Decir que el pueblo estadounidense es muy religioso es no decir nada nuevo,
pues más que por el capitalismo consumista o el patriotismo ufano de sus gentes,
Estados Unidos se define por una arraigada e ineluctable creencia en Dios, por
ser una tierra exageradamente devota, una reserva espiritual que no ha dejado
nunca de asombrar a aquellos que han tratado de entender la naturaleza del ser
americano: “
A mi llegada a los Estados Unidos –escribía un epatado
Tocqueville–
fue el carácter religioso del país lo primero que atrajo
mi atención”. Más de ciento cincuenta años después, estas palabras de
La
democracia en América resuenan con una actualidad pasmosa; la religiosidad
americana sigue despertando nuestro interés y, a la vista de algunos datos,
seguimos sin acabar de entenderla. En marzo de 2007, una
encuesta
publicada por la prestigiosa revista
Newsweek demostraba que el 91% de
los estadounidenses afirma creer en Dios, mientras que sólo un 3% se atreve a
declararse ateo. Por su parte, una
encuesta
de octubre de 2005 realizada por
CBS News, intentando responder a la
pregunta de si los americanos eran más partidarios del
Creacionismo o de
la
Teoría de la Evolución de
Darwin, constataba que sólo el 13% de
los encuestados defendía el evolucionismo sin intervención divina. Para el 51%
de la población, Dios había creado a la raza humana tal y como es en la
actualidad, mientras que el 30% admitía un proceso de evolución humana, guiado
–eso sí– por Dios. Son cifras –sin necesidad de comparación alguna– totalmente
desproporcionadas: guarismos impropios de cualquier país occidental, de
cualquier sociedad europea industrializada y modernizada en la que razón y fe
han sido –desde la llegada del racionalismo ilustrado– y son, contextos
antagónicos, realidades incompatibles. Esta aceptada disociación entre ciencia y
religión, tan enraizada en otras partes, resulta sin embargo, difícilmente
extrapolable al caso de los Estados Unidos, que una vez más y como sucede con
tantas otras cosas que nos escandalizan (la libertad en la posesión de armas de
fuego
, por ejemplo), se nos muestra como una realidad
extemporánea, como un país ajeno a la norma y orgulloso en su particularidad
propia e irreducible, su
excepcionalismo norteamericano.
De todo
esto se derivan, más allá de los fríos datos de unas encuestas, unas
consecuencias políticas de primer orden; si la religión inunda los Estados
Unidos, impregnando todos los aspectos de la vida, la política, como uno más de
ellos, no puede de ninguna forma escapar a su alcance. Más aún si cabe, cuando
el sistema político americano –en el que los partidos son maquinarias
gigantescas que el votante mira con mucha distancia–, favorece una política
personalista, donde más que en ninguna otra democracia, se vota a la persona del
candidato, por encima de su filiación partidista concreta. Esto hace que la
biografía del aspirante, su carrera y su reputación en todos los órdenes de la
vida, sea su más preciado –y a veces casi único– aval, su mejor y más sincera
carta de presentación ante el electorado. En este sentido, huelga decir que la
fe personal y la religión del candidato son, además de un rasgo que favorece la
identificación o el distanciamiento del votante, un dato muy a tener en cuenta,
una cuestión esencial y prioritaria a la hora de decidir en manos de quién se
dejará el destino de todo un país. Una excelente prueba de esta vital
importancia concedida a la fe y la moral de los presidenciables, la pudimos ver
el pasado 16 de agosto, cuando Obama y McCain coincidieron por primera vez
durante la campaña juntos en un acto para participar en un
debate
moderado por el conocido e influyente pastor evangélico,
Rick Warren,
quien interrogó a ambos candidatos sobre cuestiones tan variadas como el
matrimonio homosexual, el aborto o la existencia del demonio. Este mismo
propósito de acercar al público la visión teológica de un candidato, es el que
ha movido a
Stephen Mansfield a publicar –tras el enorme éxito de su
libro
La fe de George W.Bush, que estuvo quince semanas en la lista de
best-sellers de
The New York Times– una monografía destinada a
acercarnos a uno de los aspectos de la personalidad de Obama que más han llamado
la atención: su peculiar cosmovisión religiosa.
Consciente de lo que se juega, Obama
supo advertir desde un inicio la importancia del voto evangélico y protestante
del sur, instando al movimiento progresista a abandonar su lado antirreligioso y
a hacer un esfuerzo por encontrar puntos en común con la gente de fe, no sólo
cristiana, sino también judía, musulmana o de cualquier otra
creencia
La fe de Barack Obama es en parte una
biografía espiritual de Obama, un recorrido por los principales hitos de su
trayectoria dentro y fuera de la Iglesia, aquellos que han forjado esa
personalísima fe que le caracteriza. Pero al margen de este aspecto más íntimo,
es también un ensayo sobre la importancia de la fe en la política americana y
sobre el uso que hacen de ella los grandes partidos. El apoyo y la influencia
recíproca entre los partidos y las diferentes iglesias americanas ha sido una
constante a lo largo de la historia electoral americana, en la que el voto por
razones religiosas o morales siempre ha estado presente. Reverendos y pastores
de diferentes credos han avivado el debate generando opinión y canalizando los
objetivos de auténticos
lobbies organizados. En este sentido, ha sido el
Partido Republicano quien más y mejor ha sabido aprovecharse de este impulso. Ya
desde el mandato de
Ronald Reagan, el nacimiento de un potente movimiento
neoconservador ha tenido como uno de sus más fieles bastiones a una vigorosa
Derecha Religiosa, formada por una coalición de grupos de interés que han
llegado a asesorar al presidente sobre diferentes materias, como hemos podido
comprobar en estos últimos años de la Administración Bush. Por su parte, el
Partido Demócrata ha intentando durante las últimas décadas mantener en lo
posible esa separación de poderes entre Iglesia y Estado que proponía Kennedy,
para evitar una excesiva injerencia de la religión en la vida pública.
Esta tradicional y aceptada división entre Derecha Religiosa e Izquierda
secular es la que, según Mansfield, se ha visto amenazada en estas elecciones de
2008. El responsable de trastornar este orden no ha sido otro que Barack Obama,
el candidato demócrata que con su discurso de fe y esperanza, ha tratado de
superar estas diferencias, demostrando que en los Estados Unidos, también existe
una Izquierda Religiosa que quiere tener su propia voz. Consciente de lo que se
juega, Obama supo advertir desde un inicio la importancia del voto evangélico y
protestante del sur, instando al movimiento progresista a abandonar su lado
antirreligioso y a hacer un esfuerzo por encontrar puntos en común con la gente
de fe, no sólo cristiana, sino también judía, musulmana o de cualquier otra
creencia. Con esto quiere evitar Obama lo que ha ocurrido en los últimos años:
que el voto protestante ha sido prácticamente patrimonio exclusivo de los
republicanos. Eso supondría una derrota segura para los demócratas, como ya le
ocurrió a
John Kerry en 2004.
Dice Mansfield, a mi juicio con
mucha razón, que Obama ha encontrado la fórmula, el camino perfecto para
presentarse a sí mismo como un compendio de todo lo americano, como una versión
actualizada del sueño americano, adaptada a los tiempos difíciles que
atraviesa un mundo incierto y acomodada a los intereses y temores de las jóvenes
generaciones
Como biografía espiritual,
La fe de Barack
Obama se centra sobre todo en tres aspectos fundamentales. Dos de ellos –la
relación de Obama con la religión durante su infancia y su conversión a la fe
cristiana– han sido profusamente descritos por el propio Obama en sus dos libros
de memorias, tanto en
Sueños de mi padre (1995) como en
La audacia de
la esperanza (2006), donde encontramos un capítulo dedicado
precisamente a la Fe. Respecto al primer tema señala acertadamente Mansfield
que, de asumir la presidencia en 2009, Obama sería el primer presidente
estadounidense criado en un hogar no cristiano. Con un padre y un padrastro
ateos, su única educación religiosa la recibió de parte de su madre, mujer que
no profesaba ninguna fe específica, pero que le transmitió una visión religiosa
propia de un antropólogo, despertando el interés del joven Obama por todas las
religiones (cristiana, musulmana, budista, hinduista) e inculcando en él un
espíritu crítico y relativista alejado de cualquier dogma. Este escepticismo de
juventud hizo que Obama tardara mucho en aceptar formar parte de una Iglesia.
Fue solo a partir de 1985 y mientras Obama trabajaba en Chicago con el Proyecto
de Comunidades en Desarrollo, cuando empezó a asistir a la Iglesia de Cristo de
la Trinidad Unida, una Iglesia afroamericana muy comprometida con los valores
sociales y morales que él defendía. Ahora bien, en
La audacia de la
esperanza, Obama ya dejó claro que su llegada a esta iglesia fue más por
sentido de pertenencia y necesidad de sentirse miembro de una comunidad que por
convicción absoluta o por iluminación súbita; sus dudas y su escepticismo no
desaparecieron porque para él la fe es siempre una actitud crítica, no de
certeza absoluta: “
Al comprender que el compromiso religioso no exigía que
dejara de pensar de forma crítica ni que me desentendiera de la batalla por la
justicia social y económica ni que me retirara del mundo de ninguna otra forma,
pude caminar un día por el pasillo central de la Trinity United Church of
Christ
para ser bautizado. Fue una elección, no una epifanía, y las preguntas
que tenía no desaparecieron por arte de magia” (p. 222).
El tercer
aspecto importante es quizá el más controvertido e impugnado: la relación de
Obama con el polémico e histriónico reverendo,
Jeremiah A.Wright Jr.
Mansfield dedica varias páginas de su libro a describir la relación de afecto y
admiración mutua que Obama ha mantenido con el pastor afroamericano durante
todos estos años en los que Wright ha actuado como un auténtico padre espiritual
para Obama, como el hombre que ha canalizado su fe y su deseo de transformar la
sociedad. Con el inicio de la carrera presidencial de Obama, el reverendo no
tardó en mostrarle su apoyo y reclamar el voto negro para el que había sido su
“ahijado”. Sin embargo, la relación entre los dos ha dado un giro radical en los
últimos meses, cuando algunos medios conservadores como la cadena de televisión
Fox News rescataron algunas opiniones provocadoras vertidas por el
reverendo Wright en sus multitudinarios e incendiarios sermones. En estos videos
–que han hecho furor en Youtube– se despachaba el mentor de Obama con proclamas
del tipo “
Dios
maldiga a América” (en alusión al popular lema “
God bless
America”), hablaba de los U.S.K.K.K.A. (los Estados Unidos del
Ku Klux
Klan de América) y maldecía al país entero por su racismo, declarando que el
SIDA era una arma inventada por el gobierno estadounidense para atacar a los
negros y que los hechos del 11 de septiembre de 2001 eran un castigo por los
pecados nacionales de los estadounidenses. Evidentemente, esto provocó un sonado
escándalo en el país de las barras y estrellas y estuvo a punto de acabar con la
candidatura de un Barack Obama, a quien todos miraban ya con lupa por aquel
entonces. El propio Obama tuvo que dar un paso al frente y, pese a que intentó
distanciarse del reverendo Wright sin avivar la disputa, no tuvo más remedio que
romper definitivamente su relación ante una situación que ya no admitía
disculpas posibles y podía costarle un precio político muy alto como reconoce
Mansfield: “
Llegó la separación, seguramente, porque Obama pudo ver que sus
oponentes republicanos vendrían por él y que harían de su asociación con la
Iglesia de la Trinidad y Wright el punto de partida para un ataque de la
derecha” (p. 67).
Resulta un libro totalmente
pertinente y oportuno porque, por mínimo que sea el conocimiento que de los
valores americanos tenga el lector, nadie se atreverá a decir que la religión y
su influencia en la política estadounidense son temas menores o
intrascendentes
Pero más allá de estos episodios personales
en la vida de Obama, más o menos conocidos, en
La fe de Barack Obama
trata Stephen Mansfield de responder a una serie de interrogantes: ¿Por qué
ha conectado Obama tan bien con el público americano y con los valores de una
sociedad desencantada con la política de Bush?, ¿Qué características de su fe
personal han hecho que muchos jóvenes hayan visto en él a un auténtico Mesías,
al portador de un mensaje de cambio y esperanza? La respuesta la da Mansfield en
algunas páginas de su libro muy interesantes e ilustrativas. Dice Mansfield, a
mi juicio con mucha razón, que Obama ha encontrado la fórmula, el camino
perfecto para presentarse a sí mismo como un compendio de todo lo americano,
como una versión actualizada del
sueño americano, adaptada a los tiempos
difíciles que atraviesa un mundo incierto y acomodada a los intereses y temores
de las jóvenes generaciones. “
En una generación sin padres y sin ligaduras
–dice Mansfield–
, Obama suele aparecer como representante de la raza
humana en general, a lo largo de una historia heroica que tiene que ver con la
búsqueda espiritual. Los estadounidenses como pueblo nacido a partir de una
visión religiosa encuentran en Obama al menos un compañero de viaje, y a lo más
a un hombre a la vanguardia de una nueva era de la espiritualidad
estadounidense” (p. XX). Esa identificación tan clara que vemos en los
mítines de Obama por todo el país, esa empatía que muestran los jóvenes
americanos con el senador demócrata cuando le corean y le aclaman al grito del
célebre “
Yes, we can”, obedece según Mansfield a un cambio mayor en la
concepción de la religión por parte de las nuevas generaciones de americanos.
Son los actuales para los americanos, tiempos que –como decía
Dylan–
representan un cambio, un giro posmoderno en la forma de entender la
espiritualidad y la fe personal por parte de los jóvenes: “
En términos
religiosos la mayoría de los jóvenes estadounidenses son postmodernos, lo cual
significa que para ellos la fe es como el jazz: informal, ecléctica y a menudo
sin un tema. […] Por eso, cuando Obama habla de cuestionar ciertos principios de
su fe cristiana o de la importancia de la duda en la religión, o de su respeto
por las religiones no cristianas, la mayoría de los jóvenes se identifican con
él al instante, y adoptan la fe no tradicional suya como base de sus
preferencias políticas por la Izquierda, y las de ellos” (p. XVII).
Esta religiosidad tan laxa que comparte Obama con muchos de sus
conciudadanos ha sido fuertemente criticada por los conservadores, que hablan de
una
religión civil descafeinada y superflua, un conjunto de creencias
sobre la justicia social, sin ninguna base teológica sólida. Denuncia la Derecha
Religiosa que, en su afán por preservar la independencia del poder político,
Obama propone una subordinación de los valores religiosos tradicionales al
imperio y el dominio de un Estado laico y una sociedad secularizada.
Especialmente en el tema del aborto, cuestión espinosa y fundamental en la
política estadounidense, Obama ha sufrido los ataques de los conservadores
religiosos, que han criticado algunas decisiones que tomó cuando era senador en
el Estado de Illinois y votó una ley que, según los medios conservadores, le
situaba más a la izquierda que la propia NARAL (Liga Nacional de Acción por el
Derecho al Aborto).
No es el libro de Stephen Mansfield un libro
extraordinario, no es una monografía sublime, de esas que quedan como modelo a
estudiar en las universidades. Es más pronto un libro coyuntural, publicado en
un contexto determinado, intentando aprovechar los efectos de una
obamanía que convierte en éxito todo lo que acompaña al nombre del
candidato demócrata. Resulta sin embargo, un libro totalmente pertinente y
oportuno porque, por mínimo que sea el conocimiento que de los valores
americanos tenga el lector, nadie se atreverá a decir que la religión y su
influencia en la política estadounidense son temas menores o intrascendentes. En
este sentido, tiene
La fe de Barack Obama el valor de ser un libro claro
y conciso, que aporta información nueva a la imagen que se ha forjado de Obama
cada uno de nosotros, un
plus a añadir a lo que ya sabemos sobre la
personalidad de este hombre sorprendente. Mansfield nos muestra a un Obama
conciliador que trata de superar las diferencias partidistas para encontrar un
término medio de acuerdo. Al igual que hicieron antes que él algunos de sus
precursores
como Kennedy o Clinton, Obama intenta encontrar en estos días
previos a las elecciones presidenciales, una
tercera vía de consenso, más
allá de esa tradicional dicotomía entre Derecha Religiosa e Izquierda Secular,
un atajo que le permita armonizar su política liberal basada en su particular fe
religiosa, con el deseo de cambio de un país que, aún hoy todavía, mantiene su
audacia y su esperanza.