Retrato de Simón Bolívar en 1812 (fuente: wikipedia)

Retrato de Simón Bolívar en 1812 (fuente: wikipedia)



Napoleón Campos es especialista en temas internacionales

Napoleón Campos es especialista en temas internacionales

Ricardo Martinelli

Ricardo Martinelli

Manabendra Nath Roy en los años 30 (fuente: wikipedia)

Manabendra Nath Roy en los años 30 (fuente: wikipedia)

Francisco Madero (foto wikipedia)

Francisco Madero (foto wikipedia)

Jorge Abelardo Ramos en 1973 (foto de Julio Fernández Baraibar, wikipedia)

Jorge Abelardo Ramos en 1973 (foto de Julio Fernández Baraibar, wikipedia)

Hugo Chávez en enero de 2006 (foto José Cruz / ABr, wikipedia)

Hugo Chávez en enero de 2006 (foto José Cruz / ABr, wikipedia)

Manuel Zelaya en agosto de 2007 (foto Ricardo Stuckert / PR, wikipedia)

Manuel Zelaya en agosto de 2007 (foto Ricardo Stuckert / PR, wikipedia)

Mauricio Funes en mayo de 2008 (foto de Wilson Dias / Abr, wikipedia)

Mauricio Funes en mayo de 2008 (foto de Wilson Dias / Abr, wikipedia)

José Carlos Mariátegui en 1928 (foto de José Malanca, wikipedia)

José Carlos Mariátegui en 1928 (foto de José Malanca, wikipedia)

Ubicación de los misiles en Cuba durante la crisis en 1962

Ubicación de los misiles en Cuba durante la crisis en 1962


Tribuna/Tribuna internacional
Sobre péndulos en América Latina
Por Napoleón Campos, martes, 5 de enero de 2010
El pensamiento político ha recurrido a figuras de las matemáticas, de la física, de la astronomía, incluso ha transferido de éstas conceptos para imprimirle dentro de su ámbito una definición operacional propia. Confucio, un hombre de la China del Siglo VI A. C., nos legó este discernimiento: “Gobernar con virtud es como la Estrella Polar en su sitio, alrededor de la cual todas las demás estrellas giran, en homenaje” (Lun Yü, Capítulo 2, Verso 1).
La tesis doctoral de Karl Marx, Diferencias entre la filosofía natural de Demócrito y la filosofía natural de Epicuro, fue una genialidad para un joven de 23 años pero no menos para las ciencias académicas de entonces, cuando en Europa estaba en boga la profundización en la investigación sobre el átomo. La tesis, curiosamente, le fue aprobada in absentia, en la pequeña Universidad de Jena. No olvidemos que gracias al lombardo Alessandro Volta, quien en 1800 desarrolló la pila eléctrica, los químicos tuvieron una fuente continua de electricidad y se descubrieron muchos nuevos elementos. En este decurso de investigaciones e ideas, el británico John Dalton expuso en 1808 la teoría atómica en la que se basa la ciencia física moderna. El interés filosófico y político de Marx en 1841, por supuesto, era otro. A su juicio, la tierra de por medio entre los dos griegos era la siguiente: para Demócrito, se trata tan sólo de constatar la existencia material del átomo, para Epicuro no basta la existencia, indaga también la esencia. Mientras Demócrito apuntaló su hipótesis sobre la experiencia, Epicuro lo hizo sobre un principio dinámico. Una contradicción entre el átomo como fenómeno y el átomo como esencia. Hegel había criticado el materialismo de Epicuro, le reprochó su ateísmo consecuente. Marx lo pasó a alabar: Epicuro fue un filósofo pero igualmente un hombre político que se levantó contra la religión y los prejuicios de su tiempo.

Desde hace varios años, quienes caminamos por las avenidas de América Latina, escuchamos el símbolo de “el péndulo”. Como nos dice cualquier diccionario de la lengua castellana, es un “cuerpo sólido que, desde una posición de equilibrio determinada por un punto fijo del que está suspendido situado por encima de su centro de gravedad, puede oscilar libremente, primero hacia un lado y luego hacia el contrario”; por ejemplo, el péndulo de un reloj. En su discurso de toma de posesión el 1° de julio pasado, el presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, dijo: “Panamá tiene que mantenerse como un líder de libertad y justicia, no solo aquí en nuestra casa, sino en nuestra región y nuestro continente…Como Presidente, haré todo lo que esté a mi alcance para avanzar los ideales de una economía libre, desafiando el péndulo ideológico distinto que hay en Latinoamérica”.

Mi tesis es que a medida que la corriente “bolivarismo (Siglo XIX) - revolución (Siglo XX) - chavismo (Siglo XXI)” se radicalice y sobretodo que el chavismo se convierta en su dimensión dominante, el péndulo que desde el fin de la Guerra Fría y las dictaduras ha venido moviéndose hacia la izquierda, va a tender a moverse hacia el centro y la derecha

¿Qué ha llevado a hablar de “péndulo” en la región y dentro de no pocos países? ¿Cuál es su sentido fundamental? El significado del movimiento pendular quedó, a mi gusto, retratado a cabalidad cuando el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, invitó a su homólogo mexicano, Felipe Calderón, a convertirse al socialismo porque, dijo Correa, “ser de derecha ya pasó de moda en América Latina,” (México D. F., 11 de abril de 2008). Los desarrollos políticos de 2009 parecieran darle la razón a Correa: el triunfo presidencial del FMLN en El Salvador, la propia reelección de Correa merced al cambio de Carta Magna, la reelección de Evo Morales (también en virtud de una nueva Constitución), y la elección del exguerrillero tupamaro José Mújica (dándole continuidad al gobierno del Frente Amplio). Sin embargo, lo asentado sobre Martinelli, y aún y cuando no ganara Sebastián Piñera el 17 de enero venidero (sin embargo, nada sugiere que no se agencie el triunfo en segunda vuelta), más bien complican la discusión no sobre hacia donde ha estado moviéndose el péndulo sino sobre si ya está girando en dirección contraria. Sin duda, el fin de la transición post-Pinochet constituye un giro dentro del proceso político chileno, capaz de reconfigurar la política latinoamericana y hemisférica, sin que la construcción democrática, en lo formal y en lo sustantivo, detenga su marcha.

Mi tesis es que a medida que la corriente “bolivarismo (Siglo XIX) - revolución (Siglo XX) - chavismo (Siglo XXI)” se radicalice y sobretodo que el chavismo se convierta en su dimensión dominante, el péndulo que desde el fin de la Guerra Fría y las dictaduras ha venido moviéndose hacia la izquierda, va a tender a moverse hacia el centro y la derecha. Bajo esta tesis, la crisis en Honduras constituye el caso inicial y paradigmático de esta dinámica. Vamos por partes.

Los “primeros gritos” independentistas, desde América del Sur hasta México, cuyos bicentenarios están en curso, tuvieron como antecedente la separación de 13 colonias británicas en América del Norte, y la independencia de la porción francesa en La Española. El fracaso del Congreso Anfictiónico en Panamá en 1826 al que invitó Simón Bolívar ya en su calidad de gobernante de Perú, no desmerece del ideal grabado por la pluma del Libertador:

“El día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se fijará en la historia diplomática de América una época inmortal. Cuando después de cien siglos, la posteridad busque el origen de nuestro derecho público y recuerden los pactos que consolidaron su destino, registrarán con respeto los protocolos del Istmo. En él encontrarán el plan de nuestras primeras alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones con el universo…”

Con las “Tesis sobre la Cuestión Nacional y Colonial” que redactaron Lenin y Roy se abrió formalmente la revolución comunista a los no europeos. Sin embargo, como ya dijimos, la visión de la Internacional era en esencia euro-céntrica. Desde Moscú era difícil entender la evolución histórica de Asia, y de las sociedades agrarias y mayoritariamente indígenas de América Latina

Bolívar ha sido asunto de diálogo público y en algunos momentos de debate intenso y serio, según el país que se considere, amén de cientos de libros, revistas y tesis de grado y post-grado universitarias. En algunos ejércitos suramericanos, el pensamiento de Bolívar fue elevado a credo y doctrina. Surgieron, con el tiempo, en la sociedad civil, círculos y ligas bolivarianas, con el objetivo de mantener viva la utopía de unidad e integración latinoamericana, a pesar de las propias palabras de frustración y decepción del Libertador previo a su muerte en 1830. De gran profusión ha sido su carta del 9 de noviembre de ese año al General Juan José Flores secesionista de Colombia luego primer jefe supremo de Ecuador:

“Usted sabe que yo he mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que unos pocos resultados ciertos: 1°, la América es ingobernable para nosotros; 2°, el que sirve una revolución ara en el mar; 3°, la única cosa que se puede hacer en América es emigrar; 4°, este país acabará infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos colores y razas; 5°, devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; 6°, si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América”

La vertiente de la revolución nos empuja cien años. La evolución de la América Latina post-Bolívar fue, en términos generales, asunto de caudillos “conservadores” y “liberales”, aunque en no pocas naciones y episodios la apetencia de unos y otros era difícil de diferenciar. El resultado fue la entronización de férreas dictaduras en lugar de sociedades democráticas y abiertas. México maximizó esta realidad en cantidad y calidad. Porfirio Díaz, uno de los héroes en la “Batalla de Puebla” de 1862 y de la expulsión francesa, se entronizó como dictador desde 1876 hasta 1911. La bandera que derribó al dictador, levantada por Francisco Madero, sigue aún vigente: “Sufragio efectivo, no reelección”. Fue precisamente esta turbulencia la que sacó de su “euro-centrismo” al movimiento comunista internacional, mientras a efectos prácticos e inmediatos los insurgentes cerraron las compuertas a todo gobernante perpetuo.

La Revolución Mexicana, que dejó más de dos millones de muertos (Emiliano Zapata fue asesinado en 1919, Pancho Villa en 1923), representó la mayor sangría humana en América Latina y ya no se diga para una nación entonces de 19 millones de habitantes. El México revolucionario fue el primero del hemisferio en establecer nexos con Moscú en 1924, contraviniendo la “Doctrina Wilson” del “no-reconocimiento” a gobiernos de facto (aún y cuando se declararan amigos de Washington), y menos en este caso de la Rusia post-zarista pues Woodrow Wilson mantuvo marines en Vladivostok entre 1918 y 1922. Esta presencia de marines, en juego con otros factores de la época, políticos, militares e ideológicos, configuró el “anti-imperialismo” que no se alteró desde Moscú tras las alianzas con Occidente para enfrentar a las potencias del “Eje” durante la Segunda Guerra Mundial. Así pues, fundada la URSS en 1922, el establecimiento de relaciones diplomáticas fue el resultado de la audacia de Lenin al enviar en 1919 a México a uno de sus principales colaboradores, Mijail Borodin, un ruso exiliado de origen judío, que llegó a vivir en Chicago y adquirió la nacionalidad estadounidense.

La única dimensión que se entronizó entre los primeros comunistas latinoamericanos fue la vocación “anti-imperialista” y no sin razón ante las últimas acometidas de las potencias europeas en el hemisferio americano, la prolongación del colonialismo en la Cuenca del Caribe, y el emergente intervencionismo de los Estados Unidos

Borodin llegó a tiempo de apadrinar, en nombre de la Internacional, la fundación del Partido Comunista Mexicano (PCM). De hecho, el PCM fue convertido, por los camaradas de Borodin venidos de Estados Unidos, en un cártel internacional. Entre sus primeros activistas apareció un indio, Manabendra Nath Roy (1887-1954), quien se había insurreccionado en Bengala contra la presencia británica en 1915. Después de la Segunda Guerra Mundial, Roy escribirá importantes obras criticando el terror de Stalin y anticipando el fracaso de la URSS como modelo a seguir (“Mas allá del Marxismo”, “Nuevo Humanismo”). Con estos valores agregados, el PCM se convirtió en la práctica en el primer buró latinoamericano de la Internacional.

En el curso de los años veinte, la Internacional proclamó su apoyo a la lucha anti-colonialista, y llamó a instaurar “repúblicas nativas independientes” entre la raza negra estadounidense y Sudáfrica. Esto gracias a las “Tesis sobre la Cuestión Nacional y Colonial” que redactaron Lenin y Roy, quien viajó a un congreso de la Internacional como delegado del PCM. Roy no retornaría a México, luego de este congreso. Con esas tesis se abrió formalmente la revolución comunista a los no europeos. Sin embargo, como ya dijimos, la visión de la Internacional era en esencia euro-céntrica. Desde Moscú era difícil entender la evolución histórica de Asia, y de las sociedades agrarias y mayoritariamente indígenas de América Latina. Por ello, fueron objeto de atención las naciones con segmentos europeizados y urbanizados, con un perceptible movimiento sindical, como Argentina, México, Chile y Colombia.

América Latina fue oficialmente enfocada hasta el congreso de 1928. Nikolai Bukharin, presidente del congreso (más conocido por ser autor del célebre manual El ABC del Comunismo y jefe editor de Pravda), afirmó en su discurso inaugural que América Latina “por vez primera había entrado a la órbita de influencia de la Internacional Comunista” (Bukharin sería purgado por Stalin en 1929, y ejecutado diez años después). Sin embargo, el encuentro del comunismo con América Latina no fue armónico, no fue “miel sobre hojuelas”, aún en el debate entre los contados intelectuales. La única dimensión que se entronizó entre los primeros comunistas latinoamericanos fue la vocación “anti-imperialista” y no sin razón ante las últimas acometidas de las potencias europeas en el hemisferio americano, la prolongación del colonialismo en la Cuenca del Caribe, y el emergente intervencionismo de los Estados Unidos después de su victoria militar sobre España en 1898 y la subrogación en 1901 del Tratado Clayton-Bulwer con Gran Bretaña que le allanó el camino para azuzar la secesión de Panamá de Colombia, y proceder a la construcción del canal interoceánico.

El peruano José Carlos Mariátegui encarnó la singularidad de los primeros comunistas latinoamericanos. La dejó plasmada en su obra Siete ensayos e interpretación de la realidad peruana de cara a la realidad indígena y agraria de entonces. Muy recordada es su frase expresada ante aquellos que hicieron sinónimo de “bolchevique” a extranjero: “Muy bolcheviques y muy peruanos. Pero más peruanos que bolcheviques”. Mariátegui venía de un hogar mestizo, humilde, de las afueras de Lima, donde nació en 1894. Siendo adolescente, y buscando apoyar económicamente a su familia, trabajó en un periódico y así conoció su vocación por las letras y el ensayo. Fue fundador del partido socialista peruano en 1928. Fue un reconocido defensor de los derechos de los pueblos originarios. Su pensamiento fue sencillo: si de hablar de socialismo se trata en el Perú, debe primero el socialismo partir de la solidaridad y de los intereses reales del 80 % de la población peruana que era entonces indígena.

Jorge Abelardo Ramos compendió, a finales de los sesenta, la preocupación y a la vez la creencia de no pocos en la región sobre la puesta al día del “bolivarismo” y su engranaje con el legado de Marx y la revolución que irradiaba desde La Habana. La Historia de la Nación Latinoamericana constituyó el mejor y mayor esfuerzo de Ramos por fundamentar una eventual articulación. Ramos adopta el término de “marxismo bolivariano”

Victor Codovilla, líder del buró suramericano de la Internacional, le encargó a Mariátegui la preparación de un documento para el primer congreso latinoamericano comunista que se celebró en Buenos Aires en junio de 1929, el primero y el único en la historia. Codovilla era un inmigrante italiano que en 1912 había arribado a Argentina, habiéndose integrado al partido socialista. En 1926 fundó el buró suramericano, lo que lo convirtió en el enlace de América del Sur con Moscú. Codovilla venía entusiasmado con el congreso de la Internacional de 1928. La visión de Mariátegui en términos de la Internacional y más específicamente de la propuesta de fundar naciones indias, simplemente no calzó como Codovilla esperaba. Mariátegui no fue al evento de Buenos Aires, pero su ensayo principal El Problema de la Raza en América Latina fue leído y aclamado pues destacó el potencial revolucionario de los pueblos indios. Sin embargo, para Mariátegui era no sólo inviable sino innecesaria la secesión de los indios para formar naciones propias (la tesis principal de la Internacional), que de hecho existieron con anterioridad a la colonia y que de propugnarlo implicaría desdibujar la realidad pos-colonial misma pues los tradicionales pueblos quechuas y aymaras, decía Mariátegui, estaban diseminados en varios países. Más bien, pensó Mariátegui, las naciones latinoamericanas debieran poner en el centro de su desarrollo político, económico, y cultural, a las mayorías indígenas. La pobreza y marginalización indígena en América Latina, subrayó Mariátegui, era un problema de clase social.

La historia americana nos deja un único país donde gobierna un único partido comunista: Cuba. Pero, como sabemos, la insurgencia que llevó al poder al Partido Comunista de Cuba fue anti-dictatorial, como igualmente se registra en el resto de la región, aún en Costa Rica, la “suiza centroamericana”, donde una guerra civil de 44 días en 1948 sentó las bases de una democracia estable y duradera. El avance democrático fue desigual. Los vecinos ticos en la Cuenca del Caribe verían la instauración de la democracia por vez primera hasta cuatro décadas después, mientras en América del Sur se producía un “retorno a la democracia”, en un contexto de reconfiguración de las relaciones de la región con Washington tras la caída del Muro de Berlín. La soledad de un partido comunista en Cuba –que peligrosamente aceptó desplegar misiles soviéticos en 1962, apuntando a Estados Unidos pero su perímetro de impacto comprendía a México, Colombia, Venezuela, todas las Antillas y Centroamérica- no desdice del inmenso influjo transformador de las guerrillas, los gremios y ligas campesinas, los sindicatos obreros, y de los frentes civilistas liderados por intelectuales y profesionales de las capas medias, sea que se hable de social-demócratas, demócrata-cristianos, cristianos de izquierda, maoístas, nacionalistas, militares de izquierda y populistas, bolivarianos y “cheguevaristas”.

En este punto, el pensador argentino Jorge Abelardo Ramos compendió, a finales de los años sesenta, la preocupación y a la vez la creencia de no pocos en la región sobre la puesta al día del “bolivarismo” y su engranaje con el legado de Marx y la revolución que irradiaba desde La Habana. La Historia de la Nación Latinoamericana constituyó el mejor y mayor esfuerzo de Ramos por fundamentar una eventual articulación. Ramos adopta el término de “marxismo bolivariano” para delinear el presente y el futuro de la revolución latinoamericana, en los siguientes términos:

“Este proceso deberá combinar todas las formas de la lucha. La actividad política no podrá sustituirse a la lucha armada, ni ésta a aquélla, ni la lucha legal a la ilegal, ni viceversa, pues todas ellas forman parte de un proceso único integrado por tácticas modificables y reemplazables. La importancia de cada una de ellas está condicionada por la relación de las fuerzas en presencia y por las particularidades de cada región latinoamericana. Ninguna de esas tácticas puede ser elevada a principio conductor; pero un hecho está confiado por toda la experiencia histórica: no hay camino pacifico para la revolución. Ni siquiera para obtener el voto universal y secreto… En consecuencia, la acción sindical, tanto como la guerrilla, la lucha parlamentaria, la insurrección armada o la propaganda ideológica, son fases de una misma estrategia cuyo corolario no puede ser otro que la formación de los Estados Unidos socialistas de América Latina”

El péndulo  ha comenzado a reorientarse este 2009. Dada la especificidad de Honduras (donde no hubo guerra civil en el pasado reciente, existe una larga tradición bipartidista, y su transición de la dictadura a gobiernos civiles se produjo bajo la tutela directa de Estados Unidos), pero sobretodo dada la forma seleccionada por el entonces presidente Zelaya para seguir la estela de Chávez, pareciera que es allí donde el giro puede apreciarse con más claridad

Los sucesos en Venezuela, desde hace década y media, han dado lugar al “chavismo”, una corriente política criolla que desde la figura de Hugo Chávez, un militar golpista, asegura haber acrisolado “bolivarismo” y “revolución” (y por consiguiente, “anti-imperialismo”). No es una tercera revolución, diferenciándola de la primera revolución de independencia colonial y la segunda revolución anti-dictatorial, pro-democrática, que tuvo como telón de fondo la Guerra Fría y la existencia de un bloque comunista en todo el planeta, en cada continente. Su particularidad o excepcionalidad es que la agitación tiene como plataforma el control personal de Chávez sobre el comercio exterior a gran escala de combustibles fósiles y sus derivados, y el financiamiento, gracias a los dividendos y a una deuda petrolera cuyo pago se difiere, de gobernantes de turno, partidos políticos oficialistas y en la oposición (algunos exguerrillas de los años setentas y ochentas), movimientos sociales, y personajes con algún grado de incidencia en la opinión pública, en casi todos los países de América Latina. El establecimiento de lealtades al “chavismo” no es lo nuevo de esta corriente, si no su apuesta y el compromiso por un horizonte al que han dado en llamar la Alternativa Bolivariana para las Américas, ALBA, el “Socialismo del Siglo XXI” y, en fecha reciente, la “Quinta Internacional”. Un horizonte atado indisolublemente al liderazgo de Chávez y a un financiamiento interminable, a pesar que los precios en el mercado del crudo se mantienen hacia los 70 dólares el barril, la mitad del pico alcanzado hace un par de años. Un filtro central de la corriente es partir de los preceptos constitucionales vigentes, bajo estas normas triunfar en las urnas para alcanzar el Ejecutivo para luego movilizar al electorado en torno a la promulgación de nuevas cartas magnas e insertar en ellas la reelección perpetua, precisamente la que combatieron a punta de fusil y machetes los insurgentes mexicanos.

Este ha sido el sentido reciente del péndulo, y el cual ha comenzado a reorientarse este 2009. Dada la especificidad de Honduras (donde no hubo guerra civil en el pasado reciente, existe una larga tradición bipartidista, y su transición de la dictadura a gobiernos civiles se produjo bajo la tutela directa de Estados Unidos), pero sobretodo dada la forma seleccionada por el entonces presidente Manuel Zelaya para seguir la estela de Chávez, pareciera que es allí donde el giro puede apreciarse con más claridad. Zelaya sorprendió cuando al asistir el 19 de julio de 2008 a Managua a la decimonovena conmemoración del derrocamiento del dictador Anastasio Somoza tras el regreso al poder del Sandinismo de Daniel Ortega, le confiara en secreto a Chávez el ingreso de Honduras a ALBA. Chávez se desbordó, no pudo controlarse y lo manifestó inmediatamente a los medios: “el presidente Zelaya ha dicho que tiene intenciones, tiene la voluntad de incorporarse…es verdaderamente importante, es un espacio geopolíticamente nuevo, porque como sabemos, el mundo va cambiando, lo que se va dibujando en el horizonte mundial es un mundo multipolar”. Hubo prisa y galope. Un mes después, Chávez arribaba a Tegucigalpa para atestiguar la adhesión de Zelaya a la ALBA.

De entrada, la decisión de Zelaya había sido criticada en la opinión pública, y aún por sectores importantes del propio Partido Liberal del mandatario hondureño. La crítica era por lo súbito de la decisión a la vez que por la falta de debate sobre las ventajas y desventajas de la misma en todos los pilares del esquema-ALBA. Zelaya no retrocedió y el 26 de agosto, luego de firmar el acta de adhesión, expresó en su discurso: “Honduras y el pueblo hondureño no tienen que pedirle permiso a ningún imperialismo para suscribir la ALBA”, y agradeció a Chávez por “abrir este espacio de libertad”. A renglón seguido, Chávez replicó: “hondureño que se oponga al ingreso de Honduras a ALBA es un vende-patria o un ignorante”. Roberto Micheletti, entonces presidente del congreso, reaccionó a esos términos: “es un irrespeto que se nos insulte en nuestra patria y a otras naciones amigas como Estados Unidos”, no obstante Micheletti no pudo impedir que una mayoría liberal de diputados, es decir, de sus propios miembros de partido, ratificará la adhesión.

Los aliados nacionales de Zelaya trataron de matizar o explicar las palabras de Chávez. “Venía como agredido…está herido con ese sector oligárquico, poderoso de este país, que lo ha atacado terriblemente”, afirmó Rafael Alegría, dirigente campesino. Alegría fue uno de los más sobresalientes impulsores de la consulta para la asamblea constituyente, completamente fuera de la ley, que derivó en la destitución de Zelaya ejecutada por los otros órganos del Estado hondureño y las Fuerzas Armadas. Alegría es el prototipo del líder civil que ha recorrido beligerante todas las fases de la Honduras post-Zelaya: reclamó su restitución, boicoteó las elecciones, ha condenado los comicios a pesar de su masiva y transparente participación, y ha adelantado que con el mandatario electo, Pepe Lobo, sólo tiene un asunto que hablar y negociar: la convocatoria a la constituyente.

El trámite de ley para la denuncia de los acuerdos sobre la adhesión a la ALBA ya fue enviado por Micheletti al congreso hondureño. La decisión parlamentaria es inminente pues la nueva legislatura iniciará el 25 de enero. Dos días después será investido el nuevo presidente quien ya como electo está convocando a sus adversarios políticos a la unidad y la reconciliación. Horas más, horas menos, Honduras ya es una página pasada en la breve historia de la ALBA. En el vecino El Salvador, mientras el presidente Mauricio Funes ha garantizado que no camina su gobierno hacia la ALBA, su partido, el FMLN, ha suscrito todas las propuestas de Chávez y las ha ratificado en su congreso ordinario realizado en diciembre de 2009, por lo que este álgido asunto se mantendrá en “el filo de la navaja” a lo largo de los 4 años y medio de mandato que le restan a Funes. El regreso de la oposición multicolor venezolana a la Asamblea Nacional y el relevo de Lula y el PT en el 2010, y una eventual salida del poder de los Kirchner y de Daniel Ortega el 2011, nos indicarán si el péndulo en verdad giró.

Cuba está en bancarrota. No hay cifras disponibles, pero flota en el ambiente la creencia –aún dentro de Cuba- que el petróleo venezolano y otras formas de ayuda, oficiales y secretas, dentro y fuera de la ALBA, han frenado o han hecho menos trágica la catástrofe. De hecho, el mejor barómetro es el propio Fidel Castro quien a pocos minutos del referéndum del 15 de febrero, donde Chávez logró introducir la reelección perpetua, escribió: “Nuestro futuro es inseparable de lo que ocurra el próximo domingo cuando se inicie el día de la aprobación de la Enmienda Constitucional. No existe otra alternativa que la victoria”. Queda para los historiadores examinar si algo tan vital y dramático fue expresado por Fidel en aquellas décadas de cordón umbilical de la URSS. Contradictoriamente, las cosas tampoco marchan bien en Venezuela. La inflación de dos dígitos, la más alta de la región, acumula un año más mientras la economía decrece más del 2%, dejando atrás el boom petrolero de 2007 cuando creció por encima del 8%, y el 2008 casi 5%. Comprimido el “bolivarismo” y “el comunismo” en estos tres siglos, inexistentes los “Estados Unidos socialistas de América Latina” en los que soñó Ramos, restará por ver el reloj de vida del “chavismo”, aunque el personaje no se mira a sí mismo efímero, caduco, ni de lejos: “Yo estoy listo, si ustedes así lo mandan, para comandar el tercer período de la revolución bolivariana desde el 2009 hasta el 2019” (Caracas, 2 de febrero de 2009).