmente inalcanzable, y si se pudiese alcanzar, no serviría de nada", decía Sigmund Freud. Lo decía en una carta fechada en mayo de 1936 y dirigida a Arnold Zweig. Leyendo a Anna Caballé e Israel Rolón comprendemos lo lejos que estamos de esa mala práctica que Freud deploraba. En las manos de Caballé y Rolón, la biografía se despliega con todo el esplendor de los géneros complejos.
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