La tesis doctoral de Karl Marx,
Diferencias
entre la filosofía natural de Demócrito y la filosofía natural de
Epicuro, fue una genialidad para un joven de 23
años pero no menos para las ciencias académicas de entonces, cuando en Europa
estaba en boga la profundización en la investigación sobre el átomo. La tesis,
curiosamente, le fue aprobada
in absentia, en la pequeña Universidad de
Jena. No olvidemos que gracias al lombardo Alessandro Volta, quien en 1800
desarrolló la pila eléctrica, los químicos tuvieron una fuente continua de
electricidad y se descubrieron muchos nuevos elementos. En este decurso de
investigaciones e ideas, el británico John Dalton expuso en 1808 la teoría
atómica en la que se basa la ciencia física moderna. El interés filosófico y
político de Marx en 1841, por supuesto, era otro. A su juicio, la tierra de por
medio entre los dos griegos era la siguiente: para Demócrito, se trata tan sólo
de constatar la existencia material del átomo, para Epicuro no basta la
existencia, indaga también la esencia. Mientras Demócrito apuntaló su hipótesis
sobre la experiencia, Epicuro lo hizo sobre un principio dinámico. Una
contradicción entre el átomo como fenómeno y el átomo como esencia. Hegel había
criticado el materialismo de Epicuro, le reprochó su ateísmo consecuente. Marx
lo pasó a alabar: Epicuro fue un filósofo pero igualmente un hombre político que
se levantó contra la religión y los prejuicios de su tiempo.
Desde hace
varios años, quienes caminamos por las avenidas de América Latina, escuchamos el
símbolo de “el péndulo”. Como nos dice cualquier diccionario de la lengua
castellana, es un “cuerpo sólido que, desde una posición de equilibrio
determinada por un punto fijo del que está suspendido situado por encima de su
centro de gravedad, puede oscilar libremente, primero hacia un lado y luego
hacia el contrario”; por ejemplo, el péndulo de un reloj. En su discurso de toma
de posesión el 1° de julio pasado, el
presidente de
Panamá, Ricardo Martinelli, dijo: “Panamá tiene que
mantenerse como un líder de libertad y justicia, no solo aquí en nuestra casa,
sino en nuestra región y nuestro continente…Como Presidente, haré todo lo que
esté a mi alcance para avanzar los ideales de una economía libre, desafiando el
péndulo ideológico distinto que hay en Latinoamérica”.
Mi tesis es que a medida que la
corriente “bolivarismo (Siglo XIX) - revolución (Siglo XX) - chavismo (Siglo
XXI)” se radicalice y sobretodo que el chavismo se convierta en su dimensión
dominante, el péndulo que desde el fin de la Guerra Fría y las dictaduras ha
venido moviéndose hacia la izquierda, va a tender a moverse hacia el centro y la
derecha
¿Qué ha llevado a hablar de “péndulo”
en la región y dentro de no pocos países? ¿Cuál es su sentido fundamental? El
significado del movimiento pendular quedó, a mi gusto, retratado a cabalidad
cuando el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, invitó a su homólogo mexicano,
Felipe Calderón, a convertirse al socialismo porque, dijo Correa, “ser de
derecha ya pasó de moda en América Latina,” (México D. F., 11 de abril de 2008).
Los desarrollos políticos de 2009 parecieran darle la razón a Correa: el
triunfo
presidencial del FMLN en El Salvador, la propia reelección
de Correa merced al cambio de Carta Magna, la reelección de Evo Morales (también
en virtud de una nueva Constitución), y la elección del exguerrillero tupamaro
José Mújica (dándole continuidad al gobierno del Frente Amplio). Sin embargo, lo
asentado sobre Martinelli, y aún y cuando no ganara Sebastián Piñera el 17 de
enero venidero (sin embargo, nada sugiere que no se agencie el triunfo en
segunda vuelta), más bien complican la discusión no sobre hacia donde ha estado
moviéndose el péndulo sino sobre si ya está girando en dirección contraria. Sin
duda, el fin de la transición post-Pinochet constituye un giro dentro del
proceso político chileno, capaz de reconfigurar la política latinoamericana y
hemisférica, sin que la construcción democrática, en lo formal y en lo
sustantivo, detenga su marcha.
Mi tesis es que a medida que la corriente
“bolivarismo (Siglo XIX) - revolución (Siglo XX) - chavismo (Siglo XXI)” se
radicalice y sobretodo que el chavismo se convierta en su dimensión dominante,
el péndulo que desde el fin de la Guerra Fría y las dictaduras ha venido
moviéndose hacia la izquierda, va a tender a moverse hacia el centro y la
derecha. Bajo esta tesis, la crisis en Honduras constituye el caso inicial y
paradigmático de esta dinámica. Vamos por partes.
Los “primeros gritos”
independentistas, desde América del Sur hasta México, cuyos bicentenarios están
en curso, tuvieron como antecedente la separación de 13 colonias británicas en
América del Norte, y la independencia de la porción francesa en La Española. El
fracaso del Congreso Anfictiónico en Panamá en 1826 al que invitó Simón Bolívar
ya en su calidad de gobernante de Perú, no desmerece del ideal grabado por la
pluma del Libertador:
“El día que nuestros plenipotenciarios
hagan el canje de sus poderes, se fijará en la historia diplomática de América
una época inmortal. Cuando después de cien siglos, la posteridad busque el
origen de nuestro derecho público y recuerden los pactos que consolidaron su
destino, registrarán con respeto los protocolos del Istmo. En él encontrarán el
plan de nuestras primeras alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones
con el universo…”
Con las “Tesis sobre la Cuestión
Nacional y Colonial” que redactaron Lenin y Roy se abrió formalmente la
revolución comunista a los no europeos. Sin embargo, como ya dijimos, la visión
de la Internacional era en esencia euro-céntrica. Desde Moscú era difícil
entender la evolución histórica de Asia, y de las sociedades agrarias y
mayoritariamente indígenas de América
Latina
Bolívar ha sido asunto de diálogo
público y en algunos momentos de debate intenso y serio, según el país que se
considere, amén de cientos de libros, revistas y tesis de grado y post-grado
universitarias. En algunos ejércitos suramericanos, el pensamiento de Bolívar
fue elevado a credo y doctrina. Surgieron, con el tiempo, en la sociedad civil,
círculos y ligas bolivarianas, con el objetivo de mantener viva la utopía de
unidad e integración latinoamericana, a pesar de las propias palabras de
frustración y decepción del Libertador previo a su muerte en 1830. De gran
profusión ha sido su carta del 9 de noviembre de ese año al General Juan José
Flores secesionista de Colombia luego primer jefe supremo de
Ecuador:
“Usted sabe que yo he mandado veinte años, y de
ellos no he sacado más que unos pocos resultados ciertos: 1°, la América es
ingobernable para nosotros; 2°, el que sirve una revolución ara en el mar; 3°,
la única cosa que se puede hacer en América es emigrar; 4°, este país acabará
infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a
tiranuelos casi imperceptibles de todos colores y razas; 5°, devorados por todos
los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán
conquistarnos; 6°, si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos
primitivo, éste sería el último período de la América”
La
vertiente de la revolución nos empuja cien años. La evolución de la América
Latina post-Bolívar fue, en términos generales, asunto de caudillos
“conservadores” y “liberales”, aunque en no pocas naciones y episodios la
apetencia de unos y otros era difícil de diferenciar. El resultado fue la
entronización de férreas dictaduras en lugar de sociedades democráticas y
abiertas. México maximizó esta realidad en cantidad y calidad.
Porfirio
Díaz, uno de los héroes en la “Batalla de Puebla” de 1862
y de la expulsión francesa, se entronizó como dictador desde 1876 hasta 1911. La
bandera que derribó al dictador, levantada por Francisco Madero, sigue aún
vigente: “Sufragio efectivo, no reelección”. Fue precisamente esta turbulencia
la que sacó de su “euro-centrismo” al movimiento comunista internacional,
mientras a efectos prácticos e inmediatos los insurgentes cerraron las
compuertas a todo gobernante perpetuo.
La Revolución Mexicana, que dejó
más de dos millones de muertos (Emiliano Zapata fue asesinado en 1919, Pancho
Villa en 1923), representó la mayor sangría humana en América Latina y ya no se
diga para una nación entonces de 19 millones de habitantes. El México
revolucionario fue el primero del hemisferio en establecer nexos con Moscú en
1924, contraviniendo la “Doctrina Wilson” del “no-reconocimiento” a gobiernos de
facto (aún y cuando se declararan amigos de Washington), y menos en este caso de
la Rusia post-zarista pues Woodrow Wilson mantuvo marines en Vladivostok
entre 1918 y 1922. Esta presencia de marines, en juego con otros
factores de la época, políticos, militares e ideológicos, configuró el
“anti-imperialismo” que no se alteró desde Moscú tras las alianzas con Occidente
para enfrentar a las potencias del “Eje” durante la Segunda Guerra Mundial. Así
pues, fundada la URSS en 1922, el establecimiento de relaciones diplomáticas fue
el resultado de la audacia de Lenin al enviar en 1919 a México a uno de sus
principales colaboradores, Mijail Borodin, un ruso exiliado de origen judío, que
llegó a vivir en Chicago y adquirió la nacionalidad
estadounidense.
La única dimensión que se entronizó
entre los primeros comunistas latinoamericanos fue la vocación
“anti-imperialista” y no sin razón ante las últimas acometidas de las potencias
europeas en el hemisferio americano, la prolongación del colonialismo en la
Cuenca del Caribe, y el emergente intervencionismo de los Estados
Unidos
Borodin llegó a tiempo de apadrinar,
en nombre de la Internacional, la fundación del Partido Comunista Mexicano
(PCM). De hecho, el PCM fue convertido, por los camaradas de Borodin venidos de
Estados Unidos, en un cártel internacional. Entre sus primeros activistas
apareció un indio,
Manabendra
Nath Roy (1887-1954), quien se había insurreccionado en
Bengala contra la presencia británica en 1915. Después de la Segunda Guerra
Mundial, Roy escribirá importantes obras criticando el terror de Stalin y
anticipando el fracaso de la URSS como modelo a seguir (“Mas allá del Marxismo”,
“Nuevo Humanismo”). Con estos valores agregados, el PCM se convirtió en la
práctica en el primer buró latinoamericano de la Internacional.
En
el curso de los años veinte, la Internacional proclamó su apoyo a la lucha
anti-colonialista, y llamó a instaurar “repúblicas nativas independientes” entre
la raza negra estadounidense y Sudáfrica. Esto gracias a las “Tesis sobre la
Cuestión Nacional y Colonial” que redactaron Lenin y Roy, quien viajó a un
congreso de la Internacional como delegado del PCM. Roy no retornaría a México,
luego de este congreso. Con esas tesis se abrió formalmente la revolución
comunista a los no europeos. Sin embargo, como ya dijimos, la visión de la
Internacional era en esencia euro-céntrica. Desde Moscú era difícil entender la
evolución histórica de Asia, y de las sociedades agrarias y mayoritariamente
indígenas de América Latina. Por ello, fueron objeto de atención las naciones
con segmentos europeizados y urbanizados, con un perceptible movimiento
sindical, como Argentina, México, Chile y Colombia.
América Latina fue
oficialmente enfocada hasta el congreso de 1928. Nikolai Bukharin, presidente
del congreso (más conocido por ser autor del célebre manual
El ABC del
Comunismo y jefe editor de
Pravda), afirmó en su discurso inaugural
que América Latina “por vez primera había entrado a la órbita de influencia de
la Internacional Comunista” (Bukharin sería purgado por Stalin en 1929, y
ejecutado diez años después). Sin embargo, el encuentro del comunismo con
América Latina no fue armónico, no fue “miel sobre hojuelas”, aún en el debate
entre los contados intelectuales. La única dimensión que se entronizó entre los
primeros comunistas latinoamericanos fue la vocación “anti-imperialista” y no
sin razón ante las últimas acometidas de las potencias europeas en el hemisferio
americano, la prolongación del colonialismo en la Cuenca del Caribe, y el
emergente intervencionismo de los Estados Unidos después de su victoria militar
sobre España en 1898 y la subrogación en 1901 del Tratado Clayton-Bulwer con
Gran Bretaña que le allanó el camino para azuzar la secesión de Panamá de
Colombia, y proceder a la construcción del canal interoceánico.
El
peruano
José
Carlos Mariátegui encarnó la singularidad de los primeros
comunistas latinoamericanos. La dejó plasmada en su obra
Siete ensayos e
interpretación de la realidad peruana de cara a la
realidad indígena y agraria de entonces. Muy recordada es su frase expresada
ante aquellos que hicieron sinónimo de “bolchevique” a extranjero: “Muy
bolcheviques y muy peruanos. Pero más peruanos que bolcheviques”. Mariátegui
venía de un hogar mestizo, humilde, de las afueras de Lima, donde nació en 1894.
Siendo adolescente, y buscando apoyar económicamente a su familia, trabajó en un
periódico y así conoció su vocación por las letras y el ensayo. Fue fundador del
partido socialista peruano en 1928. Fue un reconocido defensor de los derechos
de los pueblos originarios. Su pensamiento fue sencillo: si de hablar de
socialismo se trata en el Perú, debe primero el socialismo partir de la
solidaridad y de los intereses reales del 80 % de la población peruana que era
entonces indígena.
Jorge Abelardo Ramos compendió, a
finales de los sesenta, la preocupación y a la vez la creencia de no pocos en la
región sobre la puesta al día del “bolivarismo” y su engranaje con el legado de
Marx y la revolución que irradiaba desde La Habana. La Historia de la Nación
Latinoamericana constituyó el mejor y mayor esfuerzo de Ramos por
fundamentar una eventual articulación. Ramos adopta el término de “marxismo
bolivariano”
Victor Codovilla, líder del buró
suramericano de la Internacional, le encargó a Mariátegui la preparación de un
documento para el primer congreso latinoamericano comunista que se celebró en
Buenos Aires en junio de 1929, el primero y el único en la historia. Codovilla
era un inmigrante italiano que en 1912 había arribado a Argentina, habiéndose
integrado al partido socialista. En 1926 fundó el buró suramericano, lo que lo
convirtió en el enlace de América del Sur con Moscú. Codovilla venía
entusiasmado con el congreso de la Internacional de 1928. La visión de
Mariátegui en términos de la Internacional y más específicamente de la propuesta
de fundar naciones indias, simplemente no calzó como Codovilla esperaba.
Mariátegui no fue al evento de Buenos Aires, pero su ensayo principal
El
Problema de la Raza en América Latina fue leído y aclamado pues destacó el
potencial revolucionario de los pueblos indios. Sin embargo, para Mariátegui era
no sólo inviable sino innecesaria la secesión de los indios para formar naciones
propias (la tesis principal de la Internacional), que de hecho existieron con
anterioridad a la colonia y que de propugnarlo implicaría desdibujar la realidad
pos-colonial misma pues los tradicionales pueblos quechuas y aymaras, decía
Mariátegui, estaban diseminados en varios países. Más bien, pensó Mariátegui,
las naciones latinoamericanas debieran poner en el centro de su desarrollo
político, económico, y cultural, a las mayorías indígenas. La pobreza y
marginalización indígena en América Latina, subrayó Mariátegui, era un problema
de clase social.
La historia americana nos deja un único país donde
gobierna un único partido comunista: Cuba. Pero, como sabemos, la insurgencia
que llevó al poder al Partido Comunista de Cuba fue anti-dictatorial, como
igualmente se registra en el resto de la región, aún en Costa Rica, la “suiza
centroamericana”, donde una guerra civil de 44 días en 1948 sentó las bases de
una democracia estable y duradera. El avance democrático fue desigual. Los
vecinos ticos en la Cuenca del Caribe verían la instauración de la democracia
por vez primera hasta cuatro décadas después, mientras en América del Sur se
producía un “retorno a la democracia”, en un contexto de reconfiguración de las
relaciones de la región con Washington tras la caída del Muro de Berlín. La
soledad de un partido comunista en Cuba –que peligrosamente aceptó desplegar
misiles soviéticos en 1962, apuntando a Estados Unidos pero su
perímetro
de impacto comprendía a México, Colombia, Venezuela, todas las Antillas y
Centroamérica- no desdice del inmenso
influjo transformador de las guerrillas, los gremios y ligas campesinas, los
sindicatos obreros, y de los frentes civilistas liderados por intelectuales y
profesionales de las capas medias, sea que se hable de social-demócratas,
demócrata-cristianos, cristianos de izquierda, maoístas, nacionalistas,
militares de izquierda y populistas, bolivarianos y “cheguevaristas”.
En
este punto, el pensador argentino
Jorge Abelardo Ramos
compendió, a finales de los años sesenta, la preocupación y a la
vez la creencia de no pocos en la región sobre la puesta al día del
“bolivarismo” y su engranaje con el legado de Marx y la revolución que irradiaba
desde La Habana. La
Historia de la
Nación Latinoamericana constituyó el mejor y mayor
esfuerzo de Ramos por fundamentar una eventual articulación. Ramos adopta el
término de “marxismo bolivariano” para delinear el presente y el futuro de la
revolución latinoamericana, en los siguientes términos:
“Este proceso deberá combinar todas las formas de la lucha. La actividad
política no podrá sustituirse a la lucha armada, ni ésta a aquélla, ni la lucha
legal a la ilegal, ni viceversa, pues todas ellas forman parte de un proceso
único integrado por tácticas modificables y reemplazables. La importancia de
cada una de ellas está condicionada por la relación de las fuerzas en presencia
y por las particularidades de cada región latinoamericana. Ninguna de esas
tácticas puede ser elevada a principio conductor; pero un hecho está confiado
por toda la experiencia histórica: no hay camino pacifico para la revolución. Ni
siquiera para obtener el voto universal y secreto… En consecuencia, la acción
sindical, tanto como la guerrilla, la lucha parlamentaria, la insurrección
armada o la propaganda ideológica, son fases de una misma estrategia cuyo
corolario no puede ser otro que la formación de los Estados Unidos socialistas
de América Latina”
El péndulo ha comenzado a
reorientarse este 2009. Dada la especificidad de Honduras (donde no hubo guerra
civil en el pasado reciente, existe una larga tradición bipartidista, y su
transición de la dictadura a gobiernos civiles se produjo bajo la tutela directa
de Estados Unidos), pero sobretodo dada la forma seleccionada por el entonces
presidente Zelaya para seguir la estela de Chávez, pareciera que es allí donde
el giro puede apreciarse con más claridad
Los
sucesos en Venezuela, desde hace década y media, han dado lugar al “chavismo”,
una corriente política criolla que desde la figura de Hugo Chávez, un militar
golpista, asegura haber acrisolado “bolivarismo” y “revolución” (y por
consiguiente, “anti-imperialismo”). No es una tercera revolución,
diferenciándola de la primera revolución de independencia colonial y la segunda
revolución anti-dictatorial, pro-democrática, que tuvo como telón de fondo la
Guerra Fría y la existencia de un bloque comunista en todo el planeta, en cada
continente. Su particularidad o excepcionalidad es que la agitación tiene como
plataforma el control personal de Chávez sobre el comercio exterior a gran
escala de combustibles fósiles y sus derivados, y el financiamiento, gracias a
los dividendos y a una deuda petrolera cuyo pago se difiere, de gobernantes de
turno, partidos políticos oficialistas y en la oposición (algunos exguerrillas
de los años setentas y ochentas), movimientos sociales, y personajes con algún
grado de incidencia en la opinión pública, en casi todos los países de América
Latina. El establecimiento de lealtades al “chavismo” no es lo nuevo de esta
corriente, si no su apuesta y el compromiso por un horizonte al que han dado en
llamar la
Alternativa Bolivariana
para las Américas, ALBA, el “Socialismo del Siglo XXI” y,
en fecha reciente, la “Quinta Internacional”. Un horizonte atado
indisolublemente al liderazgo de Chávez y a un financiamiento interminable, a
pesar que los precios en el mercado del crudo se mantienen hacia los 70 dólares
el barril, la mitad del pico alcanzado hace un par de años. Un filtro central de
la corriente es partir de los preceptos constitucionales vigentes, bajo estas
normas triunfar en las urnas para alcanzar el Ejecutivo para luego movilizar al
electorado en torno a la promulgación de nuevas cartas magnas e insertar en
ellas la reelección perpetua, precisamente la que combatieron a punta de fusil y
machetes los insurgentes mexicanos.
Este ha sido el sentido reciente del
péndulo, y el cual ha comenzado a reorientarse este 2009. Dada la especificidad
de Honduras (donde no hubo guerra civil en el pasado reciente, existe una larga
tradición bipartidista, y su transición de la dictadura a gobiernos civiles se
produjo bajo la tutela directa de Estados Unidos), pero sobretodo dada la forma
seleccionada por el entonces presidente Manuel Zelaya para seguir la estela de
Chávez, pareciera que es allí donde el giro puede apreciarse con más claridad.
Zelaya sorprendió cuando al asistir el 19 de julio de 2008 a Managua a la
decimonovena conmemoración del derrocamiento del dictador Anastasio Somoza tras
el regreso al poder del Sandinismo de Daniel Ortega, le confiara en secreto a
Chávez el ingreso de Honduras a ALBA. Chávez se desbordó, no pudo controlarse y
lo manifestó inmediatamente a los medios: “el presidente Zelaya ha dicho que
tiene intenciones, tiene la voluntad de incorporarse…es verdaderamente
importante, es un espacio geopolíticamente nuevo, porque como sabemos, el mundo
va cambiando, lo que se va dibujando en el horizonte mundial es un mundo
multipolar”. Hubo prisa y galope. Un mes después, Chávez arribaba a Tegucigalpa
para atestiguar la adhesión de Zelaya a la ALBA.
De entrada, la decisión
de Zelaya había sido criticada en la opinión pública, y aún por sectores
importantes del propio Partido Liberal del mandatario hondureño. La crítica era
por lo súbito de la decisión a la vez que por la falta de debate sobre las
ventajas y desventajas de la misma en todos los pilares del esquema-ALBA. Zelaya
no retrocedió y el 26 de agosto, luego de firmar el acta de adhesión, expresó en
su discurso: “Honduras y el pueblo hondureño no tienen que pedirle permiso a
ningún imperialismo para suscribir la ALBA”, y agradeció a Chávez por “abrir
este espacio de libertad”. A renglón seguido, Chávez replicó: “hondureño que se
oponga al ingreso de Honduras a ALBA es un vende-patria o un ignorante”. Roberto
Micheletti, entonces presidente del congreso, reaccionó a esos términos: “es un
irrespeto que se nos insulte en nuestra patria y a otras naciones amigas como
Estados Unidos”, no obstante Micheletti no pudo impedir que una mayoría liberal
de diputados, es decir, de sus propios miembros de partido, ratificará la
adhesión.
Los aliados nacionales de Zelaya trataron de matizar o
explicar las palabras de Chávez. “Venía como agredido…está herido con ese sector
oligárquico, poderoso de este país, que lo ha atacado terriblemente”, afirmó
Rafael Alegría, dirigente campesino. Alegría fue uno de los más sobresalientes
impulsores de la consulta para la asamblea constituyente, completamente fuera de
la ley, que derivó en la destitución de Zelaya ejecutada por los otros órganos
del Estado hondureño y las Fuerzas Armadas. Alegría es el prototipo del líder
civil que ha recorrido beligerante todas las fases de la Honduras post-Zelaya:
reclamó su restitución, boicoteó las elecciones, ha condenado los comicios a
pesar de su masiva y transparente participación, y ha adelantado que con el
mandatario electo, Pepe Lobo, sólo tiene un asunto que hablar y negociar: la
convocatoria a la constituyente.
El trámite de ley para la denuncia de
los acuerdos sobre la adhesión a la ALBA ya fue enviado por Micheletti al
congreso hondureño. La decisión parlamentaria es inminente pues la nueva
legislatura iniciará el 25 de enero. Dos días después será investido el nuevo
presidente quien ya como electo está convocando a sus adversarios políticos a la
unidad y la reconciliación. Horas más, horas menos, Honduras ya es una página
pasada en la breve historia de la ALBA. En el vecino El Salvador, mientras el
presidente
Mauricio Funes ha garantizado que no camina su gobierno
hacia la ALBA, su partido, el FMLN, ha suscrito todas las propuestas de Chávez y
las ha ratificado en su congreso ordinario realizado en diciembre de 2009, por
lo que este álgido asunto se mantendrá en “el filo de la navaja” a lo largo de
los 4 años y medio de mandato que le restan a Funes. El regreso de la oposición
multicolor venezolana a la Asamblea Nacional y el relevo de Lula y el PT en el
2010, y una eventual salida del poder de los Kirchner y de Daniel Ortega el
2011, nos indicarán si el péndulo en verdad giró.
Cuba está en
bancarrota. No hay cifras disponibles, pero flota en el ambiente la creencia
–aún dentro de Cuba- que el petróleo venezolano y otras formas de ayuda,
oficiales y secretas, dentro y fuera de la ALBA, han frenado o han hecho menos
trágica la catástrofe. De hecho, el mejor barómetro es el propio Fidel Castro
quien a pocos minutos del referéndum del 15 de febrero, donde Chávez logró
introducir la reelección perpetua, escribió: “Nuestro futuro es inseparable de
lo que ocurra el próximo domingo cuando se inicie el día de la aprobación de la
Enmienda Constitucional. No existe otra alternativa que la victoria”. Queda para
los historiadores examinar si algo tan vital y dramático fue expresado por Fidel
en aquellas décadas de cordón umbilical de la URSS. Contradictoriamente, las
cosas tampoco marchan bien en Venezuela. La inflación de dos dígitos, la más
alta de la región, acumula un año más mientras la economía decrece más del 2%,
dejando atrás el boom petrolero de 2007 cuando creció por encima del 8%, y el
2008 casi 5%. Comprimido el “bolivarismo” y “el comunismo” en estos tres siglos,
inexistentes los “Estados Unidos socialistas de América Latina” en los que soñó
Ramos, restará por ver el reloj de vida del “chavismo”, aunque el personaje no
se mira a sí mismo efímero, caduco, ni de lejos: “Yo estoy listo, si ustedes así
lo mandan, para comandar el tercer período de la revolución bolivariana desde el
2009 hasta el 2019” (Caracas, 2 de febrero de 2009).