Las protagonistas del libro de Gómez Blesa son las
intelectuales
españolas del primer tercio del siglo XX, intelectuales
procedentes de tres generaciones distintas (las llamadas del 98, 14 y 27), pero
unidas por un mismo impulso: el deseo y casi la necesidad vital de ver en la II
República, la posibilidad de incorporarse por fin – y de forma legal – a la vida
política, social, laboral y cultural, de un país que concibió el nuevo régimen
republicano como la vía propicia hacia la modernización de un Estado cuya
evolución y desarrollo democrático se había frenado y estancado durante la
Restauración. En definitiva, lo que pretendía esta elite femenina de modernas y
vanguardistas, porque no hay que olvidar nunca que estamos hablando de una elite
de mujeres, de una inmensa minoría en comparación con el conjunto, era salirse
del que había sido hasta entonces el camino marcado para ellas, la vida de
acuerdo a ese modelo rousseauniano de feminidad, basado en la clásica
combinación de domesticidad y maternidad, para encarnar a su vez, un nuevo
prototipo de mujer, la “mujer moderna”, llamada a desempeñar la difícil pero
necesaria tarea de incorporar a la vida política y cultural española, y como un
miembro más de pleno derecho, a ese sujeto femenino que no constaba ni figuraba
en ningún libro de historia.
En efecto, las intelectuales de cuya vida y
obra da cuenta la autora, las escritoras y artistas españolas de este período,
son mujeres que proceden, en su gran mayoría, de una clase social alta y
acomodada, de familias eminentes de la sociedad española, capaces de dotarlas de
un educación exquisita y, dentro de los límites que les impone su sexo, de un
cierta libertad de movimiento y de criterio, impensable para el resto de sus
congéneres de los estratos sociales más bajos. No obstante, y paradójicamente,
son mujeres a las que vemos a la vez como rectoras y subalternas: rectoras del
movimiento feminista español, en tanto que fueron las más preparadas y formadas,
las únicas capaces de capitanear y verbalizar las demandas del colectivo
femenino; pero, a la vez y sin embargo, son conocidas la mayoría de ellas, como
muy bien apunta la autora, por una condición subalterna como es su parentesco
ilustre o un matrimonio en el que viven a la sombra de un marido que sobresale.
Estoy hablando de mujeres como Carmen Baroja o
María de
Maeztu, en su condición de hermanas de dos de los grandes de la
Generación del 98 o de casos como los de Zenobia Camprubí, María Lejárraga o
María Goyri, esposas, respectivamente, de Juan Ramón Jiménez, Gregorio Martínez
Sierra y Ramón Menéndez Pidal.
Este vigor cultural del primer
tercio de siglo es lo que analiza Gómez Blesa sopesando la participación de las
mujeres y su relación con los hombres dentro del movimiento cultural en que
confluyen la intelectualidad española de clase social más alta y la no menos
importante aportación de las mujeres procedentes de la cultura
obrera
Quizá uno de los aspectos más
destacables del libro, motivo último de su existencia y oportunidad, es el
intento de la autora por remarcar e insistir en la asombrosa efervescencia
intelectual que vivió el país durante las tres primeras décadas del pasado
siglo. Se produce durante este lapso temporal una especie de renacimiento de las
artes y las letras españolas, una “Edad de Plata” de nuestra cultura, como
estudió en su clásico ensayo José-Carlos Mainer, en la que conviven e
interactúan en un mismo espacio los miembros de hasta tres generaciones
distintas, revitalizando el ambiente cultural español y dando origen a la
aparición de un figura – la del “intelectual” que interviene en la sociedad de
su tiempo para transformarla – que terminará por ser una de las fecundas
aportaciones de un período que culminará, precisamente, en la proclamación de un
nuevo régimen político al que Azorín – no en vano – bautizó como la “República
de los intelectuales”, por la inédita simbiosis entre política y cultura, sin
precedentes en la historia de España, que se produce durante estos años
anteriores a la República.
Este vigor cultural del primer tercio de
siglo es lo que analiza Gómez Blesa desde una perspectiva de género, esto es,
valorando y sopesando la participación de las mujeres y su relación con los
hombres, el otro género, dentro del movimiento cultural en que confluyen la
intelectualidad española de clase social más alta y la no menos importante
aportación de las mujeres procedentes de la cultura obrera vinculada al
socialismo y el anarcosindicalismo (Dolores Ibárruri “la Pasionaria” o Federica
Montseny, por citar sólo a las más conocidas). Lo que se pretende en estas
páginas es realizar una relectura del proceso cultural que vive España durante
los años veinte y treinta y que tiene en la incorporación de la mujer – de la
mujer burguesa, eso sí – a la esfera pública, uno de sus síntomas más evidentes
del cambio en el modelo de feminidad que se produce en la sociedad española del
momento, a partir del primer y todavía tímido avance en la situación de la mujer
que se produce durante las dos primeras décadas del siglo: mejoras en la
legislación laboral, iniciativas pedagógicas para la formación femenina
impulsadas por los ideales de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), primeros
debates en torno a una hipotética implantación del sufragio (aunque nunca llegan
a concretarse), etc.
Durante la Primera Guerra Mundial
y la Dictadura de Primo de Rivera es el momento en el que surge esa figura
de la mujer independiente y moderna, fácilmente reconocible en la imagen de la
garçonne (mujer con pelo corto, figura estilizada y vestimenta
masculina), icono de la mujer dinámica y urbana de los años
20
La autora hace un breve pero bien
documentado recorrido por las tipologías de los distintos feminismos que
conviven en España y que conforman un movimiento social que, si bien fue
heterogéneo y dispar en su contenido teórico y programático, comparte un
denominador común – la defensa de la promoción social de la mujer – y nos habla
de la existencia ya durante este período de una innegable inquietud social sobre
el tema, canalizada a través de un primer asociacionismo feminista que,
paulatinamente, intentará ampliar su eco, abandonando su inicial aristocratismo
intelectual para ir abriéndose a la progresiva incorporación de las mujeres más
inquietas y curiosas de clase media o media-alta. En este sentido, se puede
decir que son las mujeres de la Generación del 98 las primeras que se adentrarán
en un terreno hasta entonces de exclusividad masculina; aunque los manuales de
historia de la literatura no las incluyan, podemos decir que, junto a los
nombres de Unamuno, Baroja, Azorín o Valle-Inclán, haría falta situar los de
María Lejárraga, Carmen de Burgos “Colombine” o Concha Espina, por citar unos
pocos, como algunas de las autoras que formaron esta vertiente femenina de las
letras del modernismo español, apenas conocida para el gran público.
Siguiendo un orden cronológico, el libro también aborda los cambios
experimentados durante los años de la Primera Guerra Mundial y de la Dictadura
de Primo de Rivera (los “felices años veinte”), años en lo que se produce una
importante modernización del país gracias a la fuerte inversión económica en
infraestructuras y obras públicas que emprendió el régimen primorriverista y que
se tradujo en un sostenido crecimiento económico y demográfico. Por lo que se
refiere a la participación de la mujer durante este período, la autora destaca
el aumento de la presencia de las mujeres en la esfera pública: Universidad,
profesiones liberales y otros espacios públicos que antes habían estado
reservados a los hombres. Es el momento en el que surge esa figura de la mujer
independiente y moderna, fácilmente reconocible en la imagen de la
garçonne (mujer con pelo corto, figura estilizada y vestimenta
masculina), icono de la mujer dinámica y urbana de los años 20. Algunas de las
intelectuales españolas de la Generación del 14 citadas por la autora, adoptarán
esta nueva estética de la mujer dinámica, una mujer que en algunos casos ya
cuenta con una educación universitaria y desarrolla una profesión liberal
(abogada, profesora o periodista). Hablamos de mujeres como Carmen Baroja, María
de Maeztu, Zenobia Camprubí, Clara Campoamor, Victoria Kent o Margarita Nelken,
entre otras.
La meta de llegada de todo este
proceso y del libro no es otra que la proclamación de una II República en cuyo
desarrollo depositaron las mujeres republicadas, igual o más que los hombres,
todo su empeño y anhelo
A esta primera
generación de las vanguardias la sigue en el trabajo de Gómez Blesa, el estudio
de las integrantes de la llamada Generación del 27, de donde surgirá un grupo de
mujeres que personifican la entrada ya definitiva de la mujer española en las
vanguardias artísticas de los años treinta, así como la consolidación del avance
en su progresiva y no siempre bien vista conquista de un espacio propio en la
sociedad. La autora rescata de entre los nombres de esta generación a mujeres de
la talla intelectual de Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel,
María Teresa León,
Maruja
Mallo,
Hildegart
Rodríguez o la propia
María
Zambrano. Son todas ellas mujeres que, salvo en contados y muy
recientes casos, han brillado durante décadas por su ausencia en las listas
generacionales que reproducen los manuales de historia de la literatura e
historia del arte; son mujeres que, al igual que las que les precedieron,
hubieron de luchar contra ese desprecio de sus compañeros de generación, mezcla
de incomprensión frente a una actitud que consideraban indigna e impropia de la
mujer y, por qué no decirlo, de una cierta dosis de esa envidia que siente todo
colectivo privilegiado cuando avista el ascenso y la futura competencia de
quienes intentan salir de la sombra que su poder proyecta. Y, por si fuera poco
todo esto, recalca con acierto la autora, a esta presión social se sumará otra
presión, quizá más cruel por menos comprensible, como es la procedente del más
reducido círculo de familiares y amistades, tal y como demuestran estas mujeres
en sus extraordinarios y sinceros escritos autobiográficos y en el hecho de que
muchas de ellas tuviesen que viajar al extranjero en busca de esa libertad que
les negaba el ambiente opresivo en el que se desempeñaban algunas de ellas.
La meta de llegada de todo este proceso y del libro no es otra que la
proclamación de una II República en cuyo desarrollo depositaron las mujeres
republicadas, igual o más que los hombres, todo su empeño y anhelo, de tal forma
que, como dice la autora, “la República adquirió, por ello, una aureola mítica
que actuaba de contraseña de las expectativas puestas en el parto de una nueva
condición social para la mujer” (p. 211). En efecto, las intelectuales y las
feministas que tantas ilusiones se habían hecho, lo jugaron todo a una carta, un
“ahora o nunca”, que pasaba por ser la última posibilidad de subirse al carro de
la historia, de abandonar su secular condición subalterna para empezar a
convivir y a competir con el hombre en una plano de igualdad de derechos y
deberes, en busca de esa ansiada ciudadanía plena, culminada y ratificada con la
esperada legislación del sufragio universal por parte de la Constitución.
El libro se cierra refrescándonos la
memoria y recordándonos, por si se nos había olvidado, que el Franquismo supuso,
desde esta perspectiva de género, una profunda involución, una vuelta de las
mujeres españolas a su rol tradicional de género, favorecida por la abolición
franquista de toda la obra legislativa
republicana
Sin embargo, y ahora que ya
conocemos lo que ocurrió (esa es la ventaja de los historiadores), no nos
sorprende lo que nos cuenta la autora en ese epílogo final que titula “Los
horribles años cuarenta: la vuelta al hogar”. Pues sí. El libro se cierra
refrescándonos la memoria y recordándonos, por si se nos había olvidado, que el
Franquismo supuso, desde esta perspectiva de género, una profunda involución,
una vuelta de las mujeres españolas a su rol tradicional de género, favorecida
por la abolición franquista de toda la obra legislativa republicana. Y en lo que
afecta a las intelectuales con las que el lector se ha ido familiarizando a lo
largo de estas páginas, cabe decir que, obligadas a elegir el tipo de su condena
– exilio al extranjero o exilio interior –, hubieron de sufrir además, otra
condena más sutil pero igual de dolorosa: la amnesia, la pura prescripción que
impuso la dictadura sobre el nombre de estas mujeres, cual
damnatio
memoriae impuesta en la Antigua Roma sobre la persona
non gratas. Un
olvido oficial y premeditado de su existencia y una condena a un silencio que
borraba del mapa, ese rastro de lucha denodada que durante más de treinta años
mantuvieron estas mujeres y que gracias a libros como este
Modernas y
vanguardistas, podemos ahora volver a explorar.
En resumen, y como
he dicho arriba, el libro de Mercedes Gómez Blesa me parece de una utilidad más
que justificada, pensando sobre todo, en aquellas que personas que deseen un
primer acercamiento a las borrosas figuras de unas mujeres y unos nombres
(Campoamor, Nelken, Kent, Zambrano...) que, aunque seguramente les suenen de
oídas, no dejan de ser, en el fondo y para la gran mayoría de nuestro país, lo
que yo llamo “famosas desconocidas”. En este sentido, este libro es una ocasión
magnífica para incursionar en este terreno porque, aun siendo un libro muy bien
documentado y trabajado, está escrito con un estilo ameno y un lenguaje muy
claro, ajeno a las erudiciones abrumadoras y recargadas, que incita a la lectura
y al descubrimiento. Por eso, me parece un ensayo que ofrece una visión
panorámica y general del período, idónea para esa misión de despertar el interés
(sin duda lo más difícil en estos tiempos que corren) en un público lector que
luego ya puede ampliar sus conocimientos con otros libros complementarios de
éste, quizá más específicos o monográficos.