Aunque
se han dado a conocer algunas ideas de la nueva política, como la formación de
una gendarmería nacional y de policías estatales o la creación de una
subsecretaría para la prevención, aún no se conoce un programa completo y
consistente sobre esta materia tan delicada. Lo que sí está claro es que
Peña
Nieto ha trazado nuevas coordenadas para gobernar y lo
central, a mi juicio, es que en vez de desechar las propuestas de las
oposiciones, hizo un programa de gobierno que incluye las grandes propuestas
propias y las de sus adversarios, en parte porque son acciones indispensables y
urgentes, en las que casi todos estamos de acuerdo, y en parte, porque supone
que una especie de coalición de gobierno llamada Pacto por México asegura un piso de
viabilidad, como en efecto ha ocurrido hasta ahora. El grueso de la clase
política y de la población parecen apoyar las tres grandes reformas que ha
emprendido el gobierno –educación, amparo y telecomunicaciones– y si no se
pierde el rumbo o no cambia drásticamente la correlación de fuerzas dentro de
los partidos, es probable que se logren los consensos para dos grandes reformas
pendientes: energía y hacienda pública.
Al
impulsar las reformas constitucionales en materia educativa, el presidente
avanza en una demanda que de tiempo atrás propusieran los panistas (no los
gobiernos, que no se atrevieron a hacer nada al respecto) y sus aliados, como Mexicanos Primero, que han construido
toda una narrativa sobre la calidad de la educación. Con la reforma a la Ley de
Amparo, se eliminó la argucia legal de los monopolios que explotan las
concesiones del Estado y la reforma a las telecomunicaciones recoge y da
coherencia a lo esencial de las demandas de López
Obrador y organizaciones de la sociedad que le son afines.
Con ello, por cierto, se quedaron sin bandera el movimiento “Yo soy
132”, aferrado al prejuicio de que Peña Nieto era frívolo
e ignorante y había sido llevado a la Presidencia de la República para ampliar
los privilegios de Televisa en contubernio con el Grupo
Atlacomulco.
No
quisieron leer la realidad. Aun antes de ser candidato presidencial, Peña Nieto
había trazado las líneas generales de lo que sería su gobierno en caso de llegar
a la Presidencia de la República, como se puede apreciar en sus discursos al
término de cada ronda de las tres docenas de conferencias magistrales con que
los tres poderes de esa entidad celebraron el Bicentenario de la Independencia y
el Centenario de la Revolución, y que aparecen reseñadas en un libro al que puse
el título Compromiso por México y que
prologó el gobernador Peña.
En
esos discursos, abordó los temas de las reformas que ha promovido y las que ha
prometido. En la ceremonia posterior a su toma de posesión planteó esas ideas
integradas en un programa político coherente y que, el 1 de diciembre pasado,
parecía muy ambicioso. Pero 24 horas después, cuando sale a la luz el Pacto por México, los mismos temas
tienen un desarrollo más puntual, incluyen compromisos y fechas y se perciben
más viables.
Las
fracciones del PAN y el PRD opuestas a los actuales dirigentes no han podido
argumentar más que sus líderes formales están fortaleciendo al presidente y al
PRI, y tal vez intenten modificar algunos detalles de la reforma a las
telecomunicaciones, pero en ningún caso han hecho un cuestionamiento sólido a
ninguna de las reformas contenidas en el Pacto. López Obrador se ha eclipsado
porque el “mal gobierno” está lejos de ser como él esperaba y contra el cual se
había preparado.
Claro
que Peña Nieto no es el hombre providencial que todo lo puede resolver, y sus
partidarios en los medios y en la política le harían un gran daño a él y al país
si logran cegarlo con el humo de la adulación. Peña simplemente es un político
con mucho mayor talento del que sus adversarios admitieron (eso contribuyó a que
los derrotara) y, hasta donde hoy parece, su pragmatismo lo lleva a apropiarse
de las banderas que considera indispensables y urgentes para el país, quien
quiera sea su autor, incluido López Obrador, que se está quedando sin enemigo
creíble.
El
presidente y su gobierno le han devuelto el sentido a la política y el PRI
debería ir aún más lejos, no sólo por congruencia, sino porque para subsistir en
el siglo XXI, debe ganar
vida y dinámica propias yendo más lejos que las propuestas y
acciones del gobierno, y no a la zaga de ellas.