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Anna Caballé: El bolso de Ana Karenina (Península, 2008)

Anna Caballé: El bolso de Ana Karenina (Península, 2008)

    TÍTULO
El bolso de Ana Karenina

    AUTORA
Anna Caballé

    EDITORIAL
Península

    GÉNERO
Biografía

    OTROS DATOS
Barcelona, 2008. 311 páginas. 17,90 €



Anna Caballé  (Hospitalet,  España, 1954) es profesora de Literatura española e hispanoamericana de la Universidad de Barcelona. Especialista en biografías

Anna Caballé (Hospitalet, España, 1954) es profesora de Literatura española e hispanoamericana de la Universidad de Barcelona. Especialista en biografías


Reseñas de libros/No ficción
Anna Caballé El bolso de Ana Karenina (Península, 2008)
Por Justo Serna, jueves, 4 de septiembre de 2008
El mayor goce lector es el que se da sin previo aviso, aquel que llega sin haberlo sospechado: el que nos procura el libro del que no sabemos nada. Conocemos al autor o nos interesa vagamente el asunto. Comenzamos a hojear sus páginas y, de repente, un párrafo nos conmueve: nos conmueve profundamente. Es tal el impacto que nos forzamos a empezarlo, a iniciar el libro desde el principio: justamente para llegar a ese pasaje concreto. ¿Y qué comprobamos? Que la calidad de dicho párrafo no es una excepción sino la característica de todo el volumen: que hay pasajes y pasajes que merecerían ser recordados, textos que, con economía verbal o con exactitud textual, compendian el sentido de la vida… cómica, dramática, trágica. O, mejor, párrafos en los que se entreveran lo patético y lo heroico, lo esencial y lo accesorio. Es tal la sutileza pero también la gravedad con que se describe la existencia que no podemos detenernos: nos abandonamos a su letra con placer, sabiendo que todavía nos quedan muchas planas, un porvenir de trescientas páginas por leer.
Eso es lo que me ha sucedido con El bolso de Ana Karenina. Conozco a su autora, el cuidado con que prepara sus libros, el empeño perfeccionista con que suelda fondo y forma. Conozco a Anna Caballé… Por ejemplo, leí con mucho interés Narcisos de tinta (1995), un examen sobre la literatura del yo. Desde hace décadas, el yo es objeto de veneración por parte de los literatos. Pero, desde hace un par de lustros, la literatura confesional se acomoda a la recreación narcisista del individuo posmoderno. Vivimos en un estadio de exaltación del yo, de sus atributos, justamente cuando decae lo colectivo y cuando las cosmovisiones pierden fuelle. Anna Caballé supo anticiparse a esta inclinación y supo examinar la larga tradición española de literatura autorreferencial, precisamente en un país en el que no parecía haber autobiografías o memorias. Supo también dedicarse a la literatura femenina y al estudio de la misoginia. Con concisión, sin mayores precisiones, el Diccionario de la Real Academia indica que misoginia es “aversión u odio a las mujeres”. ¿Aversión u odio? Si lo pensamos bien, resulta chocante, incluso indescifrable, que se pueda manifestar un sentimiento negativo hacia la totalidad de un grupo humano.

“Pensé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país: no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes”, leo en El jardín de senderos que se bifurcan. Con ese dictamen, Borges expresó lo incomprensible de la aversión común o del odio general. Podemos repudiar a éste o a aquél, justamente porque detestamos su particularidad; podemos rechazar a éste o a aquél, precisamente porque reprobamos aquello que lo distingue; podemos detestar a éste o a aquél, exactamente porque nos infligió daño. Pero despreciar a una colectividad por lo que tiene de común, de compartido, es una injusticia intolerable: nos niega como personas distintas condenándonos en un agregado indiferenciado. El racismo, por ejemplo, supone marcar con un estigma, con una señal visible: la estigmatización nos sella más allá de lo que somos o de lo que nos separa o de lo que nos diferencia, pues la marca nos estampa con un timbre genérico. Así lo expresaba Erving Goffman en un célebre volumen. En el caso de las mujeres, el estigma atribuido se ha expresado bajo la forma de la irracionalidad o del bello defecto, una doble laceración infligida en la que frecuentemente han incurrido los literatos. Como supo denunciar Mary Wollstonecraft.

La narración: la ligereza profunda de estos retratos textuales, de estos perfiles, le sirven a Anna Caballé para esbozar un repertorio de vidas felices e infortunadas a un tiempo: unas preferentemente gozosas; otras irremediablemente infaustas, aunque todas con ese momento doloroso o esperanzado que es propio de cualquier existencia

Un bello defecto. O, dicho en otros términos, aquello que tratadistas y moralistas –como Jean-Jacques Rousseau— han perpetrado contra ella es su reducción a mero objeto de deseo: eliminando, pues, la cualidad racional de que también está investida; atrofiando, al fin, su maduración. Apartada desde edad temprana de la educación racional, de la responsabilidad, del juicio y de la disciplina, tareas reservadas a los varones, la mujer consuma su crecimiento como un ser torpemente instintivo, simple, subordinado, arbitrario, dependiente, amputado y entregado en exclusiva al cultivo de la belleza, al despliegue frívolo, pasajero e inconsistente de la coquetería. Ahora bien, con el desarrollo desordenado de una imaginación mórbida y de una sensibilidad enfermiza, la propia mujer se vuelve doblemente dependiente y tiránica. ¿Es así? El bolso de Ana Karenina es su desmentido. Punto y aparte.

Como digo, conocía a Anna Caballé pero lo ignoraba todo de este nuevo volumen, un libro que un día descubrí en una gran librería, entre los anaqueles dedicados a la antropología. ¿Por qué el librero había colocado esta obra, compuesta con semblanzas biográficas de cuarenta y tantas mujeres, junto a los estudios etnológicos? Tal vez, su difícil clasificación. Es libro de biografías, pero no pertenece al género o al expediente de la biografía. Es un volumen que en el que las vidas son motivo de breve exposición, lo que se sabe de mujeres felices y desgraciadas, abnegadas y corajudas, sumisas y rebeldes, a partir de una lectura aleccionadora. ¿Vidas ejemplares? No exactamente. No hay didactismo ejemplarizante, ni moraleja: en la dicha y en la desdicha, Anna Caballé encuentra siempre el negativo, aquello que contraría lo que creíamos saber, ese momento en que una vida esclava se eleva o ese instante en que una existencia consumada se rehace. Entre sus mujeres, ninguna se salva o se hunde totalmente: siempre hay un dolor que estropea lo venturoso y siempre hay una esperanza que alivia el infortunio. Son capitulillos breves ordenados alfabéticamente y encabezados por el retrato respectivo, a partir del cual podemos hacernos una idea; capitulillos de apenas tres caras cada uno, páginas intensas, de trazo rápido y perfil medido.

La mejor lectura es aquella en que el autor persuade a un destinatario desganado, incluso desinteresado. Era mi caso. Perdonen esta confesión personal: después de meses y meses de lecturas inacabables, después de meses de trabajo académico, pensaba que ningún volumen llegaría a interesarme suficientemente; pensaba que tardaría en recuperarme del atracón. La elegancia y la levedad de El bolso de Ana Karenina despertarán incluso al aturdido lector que no tenga interés alguno por la historia de las mujeres: un varón, por ejemplo, que crea que esas vidas no le conciernen. No es preciso estar a favor del feminismo; no es necesario convenir con el punto de vista de la autora. Simplemente hay que dejarse llevar por el curso de la narración: la ligereza profunda de estos retratos textuales, de estos perfiles, le sirven a Anna Caballé para esbozar un repertorio de vidas felices e infortunadas a un tiempo: unas preferentemente gozosas; otras irremediablemente infaustas, aunque todas con ese momento doloroso o esperanzado que es propio de cualquier existencia.

Una sociedad inmisericorde con lo femenino y un machismo histórico y tenaz no tapan los muchos defectos de estas mujeres. La autora los muestra con habilidad narrativa, pero sin arrogancia alguna: no hay jactancia en alguien que puede sobrevivir a lo que otras padecieron

Si hay una vida cómoda, confortable, algo trágico acabará por estropearla: el amor que no llega, la enfermedad que quiebra, o, en fin, la muerte que liquida. Si hay sufrimiento indecible, una pequeña alegría aliviará breve e inútilmente a quien soporta esos padecimientos. Si hay debilidad, un instante de fuerza nos mostrará de qué son capaces los seres frágiles. Si hay éxito y consumación, algo nos revelará la inseguridad constante de tantas personas rotundas. Si hay soledad invencible, la creación o el arte o la escritura serán el escape inmaterial de tanta inteligencia y abnegación. Si hay cursilería y afectación, una inteligencia contable y material nos demostrará de qué son capaces los seres mediocres.

Una sociedad inmisericorde con lo femenino y un machismo histórico y tenaz no tapan los muchos defectos de estas mujeres. La autora los muestra con habilidad narrativa, pero sin arrogancia alguna: no hay jactancia en alguien que puede sobrevivir a lo que otras padecieron. “No pienses que uno tiene tanta fuerza como para llevar cualquier tipo de vida y continuar siendo el mismo. Hasta corregir los propios defectos puede llegar a ser peligroso: nunca se sabe cuál es el defecto que sustenta nuestra edificio entero”, admite Clarice Lispector en un pasaje que reproduce Anna Caballé. Podríamos decir que la biógrafa tiene bien aprendida la lección de sus mujeres. En parte, ella se sabe redimida por aquellas que la precedieron y, por tanto, no se siente autorizada para salvar o condenar.

En realidad, estas páginas tienen severidad y un punto de nostalgia. Véanse, por ejemplo, las semblanzas dedicadas a María Callas o a Betty Friedan. Pero tienen también su humor: véanse, por ejemplo, las páginas que relatan la vida de Barbara Cartland, la autora de novela romántica más cursi que pueda pensarse. Anna Caballé la trata con corrección, con ironía, con asombro: alguien capaz de ganar cinco mil libras en una mañana con historias afectadas y con novelerías, alguien capaz de vender más de seiscientos millones de ejemplares, ha de tener por fuerza una biografía interesante y ambivalente. Como la tuvo quien estaba en el otro extremo de lo humano, Janis Joplin, una mujer creadora que se vio forzada a cargar consigo misma, “acostumbrada a los excesos desde los quince años”, ducha en el arte de “vivir en una perpetua exaltación”. Caballé le tiene respeto, reconstruye su existencia agitada y, cuando creíamos saberlo todo, cuando creíamos salir airosos de ese abismo, nos dice: “La verdad es que nada sabemos de la intensidad con que otras personas viven sus emociones, ni del grado de necesidad que late en su interior, ni de los esfuerzos que hacen por encontrar algo a lo que aferrarse. Cuanto sabemos, que es muy poco, no pasa de ser una conjetura irresoluble, un deseo de comprender los estragos que puede causar un solo sufrimiento”.

Comprobarán que se trata de un libro tonificante y realista. En el mercado hay volúmenes tóxicos y hay volúmenes reparadores. Éste es uno de ellos: es un libro reparador. Te muestra elegantemente el dolor persistente o pasajero de tantas y tantas mujeres admirables o desastrosas, devolviéndoles la vida breve de que disfrutaron o padecieron

Tratas a alguien o lees sobre alguien y ese conocimiento leve o superficial te hace incurrir en el error: crees conocer a una persona y de improviso te sorprende con un gesto inesperado, con una decisión inaudita. Súbitamente, el pequeño destino de los individuos cambia sin fatalidad o previsión: creemos posible trazarnos un futuro, creemos posible entender el sentido del pasado, y de repente todo muda por voluntad o azar, por esfuerzo o casualidad. Averiguando en qué consiste lo humano no hay tedio ni repetición: lo que parecía rutina cambia o se desvanece, siempre dependiente del capricho, del abismo o de la exaltación a que nos entregamos por sabernos finitos, contingentes, frágiles. Mujeres que crecieron en el mayor confort y bienestar se destruyen pronto, con prisa adulta, con distinción y excentricidad: se suicidan durante años y años, con empeño creador, con vértigo instintivo. Mujeres que estaban condenadas al aislamiento o a la nada o a la muerte reencuentran una segunda vida: se rehacen gracias a la decisión, a la responsabilidad que les permiten su inteligencia y… el caprichoso azar. Mujeres que estaban destinadas a la soledad o a la carencia o al silencio se remiendan con esperanza y torpeza a veces desastrosas.

Los humanos somos decepcionantes y sorprendentes, para nosotros mismos y para los demás: somos esos tipos que desmienten las expectativas. Uno elabora proyectos y traza planes, aspirando a completar objetivos. Al final vemos cómo se frustran buena parte de las quimeras y de las fantasías que nos habíamos hecho o que otros se habían hecho de nosotros. Pero también acabamos desmintiendo la fatalidad con que nos habían frenado. En El bolso de Ana Karenina, Caballé trata de esto con dolor y sutileza, un dolor y una sutileza que dicen mucho de la autora, de su concepción y de su noción. ¿Y por qué titularlo así? ¿Por qué El bolso de Ana Karenina? No les voy a revelar el sentido de esa metáfora --etnológica quizá--, revelar lo que es el significado de la obra. Lamentablemente, la impudicia del periodismo –o, en otros términos, el triunfo del periodismo de declaraciones-- aclara cosas que el lector debería descubir por sí mismo. Me niego incurrir en esa descortesía. Cuando lean el volumen comprobarán que mi reserva estaba bien justificada.

Y comprobarán que se trata de un libro tonificante y realista. En el mercado hay volúmenes tóxicos y hay volúmenes reparadores. Éste es uno de ellos: es un libro reparador. Te muestra elegantemente el dolor persistente o pasajero de tantas y tantas mujeres admirables o desastrosas, devolviéndoles la vida breve de que disfrutaron o padecieron. Las ves como interlocutoras con arrojos y averías que hicieron de sí mismas personas. Pero, sobre todo, te ilustra y te conmueve y te incomoda: no hay conductas ajenas que no nos conciernan; no hay actos que nos sean ajenos; no hay hechos que no nos sirvan para ilustrarnos sobre la audacia y sobre el miedo, sobre los determinismos, sobre el coraje que hace falta para conjurarlos.

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