Las tácticas, los trucos publicitarios son cada vez más
sugerentes, más finos y están dotados de una mayor carga persuasiva. Lo que hace
fascinante este momento histórico es que nadie sabe por dónde vamos a salir. Los
gurús de la crisis están escribiendo de encargo pero sin ver el final del túnel.
Basta leer los últimos libros de Paul Krugman, Leopoldo
Abadía o Vicente Verdú sobre la crisis para darse cuenta de que
escriben de oídas. Lo mejor de todo es que los publicitarios lo saben y se
sienten más potentes, creativos y necesarios que nunca.
El futuro de
la publicidad no será una continuación lineal del pasado.
Los consumidores son cada vez más listos y escurridizos. No valen ya las ideas
de hace cinco años. Los expertos están atareados y desorientados. Es seguro que
habrá teléfonos móviles e Internet. Tendremos
pantallas en casa, en el trabajo, en el ocio, en muchos
lugares públicos y desde luego en el transporte. Ahora bien, lo que no está
claro es cómo interaccionará, como reaccionará el público a toda esta nueva gama
de elementos.
Se está creando un espacio
comunicativo que no es de convergencia sino de difracción. Un número cada vez
más alto de medios compitiendo por la atención de unos consumidores cada vez más
atentos a su dinero, a sus preferencias y a sus caprichos
emocionales
Las agencias de publicidad no lo ven claro. Siguen aferradas
a la combinación, tantas veces experimentada con éxito, de televisión, prensa
escrita, publicidad en exteriores y radio. Su presión en Internet es muy cauta,
en parte porque parece que cada semana emerge un nuevo medio de comunicación. Al
mismo tiempo, los grandes conglomerados están sufriendo brutales problemas de
liquidez.
Se está creando un espacio comunicativo que no es de
convergencia sino de difracción. Un número cada vez más alto de medios
compitiendo por la atención de
unos consumidores cada vez más atentos a su dinero, a sus
preferencias y a sus caprichos emocionales. El consumidor se ha convertido con
la crisis en un “señorito” con el que hay que comunicar para tratar de
persuadirle en un sentido u otro. Ante esta situación, las agencias más
espabiladas están echando mano de psicólogos, sociólogos, antropólogos,
musicólogos, genios de las nuevas
tecnologías o adivinadores de nuevas tendencias.
Cualquiera con buen olfato puede tener un puesto en las agencias del siglo
XXI.
Españoles y latinoamericanos hacen una publicidad con muchos
puntos en común. Se abusa bastante de una sensualidad y una calidez que no
tienen los listillos británicos, los chistosos norteamericanos o los engolados
franceses. Barcelona y Madrid concentran casi toda la producción. En Barcelona
se ha sabido aprovechar muy bien a los diseñadores, a los directores de arte y a
la gente del cine. En Madrid están establecidas las agencias internacionales y
se factura el doble que en Barcelona, y eso se nota en el nivel de trabajo
creativo, similar ya al de ésta.
Atravesamos una época en la que, como
escribe Armand
Mattelart en La publicidad
(Paidós, 2000), la publicidad no sólo ha cambiado de imagen, ha cambiado su
naturaleza y, lo más importante, su relación con la sociedad. Ha asumido el
papel de interlocutor con los poderes públicos y, por último, se propone como un
modelo de organización de las relaciones sociales. De ahí que hoy se hace más
necesario que nunca prestar atención a todo análisis, a todo texto que estudie
el fenómeno publicitario.
Como escribe Armand Mattelart, la
publicidad no sólo ha cambiado de imagen, ha cambiado su naturaleza y, lo más
importante, su relación con la sociedad. Ha asumido el papel de interlocutor con
los poderes públicos y, por último, se propone como un modelo de organización de
las relaciones sociales
Este volumen relata la historia de la publicidad en España
desde 1975 hasta la actualidad. Aborda la influencia de la publicidad a través
de sus principales campañas. Catedrático de Publicidad en la Universidad
Complutense, Raúl Eguizábal (Logroño, 1955) corona con Industrias de la conciencia el análisis
de la publicidad que comenzara con su Historia de la publicidad (Eresma de
Caleste, 1998) y Teoría de la
publicidad (Cátedra, 2007).
En esta entrega ha dividido en cuatro partes su panorama de
la evolución del mercado publicitario. Entre 1975 y 1982 sitúa Eguizábal el
primer período de una publicidad que comienza a gozar de un clima de libertad
desconocido en España y que empieza a apuntar maneras propias con periodistas
como Ricardo Pérez.
El segundo momento del desplegable publicitario queda
enmarcado en una “etapa creativa” que abarca los años entre 1982 y 1993. Es el
momento de la entrada en España de las multinacionales de la publicidad ante el
estirón económico que despunta en nuestro país. Señala Eguizábal que “en 1981
los ingresos de las diez primeras agencias suponían un monto de 3.650 millones
de pesetas, que en 1989 se habían convertido en 22.827,93”. El objetivo para la
publicidad de esos años es que los españoles encuentren lo que desean en el
universo del consumo.
Entre 1993 y 2000 se desarrolla, según Eguizábal, una
mutación en las estrategias comunicativas de las agencias. La figura del
creativo se agiganta hasta alcanzar los cometidos hasta entonces reservados a
los departamentos de cuentas. Los Casadevall, Lorente, Bassat o Pérez hacen de
la creatividad la principal arma de sus agencias. La publicidad española se
presenta en los grandes festivales y regresa cargada de éxito. Cannes se muestra
extremadamente generoso con nuestros publicitarios. Los siete años de este
tercer período registran un aumento significativo de los mensajes publicitarios
destinados al hogar, y la clase trabajadora, reconvertida en pequeña burguesía,
se lanza a abastecerse.
La publicidad desborda su propio
territorio y entra en el de la cultura, la política o la vida cotidiana (...) En
la última década el mundo se visualiza a caballo de una publicidad que se
transmuta en comunicación.
A partir del 2000 y hasta hoy, la publicidad se
transforma en un modelo que marca las tendencias por las que discurre la
realidad social. No se trata sólo de que el mundo se vuelva anuncio y de que la
forma publicitaria se consagre como el instrumento analítico desde el que
entender y transformar el mundo. La publicidad desborda su propio territorio y
entra en el de la cultura, la política o la vida cotidiana. Incluso el mundo
educativo se deja tentar por la oferta publicitaria. En la última década el mundo se
visualiza a caballo de una publicidad que se transmuta en comunicación. Las
empresas de publicidad se transforman, tal como indica Eguizábal, en empresas de
comunicación y el anunciante “sustituye su clásico director de marketing por un
nuevo director de comunicación”. Con el arte sometido a la crisis de los
primeros años del siglo XXI, los publicitarios adoptan las poses y los estilos
de vida de los artistas. Se autorrepresentan como creadores y el oficio
publicitario alcanza su nivel más alto de consideración social. Los anuncios
despiertan fascinación, y ciertos eslóganes como el de “be water my friend” se
repiten como mandalas.
Se cierra este volumen con la presentación al lector del
reverso de la “publicidad-espectáculo”: la publicidad invisible. Transformada la
publicidad en comunicación, su incidencia en la conciencia de la ciudadanía se
multiplica porque las barreras críticas del consumidor se levantan. La
publicidad reaparece en la televisión, los periódicos, las películas o la
música. A través del análisis de fenómenos como el de la moda, Eguizábal trata
de prevenirnos del proceloso mundo de los anuncios.
Acierta Eguizábal al señalar que hoy no es posible vivir
fuera del alcance de la publicidad. Como afirma, los impactos publicitarios que
diariamente reciben los ciudadanos son más que numerosos. Sin embargo, su texto
carga a la publicidad con penas que tal vez no sean suyas o, al menos, no sólo
suyas. La publicidad ha sostenido a muchos medios de comunicación y hoy es un
elemento imprescindible de las sociedades democráticas. Otra cosa es que, como
en cualquier otra actividad humana y mercantil, se hayan podido producir abusos,
engaños o corruptelas.
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