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Esmeralda Berbel (foto de Jesús Martínez)

Esmeralda Berbel (foto de Jesús Martínez)

    AUTORA
Esmeralda Berbel

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Badalona (España), 1961

    BREVE CURRICULUM
Estudió Filología Hispánica en la Universitat de Barcelona. Actualmente, dirige cursos de creación literaria en la escuela de escritura del Ateneu Barcelonès y demás centros públicos y privados

    OBRA
Es autora de El hombre que pagaba noches enteras, finalista del premio femenino de Editorial Lumen; Alismas; el poemario Calma corazón, calma; y las obras de testimonio Trátame bien; De qué hablamos las mujeres cuando hablamos de lo que nos importa y Lo que piensan las adolescentes. Coordinó el libro del cual también es autora, 27 de septiembre. Un día en la vida de las mujeres, y el libro epistolar No se lo cuentes a nadie

    PREMIOS
Varios relatos premiados por la Associació de Dones Montserrat Roig




Opinión/Entrevista
Entrevista Esmeralda Berbel, coordinadora de 27 de septiembre. Un día en la vida de los hombres
Por Jesús Martínez, martes, 4 de octubre de 2011
La caléndula

Había una vez una chica que antes de nacer ya quería saber leer. Ella nació entre los árboles, como una Arctotheca calendula, en una casa de trapisondas de Sant Adrià del Besòs (aunque esta planta es originaria de El Cabo de Buena Esperanza, en Suráfrica). Sus dos hermanos la incordiaban para que cambiara por los futbolines las evanescentes páginas de papel rayadas con letras y palotes. Ella se resistía. Esta mujer es Esmeralda Berbel (Badalona, 1961), que ha coordinado la edición de 27 de septiembre. Un día en la vida de los hombres Ediciones Carena, 2011). Ya lo hizo con las mujeres, en otro 27 de septiembre (la idea original es de Máximo Gorki). De esta manera, Berbel colectiviza el género del dietario, al que se han sumado una veintena larga de autores: “Si lo hubiera hecho sola habría sido muy aburrido”, apunta Esmeralda, una Wendy de entreverados cabellos, de crecimiento lento y parmesano, como el queso. Pendientes lobulados, chaqueta de lana blanca, invasivamente atractiva en su forma de concebir la literatura (como un contrato con gente diversa, al límite) y costera, por lo de mediterráneo y por lo de la luz azul y perturbadora. Buena planta.
Al principio, Esmeralda leía sin fuerza, como las fotografías de Steve Pyke antes de que se bañen en sal de plata. En sus primeros años, en los que iba en bicicleta (no la ha abandonado), sorbía los cuentos con sus dechados de virtudes y sus seres malignos con nombre de madrastra. Los libros la fueron regando, y esta caléndula amarilla de la familia de las asteráceas, más guapa que la Miss Universo angoleña Leila Lopes, se extendió como su imaginación, como un soplo en el corazón.

Dio clases de gimnasia, y, tras saltar al potro y sudar las barras, con el profesor Armand Blume extrajo de las bibliotecas las recomendaciones oportunas para una adolescente que se internaba en la vida como Elisabetta Canalis se quita las pieles, es decir, sin ningún pudor.

Leyó En el camino, de Jack Kerouac, la biblia de la generación beat: “Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida...”.

Leyó Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche, la roseta de la filosofía humana: “Estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan...”.

Leyó La crucifixión rosa, de Henry Miller, demoledor, sobrio, autodestructivo: Todos nosotros somos culpables de un crimen, el gran crimen de no vivir la vida al máximo. Pero todos somos libres en potencia…”.

Esmeralda, la Arctotheca calendula, se matriculó en Filología Hispánica, en la Universitat de Barcelona, en la que se le abrieron los ojos y se le abrió la mente y se le vinieron encima las ganas de leer, tras un año de aburrimiento en clases aburridas con aburridos docentes alopécicamente acartonados (ya conocemos su aversión por el aburrimiento): “Luego, los profesores que escogí hicieron que descubriera lecturas que por mí misma no iba a encontrar nunca”.

Cayó en sus manos el Diario de Anaïs Nin, en el que se narran los aconteceres del París de entreguerras: "Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo. Libre o no libre, casado o soltero, heterosexual u homosexual, son aspectos que varían de cada persona...".

De esa autora, Esmeralda sacó una lección, convertida ya en recuerdo: “Leer la vida sin trama nos ayuda a comprender la nuestra”.

Leyó Plenilunio, de Antonio Muñoz Molina, “impresionante”: "De día y de noche iba por la ciudad buscando una mirada. Vivía nada más que para esa tarea, aunque intentara hacer otras cosas o fingiera que las hacía, sólo miraba, espiaba los ojos de la gente…".

Leyó Belfondo, de Jenn Díaz, las cuitas de un pueblo con cacique, como todos los pueblos…

Esmeralda Berbel saborea un té con leche. Tanto el té como ella necesitan reposo. En una casita en el campo, Esmeralda saca brillo a su nombre, como la planta ornamental y exótica que es, y escribe cuentos que chorrean dignidad: “Creo situaciones ficticias en mis cuentos. Tengo que tener todo el camino despejado para ponerme en el teclado…”.

El primero de sus cuentos, y el mejor, se publicó el 5 de marzo de 1989 en Diario 16. Ella tenía 25 añitos y lo tuvo que picar en la máquina de escribir. Se titula Usted: “A usted ya le pensé alguna vez…”.
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    La pérdida de El Dorado, de V. S. Naipaul (reseña de José María Lasalle)
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