miércoles, 12 de noviembre de 2008
El Edward Hopper de Mark Strand (Lumen)
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
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Treinta son las pinturas elegidas por Mark Strand en este libro, “Hopper” (Lumen, 2008) para “evaluar” el arte pictórico de Hopper y calibrar su impacto sobre su propio espíritu y, en generalización literaria, el de su contemporaneidad, la nuestra

Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Desde hace algunos años, y en claro homenaje al poeta José Hierro, el Museo de Bellas Artes de Santander viene organizando un ciclo denominado “Alucinaciones”. En dicho ciclo se le propone a una serie de escritores y poetas que elijan entre las obras que forman parte de la colección del Museo, y que escriban un texto de carácter literario inspirado en la obra escogida, un texto no sujeto necesariamente a la aplicación de conocimientos críticos o de historia del arte, y en el que se dé rienda suelta con total libertad a la inspiración. Después, el autor lee su texto ante el público asistente y junto a la obra elegida en cuestión.

La fórmula no es desde luego novedosa, y es bastante semejante a la que ha empleado el ensayista, traductor y poeta canadiense Mark Strand (isla Príncipe Eduardo, 1934) para acercarse y analizar (intuitivamente, poéticamente podría decirse...), la pintura del estadounidense Edward Hooper (Nueva York, 1882-1967), quizá el principal hito en la historia del realismo americano de todo el siglo XX, y uno de los artistas que más influyó en el arte figurativo posterior a él y en el Pop Art

Treinta son las pinturas elegidas por Mark Strand para “evaluar” el arte pictórico de Hopper y calibrar su impacto sobre su propio espíritu y, en generalización literaria, el de su contemporaneidad, la nuestra, dado que la primera edición original del libro apareció en el año 1994, según figura en los créditos de la edición española editada por Lumen. Las pinturas abarcan un periodo de tiempo muy amplio, desde 1925 hasta 1965, e incluyen algunas de las obras más emblemáticas, imitadas y reproducidas de Hopper, por ejemplo, Habitación de hotel (1931), Gasolina (1940), Aves nocturnas (1942), o Digresión filosófica (1959).

Mark Strand: Hopper (Lumen, 2008)

Mark Strand: Hopper (Lumen, 2008)

La edición que aquí comentamos ofrece la reproducción en color de las treinta piezas analizadas, y tras ellas, el texto breve y alusivo escrito por Mark Strand, un texto que en no pocas ocasiones no llega ni a ocupar página y media. ¿Qué hace Strand con la pintura de Hopper? Pues es bien sencillo: la lee, la intenta traducir, procura hacer palabras la poesía de luz y colores de Hopper, una poesía que indaga a la vez en los límites del yo personal contemporáneo y en su contexto exterior, en el escenario en el que es, en el que tiene lugar.

¿Cuál es la razón por la que gente tan distinta entre sí se siente conmovida casi de idéntica manera al situarse frente a la pintura de Hopper? ¿Cuál es el secreto de su poesía pictórica? Procurar responder a estas dos preguntas también figuraba entre las intenciones de Strand a la hora de escribir estas páginas, para lo que, quiero insistir en ello, se ejercita en el intento de traducir a palabras la poética hopperiana.

Para lograr sus objetivos Strand establece una hipótesis con la que estoy muy de acuerdo: Hopper no plasma la simple realidad, sino que logra atrapar la esencia de lo real, trascendiendo por tanto la propia realidad. Es decir, el primer gran logro de Hopper como artista es no conformarse con la realidad, e intentar atrapar, por el contrario, el inefable latido de lo real, sabiendo así establecer una diferencia semántica y conceptual muy lograda entre lo real (interno y personal) y la realidad (lo externo). Hopper, según Strand, logra así que lo virtual de su acercamiento a lo real adopte la forma admitida por todos de la realidad. Ese es su logro, esa su trascendencia.

Edward Hooper: Aves nocturnas (1942)

Edward Hooper: Aves nocturnas (1942)

Otra de las características señaladas por Strand referente a la pintura de Hopper es que sus escenas siempre sugieren posibilidades narrativas. En otras palabras, los cuadros de Hopper parecen congelar en geometría el fotograma de una película, la escena de una novela, el escenario en el que se desarrolla una historia sobre la que no sabemos mucho, y sobre la que nosotros, espectadores, tenemos el privilegio de fantasear, de buscarle un comienzo y un final, de continuar la historia o de hallarle su origen. Con Hopper nos transformamos casi sin querer en narradores, y eso nos fascina.

Dos elementos más muy presentes en los trabajos de Hopper, en su poética pictórica, llaman a reflexión al poeta y le mueven a traducirlos en palabras: la luz y la distancia.

La luz, la luminosidad de las formas que brota del interior de éstas, que se refleja para nosotros, para nuestros ojos de veedores incorregibles y curiosos. Las figuras de Hopper, en este sentido, son focos de luz, de una luz que no es además fluida, que materializa los objetos, los espacios y las figuras, que no los desmaterializa bajo ninguna circunstancia.

Y la distancia. Los escenarios de Hopper y quienes los habitan están sin estar, se encuentran siempre a considerable distancia del lugar que ocupan. Están ausentes de lo que protagonizan sin querer o sin saber. En las escenas de Hopper todo está sin estar, todo y todos se encuentran perdidos en un profundo misterio irresoluto del que el espectador es testigo asombrado y en busca de posibilidades, de porqués sin respuesta.

Un libro éste de verdad fascinante, en el que se dialoga con poesía ante la poesía y desde la poesía.


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.