Reseñas de libros/No ficción
La sociología frente a Auschwitz: Modernidad y Holocausto, de Zygmunt Bauman
Por Miguel Angel López-Pozuelo, sábado, 14 de abril de 2001
Zygmunt Bauman defiende la inclusión de lo moral como variable inexcusable para la comprensión del Holocausto. Profesor en las universidades de Leeds y Varsovia, Bauman recibió por Modernidad y Holocausto el Premio Europeo Amalfi de Sociología y Teoría Social en 1989. La reciente publicación de esta obra aporta una contundente crítica a los parámetros con los cuales la teoría social ha investigado la realidad histórica del siglo XX.
La verdadera crítica empieza por uno mismo: Bauman constata el fracaso
metodológico (y podríamos decir que deontológico) de su gremio a la hora de
explicar adecuadamente las “razones” que hicieron posible aniquilar en masa a
millones de seres humanos en los campos de concentración. Tras Auschwitz se ha
seguido haciendo teoría social como si nada fundamental hubiera pasado. Mejor
mirar a otro lado. La sociología no fue pensada para explicar el horror, y
Auschwitz cae de lleno en esa geografía del Mal Radical de la cual poseemos
narraciones estremecedoras como las de Primo Levi (Si esto es un hombre),
Robert Antelme (La especie humana) o Jorge Semprún (La escritura o la
vida). Los testigos nos han legado su voz, los filósofos y teólogos su
indagación metafísica, y los historiadores la profundidad de su trabajo paciente
y concienzudo. La patología de la modernidad espera aun un diagnóstico
sociológico.
La tesis central de Modernidad y Holocausto no es
novedosa: el Holocausto es hijo de la modernidad. Como Jano bifronte, la
modernidad tiene dos caras, pero solo nos habíamos fijado en su rostro amable.
Hay una línea de continuidad entre la critica de la modernidad surgida a
comienzos del siglo XX y la obra que ahora comentamos, que pone de relieve el
núcleo del pensamiento de Bauman: en los análisis acerca de la racionalidad del
mundo moderno elaborado por los hermanos Weber destacan tres ideas-fuerza que
marcarán el pensamiento sociológico posterior: un progresivo “desencantamiento”
del mundo, debido al avance de la racionalidad científica, la burocratización de
los sistemas productivos y de las organizaciones, y la elevación de la lógica de
la eficacia al altar de lo lícitamente apropiado a la hora de medir lo deseable
en el cálculo de las relaciones sociales. Max Weber dio carta de naturaleza a un
proceso que hasta entonces había sido mal comprendido. Lo que impregnaba el
ambiente de la época fue explicitado, nombrado. Es el mismo aire que respiramos
en las novelas de autores centroeuropeos como Robert Walser o de Robert Musil, y
que nos asfixia en la obra de Franz Kafka: un universo literario claustrofóbico
en el que sus protagonistas se ven inmersos en mundos que no comprenden, pero
que creen estructurados lógicamente de forma terrible.
¿QUÉ APORTA
ENTONCES LA MODERNIDAD AL HOLOCAUSTO?
Recogiendo la tradición de
la crítica de la modernidad, Bauman se centra en lo que según su parecer ha sido
el error fundamental de todos los análisis sociológicos tras la segunda guerra
mundial: el olvido de lo moral como parámetro de análisis. La teoría
sociológica, hija del optimismo antropológico y anhelante de análisis
“científicos” ha desdeñado desde siempre la variable moral de la actuación
social como un fruto espúreo que la emparentaba peligrosamente con el discurso
moralista y metafísico. De ahí la incapacidad de Max Weber para imaginar (como
sí lo hizo el arte de Kafka) una de las posibilidades implícita en la lógica de
lo moderno. Los padres fundadores de la moderna sociología (Durkheim, Marx,
Weber) consideraron siempre los valores morales como un producto de lo social.
Desde esta perspectiva, ¿cómo condenar la moralidad nazi desde parámetros
exógenos a la misma? Si el comportamiento moral deriva de lo social, ¿en qué
lugar quedan los juicios de Nuremberg? ¿Desde nuestra moralidad? Dejar a un lado
las opciones y el comportamiento moral de los verdugos y las víctimas, ¿nos
ayuda a comprender lo sucedido?
La entronización del estado-nación puso
en manos de los planificadores sociales medios nunca antes soñados con los
cuales instituir la felicidad en la tierra. Las ideologías nos hablaban del
Hombre sin tener en cuenta al hombre. La moderna burocracia estatal siguió la
lógica de la eficacia como parámetro social y la ética de la obediencia como
mandamiento “moral” de sus servidores. La responsabilidad moral quedó relegada
al ámbito de lo privado en aras de la lealtad a la organización y las
consecuencias directas de las actuaciones personales fueron transferidas a la
“autoridad” jerárquica pertinente y así sucesivamente. Nadie era responsable
éticamente. Los sistemas totalitarios llevaron al límite esa posibilidad. Pero
para Bauman ese peligro no ha sido conjurado. La exclusión de lo moral nos
impide comprender el pasado y prevenir nuestro futuro.
En el moderno
estado democrático la lógica de la eficacia y la lealtad moral no reflexiva
sigue imperando, como se puso de manifiesto en los experimentos sociológicos
llevados a cabo en los años setenta por Milgram y Zimbardo y que Bauman comenta
extensamente. El fracaso de la sociología para explicar los comportamientos
sociales aberrantes deriva de su incapacidad de desprenderse del lenguaje
positivista de sus creadores (su jaula conceptual), que compartían, a pesar de
sus diferencias, las bases de la modernidad. Personajes como el diligente
verdugo nazi Eichmann, celosos del “correcto” cumplimiento del deber
burocrático, nos ponen en guardia ante la “banalidad del mal” (Arendt). La
salida de la caverna, para Bauman, es una vuelta a lo moral entendido como una
constante universal mas allá de cualquier circunstancia histórica. Intuimos aquí
un repensar el derecho natural, una rehabilitación de lo universal e ilustrado
frente al relativismo inaugurado por la revolución romántica. El autor apuesta
por los orígenes presociales, prelógicos de la moralidad. Lo moral es anterior
al hecho social, es el fundador del mismo.
El Mal no es metafísico, habita entre nosotros y está hecho del
distanciamiento moral ante el dolor ajeno
Bauman apela a la “ética del
rostro” (concepto acuñado por el filósofo judío de origen lituano Emmanuel
Lévinas) como una toma de conciencia ante la cercanía de otro ser: mi
responsabilidad moral ante el Otro surge de inmediato ante la simple aparición
de su rostro, y no espera reciprocidad. Soy responsable ante el otro, de su
vida, por el simple hecho de que es, de que me mira, en cualquier circunstancia.
Citando a Dostoievsky (como le gustaba hacer a Lévinas), “Todos somos culpables
de todo y de todos ante todos, y yo más que los otros”.
Sin embargo, con
ser lúcido en su análisis y valiente en su propuesta, la cuestión de fondo sigue
a mi parecer en pie: ¿es posible hacer de la propuesta de Lévinas (tan cercana a
lo religioso y lo metafísico) una pauta de análisis social coherente? ¿cuál es
la separación metodológica entre lo positivo y lo normativo? Cuando dos valores
igualmente legítimos se excluyen mutuamente, ¿qué es más deseable “moralmente?
"? ¿hay una sola moralidad, un mínimo común denominador moral? La vida, en
cualquier circunstancia ¿es el valor último?
Bauman, en esta obra
bellamente escrita, quiso poner de relieve la importancia de lo moral y lograr
al menos un debate acerca de los limites entre el análisis social “neutro” y los
valores que los seres humanos (seres ante todo morales, como nos lo recuerda
siempre Isaiah Berlin) se aplican unos a otros en su cotidianeidad. Asumir las
palabras de Rubeinstein y Roth, “En la actualidad, la civilización incluye los
campos de la muerte y muselmänner entre sus productos espirituales”, es el
primer paso, según Bauman, para escapar de la ceguera voluntaria asumida por la
sociología desde la segunda guerra mundial. El Mal no es metafísico, habita
entre nosotros y está hecho del distanciamiento moral ante el dolor ajeno.
Ninguna eficacia puede obviar ese dolor.