Carl Gustav Jung descubrió la existencia de una memoria común a los seres humanos de todos los tiempos que se percibe y expresa a través de lenguajes cuasi irracionales, entre los que están el arte, los sueños, y que denota una psique amplia, compartida por la humanidad, que subyace a lo visible, a lo racional.
“La vida se me ha aparecido siempre como una planta que vive de su rizoma. Su vida propia no es perceptible, se esconde en el rizoma. Lo que es visible sobre la tierra dura sólo un verano. Luego se marchita. Es un fenómeno efímero. Si se medita el infinito devenir y perecer de la vida y de las culturas se recibe la impresión de la nada absoluta; pero yo no he perdido nunca el sentimiento de algo que vive y permanece bajo el eterno cambio. Lo que se ve es la flor, y ésta perece. El rizoma permanece. C. G. Jung. Recuerdos sueños, pensamientos.
La humanidad va archivando en ese enorme banco de datos inconscientes todas las vivencias que la han marcado, especialmente las vivencias que quedan inconclusas, impunes, las que marcaron una tragedia que nadie ha hecho aflorar a la memoria consciente de la colectividad para redimirla, para explicarla.
Emilio Vivar: Ladrillos rotos (Edciones Carena)
Esta es justamente la labor de los artistas, especialmente la de los escritores: acceder a esa gran memoria atemporal, que permanece suspendida oscureciendo el devenir de la sociedad, ensombreciéndolo con los fantasmas surgidos del lodo de lo insepulto. Y esto es exactamente lo que hace Emilio Vivar en sus dos últimas novelas: Los anónimos de la guerra de Cuba y Ladrillos rotos, ambas editadas por Carena. En la primera, Emilio Vivar hurga en las heridas de una guerra propiciada, como siempre por los de arriba y padecida, como no podía ser de otra forma, por los de abajo. Los métodos de involucrar a los pobres en la aventura suicida, los discursos de obispos y generales ponen la carne de gallina, sobre el cinismo desacomplejado con el que argumentaban. Emilio cuenta que al final de una manifestación a favor de la guerra, unos cuantos militares fueron a alistar voluntarios y no encontraron ninguno ni entre los promotores, ni entre los miles de asistentes.
Ladrillos rotos cuenta la desigual suerte de dos gemelos, hijos de una pareja de republicanos fusilados que va perdiendo la identidad entre orfanato y adopción. Una manera de extirpar “el virus” político de los padres es degradando la identidad de los hijos, cortando lazos afectivos entre hermanos y familiares, adscribiéndoles unos orígenes degradantes como manera de devaluar la autoestima, fomentar la culpabilidad y la disposición al servilismo, como compensación.
Lejos de la novela de tesis, Emilio Vivar deja que sus propios personajes se abran paso en el claroscuro de la vida, aunque sí se trata, como toda buena literatura, de hacer aflorar la mal llamada memoria histórica, porque en realidad toda memoria es histórica. Es memoria porque permanece en nosotros, y permanece por tratarse de una asignatura pendiente, no resuelta, actual. Los recuerdos surgen precisamente como medicamentos indagatorios que responden a una necesidad del presente, sea afectiva, sea de estrategia laboral.
Emilio Vivar: Los anónimos de la guerra de Cuba (Ediciones Carena)
El problema de la memoria, es el de la identidad humana. Vital a la hora de concebir nuestra civilización y de proyectarnos en el futuro pues excede los conflictos sociales y se pierden en la noche de los mitos dolorosos como el de la presunta corrupción de nuestra madre Eva, que, hipotéticamente, lastró nuestra historia. Indagar en las heridas, aplicar el bisturí a las zonas más infectas de nuestra conciencia colectiva, nunca es baladí.
Pero Ladrillos rotos es todo un mundo en el que la amistad, la búsqueda de salidas, los impulsos suicidas, el peso de la herencia común, van formando un micromundo que, aparentando transportarte al pasado, te arrastra al planteamiento de inquietudes no resueltas. Al fin y al cabo, la guerra civil es una metáfora del cotidiano acontecer, una excusa para plantear más desnudos, más a flor de piel, los problemas de valores humanos, de relación, de actitud ante la muerte.
Honesta, profunda, serena, exenta de maniqueísmos, la novela se parece mucho al alma de su autor, Emilio Vivar, un escritor profundo que ha preferido mantenerse al margen de la vorágine, de las modas, de las ambiciones, tal vez por eso su literatura resulte tan auténtica, tan actual.
Casi un año después de su publicación “Ladrillos rotos” se presentó en Blanes, la tierra que lo vio nacer. Una novela lúcida, poliédrica, muy bien escrita y con varias heridas que sangran a través de sus páginas cada vez que la abres.