El profesor Jordi Gracia, que es Catedrático de Literatura Española en la
Universidad de Barcelona y crítico literario del suplemento de libros del
periódico
El País es, sin lugar a dudas, uno de los mayores especialistas
de nuestro país en lo que a la historia intelectual del siglo XX español se
refiere. Desde la publicación de su tesis doctoral en el año 1996, ha dedicado
la mayor parte de su trabajo al estudio de la cultura española y de sus
protagonistas durante el período de la dictadura franquista. Fruto de esta
dedicación ha sido la publicación de libros como
La resistencia silenciosa.
Fascismo y cultura en España, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo
en 2004;
Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el
franquismo, 1940-1962 (editado por Anagrama en 2006 como una versión
ampliada y revisada de su tesis doctoral, publicada originalmente en Toulouse)
y, más recientemente,
La vida
rescatada de Dionisio Ridruejo (Anagrama, 2008), el ensayo
biográfico que le dedicó al protagonista de esa cultura del franquismo que más
interés le ha suscitado y de cuya obra ha preparado también distintas ediciones
críticas.
Como se nos advierte en el prólogo,
A la intemperie no
es un libro de historia, ni una síntesis que pretenda ofrecer un enfoque
sistemático del fenómeno social y cultural del exilio; las aspiraciones del
autor son menos ambiciosas y se han limitado a escribir un “ensayo de historia
intelectual atento a la dialéctica entre el interior y el exilio sin pretensión
de agotar nada sino más bien lo contrario: multiplicar las perspectivas para un
asunto profundamente refractario a la visión estática, monolítica o unívoca”
(pp. 18-19). Efectivamente, ésa es la sensación que le queda a uno tras la
lectura del libro, la de haber ampliado su campo de visión sobre el exilio
mediante una inteligente mezcla entre la desactivación de los múltiples tópicos
y lugares comunes que circulan al respecto, desmontados por Gracia con
argumentos y con datos, y el enriquecimiento de opiniones y visiones distintas
de un mismo proceso, de un mismo problema, con el que el autor intenta matizar y
reconsiderar las ideas centrales sobre el exilio que hasta la fecha se han
venido aceptando como válidas.
Buena parte de la aportación y el
interés del libro reside en el empleo de multitud de fuentes primarias –
diarios, memorias y cartas de los exiliados – que hasta hace muy poco no se
habían tenido en cuenta a la hora de explicar el exilio de los intelectuales
españoles
Para lograr todo esto, el autor se
vale de un método que ya conocemos quienes hemos leído parte de su obra.
Consiste dicha técnica en combinar hábilmente dos características fundamentales:
por una parte, una erudición incuestionable en el manejo de la bibliografía y,
sobre todo, de las fuentes primarias, que en este libro son las grandes
protagonistas; por otra parte, el empleo de un estilo literario ágil y
agradecido de leer, que prescinde de la notas eruditas y académicas que solemos
encontrar en este tipo de monografías normalmente dirigidas a un público
universitario o más especializado. En el caso de este libro en concreto, el
aparato crítico figura en un breve apartado final y se limita a las
imprescindibles notas bibliográficas que dan fe del rigor en el uso de las
fuentes empleadas. Como digo, buena parte de la aportación y el interés del
libro reside en el empleo de multitud de fuentes primarias – diarios, memorias y
cartas de los exiliados – que hasta hace muy poco no se habían tenido en cuenta
a la hora de explicar el exilio de los intelectuales españoles. No ha sido hasta
que muchos de ellos han muerto, que se han podido publicar unos materiales
preciosos para ayudarnos a comprender la complejidad de un fenómeno que visto
así, con este prisma multifocal y polifónico, adquiere un cariz totalmente
distinto y más complejo aún, si cabe.
Uno de los primeros temas
abordados por Gracia en su ensayo es el de la percepción que tuvieron los
exiliados de su país durante los primeros años de la dictadura. En este sentido,
el autor llega a la conclusión de que la mentalidad inicial de rechazo y
negación de cualquier posibilidad de contacto por parte de los intelectuales
exiliados con sus homólogos que habían quedado aquí, en eso que se ha llamado
“exilio interior”, empieza a cambiar a partir de los años cincuenta, cuando el
exilio abandona esta postura inicial y adopta progresivamente una actitud más
comprensiva y transigente, favorable a un establecimiento de lazos y a una unión
de esfuerzos con el objetivo común de forjar un proyecto conjunto de futuro.
Pese a que este influjo cultural que llega de fuera será en muchos casos una ola
sin resaca, un estímulo huérfano de una reacción recíproca que proceda del
interior, lo cierto es que es a partir de estos años cuando se forjan los
primeros circuitos y los primeros canales de comunicación y circulación de
cultura (libros, cartas y materiales que cruzarán el Atlántico de forma
clandestina), que luego se ampliarán y se consolidarán durante los sesenta y los
setenta, cuajando ese entramado de interrelaciones del que se ocupa el libro.
Es también el momento en el que tanto desde fuera como desde dentro de
España, se disipan las pocas esperanzas que pudieran existir de una caída del
régimen de Franco mientras éste viviese. La asimilación progresiva de esta
realidad por parte de todo el mundo, dará lugar también a unas tensiones
internas que la esperanza inicial en la derrota del régimen hubiera podido
disimular o apaciguar. Como refleja Gracia en el primer capítulo, las
disensiones internas entre los propios exiliados fueron durante este tiempo un
secreto a voces. Los reproches entre los vencidos son mutuos y las acusaciones –
veladas o explícitas – de traición a la causa perfilan un panorama dividido
entre los perdedores de la guerra que aceptan con resignación su destino trágico
y aquellos que se rebelan en balde, o tratan de hacerlo, contra la lógica
aplastante de la derrota.
Y si distintas fueron las posturas y las
reacciones a la derrota, más dispares fueron aún, y en esto insiste muchísimo
Gracia a lo largo de todo el libro, las posiciones adoptadas por los exiliados
respecto a la cuestión que iba a marcar su estancia forzada en el extranjero: la
posibilidad de retornar algún día a la patria. La casuística analizada por el
autor es muy variada y va desde la opción de aquellos que decidieron volver
pronto, como en los casos de Baroja, Marañón, Carles Riba u Ortega y Gasset,
quizá el regreso más simbólico y traumático por todo lo que representaba, hasta
la actitud paradigmática de un Pedro Salinas o un Juan Ramón Jiménez, que se
negaron de por vida a regresar por miedo a perder – de nuevo – la libertad con
la que identificaron su experiencia americana.
La última tragedia que tuvo que
vivir el intelectual o el político exiliado fue la de su jubilación política por
parte de los españoles que hicieron la Transición, la mayoría de ellos
integrantes de las generaciones más jóvenes nacidas ya en plena dictadura. Como
tantas otras cosas, el exilio fue uno de los sacrificados en ese pacto de la
Transición
En el segundo capítulo del libro,
elocuentemente titulado “Vivir de veras”, el autor pone el acento precisamente
en aquellos intelectuales exiliados que hicieron de la necesidad virtud y
convirtieron lo que era una coyuntura existencial en una auténtica forma de
vida, en una “vida de veras” (si es que tal cosa puede existir para un
exiliado), opuesta a la existencia incompleta y castrada que imaginaban para
aquellos que vivían el Franquismo de cerca. Habla Jordi Gracia de esos exiliados
que decidieron permanecer en México o Estados Unidos y que únicamente se
atrevieron a hacer visitas temporales a España, ya fueran éstas más frecuentes,
como en los casos del filósofo catalán Josep M. Ferrater Mora o de Francisco
Ayala, o más aisladas y contadas, como en los casos de Rosa Chacel, que solo
viaja un par de veces en los años sesenta; Luis Buñuel, que no viene hasta el
1960, cuando lo hace para rodar
Viridiana; o el propio Aub a quien
citábamos al principio, que únicamente volverá a España en esa fugaz estancia de
1969 que luego plasmará en
La gallina ciega.
En contra del tópico
establecido sobre el rechazo frontal de la dictadura a todo lo que viniese del
exilio, el autor traza también en el libro cuál fue la evolución experimentada
por el Franquismo a este respecto y comprueba que a partir de los años cincuenta
y sesenta, con su relativo aperturismo, el régimen inicia una política de gestos
para favorecer una mayor presencia de la producción intelectual del exilio y de
los propios exiliados en los circuitos culturales oficiales (en los clandestinos
esa presencia se dio desde mucho antes, con las dificultades propias del caso)
de la España franquista. Es algo así como un intento de demostrar la
magnanimidad y la tolerancia con aquellos que, sin alzar la voz más de lo
debido, se plegaban a convivir bajo una especie de protectorado cultural
franquista, dando a entender con ello, pensaba el régimen, que admitían su
inicial equivocación en la elección del bando correcto.
Y si llamativo
es el título del segundo capítulo, no menos lo es el del cuarto. “Democracia
caníbal” es el epígrafe elegido por Gracia para las páginas que cierran este
ensayo. En él se nos cuenta el papel que jugó – o que no jugó, deberíamos decir
– la intelectualidad española del exilio en el proceso de transición a la
democracia en España. Como dice el autor, la última tragedia que tuvo que vivir
el intelectual o el político exiliado fue la de su jubilación política por parte
de los españoles que hicieron la Transición, la mayoría de ellos integrantes de
las generaciones más jóvenes (sobre todo en el caso del PSOE; la excepción en
este caso sería el PCE, que siguió liderado por los históricos) nacidas ya en
plena dictadura. Como tantas otras cosas, el exilio fue uno de los sacrificados
en ese pacto de la Transición. Si la democracia era el futuro, su imagen no
podía ser el pasado; por muy simbólico o carismático que este pasado fuera, no
dejaba de ser un pasado traumático, asociado a la experiencia de la Guerra
Civil, lo innombrable por aquellas fechas. “Habían sido víctimas del franquismo
– dice Gracia hablando de los exiliados – e iban a serlo ahora también de los
legítimos intereses de una democracia en marcha. A los exiliados que salieron de
Portbou les esperó una segunda derrota vivida ya sin el patetismo originario
sino con la resignación sin cólera de haber perdido todos los turnos históricos”
(p. 204).
Es también dentro de este renacido
interés en el estudio de la cultura producida por el exilio español y de las
relaciones establecidas entre esta cultura y la otra, la producida en el
interior de España durante la dictadura, donde debemos situar el ensayo de Jordi
Gracia
Solo en los últimos años, concluye el
autor, el exilio ha vuelto a ocupar un lugar en la vida cultural española y en
la bibliografía producida en nuestro país, aprovechándose del reciente e
inusitado renacimiento del interés por el estudio del período que abarca la
Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra; interés acentuado en la
opinión pública por los debates en torno a la “memoria histórica” y en el mundo
editorial por el rotundo éxito de la novela de
Javier Cercas,
Soldados de Salamina
(2001), preludio de una larga serie de libros y películas que han abordado
el tema con más o menos éxito, desde diferentes puntos de vista y enfoques.
Es también dentro de este renacido interés en el estudio de la cultura
producida por el exilio español y de las relaciones establecidas entre esta
cultura y la otra, la producida en el interior de España durante la dictadura,
donde debemos situar el ensayo de Jordi Gracia,
A la intemperie. Exilio y
cultura en España. Si tuviera que resumir en breves líneas el propósito y la
oportunidad del libro, elegiría éstas en las que el propio autor argumenta sobre
la necesidad de estudios que, ante la ausencia de una historia general y
pormenorizada de los contactos entre el exilio y el interior durante la
dictadura, profundicen en lo posible en esta línea de trabajo que trata de
rescatar del olvido esos contactos, de empezar a tejer esa telaraña de hilos que
se cortan y se vuelven a tejer: “Carecemos de esa historia e ignoramos el
pormenor de relaciones discretas por fuerza y todavía escasamente contadas, pero
eso no autoriza a obviarlas porque fueron parte muy fértil y muy vulnerable de
nuestro mejor pasado, por debajo de la historia visible y desde luego sólo
tangencialmente vinculadas a la historia política e institucional del
franquismo. Son los hilos de una red de relaciones que explica la actividad
sostenida y estimulante que fue viviendo un sector minoritario de la sociedad
española desde los años cincuenta. La mirada de hoy, o la mía al menos, prefiere
reconstruir esos espacios acosados, tímidos, mejor que seguir deplorando solemne
y rutinariamente la inmovilidad gotosa de las letras y la sociedad franquista”
(p. 159).
Y por último, solo quiero añadir que, al margen de la mayor o
menor calidad de su prosa, del mayor o menor acierto en la selección y el uso de
las abundantes fuentes primarias empleadas por Gracia, de lo que no puede
dudarse es de que, como suele ser habitual en él, el autor aporta puntos de
vista novedosos; rebate y discute lo ya conocido, para proponer nuevas
posibilidades e hipótesis explicativas. Lejos de repetir lo ya conocido, de
reformular o reelaborar lo ya sabido, Gracia tiene la audacia – pienso en este
libro, pero pienso también en
La vida rescatada de Dionisio Ridruejo – de
“mojarse” siempre con opiniones – que serán más o menos discutibles – y de
ensayar con formatos y fórmulas que se alejan de la ortodoxia y que no suelen
ser muy habituales, al menos en el gremio de los historiadores, que es el que
servidor conoce más de cerca. Y, otra cosa no, pero el esfuerzo y la iniciativa
por salir del camino fácil y adentrarse en terrenos menos transitados es algo
que, bajo mi humilde opinión, el lector siempre debería premiar.